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lunes, 25 de marzo de 2019

Fue secuestrado por la dictadura, sobrevivió y pasó a ser un ídolo de la lucha libre

Artículo publicado por VICE Argentina

Si creciste en Argentina durante los años 80 lo más probable es que sonrías cuando te nombren a los Titanes en el Ring, aquellos caricaturescos luchadores basados en personajes históricos que saldaban sus cuentas de las formas más entretenidas posibles. Pero, aunque todos fuesen divertidos y hasta extravagantes, pocos tenían el honor de ser llamados ídolos. Uno de ellos era el imponente Julio César.

Cómo no impresionarse cuando entraba a escena aquel “ropero” vestido con una armadura dorada similar a la que usaban los legionarios romanos. Y como si fuera poco, venía acompañado de la única amante que alguien tan magno como Cayo Julio César podía tener: Cleopatra. Esto ya de por sí le volaba la cabeza a todos los niños que iban eufóricos a alentar a los titanes. Y más eufóricos salían cuando veían que aquel romano de película era también una máquina de crujir huesos dentro del ring.

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Adolfo caracterizado como Julio César, junto a Fantino y otros luchadores.

Sin embargo, la persona que se escondía detrás de ese casco romano es mucho más modesta y tranquila. Su nombre es Adolfo Sánchez, un residente de la localidad de Tigre nacido el 12 de octubre de 1949 que, mucho antes de convertirse en aquel famoso forzudo, dedicó su vida a las luchas gremiales y por eso estuvo a nada de ser asesinado por la dictadura militar argentina en 1976.

Adolfo Sánchez, el sindicalista secuestrado:

Dar con Adolfo no es fácil. No está metido en las redes sociales y ciertamente no le interesa. Lo primero que uno nota cuando habla con él es su muy tranquilo tono de voz, el cual mantiene a medida que cuenta cómo se introdujo en la actividad sindical: “A los 17 años fui subdelegado en una fábrica acá en Tigre, Lombardini Ciasa se llamaba, y ya desde esa edad me gustaba la actividad sindical y defender a muerte los derechos de los trabajadores”, cuenta.

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En las redes no aparece, pero en los diarios sí

De joven había aprendido el oficio de la tornería por lo que siempre tuvo trabajo en fábricas. Luego de haber estado en Lombardini Ciasa por cinco años entró a trabajar en la planta de sub-armado de Ford en 1971, lo cual le convenía porque la sede en General Pacheco que tenía la empresa le quedaba cerca de su casa.


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Ahí rápidamente se ganó el cariño de sus compañeros. La seguridad que su carisma le daba (y un poco la intrepidez típica de los jóvenes) lo llevó a postularse como delegado de la compañía, aunque tuvo un problema: “el gremio me pedía un año de antigüedad como mínimo, pero luego de ciertos arreglos logré postularme y me votó un 85 por ciento de mis compañeros”, cuenta con orgullo. Una vez más, su personalidad hizo que consiguiera el respaldo de la mayoría de los trabajadores.

A partir ahí, Adolfo pasó a formar parte de la comisión interna de Ford, es decir, capitaneaba al equipo de los obreros automotrices e incluso tenía el respeto de los jugadores del patrón. “Siempre nos reuníamos con los gerentes, sabíamos mutuamente quiénes éramos, pero existía un marco de respeto. Nunca hubo una amenaza o algo por el estilo, lo que reclamábamos nos lo daban en el momento, y si no, tomábamos medidas de fuerza”, afirma. Así se desarrolló su vida laboral en Ford durante el lustro que transcurrió desde que fue contratado. Después de eso, su vida dio un desafortunado giro de 180 grados.

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El 24 de marzo de 1976 no fue un día más para los argentinos. Las fuerzas armadas le dieron la estocada final a la casi inexistente estabilidad democrática que Argentina conservaba y realizaron un golpe de estado. Uno de sus principales cometidos fue desaparecer a todo aquel que estuviese en contra de sus intereses (el de los militares, políticos conservadores y grandes empresarios) y los sindicalistas eran uno de sus objetivos predilectos.

