Presentado por Nike
Mis Nikes, tras un año de uso, empiezan a mostrar su edad. El empeine tiene arrugas; el talón, peladuras. El color sigue ahí, siguen siendo zapatillas increíbles. Pero empiezo a pensar que quizás dentro de otro año ya no pueda usarlos más para salir a la calle: tendré que comprar otros. Y entonces, ¿qué pasará con estos? ¿Pasarán a ser parte de una pila de zapatos viejos? ¿Harán parte de una cadena enfermiza de consumo que cada vez genera más desechos? ¿O quizás hay otra posibilidad, un destino distinto para las zapatillas usadas?
Por ejemplo, esas Air Force viejas en el rincón de mi closet podrían mutar y volverse materas. Lo sintético puede abrirle un espacio en sí mismo a la naturaleza. Para buscar una forma distinta de consumir y de crear, esa es parte de la gracia: romper esa división entre lo que viene de la naturaleza y lo que crea el ser humano, lo inerte y lo vivo, mostrar la continuidad entre ambas dinámicas. El reto, además, es cómo unir lo artificial y sintético con lo natural y vivo, o cómo borrar esa diferencia: buscar nuevas posibilidades para crear a partir del diálogo entre ambos.
Creadas por Nike en 1982, las Air Force 1 nacieron pensadas para las canchas de básquet e impactaron por su cámara de aire; fueron descontinuadas en 1984 pero la demanda se mantuvo tan alta que volvieron a la venta en 1986. Con los años, se consolidaron como un ícono de la moda de las calles. Desde el rap, distintos artistas como Jay-Z y Nelly las impulsaron y así se volvieron unas zapatillas legendarias. Por eso tiene sentido que las Air Force 1 sean intervenidas y transformadas: porque representan el dinamismo, la adaptación a las calles, el cambio que mantiene la esencia.
Más ampliamente, esto hace parte de una tendencia de moda urbana sostenible: dejar de verla como un consumo rápido –que genera muchos residuos textiles– y pensar en el futuro. Esto también implica una forma distinta de habitar la ciudad. Así lo explica María Figueroa, diseñadora de la Universidad de los Andes que ha trabajado en temas de moda sostenible y hace parte de una camada de diseñadores que encuentran en la circularidad y la sostenibilidad formas de crear de forma más responsable pero, sobre todo, más imaginativa: “Pensar en una moda urbana para el futuro nos lleva a pensar en la comodidad y también en cómo hacer para que sea fluida en temas de género, que todos la puedan usar. También implica cuestionar cómo nos movemos en estas grandes ciudades, que al final es una construcción social”.
Desde Japón, Shoetree ha mostrado cómo zapatillas deportivas que ya no se pueden usar pueden convertirse en materas. Según su página, la inspiración para su propuesta vino de ver raíces de plantas extendiéndose a lo largo de ruinas y edificios derruidos: así, busca crear misterio y armonía como si todos fuéramos uno. El trabajo de Shoetree, liderado por Kosuke Sugimoto, también plantea una concepción distinta del tiempo y el cambio, de adaptarse a ellos y disfrutarlos. Así como para una persona es importante saber envejecer, igual de vital es en nuestra relación de consumo con nuestras zapatillas, ropas y otros objetos aceptar sus ciclos y acompañarlos en sus distintos procesos de cambio. Nuestra sociedad suele huir de las ruinas: Shoetree las abraza y encuentra la potencia en ellas.
Las ciudades están cambiando aceleradamente y una moda que se adapte debe acompañar esos cambios. Para Figueroa, estamos acostumbrados a entender la ciudad como llena de caos, ruido, basura: “Pero también se le puede dar un respiro a la ciudad y al medioambiente. Se puede cambiar la relación con la ciudad y el mundo. Las personas de la ciudad podemos transmutar nuestro consumo para convivir con el medio ambiente”. Para la diseñadora, esto también puede significar cuestionar qué hemos entendido por “basura” y poder vivir con ella en amistad; es decir, pensar en la basura no como un objeto finito y sucio sino como un elemento lleno de potencial.
La urgencia de buscar formas distintas de producir y de relacionarnos de una forma distinta con los desechos de la producción ha llegado hasta Nike. De ahí viene su campaña de “Reuse a Shoe”, que propone que “no se deberían desechar los desechos”. En la economía circular que imagina Nike, los desechos simplemente no existen: todo se reintegra a la producción como materiales regenerados. El programa de “Reuse a Shoe” empezó cuando Steve Potter, un empleado de Nike, empezó a deshacer viejas zapatillas para convertirlas en materiales reusables. Desde que se lanzó la campaña, más de 32 millones de zapatillas y 60 millones de kilogramos de material han sido transformados. Con estos materiales se puede contribuir incluso a canchas de baloncesto: la ciudad es fluida y los materiales se integran entre sí. Estas visiones y perspectivas también se relacionan con el diseño especulativo, señala Figueroa. Esto es, empezar a diseñar pensando hacia el futuro y a la vez reimaginar lo que puede ser el futuro. Requiere desestabilizar las columnas sobre las que solemos pararnos para pensar en producción, diseño, futuro y ciudad, atreverse a pensar en un circuito de economía circular en el que todo se pueda reutilizar y remplazar.
En este mundo con cada vez más personas, más desechos, con una industria de la moda que nos invita a consumir, desechar y volver a consumir a máxima velocidad, debemos ser nosotros quienes digamos basta. Y, bueno, esto no aplica solo a la moda: en la tecnología, con su obsolescencia programada, también hay una lucha por dar, por el derecho a reparar nuestros equipos electrónicos. Por eso hay gente y colectivos que, desde sus conocimientos, pueden reparar iPods Classic y viejas computadoras, que hoy son considerados vejestorios. Incluso, según Figueroa, la circularidad abraza la moda y la tecnología, de tal forma que los cables viejos se pueden utilizar para hacer ropa nueva. Todo esto cabe dentro de un modelo distinto de ciudad y de habitarla, que, al final, es lo que se busca.
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