Artículo publicado por VICE Argentina
Todos lo soñamos alguna vez pero nadie lo había llevado verdaderamente hasta las últimas consecuencias. Tomar una cerveza fría con un masaje en los pies a las 10:30 am mientras suena una música mántrica y tripera puede convertirse en uno de los placeres más alucinantes de todos. Durante una hora y media, la cotización del dólar, los problemas con el trabajo, la suba del transporte público y todos los sacudones que tenemos a diario pasan —por ese rato— a un plano secundario. ¿Quién pudiera, no? El placer hedonista enfunda los cuerpos que se estiran, beben y relajan: llegó a la Argentina el primer spa de cerveza del país.
Barrio de Recoleta, Capital Federal. Un portón negro con un dibujo blanco confunde. ¿Será acá? La cita pautada es las 10:30 am. Unos minutos antes, cinco o tal vez diez, nadie responde a la llamada del timbre. ¿No estará mal escrita la dirección? Un cartel entre seco y cordial avisa: “Toque una vez el timbre y espere paciente”. Bueno, debe ser acá. Se toman literal el tema de la puntualidad. Está bien, está bien. Son las 10:30 clavadas y, ahora sí, una joven descalza abre la puerta y saluda con un beso en el cachete. “Hola”. Invita a pasar y desaparece. Como uno no sabe bien realmente qué fue a buscar, solo queda ponerse cómodo y dejar que el gran pez sorprenda saliendo desde sus profundidades.
De pronto, el ulular del silencio es tapado por una música que es entre andina y electrónica y que se parece a Chancha Vía Circuito. Hay unas velas, luz tenue y un olor: ¿es a velas o a cerveza? Un vinilo de Lando Fiorini reposa manso al lado de un largo banquito de madera. Ella, la joven descalza de nombre Lucía, vuelve y da la bienvenida oficial. El lugar parece vacío. Son varias las habitaciones y la música va engordando su presencia. “Ahora sí, bienvenido, estamos solo nosotros, tomá este vaso de hidromiel”, comparte Lucía, la anfitriona de Tédelúpulo.
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El hidromiel es un fermentado de miel y agua que tiene un 10 por ciento de graduación alcohólica. El detalle no es menor: se supone que el hidromiel es la primera bebida alcohólica de la historia. Da igual, acá estamos. Y lo que propone este spa de cerveza es transitar una historia donde uno, cualquiera que sea uno, pueda relajarse, beber, participar y prestarse a jugar al misterio. Es apenas un besito al copetín pero el mood ya se va colando en el cuerpo: es dulce, relaja, abre el apetito y otras cosas más. Deben ser las 10:40 am y, tras el último sorbo, sobrevuela un pensamiento: “Por algo siempre dicen que hay que desayunar fuerte”.
La tradición de los spa proviene de la Antigua Roma, que a su vez la toma de Grecia. Allí existían una suerte de piletones donde la gente se sumergía y bañaba. El ocio contemplado como un valor y un placer sin culpas. No obstante, el de Tédelúpulo es un spa que propone un relajado presente, un relajado activo. De movida, este no es un spa tradicional: “Tenés que estar permeable a estar estimulado, dando y recibiendo”, avisa Lucía.
Spa significa en latín “salus per aquam”. Es decir, “salud a través del agua”. Pero acá, en lugar de agua, hay cerveza. De una forma o de otra: cerveza. “Incorporamos la cerveza como un medio para compartir”, explica Lucía. Ya está clarísimo: la cerveza conecta. Sobre la mesa en la que Lucía convida el vasito de hidromiel, algunos jabones de lúpulo y malta. El viaje que propone Tédelúpulo va por fuera y por dentro: relax y cervecita.
La cabeza se va. ¿Alguna vez alguien se habrá puesto en pedo en este spa? ¿No estaría bueno curtir este flash recontra fumado? ¿Se podrá tomar ilimitadamente? ¿Qué pasaría si alguien decidiese no seguir las sugerencias de la guía y optara por gastar su tiempo en uno solo de los pasos ofrecidos? ¿Los empleados del lugar aprovecharán los tiempos muertos entre turno y turno para escabiarse en silencio y con carpa?
