Artículo publicado por VICE Colombia.
Si algo me ha enseñado el feminismo en la vida es a replantear.
A replantear mis concepciones del mundo, a replantear mi visión sobre la vida, a replantear la moral, la ética, el amor, la política, hasta la forma en la que concibo mi cuerpo; me ha ayudado a replantearme también el sexo, el placer, el deseo y por ahí derecho a replantear a las otras y los otros: ¿cómo debo amarles, cómo quisiera que me amaran a mí, cuáles amistades debo replantear, cuáles amistades debo dejar atrás como manifestación coherente con esta lucha? El feminismo puesto en práctica empieza por ahí: replantearse el mundo, los cuerpos que lo habitan, las personas que lo gobiernan y la gente que conocemos, para poder, juntas, combatir este sistema y cambiarlo.
La mayor enseñanza que he tenido de mi experiencia feminista es esa, la de replantearme. Deconstruirse, si le quieren llamar. Uno de los procesos más bonitos y más complicados y más eternos que he experimentado en la vida, sobre todo porque sé que nunca voy a terminar: este es un proceso de cada día, para toda la vida.
El feminismo propio me lo he replanteado una y otra vez, como sé que lo han hecho tantas de ustedes, y como deberíamos hacerlo constantemente en esta pedagogía constante. Me gusta creer que acá no hay verdades absolutas, y que hay muchas maneras de hacer parte de esta lucha. No quisiera sentir, como lo dije en un momento, que el feminismo es un dogma con doctrinas inamovibles y discursos que no se pueden cuestionar.
Dije esto después de muchas críticas que recibí después de mi columna De la denuncia en redes a la amenaza de muerte: feminismo sí, pero no así, que publiqué el pasado 27 de diciembre, un día después de que Santiago Melo, un joven de 21 años que tomó la decisión propia de suicidarse luego de que una mujer que fue su exnovia decidiera denunciarlo por redes sociales y de que muchas personas respondieran a la denuncia amenazándolo por estos mismos canales. Muchas mujeres no estuvieron de acuerdo en ese momento con mi columna, sobre todo porque acuñé un término polémico, el de ‘feminismo paramilitar’. Algunas solo se quedaron con la ofensa en mi contra, puteándome por ese muladar de ira en el que a veces se convierten las redes sociales. Otras, a quienes agradezco, se acercaron a mí para hablarme, para ayudarme a replantear.
Por eso quise responder una columna que Sharon Barón publicó esta semana en la revista Hekatombe, sobre si existía o no un feminismo paramilitar, un término que ahora concibo lejano a mí, absurdo. Me encanta responder a este tipo de críticas, a todas las que vengan. Así es como concibo el feminismo, cuestionándonos unas a otras con el ánimo de construir, problematizando cada vez más lo que sale de nuestras bocas y nuestros dedos, debatiendo, criticando, regañando a veces, todo con el ánimo de encontrar el tipo exacto de feminista que queremos ser.
Yo, como Sharon, también denuncié el caso en mis propias redes un día antes, incluso con hashtags como #MuerteAlMacho (ojo, refiriéndome al machito interno que todos y todas tenemos y que debemos eliminar de nuestras vidas) y demás comentarios, que se quedaron en eso, publicaciones de denuncia. Nunca intenté algo más. Creo firmemente, como Sharon, que uno de nuestros deberes como mujeres feministas es amplificar las voces de mujeres que quieren ser escuchadas y no las escuchan, ya sea la Fiscalía, su propia familia, el Estado o sus círculos sociales. Respetando, eso sí, a las mujeres que no quieren serlo. Permanecer en silencio, resistir sin mencionar una palabra, también es una elección que debemos respetar.
