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martes, 31 de marzo de 2020

Dos tipos de compras de pánico en cuarentena: papel higiénico y drogas

“Sí, claro. Se ha vendido más weed. Hace una semana la gente empezó a abastecerse. La gente que compraba una onza ahora compra una onza y media o dos. Normalmente, cuando la gente está en casa quiere fumar un porro y ver TV. De pronto los que se aburren en home office también quieren fumar”. Ese es el panorama que plantea un dealer de Ciudad de México sobre cómo ha cambiado su negocio en tiempos del coronavirus. Pueden decir lo que sea de los marihuaneros, pero sí son precavidos. Si hubo gente que acaparó papel higiénico y más productos que consideraron salvavidas en los supermercados, también los responsables consumidores y fumadores se adelantaron a la posible escasez: eso se llama anticipación y visión de futuro.

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La búlgara Kristalina Gueorguieva, directora general del Fondo Monetario Internacional (FMI), anunció un día a finales de marzo lo que ya se intuía: la economía global estaba en recesión. El culpable era el coronavirus, si es que se puede culpar de algo a un virus sin intencionalidad ni agencia. Los cierres de fronteras, parones comerciales y cuarentenas que se han establecido para intentar luchar contra la propagación de la pandemia han llevado a la economía mundial a un punto incluso peor que el de la crisis financiera de 2008. Aunque Gueorguieva también planteó que la recuperación en 2021 era posible si todo salía bien, todavía falta mucho para el otro año. Mientras tanto, todos los sectores de la economía se han visto afectados y luchan por nadar hasta la orilla luego de este naufragio súbito y adaptarse a la crisis para no morir ahogados.

Seguro Gueorguieva no pensó en la distribución y consumo de drogas cuando anunció la recesión global, pero los dealers, camellos, jíbaros o transas también han sentido el impacto del coronavirus, uno que solo está empezando. Y si el FMI no pensó en ellos, en VICE sí quisimos saber cómo había cambiado el negocio en estas primeras semanas de cuarentena y pandemia en México, Colombia y Argentina. ¿Qué se compra más y qué menos? ¿Cómo van los precios y los insumos? ¿Ha cambiado la forma de entrega? Les tenemos las respuestas.

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Si pensaron que ante la perspectiva de encerrarse en casa por semanas (o meses) la gente iba a comprar harta marihuana para abastecerse y quizás luchar contra la ansiedad, estaban en lo correcto. Lo confirma un dealer de Ciudad de México y lo corrobora otro dealer de la misma ciudad, que aclara que no es un distribuidor de gran escala. Cuenta que, aunque hubo clientes que no lo llamaron, como asumiendo que ya no se podía salir, “algunos clientes hicieron compras de pánico. Unos compraron el doble de lo de siempre por si llegaba a escasear. Un comprador que compraba siempre una onza, pues compró dos. Uno que compraba dos, entonces me compró cuatro. Por si acaso, por si luego no podían salir”.

El miedo no necesariamente es infundado, y así lo prueba el caso de Argentina. Antes de entrar en la situación actual es necesario un poco de contexto, provisto por alguien que solía vender marihuana allá hace unos años. “Argentina funciona por épocas. Ahora están en sequía hasta abril o mayo. Por esta época es muy jodido conseguir, y si consigues te revientan con el precio. En esta época de verano, todos los dealers se van a la costa a vender porque la gente se va para allá de joda, entonces las ciudades como Buenos Aires quedan desabastecidas. Los que no plantan a gran escala todavía no cosechan, entonces también quedan desabastecidos”, explica. Añade que pueda que suba el precio de nuevo en estos meses y quede ahí, que se ajuste a la devaluación del peso. Cuenta que en 2015 vendía el gramo de marihuana entre 100 y 150 pesos (entre uno y dos dólares) y ya está entre 800 y 900 pesos (entre doce y catorce dólares).

Así las cosas, Argentina ya presenta una situación particular, y obviamente la pandemia del coronavirus solo ha añadido dificultades. Un dealer que trabaja en Buenos Aires explica que, hasta entonces, había estado trabajando con lo que cosechaba y con un cargamento que tenía, pero que se acabó en estos días. “Justamente había una felicidad (un cargamento) que estaba viniendo de Colombia, y se quedó varada a la mitad. Hay que esperar a que pase esto para que pueda llegar”, dice. En conclusión, él todavía tiene y sus clientes le pueden comprar sin problemas, pero admite que si cuando se le acabe lo que tiene plantado siguen la cuarentena y la crisis de la pandemia, ahí sí se va a joder.

