Artículo publicado originalmente por VICE Países Bajos.
Cuando sufres un abuso sexual, decidirte a hablar con la policía, con un médico o un psicólogo puede ser complicado, pero decírselo a tus seres queridos puede ser incluso más duro, sobre todo porque es normal sentir vergüenza, culpa y miedo.
¿Cuándo es el mejor momento para hablar con tus padres o amigos? ¿Qué se siente? Invitamos a Eva, Dan y Fara* para que nos cuenten sus historias.
Dan (22)
Mi compañero de trabajo abusó de mí cuando tenía 20 años, después de cenar en su casa. Yo me sentía seguro y a gusto con él, así que no entendía nada cuando todo pasó. Quizás puede parecer raro, pero no me di cuenta de lo que había pasado, y de que había sido horrible, hasta el día siguiente.
No tuve el coraje de decírselo a mis padres hasta un mes después. Creía que era lo correcto; era algo importante y tenía que contarlo. Nos sentamos en la sala. Yo estaba muy nervioso y se me notaba en la voz. “Quiero contaros algo”, murmuré. En seguida, supieron que era algo malo. En cuanto dije la palabra “violado”, mi madre se puso a llorar. Entró en pánico, sobrecogida, sin saber qué decir.
Mi padre estaba enojadísimo. No conmigo, sino con la situación. Me dijo que iba a ir a la policía y que no podía dejarlo estar como si nada. Creí que iría a casa de mi compañero a darle una paliza. Yo no quería denunciarlo; no tenía energía. Solo quería olvidarlo y seguir con mi vida.
Pero mientras más permanecía ahí sentado, más me encerraba en mí mismo. Dejé de prestar atención y una sensación de asco empezó a recorrer todo mi cuerpo al mismo tiempo que me venían imágenes de la violación.
Revivir ese momento fue probablemente lo más duro. Además, me sentía avergonzado delante de mis padres, aunque tampoco teníamos una relación cercana. Pensaba que podría haber sido más listo, o que podría haberlo prevenido.
"Si lo hablas, deja de ser ese gran secreto con el que solo tú tienes que cargar"
De vez en cuando, algunos de mis amigos a los que se lo he contado me preguntan cosas difíciles intencionadamente. La gente quiere saber exactamente qué pasó y eso es duro. Cada vez que hablo de ello, revivo ese momento, igual que cuando se lo conté a mis padres. No se lo dije a mi novia hasta seis semanas después.
Busqué ayuda profesional para reducir el impacto del recuerdo y acabé yendo a terapias físicas y psicológicas. Gracias a una terapia de desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EMDR) –un método especializado para procesar sucesos traumáticos– he aprendido a lidiar con las imágenes que veía constantemente cuando cerraba los ojos. Aparte de eso, hice tantra y terapias con ejercicios físicos, para poder reconstruir la forma en que entiendo mi propia sexualidad. Me ayudó mucho, pero la violación siempre va a ser parte de mí. Por eso todavía se lo cuento a la gente que conozco, pero solo si me siento cómodo y seguro con ellos.
Quiero decirle a los que han pasado por lo mismo que es importante contar tu historia a gente que quieres y con la que te sientes cómoda. Si lo hablas, deja de ser ese gran secreto con el que solo tú tienes que cargar. Puede ayudarte a procesarlo.
Mis padres nunca volvieron a mencionarlo, aunque mi padre siempre me pregunta: “¿Vas a tener cuidado?”. Me miran de manera diferente, como si no fuera capaz de cuidar de mí mismo. Eso solo lo hace todo más insultante. Pero decírselo a mi entonces pareja fue una gran desahogo. Así que es importante entender a quién se lo puedes contar. Hay gente que no lo entiende, pero un profesional sí.
Fara* (27)
Cuando tenía siete años, fui forzada a hacerle cosas sexuales a mi hermanastro mayor. Por ejemplo, me obligaba a masturbarlo con guantes de goma. Lo llamaba “jugar al doctor”.
Aunque nunca me dijo que no lo contara, sabía que era algo que no podía contar a cualquiera. Se convirtió en mi secreto. Me prometí que me lo llevaría a la tumba, porque sabía que si lo contaba, destruiría a mi familia.
Pensé que mis padres no lo sabían, ellos creían que yo lo había olvidado. Todos esos años estuvimos evitando el tema, por un extraño malentendido. Hasta que un día, mi madre le preguntó a mi pareja: “Sabes lo de Franka y su hermanastro?", era su manera de tratar de averiguar si yo me acordaba. Cuando me enteré, me di cuenta de que no iba a poder guardar el secreto mucho más tiempo. Vivía con un miedo constante a que volviera a sacar el tema.