Vi, al igual que ella, cómo las denuncias en contra de Santiago aumentaban con el paso de las horas. Mujeres y hombres que relataban por sus propias redes su experiencia violenta con este joven. Yo, paralelo a eso, me enteré de otros elementos sobre la vida personal de este presunto agresor, que pudieron o no tener juego en la situación, pero que definitivamente no justificaban la agresión que su expareja denunciaba. Santiago no era una persona estable mentalmente, pero esto no justifica ni por un instante el daño que le pudo haber causado a esta mujer en su momento. Sin embargo, considero necesario mencionar esto. Soy periodista, y siempre me siento en la constante obligación de dotar de contexto a quien me lee. Santiago seguía siendo una persona que debía ser denunciada.
No queremos igualarnos al orden patriarcal, que permite que nos maten para matar de vuelta, ni queremos poder violar a los hombres como ellos nos violan a nosotras. De eso no se trata el feminismo.
También, por ser periodista, me veo en la obligación de usar la presunción de inocencia de la persona denunciada, algo que me critica Sharon en su columna. Es una regla básica del periodismo hablar de ‘presunto’ y ‘presunta’ hasta que la Fiscalía o el ente de la justicia competente compruebe y dictamine que la persona denunciada, en efecto, es culpable. No hacerlo, es decir, denunciar de primerazo a la persona, puede generarle incluso problemas legales al medio en el que publico. Esta es una de las primeras cosas que se aprende en el oficio. De ahí que, por más que pueda creer que Santiago era un agresor, me veo obligada por mi quehacer periodístico a seguir usando el presunto, pues su muerte, infortunadamente, eliminó las posibilidades de esclarecer una culpabilidad.
La denuncia de ese momento tuvo éxito, porque tuvo visibilización. Siempre he apoyado y seguiré apoyando la difusión de estas denuncias, así como Sharon lo hace saber en su columna, para que la justicia se vea obligada a investigar estos casos de violencia de género y también para evitar futuras víctimas. Sin embargo, yo no creo que la denuncia social genere mucho impacto sobre muchos hombres machistas violentos, ni que incida en su comportamiento. Soy una mujer feminista que cree en que la resocialización del macho es posible, pero también creo que, así como hay tantos amigos que lograron cuestionarse su forma de actuar y sus privilegios, hay hombres, como el Gonotaser (cuyo proceso legal empezó ayer) y probablemente como Santiago (en vista de la cantidad de denuncias), que de verdad representan y van a seguir representado un altísimo riesgo para nosotras las mujeres. Hombres violentos con tendencias feminicidas, que tienen el sistema patriarcal inserto en la médula, y que ni siquiera están interesados en desmontarlo.
Tenemos que aceptarlo, hay hombres machistas y agresores que nunca van a cambiar, y en cambio siempre van a reincidir. Es ahí cuando la justicia tiene que estar de nuestro lado, algo que hasta ahora no ha pasado. Yo creo que Sharon puede estar de acuerdo conmigo en esto. Por eso la virtualidad se ha convertido en una herramienta tan útil y necesaria para nosotras.
En un momento de su columna, Sharon se pregunta, “¿Por qué habríamos de sentirnos culpables por la decisión que tomó Santiago?". No sé si se lo pregunta a ella misma o me pregunta a mí como si lo hubiera afirmado en alguna parte de mi texto anterior. Nunca lo hice. Ni su ex pareja, ni ninguna de las que denunció, ni ninguna de las que lo amenazó, debemos sentirnos culpables de la decisión que tomó Santiago. Nuestro deber, como dice Sharon, era seguir denunciando, mucho más después de ver que más personas señalaron al presunto agresor.
Y luego Sharon menciona un tema en el que yo no me atreví a ahondar en mi anterior columna, y es el de la culpa. Esta, estoy de acuerdo con Sharon, es una de las armas que los hombres machistas disparan contra nosotras. En la columna anterior no quise ahondar en esto porque había pasado muy poco tiempo después de lo sucedido, pero el caso del suicidio de Santiago no es algo nuevo en una relación que parecía abusiva. Muchas hombres ejercen este tipo de abuso emocional contra sus parejas mujeres, mucho más si se mezclan otros elementos a la ecuación: trastornos de personalidad, enfermedades mentales, abuso de sustancias controladas, entre otros.