Aunque este testimonio indicaría que por ahora no hay problemas en Buenos Aires, testimonios de consumidores dictan una realidad distinta. “La yerba está muy cara, subió casi el 50%. La mayoría de gente acusa no tener, y claramente muy pocos la entregan a domicilio”, señala sobre el problema de precios, disponibilidad y entrega. Más pesimista que la voz anterior, esto indicaría que ya hay una crisis para los consumidores de marihuana en Argentina, crisis que podría empeorar si la cuarentena y las medidas frente al coronavirus se extienden a lo largo de meses.

En Colombia, consumidores de Bogotá cuentan una situación no tan distinta a la de Buenos Aires. “El man que nos vende ya nos dijo que paila (que no hay) hasta post cuarentena, porque él dice que ni se quiere contagiar ni quiere contagiar a la gente. Se decidió por el encierro”, comparte un fumador asiduo de marihuana. Otro gran fumador comparte que logró aprovisionarse comprando una libra de marihuana con un amigo, pero sí resalta que el acceso está muy difícil. Primero les preguntó a cuatro amigos que venden y ninguno tenía, hasta que al fin encontró a alguien que sí vendía en el barrio Chapinero, pero a 260.000 pesos la libra (alrededor de 65 dólares), mientras que normalmente cuesta 220.000 pesos (alrededor de 55 dólares). Además, cuenta, él vendedor se demoró mucho. “Se escaseó, nadie sabe qué está pasando. La gente está saliendo a aprovisionarse, pero está cara y difícil de conseguir”, dice, y añade que con la cuarentena está fumando el doble de lo normal.

Un vendedor en Bogotá que dice que tiene la mejor weed de Colombia afirma que ha aumentado la venta de marihuana porque es una droga de uso permanente. “La gente se está aprovisionando fuerte de weed, porque no se sabe qué va a pasar. Y pues la gente necesita weed”. En Medellín el panorama para los fumadores y consumidores parece ser más positivo, luego de un susto inicial por el panorama global. Así lo cuenta un distribuidor de marihuana: “Al principio estábamos como asustados, había cierto pánico. Hace una semana compramos en cantidad más grande para que saliera más barato. Con la primera alerta hubo más pedidos de más gente, más cantidad, entonces hace cuatro días tuvimos que volver a comprar. Esta semana se ha estabilizado. Sí subió un poco de precio, pero la marihuana de buena calidad sigue costando entre 8.000 y 10.000 pesos el gramo (alrededor de dos y 2.50 dólares)”, explica.

Para este hombre de Medellín, al comprar drogas no hay que acaparar. “Es como comprar en el mercado, la gente tiene su inventario guardado y en unos días vuelve. Acá en Medellín no se va a acabar, pero puede haber lapsos. Igual algunos sembramos y tenemos reservas por ahí. Conocemos ciertos datos, todo ha sido fácil. Hasta esta semana todo estaba normal en el Barrio Antioquia (conocido por ser un lugar donde se pueden comprar todo tipo de drogas), las plazas todavía están trabajando”, explica, un mensaje tranquilizador para los que compraron más de la cuenta. En todo caso, plantea, esta situación muestra la estrecha relación que muchos consumidores tienen con la marihuana: “La bareta debería estar incluida en la canasta familiar y en el Índice de Precios al Consumidor. El sueño es que Colombia dependa de eso”.

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Está más clara, entonces, la situación de la compra y venta de marihuana. ¿Qué pasa con otras sustancias? El que vende en Argentina dice que sus ventas de MDMA están caídas, y presume que será así hasta que las discotecas vuelvan a abrir. En general, dice el distribuidor de Medellín, ha bajado el consumo de drogas de fiesta, drogas que suelen consumirse en aglomeraciones, como MDMA/éxtasis. “Uno no se va a tragar un boleo de MD para parcharse con los papás, mientras que sí se puede fumar un bareto y luego ir a donde el papá”, diagnostica. En México, reporta el dealer # 1 de Ciudad de México, se está vendiendo el 20% de MDMA y LSD que se vende normalmente, aunque hay gente que sigue consumiendo en las fiestas en casas que aún se realizan en la ciudad.

Lo confirman también los consumidores. Un hombre de Bogotá explica que, aunque todavía hay acceso a drogas como MDMA y ácidos (LSD), también subieron de precio y no es tan buena idea para estar encerrado consumirlas, aun si “no falta el loco que quiera estar todo MD en la casa”. Él lo que necesita, explica, es lo que genera el síndrome de abstinencia: marihuana y cocaína. Aunque pudo aprovisionarse de marihuana luego de varios intentos, con la cocaína ha sido más difícil: “Tengo muchas ganas de oler perico, pero no he conseguido. Todo está re caro y escaso, muy jodido de encontrar”.