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De fondo, la musicalidad andina sigue marcando el tono de la experiencia. “Tu viaje va a durar una hora y media”, aclara Lucía. Tienen —según duración y cantidad de participantes— distintas alternativas y varios precios (amigables y de los otros). Hay opciones individuales, para parejas y, también, para despedidas de solteras. “Alguna vez en una despedida de solteras una de las chicas tomó de más pero nosotros proponemos otra cosa”, diluye rápidamente la anfitriona.
Tras moler algo de malta, los olores empiezan a expandirse. Los 80 grados del sauna seco se toleran con el olor a eucalipto. Los poros se abren. Tras un baño, la malta molida se transforma en una infusión deliciosa. Se prepara el hidromasaje y la experiencia vuelve a tomar interactividad: “¿Preferís malta con olor a café o más acaramelada?”, pregunta Lucía. Tras la selección, un paquete de malta se vuelca sobre el hidro y, al llenarse, la sensación de estar en una gran olla de cerveza se vuelve fascinante. Parece exfoliar e hidratar pero más dan ganas de tomar. Sin más, Lucía ofrece una cerveza Cusqueña. Rubia o roja, da igual: las dos son sabrosas.
La experiencia del spa va apagándose con un masaje en los pies a ciegas, degustando un queso —¿es dulce o salado?— y tomando otra cervecita más. Lucía se destapa como una magistral reflexóloga. “Tenés muy relajados los pies”, apura. A esta altura, casi las 12 del mediodía, ya son varias las birras encima y el queso termina por amortiguar un poco el alcohol en sangre. Menos mal, porque el antojadizo piso ya se estaba poniendo blandito. Pero, a la sazón, la sensación de estar en cualquier lado, en un no lugar, dan ganas de permanecer allí, de estirarla todo lo que se pueda lejos de la cotización del dólar, de los problemas con el trabajo, de la suba del transporte público y de todos los sacudones que tenemos a diario.
Al salir de los vestidores, Pablo (psicólogo) y Javier (emprendedor), la dupla creadora de Tédelúpulo espera paciente —en medias y sentados en el piso— ya sin cerveza para ofrecer: el intercambio será con un mate en mano. Tédelúpulo es oficialmente el primer spa de cervezas de Argentina y uno de los pocos que hay en el mundo, detrás de proyectos de República Checa, Hungría, Alemania, Islandia, Estados Unidos, Colombia y España.
VICE: ¿Cuál es el público que concurre a un spa de cerveza? ¿Los borrachos? ¿Los cerveceros? ¿Las parejas con ganas de tomar?
Javier: No sabemos todavía pero creemos que puede ir variando. Mucho de nuestro público son parejas que llegan empujadas por las chicas. De hecho, el 80 por ciento son parejas. Tiene algo de aventurero. Las personas vienen buscando cosas registrables. Este es un punto medio: ni descontrolado ni un embole. No hay cerveza libre, por ejemplo. Nosotros vamos suministrando como una función didáctica y pedagógica.
Pablo: El desafío está entre la información y la experiencia. Nos interesa que la propuesta sea muy sensorial. Y la cerveza entra en esa historia.
Alguna vez, ¿alguien se les emborrachó?
Javier: El lugar impone una presencia en la que eso no va.
Pablo: Una vez nos pasó con un grupo grande de varones. Por eso, en general, apuntamos a grupos de mujeres. Nos interesa que la gente entre en una temporalidad, que pueda estar acá pero también en otro mundo.
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La posta, ¿por qué hicieron un spa de cervezas?
Javier: ¿Por qué no? Nosotros también nos lo preguntamos, eh. Además, ¿por qué un spa tiene que ser una experiencia aburrida en la que se escucha música hindú? Acá no proponemos nada: lo que venga es novedoso. Y jugamos a algo misterioso. La gente va al spa porque no se puede ir de viaje.
Pablo: En los spa no funciona la relajación como fin directo. ¿Qué es eso de ir a relajarse? Hay algo que no sucede. El spa se volvió algo individual, que termina ligado a un concepto estético que no nos gusta. La cerveza nos permite crear. No sé si sería tan fácil si no fuéramos un spa de birra. Este es un terreno desierto y lo podemos llevar para donde pinte. ¿Quién nos va a decir qué es y qué no es un spa de cerveza?
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