Amenazar con el suicidio se vuelve, entonces, uno de los últimos recursos que utilizan los hombres para manipular y neutralizar a sus parejas, porque es la mayor culpa que les podrían hacer llegar a sentir. Conozco hombres agresores que se han pegado y cortado a sí mismos mientras les pegan a sus parejas para culparlas después porque “mira lo que me hiciste hacer”, o incluso están los descarados que muestran esas huellas de maltrato propio en la Fiscalía, haciéndolo pasar como maltrato de su pareja. ¿Cómo combatir una dinámica de mierda tan enferma?
El suicidio, por esa línea, es el agresor diciendo “me voy a suicidar para manipularte y si no cedes lo voy a hacer en serio para que cargues con esa culpa toda la vida”. Sin embargo ni yo, ni nadie, podríamos saber si este caso específico es un ejemplo de lo que acabo de mencionar.
Sharon también menciona en su columna que las amenazas de muerte y de violación fueron, en su mayoría, hechas por hombres machistas y que no hay manera de saber si hubo mujeres feministas involucradas en estas amenazas. Yo le digo a Sharon que sí las hubo, que las conozco, que las vi en Twitter, que algunas incluso me escribieron contrariadas luego de que nos enteramos de lo sucedido, porque el impacto inicial es normal. Mujeres que, en nombre del feminismo, amenazaron de muerte al presunto agresor y posteriormente se alegraron (algunas) con su muerte porque en el mundo había un agresor menos. Algunas me lo dijeron en persona. Y ellas están en todo su derecho de creer eso, pues no mataron a Santiago.
Pero acá es donde empiezo a discrepar con Sharon, y propongo replantear. Porque si bien pienso que estamos en todo nuestro derecho de ser violentas en legítima defensa, no siento que alegrarse del suicidio de esta persona nos haga mejores, o haya acabado al enemigo contra el cual luchamos de alguna manera. Al amenazar de muerte a Santiago, al celebrar su muerte, siento que estamos haciendo apología de ese dispositivo a través del cual el patriarcado nos ha oprimido todas nuestras vidas: la violencia. Sin embargo, hacer apología no es lo mismo que hacer uso explícito de ella, o al menos no de la misma forma en que la usan este tipo de agresores.
Muchas entendimos hace rato que el feminismo no se trata de obtener los mismos derechos, sino que este es un movimiento que busca nuestra liberación. No queremos igualarnos al orden patriarcal, que permite que nos maten para matar de vuelta, ni queremos poder violar a los hombres como ellos nos violan a nosotras. De eso no se trata el feminismo.
Por eso creo, y acá va mi replanteamiento principal, que fui muy lejos, y estuve muy equivocada al acuñar el término de feminismo paramilitar. Las mujeres que se acercaron me hicieron caer en cuenta (amiga: ¡date cuenta!) de que la violencia de algunas feministas, como lo dije arriba, es en legítima defensa. El paramilitarismo es todo lo contrario: es todo sobre ataque, todo sobre ser reaccionario, sobre violar y mancillar derechos. La violencia feminista, sea virtual, verbal o física, cuando se ejerce, dista mucho de la violencia paramilitar. Y comparar ambas fue un gran error de mi parte.
Acá replanteo. Rectifico. No existe, que yo sepa, el feminismo paramilitar. Y comparar ambos términos, unirlos, fue un gran error de mi parte. Agradezco infinitamente a las mujeres que, en vez de ofenderme, en vez de putearme, se acercaron a mí y me ayudaron a replantearme. Gracias también a ti, Sharon, por darme la oportunidad de replantearme en esta otra columna.
Nathalia Guerrero Duque https://ift.tt/eA8V8J
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