El dealer de Bogotá, al respecto, comenta que tiene el mejor fua (cocaína) de Colombia y que su consumo ha aumentado, por ser una droga de uso permanente. “El fua, eso sí que se usa. La verdad mis ventas no han bajado, yo tengo una clientela fija y fuerte. El tema ahí es cómo hacerla llegar, pero eso sí no lo cuento”, explica, y añade que también sigue vendiendo éxtasis y color (2CB), pero en menor cantidad. En Medellín, un productor y vendedor de 2CB comparte que, hasta el momento, las dinámicas de su negocio no han cambiado, pues lo que necesitaba para cocinar lo había obtenido con anterioridad. Eso sí, ha empezado a vender mayores cantidades y con más frecuencia, pues varios de sus clientes han querido aprovisionarse de 2CB para afrontar la cuarentena. Así pues, con abastecimiento normal y un buen flujo de clientes, los precios no se han visto alterados: la tienda sigue como de costumbre.

En Medellín, en general, no parece haber habido problemas de abastecimiento ni distribución. Según la fuente que distribuye allá, la clave es tener en la ciudad un lugar como el Barrio Antioquia. “El Barrio es como el Éxito (un supermercado colombiano). Hay que saber buscar y preguntar, pero acá en la ciudad hay de todo. Los precios sí están un poquito más altos. Si antes el gramo de MDMA estaba a 60.000 pesos (15 dólares) ahora está a 80.000 (20 dólares), pero hay. El que busca, consigue, y acá en Medellín usted encuentra, perro”.

Sin embargo, el dealer #1 de México afirma que sí ha bajado su venta de cocaína, que también parece haberse limitado al consumo en fiestas en casa. Calcula que, así como con el MDMA, puede estar vendiendo el 20% de cocaína de la que vende normalmente. Aclara que la cocaína ha subido un 10% de precio desde que empezó la crisis del coronavirus, que en México empezó a sentirse, dice, hacia el sábado 21 de marzo. Aparte de las fiestas en casa, dice, los que son más dependientes de esta sustancia para trabajar o simplemente para existir sí siguen comprando. Eso sí, no ha tenido ningún problema para abastecerse: “He escuchado que está escasa, pero yo estoy bien”.

El dealer #2 de México confirma lo que plantea su compatriota: “Ha bajado bastante la demanda de cocaína, ya no hay mucha demanda”, afirma. Lo que sí se ha mantenido estable ha sido el consumo y la venta de metanfetamina, una sustancia que la gente no ha dejado de consumir. La muestra es muy pequeña para sacar conclusiones, pero parecería que en Colombia el consumo de cocaína puede ser más individual, mientras que en México sigue siendo más grupal o social, por lo que disminuye en esta época de distanciamiento social.

Este mexicano prevé que los precios aumentarán en los próximos días, y esto se puede ligar directamente a los carteles. “Los carteles están teniendo problemas para surtirse de material. Esto es por la crisis en China por el coronavirus. Los materiales para hacer metanfetamina los traen de China, de ahí traen el fentanilo, y han tenido problemas para surtirse. Si para los carteles es difícil, eso repercute en las calles a los pocos días”, explica. Al continuar sobre los problemas de distribución y acceso, cuenta que habían pedido un paquete de marihuana la semana anterior y, una semana después, no había llegado, rompiendo con los tiempos del proceso normal.

Quizás esta cuarentena sea también una oportunidad para buscar alternativas para darse en la cabeza. Un consumidor en Argentina comparte con extrañeza que, junto con la subida de precios y el desabastecimiento de varias drogas, ha notado un fuerte incremento en la oferta de zetas (hongos), tanto para consumo como para cultivo.

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Aparte de los precios y disponibilidad, la cuarentena afecta una parte principal de este negocio: que los consumidores puedan recibir las drogas que quieren o necesitan. Con la restricción de movimiento que implica la situación actual, los dealers han tomado distintas medidas. El dealer/transa de Argentina explica que todos sus negocios los está haciendo a través de Rappi y Glovo. Además, ya no vende pequeñas cantidades, sino a partir de 10 gramos de marihuana. “Te soy sincero: para mí resulta mejor que una persona compre 10 g o de crippy o 10 g de flores, porque no puedo estar subiendo ni bajando ni nada. Es una sola venta diaria. Si tú tienes dos o tres panas que quieran comprar, yo le mando solo a ese pana y que él se encargue de repartir. Una sola entrada y una sola salida: un solo Glovo viene, me trae el billete, y un solo Glovo se va. No puedo estar subiendo y bajando todo el día porque los vecinos están viendo todo, ni puedo salir a la calle tampoco”, explica.