"Me prometí que me lo llevaría a la tumba, porque sabía que si lo contaba, destruiría a mi familia"
Después de ir un día de compras, mi madre me llevó a casa. En vez de dejarme en la puerta, siguió hasta un estacionamiento. Paró el coche y me dijo: “Nunca supe si te acordabas de algo”.
Ese fue el final de mi secreto. Me puse tensa, con miedo a abrir la caja de Pandora. Empecé a respirar rápido y a apretar la mandíbula. Dije que sí me acordaba. Pero mi madre me preguntó de sopetón qué había pasado, con qué frecuencia, cuándo, y si lo hacía cuando ellos estaban en casa o fuera. Creo que para ella, era una forma de entender si podría haber hecho algo para evitarlo. Mi cuerpo entero se resistió a contar algo, pero contesté a las preguntas. Ella se quedó sentada, callada y escuchando.
“¿Hicimos algo mal?”, me preguntó con cuidado. Su voz temblaba y vi que estaba llorando. Pude ver que se sentía culpable, pero también le enfadada que fuese con su hijastro.
Transcurridos 30 minutos, decidí que se tenía que acabar. Le dije: “No quiero que te sientas culpable por nada”. Aún me pregunto si se lo tomó a pecho. Al final, me dio uno de esos abrazos de coche raros en los que apenas llegas a abrazar a la otra persona porque la palanca de velocidades está en medio. En cuanto llegué a casa y vi a mi pareja, me puse a llorar.
A pesar de que mi madre fue cariñosa y lo entendió, empecé a tener recuerdos recurrentes, como si el pasado estuviera mucho más cerca que el presente. Cuando olía a goma, o veía a un niño sentado en el regazo de un adulto, los recuerdos surgían. Quería luchar contra esa impotencia que sentía cuando recordaba los episodios o, mejor dicho, enfrentarlos. Decidí hablar con mi hermanastro, para así recuperar el control de mi vida.
Su respuesta no fue lo que esperaba. Fue frío y no parecía sentirse arrepentido. Aún así, fue como quitarse un peso de encima. Ahora soy feliz porque puedo vivir sin secretos.
Eva (26)
Cuando tenía 19 años, estuve de mochilera por Australia. Una noche, en Sídney, perdí a mi mejor amiga. Un DJ del bar donde estaba se ofreció a llevarme a casa. En el momento en que me subí al coche y cerró la puerta con el seguro, supe que estaba en problemas. Una hora y media después, me bajé del coche completamente desorientada.
Mi primera reacción fue llamar a mi madre, pero no sabía exactamente qué decirle. Notó que yo estaba alterada. Teníamos un familiar en Sídney y me dijo que fuera a su casa.
Un día más tarde conseguí contactar a mi amiga perdida. Yo todavía estaba en shock y solo podía repetir: “Me hizo algo”, como si fuera un pajarito herido. Estaba muy enfadada con mi amiga por haberme dejado sola. Le grité que no quería volver a verla nunca, aunque lo único que quería era que se quedara cerca.
"Cuando tienes una hija, una violación es probablemente tu peor pesadilla"
Unos días más tarde, cuando entendí lo que realmente me había pasado, decidí escribir un correo electrónico a mi hermana. Era un mensaje conmovedor en el que explicaba exactamente lo que había sucedido. Pero no quería que se preocupara, así que cerré con un: “Todo estará bien, no te preocupes”.
Mi hermana llamó a mis padres de inmediato e intentaron ponerse en contacto conmigo, pero yo no quería hablar de ello. En los meses siguientes me sentí muy sola en Australia. Esperaba poder volver a empezar de cero cuando volviera a casa.
La violación afectó a mis padres de verdad. A veces hablábamos del tema, pero nunca de lo que me pasó específicamente. Cuando tienes una hija, una violación probablemente es tu peor pesadilla. Yo no quería hablar de eso tan pronto; quería ahorrarles el dolor.
Aunque todavía no hablamos de eso, me han ayudado mucho en un sentido práctico, me llevaron con un psicólogo, por ejemplo. Pero en definitiva, me gustaría poder hablar con ellos una noche con una botella de vino. Estamos muy unidos y nos vemos mucho. Por eso a veces me pregunto por qué nunca lo hemos hablado. Creo que es demasiado doloroso para ellos.
Aún así me alegro de haber hablado con alguien. Una violación es como una mochila que llevas y que pesa demasiado como para llevarla tú sola. Me cambió. Lo veo en la manera en que entiendo las cosas ahora, o la forma en la que veo a los hombres. No confío en ellos tan fácilmente como antes. Ahora, es parte de lo que soy y no puedo quedarme callada.
*El nombre fue cambiado para preservar la identidad
Romee Boots https://ift.tt/eA8V8J
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