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lunes, 16 de diciembre de 2019

Sobreviví a dos atentados terroristas

Fue una mezcla de buena y mala suerte. Marit van Renterghem, una joven belga de 22 años, se encontraba en la ciudad francesa de Niza durante el Día Nacional de Francia en 2016, cuando un hombre se arrolló a una multitud con un camión, asesinando a 86 personas. Al mes siguiente, estaba en un bar en Tailandia cuando un grupo de terroristas detonó una de las 11 bombas que tenían en la zona. Hablamos con Marit sobre experiencias cercanas a la muerte, remordimientos y el proceso de sanación.

El 14 de julio de 2016, me fui de vacaciones a Niza con mi madre y una amiga. Habíamos alquilado una casa en el centro, a menos de cinco minutos a pie de la concurrida Promenade des Anglais. Esa noche, había fuegos artificiales por toda la ciudad celebrando el Día de la Bastilla. Las calles estaban llenas de gente y el ambiente era festivo y alegre.

Tras los fuegos artificiales, pensamos que sería buena idea caminar unos 200 metros para ver un concierto, pero mi amiga tenía que tomar un vuelo al día siguiente y quería acostarse temprano, así que al final fuimos a casa. En ese mismo momento, el asesino probablemente se dirigía en su camión al otro lado de la calle. Apenas unos minutos antes, habíamos estado en el mismo lugar en el que le disparó la policía.

De camino al departamento, oímos sirenas de policía y bomberos, pero no sabíamos qué ocurría. Apagamos los teléfonos y nos fuimos a dormir. A la mañana siguiente, tenía muchísimas llamadas perdidas. Cuando me enteré de lo que había pasado, comencé a temblar del miedo. Desperté a mi madre y, juntas, escribimos a todos los que nos había llamado para decirles que estábamos bien. No podíamos ni imaginarnos lo que habría pasado si hubiéramos caminado en el sentido contrario la noche anterior.



Regresamos a nuestra casa en Gante, Bélgica, el mismo día que comenzaban las fiestas de la ciudad. El ambiente era menos festivo de lo normal, porque todo el mundo temía que hubiera otro atentado. Cuando me preguntaron si tenía miedo, dije: “No, la verdad. ¿Qué probabilidad hay de estar en dos atentados terroristas?”.

Unas semanas después, fui a Tailandia. Era verano y acababa de terminar mi primer año en la universidad. Dejé la carrera porque no me gustaba, estaba triste, tres semanas de voluntariado en Tailandia me levantarían el ánimo.

La primera semana estuve trabajando en un orfanato, la segunda semana me tocó limpiar templos y playas en Hua Hin y la tercera semana se suponía que daría clases de inglés. El jueves de la segunda semana fue la última noche de un grupo de voluntarios, así que salimos de fiesta.

Éramos 12 en total. Estábamos en una calle llena de gente con muchos bares y discotecas. Sugerí que fuéramos al Blue Monkey Café, pero cuando llegamos había demasiada gente y era muy caro. “Oye, ¿por qué no esperas aquí y voy a buscar otro lugar?”, dije. Me fui con un amigo en busca de otro lugar en esa misma calle. Fuera del Blue Monkey, había una mujer vendiendo papayas. Pensé que quizás sería buena idea comprar una cuando volviera.

Encontramos un bar que nos gustó a la vuelta de la esquina, así que volvimos para buscar a nuestros amigos. En ese momento, se oyó una explosión. Los primeros segundos después de que explotara la bomba, todo estaba sereno, pero en cuanto nos acercamos, vimos un montón de gente corriendo hacia nosotros en estado de pánico. La policía apareció de inmediato. Según parece, habían detonado otra bomba en otro sitio 30 minutos antes. Queríamos buscar a nuestros amigos, pero la policía no nos dejó pasar.

Llamamos a los responsables del programa de voluntariado y nos aconsejaron volver a casa y esperar allí. La bomba de clavos había explotado en una maceta que estaba junto a la mujer que vendía papayas, que murió de inmediato por el impacto. A todos mis amigos los alcanzaron las municiones, pero sobrevivieron. No obstante, a la mitad tuvieron que operarlos.

Escribí a mis padres: “Creo que ha habido un atentado terrorista, pero estoy bien”. No quería que se preocuparan cuando escucharan las noticias. Más tarde, nos enteramos de que habían detonado varias bombas al sur de Tailandia, la mayoría en Hua Hin.

Al día siguiente, decidí volver a Bélgica. No lo podía creer y me sentía culpable. Pensaba que, por mi culpa, mis amigos se habían quedado en el bar y habían acabado heridos. Yo había salido ilesa. Se desconocía a los autores de los atentados, pero se sospechaba que habían sido separatistas de la provincia de Pattani.

Estos dos eventos han afectado por completo mi forma de ser. Antes, solía ser más egoísta, pero me he vuelto mucho más empática. Ahora, lo único que quiero es ayudar a otras personas, darles consejo y apoyo, aunque no los conozca.

Después del viaje a Tailandia, empecé a tener pesadillas y sufrir un trastorno de ansiedad. Estos tres últimos años, he sentido una angustia constante. Siempre estoy alerta y me preparo para lo peor. Hubo un tiempo en el que estuve muy mal y no podía caminar por la calle sin pensar en todo lo que hacía. Cuando salía de fiesta, siempre tenía una voz en mi cabeza que me decía: “¿Y si alguien tiene un cuchillo y empieza a dar puñaladas a la gente? ¿Y si explota una bomba ahora mismo?”.

No solo temía que hubiera atentados terroristas; tenía miedo de absolutamente todo. Mis padres decidieron que no podía seguir así y comencé a tomar medicación. Gracias a la terapia y al apoyo especializado para víctimas de terrorismo, dejé de tener ese miedo a posibles atentados, pero las pesadillas y el temor a perder a seres queridos sigue ahí.

Hace poco, dejé la carrera de Estudios Japoneses. Estaba a punto de terminar y mucha gente cree que debería haber seguido, pero lo dejé porque mi ansiedad empeoró después de ese verano. El miedo cada vez era peor, hasta que llegó un momento en el que no pude más. Un día, algo se encendió dentro de mí y comencé a investigar de qué se trataba. Leí sobre métodos de sanación alternativos, como hacer yoga, meditar y llevar un diario.

Ahora noto que tengo más control sobre mis miedos. Todavía tengo mucho por delante y aún me entran ataques de pánico de vez en cuando, pero puedo dominarlos. No he parado de viajar, aunque no me siento segura en lugares con mucha gente. Hay mucho por ver y descubrir. Todo el mundo tiene momentos malos y es importante recordar que el mundo sigue girando y que, pase lo que pase, no podemos pararlo.

Arkasha Keysers https://ift.tt/eA8V8J

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