VICE pudo conocer un caso de un hombre que llegó del norte de Argentina a Buenos Aires y, sin trabajo estable, empezó a trabajar en Rappi justo cuando empezó la crisis por el coronavirus. No le iba mal trabajando cuatro horas al día, pero todo mejoró para él cuando unos amigos lo llamaron para que llevara porros por Buenos Aires: ahora trabaja menos horas al día y gana mucho más dinero. El dealer # 1 de Ciudad de México confirma que todos sus envíos los está haciendo a través de empresas de reparticiones. Bueno, ya venía haciéndolos así desde antes del coronavirus, por lo que la pandemia y la cuarentena no han afectado sus canales de distribución. Estas alternativas se han vuelto una necesidad, porque, como confirma el dealer # 2 de CDMX, la gente no quiere salir en estos días. En todo caso, señala, “por ahora todavía se pueden hacer entregas con normalidad. Eso no ha cambiado. O fijamos puntos medios o lo llevamos a domicilio”.

La subida de precios y, en algunos casos, la dificultad de acceso y disponibilidad también ha abierto espacio para alternativas solidarias, sobre todo en el consumo de marihuana, a pequeña escala: un hoy por ti mañana por mí que ayude a los que se quedaron sin su dosis. “La solución ahí es algún amigo que tenga su plantita y te regale un poco”, dice el hombre que solía vender marihuana en Argentina. Así también lo plantea el hombre mexicano que solía vender, pero que ahora solo compra y les vende a algunos amigos para, al final, fumar gratis. Ante la pandemia, a los amigos que están erizos (sin marihuana) les ha regalado algunos porros. “Es la cultura del fumador. Como en los viejos tiempos, hoy tengo y tú necesitas, quizás mañana tú tengas y yo necesite. Es pura economía solidaria, si un amigo me pide cinco o diez porros para pasar durante la cuarentena, se los doy”. Como en el caso de los que compran juntos y luego reparten, o como o las distintas acciones colectivas, la crisis también ha despertado el compañerismo (aún si es para drogarse, o, más bien, en particular porque es para drogarse) en varias personas.

Para finalizar este reporte, cerremos con un aviso de servicio público del dealer #2 de México: “El coronavirus está afectando toda la economía, y también va a afectar este negocio de dinero fuera del sistema, o ilegal, si lo quieren llamar así. Si la pandemia se extiende más allá de la cuarentena va a haber problemas serios con la distribución. Yo aconsejaría a los consumidores abastecerse”.

Santiago Cembrano https://ift.tt/eA8V8J

El VIH es invisible pero afecta todo mi universo

“Tenemos derecho a gozar, a hacer todo lo que tengamos ganas de hacer en nuestras relaciones sexuales, nuestros cuerpos están libres de culpas y estigmas”, suelo decir con optimismo cada vez que me paro a hablar frente a otras mujeres con VIH. Sin embargo, hay algo en lo más profundo de mi ser, de mis imaginarios, de mis prejuicios, o vaya saber uno dónde, que durante años me ha impedido liberarme por completo y hacer lo que tanto proclamo.

Al principio, cuando recién me diagnosticaron, me negaba a tener sexo con otros por miedo a infectarlos. Luego de un mes de tratamiento los médicos concluyeron que en mi caso la carga viral —es decir, la cantidad de virus en la sangre— era indetectable. Cuando es así, no hay posibilidad de que transmitas el VIH. A pesar de eso, yo no podía tener sexo. No quería.

La sola idea de recibir sexo oral me repugnaba, imaginar mi fluido vaginal en la boca de otro me daba terror. Sabía que la probabilidad de transmitir el virus a través de sexo oral era tan baja que se podía considerar inexiste, sabía que tenía disponible la barrera de látex como método de protección, sabía también que no me habían detectado carga viral, y ni así había forma de que volviera a desearlo.

Mariana Iacono mujer sentada melancolía

Después de mi primera relación sexual, a los dieciséis años, jamás imaginé que me tocaría vivir algo así. Ni fumada me lo hubiera imaginado. Me sentía hermosa, segura, sexi, hasta que a los diecinueve el virus se metió dentro de mi cuerpo y destruyó toda esa seguridad como una bomba nuclear.