“El día 28 de marzo paran dos autos en la puerta de mi casa, yo estaba jugando con mis hijos en la cama y abrí la ventana para ver cómo entran. Mi suegro estaba en la puerta y pasan porque tenían una cédula azul, que era una credencial de Ford, le pegaron un culatazo y lo tiraron al piso. A mí me dieron unos golpes y me arrastraron en calzoncillos hasta uno de los autos, donde me ataron y me encapucharon”, narra luego de una larga pausa.


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Tan presente está ese recuerdo que directamente decidió omitir el calvario que padeció mientras estuvo secuestrado en Escobar y La Plata. Pasó casi un año en el encierro, borrado de la faz de la tierra, sin que sus familiares tuvieran noticias de su paradero, hasta que fue liberado en febrero de 1977. La vida le tenía grandes planes. Que por algún motivo Alfredo no haya compartido la funesta suerte de los otros 30.000 desaparecidos era la prueba inequívoca de ello.

Julio César, construyendo al Titán

“Cuando quedé libre no pude conseguir laburo, estuve dos años con mi suegro, que era albañil, trabajando como peón y luego tuve la posibilidad de estar en otra empresa como tornero”, cuenta Adolfo.

Cuando no trabajaba en la obra o en la fábrica el ahora exsindicalista entrenaba en el gimnasio. Dio la casualidad que en 1980 coincidió un día con Miguel Ángel Pedernera, quien había personificado al famosísimo Caballero Rojo en Titanes en el Ring. Pedernera quedó sorprendido con el aspecto físico de Adolfo y decidió ofrecerle trabajo como luchador. “Entré a trabajar en el Canal 2 de La Plata con los Auténticos Titanes (un grupo de luchadores exiliados de Titanes en el Ring) y mi personaje era ‘el Sansón Argentino’”, cuenta.

Allí, Adolfo se abrió camino crujiendo los huesos de sus rivales y encarnizó batallas muy físicas, donde los puñetazos se repartían a troche y moche. Dentro del circuito luchístico de La Plata se había ganado la reputación de forzudo, y eso llegó a oídos de Martín Karadagián, el dueño de Titanes en el Ring. Como al empresario le gustaban los personajes históricos decidió que Adolfo, por su físico y temple a la hora de combatir, encarnase a Julio César.

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Julio César en una de sus tantas luchas en Titanes en el Ring.

“Estuve en Titanes en el Ring hasta 1991, cuando Martín (Karadagián) falleció por diabetes. Yo continué luchando hasta 2005 y de ahí en adelante me dediqué a vender espectáculos de Titanes hasta 2010”, dice Adolfo.

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Julio César cruje a sus rivales.

Durante su etapa como promotor, Adolfo le abrió las puertas a varios luchadores jóvenes que lo tenían como ídolo y forjó una buena relación con ellos. Pero a comienzos del 2010 decidió darle una vuelta de tuerca a su rutina y entró a trabajar con Peter Capusotto y Fabio Alberti en la obra de teatro “Qué Noche Bariloche”, ¿su papel? Personificar a un romano en varios de los sketches que tenían los comediantes.

La justicia llega 40 años después

El espectáculo había formado parte de la vida de Adolfo más tiempo de lo que lo hizo el sindicalismo. Pero, aun así, la leyenda de la lucha libre argentina siente que todo eso no fue más que una cortina que ocultaba el calvario que padeció. “Mientras me dediqué a la actividad artística me olvidé de todos estos momentos tan malos que he pasado”, se lamenta.


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Sin embargo, el martes 11 de diciembre de 2018, 42 años después de su secuestro y tras un lento proceso judicial, los exdirectivos de Ford, Pedro Muller y Hector Sibilia, fueron condenados a 10 y 12 años de cárcel respectivamente por su complicidad con la dictadura militar. Adolfo habla al respecto con un tono melancólico. Sabe que ellos tienen parte de la responsabilidad por su sufrimiento, pero él prefiere decir que se siente aliviado: “Después de 42 años se hizo justicia. Esto fue un alivio en mi cuerpo no sólo para mí, sino para mi familia, que lo sufrió más que yo. Nosotros la verdad que la pasamos muy mal en ese momento”, dice, no sin antes haberse tomado otra prolongada pausa.

Ayer, como cada 24 de marzo, se conmemoró el Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, donde miles de argentinos coparon la Capital Federal para pedir justicia por lo que sufrió Adolfo, sus compañeros, y los 30.000 desaparecidos que siguen presentes, ahora y siempre.

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