Cuando luego del diagnóstico me fijé por primera vez en un chico, él le dijo a una amiga que yo le parecía linda, que lástima que tenía granitos en la cara. Esos granitos eran una reacción a los retrovirales que comenzaba a tomar. Tenía la cara muy irritada. Mi amiga me vino a dar la noticia contenta, pero yo en cambio me fui directo al baño a llorar. Esa fue una de mis primeras derrotas.

La inseguridad atraviesa todos nuestros vínculos sexoafectivos. Sobre todo cuando apenas son una posibilidad. Fíjense en esta diferencia: cuando a alguien que no tiene VIH, o que no sabe que lo tiene, le gusta otro u otra y quiere coger, por lo general si el prospecto está en la misma onda, van y cogen. No ocurre lo mismo cuando tienes VIH. Siempre está ese momento incómodo en el que debes contarle al otro u otra que tienes el virus y esperar a que sea él o ella quien decida.

Te diagnostican con VIH y entras a un espacio desconocido. Desubicada y con todo por explorar, sientes dolores en lo más profundo del cuerpo. Y digo cuerpo pero pienso en algo aún más profundo: el VIH no se ve, no lo veo pero lo siento, afecta todo mi universo.

Desde que está conmigo, el virus está controlado en términos clínicos. En términos sociales, mentales, afectivos, no. Lo de no tener relaciones sexuales me duró un año, nueve meses más permanecí sin recibir sexo oral. Varias veces estuve a punto de llegar al orgasmo hasta que un pensamiento fugaz sobre el virus aparecía en mi cabeza de repente y lo interrumpía todo sin piedad.

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Mariana Iacono retrato torso mujer

Algunas mediaciones para el VIH causan redistribución de las grasas y de la masa muscular en el cuerpo. Como explicó hace unos años en una nota el médico argentino Damián Lavarello, los tratamientos pueden generar lipoatrofia, que es “la desaparición de la grasa en algunas zonas del cuerpo como la cara y los miembros” e hipertrofia, que se refiere a la “acumulación de grasa en abdomen, espalda o pechos”, y que “genera déficits en la calidad de vida de los pacientes”.

Cuando recién comencé el tratamiento temí que me diera hipertrofia, así que me dediqué a hacer ejercicio sin parar. Durante diez años continuos entrené en el gimnasio de tres a cinco horas diarias. Me daba pavor que mi cuerpo cambiara de forma porque sabía que si eso pasaba no iba a querer tomar más la medicación y entonces mi salud iba a decaer. Sentía que estando bien buena en términos machistas hegemónicos quien considerara rechazarme lo iba a pensar dos veces.

Sentía que estando bien buena en términos machistas hegemónicos quien considerara rechazarme lo iba a pensar dos veces.

En 2018, después de quince años de tomar Nevirapina y 3TC Complex, cambié la medicación. Además transité mi primer embarazo a término. Y engordé, pero solo de algunas partes y de una manera muy extraña. Tan extraña, que con frecuencia algunas personas me llaman la atención sobre mis brazos. Yo no les pregunto, pero se creen con el derecho de opinar.

Sé que después de un embarazo es posible quedar con las caderas más anchas, con un poco de panza y uno que otro gordito, pero nunca escuché que alguien quedara con los brazos tres veces más grandes. Luego de darle vueltas al asunto concluí que podía ser la medicación nueva la que estaba causando algunas alteraciones. Por primera vez sentí deseo de cambiar de medicación; eso sí, me daba miedo hacerlo porque cuando tienes VIH cambiar de medicación significa no saber si la siguiente te va a hacer efecto y qué consecuencias secundarias te va a traer.

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Ahora que soy madre, los temores en relación con mi cuerpo han cambiado. Si anteriormente estaban ligados a la sexualidad y al placer, ahora tienen que ver con los efectos secundarios de los medicamentos. Y no tanto con los que tienen que ver con mi apariencia física. La medicación puede causar dolor de cuerpo, dolor en las articulaciones, cansancio extremo. Quizás después de diecisiete años de tomar, algo comience a sentir.

Quienes tenemos VIH no tenemos certeza de qué pasará con nuestros cuerpos y con nuestra salud en el futuro. Claro, de algún modo nadie la tiene, pero nosotras tomamos diariamente una medicación que produce efectos secundarios y que apenas existe hace treinta años. ¿Cómo sabemos qué desgastes nos traerá de sorpresa? ¿Qué posibles efectos a largo plazo no fueron estudiados?

Saber de compañeras que están teniendo problemas de salud luego de veinte, veinticinco o treinta años de tener VIH y tomar la medicación te deja paralizada, con temor a lo que te puede tocar vivir.

Es que, como decía una noticia publicada en 2018 por el instituto de investigación del sida IrsiCaixa, “gracias al éxito de la terapia antirretroviral, la comunidad científica se enfrenta hoy en día a un reto inesperado hace años: el envejecimiento de las personas con VIH. La infección por el virus del VIH causa un envejecimiento prematuro del sistema inmunitario y una inflamación crónica en los pacientes, que se traducen en un aumento de la propensión a patologías renales, osteoporosis, algunos cánceres, deterioro cognitivo y enfermedades cardiovasculares”.

Mi mayor temor hoy es que alguna enfermedad colateral a la toma de la medicación interrumpa la vida tal como la llevo ahora con mi hija y mi pareja. Que con el tiempo mi cuerpo se debilite y se sienta agotado, y debamos alterar nuestras rutinas. Muchas veces tengo la fantasía de tomar unas vacaciones de la medicación, pero me detiene el terror a lo que esto puede causar. Me cuesta hasta poner en palabras todas las sensaciones que me produce pensar en el destino de mi cuerpo medicado; esta es la vez que más cerca he estado de hacerlo.

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Mariana Iacono retrato cara mujer

También desde que soy madre he comenzado a hacerme algunas preguntas. ¿Por qué nunca nadie me dijo alguna vez cuánto iba a doler no poderle dar teta a tu bebé? ¿Cómo puede ser que personas que trabajan hace más de quince y veinte años sobre la agenda de VIH me pregunten si estoy amamantando? ¿Que tantos me recordaran que bajaría más rápido de peso al amamantar? ¡A las mujeres con VIH no nos dejan amamantar! ¿Cómo puede ser que esas mismas personas que conocen la agenda del VIH me pregunten si me hicieron cesárea como única opción? Jamás imaginé que compañeras y compañeros activistas en Derechos Humanos me harían sentir tan mal con sus comentarios.

Quienes tenemos VIH no somos enfermos, pero hoy, después de diecisiete años de tener el virus dentro, pienso que este no solo está en el cuerpo. Insisto: el virus penetra todo nuestro universo. Entonces me pregunto si realmente puedo decir que llevo la vida como cualquiera que no tiene VIH o si el que doy, al igual que otras mujeres activistas con VIH, es solo un mensaje político positivo. ¿Cómo podemos seguir llevando un mensaje así y ser coherentes con él?

Aprendí a vivir con VIH y construí y sigo construyendo el ejercicio de mi sexualidad después del diagnóstico. Ahora, como dijo una compañera en un Simposio Internacional de Sida organizado por la Fundación Huésped hace algunos años, “tendré que aprender a vivir con el cuerpo que las pastillas me van dejando”.

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Puedes leer más textos de la edición Cuerpo: narrativas personales en este link.

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Italia se enfrenta a una crisis para procesar los cuerpos de las víctimas por coronavirus

Artículo publicado originalmente por VICE Italia.

Cuando vi por primera vez los videos virales de los camiones militares recogiendo los ataúdes de las personas fallecidas por coronavirus en Bérgamo, al norte de Italia, admito que pensé que eran falsos. Por desgracia, no lo eran. El 21 de marzo, el ejército italiano fue llamado a transportar unos 60 cadáveres fuera de la ciudad, ya que su crematorio no podía procesar más de 25 cuerpos por día, a pesar de trabajar las 24 horas sin parar.

Bérgamo es hasta ahora el área más afectada por el brote italiano; desde el comienzo de la crisis, más de 1.000 personas han muerto de COVID-19 tan solo en la ciudad y sus alrededores. Los ataúdes en los camiones militares fueron llevados a Ferrara —situado a 200 kilómetros al suroeste de Bérgamo— y otras ciudades para aliviar la presión sobre el sistema.

Las fotos y videos arrojaron luz no solo sobre la emergencia médica de la región, sino también sobre la presión sufrida por las funerarias. Hablé con el jefe de la Federación Nacional de Directores de Funerarias de Italia (FENIOF, por sus siglas en italiano), Alessandro Bosi, para comprender las restricciones y los riesgos que enfrentan.

VICE: ¿Cómo ha cambiado el trabajo de las funerarias desde la crisis?
Alessandro Bosi: Es particularmente difícil para las funerarias en este momento, ya que tienen que respetar los procedimientos especiales de seguridad para procesar a las víctimas de COVID-19, además de hacerse cargo de las muertes regulares que ocurren en el país (alrededor de 600.000 por año), por supuesto. Con las nuevas restricciones, no pueden ofrecer toda la gama de servicios y apoyo a las familias en duelo.

¿Cuál es el protocolo actual?
Las reglas varían de región a región. En general, cuando una funeraria recibe el cuerpo de alguien que murió por COVID-19, no debe quitarle la ropa y debe envolverlo en una sábana cubierta con desinfectante. Luego debe colocar el cuerpo en el ataúd e inmediatamente sellarlo antes transportarlo al cementerio o crematorio.

Cuando alguien muere por COVID-19 en el hospital, a menudo sus familiares ni siquiera pueden volver a verlo. Tienen que despedirse frente a un ataúd sellado. Cuando alguien muere en casa y su causa de muerte se vincula a la enfermedad tras el fallecimiento, las personas que vivían con él o ella, o que hubieran estado en contacto, deben permanecer en cuarentena. Es un problema para las funerarias: tienen que encontrar la manera de coordinarse con los familiares para organizar un funeral sin ellos. Tienen que tomar las precauciones máximas.

¿Crees que los empleados de las funerarias están protegidos adecuadamente?
Planteamos este problema hace semanas; las mascarillas FFP3 y los desinfectantes son imposibles de encontrar. Nuestro sector está en segundo plano frente al trabajo del personal médico, pero como estamos a cargo de los servicios funerarios, debemos proteger a nuestros operadores y garantizar que sigan haciendo su trabajo, en beneficio de toda la población.

¿Cómo funciona un funeral para una víctima de COVID-19?
Por el momento, los funerales consisten en transportar los ataúdes al lugar del entierro y no mucho más. Todas las celebraciones y reuniones de cualquier tipo están prohibidas. Las nuevas regulaciones también prohíben transferencias con el ataúd abierto. He visto información falsa que dice que si mueres por COVID-19 tienes que ser incinerado. Eso no es cierto. Los cuerpos pueden ser enterrados o cremados, como todos los demás.

Si la familia no puede acudir al funeral o llevarlo a cabo de manera regular, ¿cómo se coordinan con ellos?
Ha habido muchos cambios. Particularmente cuando alguien muere en casa, no puedes dar nada por sentado cuando tratas de establecer la causa del fallecimiento. También tienes que usar mascarilla facial, traje hazmat y guantes cuando interactúas con los familiares. Algunas ciudades han levantado las restricciones a los procedimientos que normalmente deben manejarse en persona. Por ejemplo, la autorización para incinerar puede otorgarse a través de una videollamada en WhatsApp y otros asuntos pueden manejarse por correo electrónico.

¿Cómo impacta esto el proceso de duelo?
Tengo que decir que las familias italianas están reaccionando de manera muy responsable y colaborativa. Mucha gente ha hecho convenios con las funerarias locales y los sacerdotes para celebrar simbólicamente a sus seres queridos una vez que termine la emergencia.

¿Las imágenes de los camiones del ejército transportando cadáveres reflejan la gravedad de la situación que están enfrentando?
Esas imágenes muestran cuán problemático puede ser un aumento repentino de las muertes por COVID-19 en un área pequeña. El problema con Bérgamo es que muchas funerarias también han sido cerradas. La ciudad incluso tuvo que colocar temporalmente ataúdes en una iglesia porque no había espacio en el cementerio ni en el crematorio. Estas soluciones son normalmente impensables.

La mayoría de los ataúdes no pueden quedar expuestos por mucho tiempo; tienen un recipiente en el interior que ayuda a contener cualquier líquido expulsado por los cadáveres, pero dentro de unos días los recipientes pueden desbordarse, creando obvios problemas de higiene. Creo que las imágenes del ejército fueron efectivas en hacer que la gente se quedara en casa y respetara las leyes de emergencia. Hicieron que todos se dieran cuenta de que no era una broma.

Leonardo Bianchi https://ift.tt/eA8V8J

Tres maneras de saber si tu relación está muerta

Artículo publicado originalmente por VICE Reino Unido.

Mientras el gobierno nos pide que nos mantengamos alejados el uno del otro durante meses, parece que el coronavirus nos ha bendecido con la oportunidad perfecta de acabar con nuestras relaciones aburridas.

Romper con alguien rara vez es divertido, pero definitivamente es más divertido a que rompan contigo. WH Auden escribió una vez: "How should we like it were stars to burn / with a passion for us we could not return? / If equal affection cannot be, let the more loving one be me" (¿Qué nos parecería si las estrellas se quemaran / Con una pasión por nosotros que no podríamos devolver? / Si el afecto equitativo no es posible / Deja que el más amoroso sea yo). Con el debido respeto a uno de los mejores poetas del siglo XX, ¡qué sarta de estupideces! Ser el "más amoroso" es mucho, mucho peor. ¿Qué nos parecería si las estrellas se quemaran con una pasión por nosotros que no podríamos devolver? Eso suena bien. Déjalas arder; eso es lo que hacen las estrellas. Cada vez que he roto con alguien que está más interesado en mí que yo, me he sentido horrible, pensando: "Esta culpa es mucho más fuerte que el dolor de ser rechazado". Y es cierto... durante los primeros diez minutos.

El amor no es justo: a veces te rompen el corazón, a veces tú eres el que mandas a otra persona a un período prolongado de inactividad. A veces tú eres el que sale bien, retorciéndote de la felicidad con alguien nuevo; a veces eres el que se queda parado bajo la lluvia, en un mundo en blanco y negro, mirando hacia la ventana de tu ex y observando cómo aparece su sonrisa, por un momento, y luego desaparece. (Nota: estoy hablando metafóricamente y no estoy alentando a nadie a que vaya a acosar a alguien, ¡nunca vayas y te pares afuera de la casa de tu ex!)

El punto es que todos vamos a sufrir en algún momento, lo que significa que no debes dejar que la culpa te impida terminar una relación que no está funcionando. No puedes quedarte con alguien por compromiso. Pero, ¿cómo sabes cuándo es hora de terminar? La mayoría de las relaciones, incluso en sus últimos días, están muy bien: todavía amas a la persona (incluso si no estás enamorado), todavía te gusta ver Netflix con ellos (incluso si cada vez hablan menos porque casi nunca salen de casa). Así que aquí te dejamos algunas preguntas que debes hacerte y que podrían ayudarte a decidir si es hora de terminar y correr, sin importar cuán tolerable encuentres a tu pareja.

¿Sigues disfrutando de su compañía?

Imagina el escenario. Es el primer viernes por la noche después de la cuarentena y todos tus amigos tienen planes de salir a tu bar favorito y volverse locos. ¿Habrá cerveza? Oh, claro que habrá cerveza. ¿Habrá cotorreo, juegos violentos y discusiones serias sobre el estado de la política? Claro que sí. ¿Te van a rechazar la entrada a ese antro de moda porque comenzaste a beber a las 6 p.m. y ya no puedes ni formar una oración coherente cuando el cadenero te pregunta que tan tomado estás? La respuesta es obvia. Después de tres largos meses de encierro, estás preparado para la noche más decadente de tu vida.

Oh, pero espera, no. No vas a hacer nada de eso. De hecho, puedes olvidarte de todo en este momento, porque a tu pareja le gusta quedarse en casa. Ya que no han pasado mucho tiempo juntos (en parte porque tuvieron que aislarse, pero principalmente porque literalmente estaban ocupados haciendo cualquier otra cosa), francamente le molesta un poco que elijas salir a divertirte, en lugar de quedarte con él o ella viendo un documental sobre un brutal asesinato sin resolver. De mala gana, envías un mensaje al chat del grupo y les dices que no asistirás. Luego, el resto de la noche te la pasas viendo las historias de Instagram de tus amigos en un silencio resentido; su risa, las sonrisas en sus estúpidos rostros, cortándote como cuchillos.

Entonces, en una situación como esa, sí, probablemente deberías romper con tu pareja. Cuando estás en una relación con alguien tienes obligaciones, pero no estás obligado a tener esas obligaciones. Si prefieres pasar tiempo con tus amigos, literalmente puedes hacerlo.

¿Sientes que sus vidas están yendo en direcciones completamente diferentes?

Tus veinte son un mal momento para esto, especialmente si estás en la universidad. Obviamente, hay disparidades de ingresos, algunas personas reciben un dinero al mes de sus padres y otros luchan por sobrevivir. Sin embargo, muchos estudiantes logran tener un equilibrio. Esto cambia cuando te gradúas, a veces pasa tan rápido que es impactante. Es común encontrarte con un estilo de vida muy diferente al de tus amigos y con tu pareja romántica. A veces, cuando esto sucede, continuar con la relación simplemente no funciona.

Esto puede ser realmente horrible si te equivocas. Mi primer novio rompió conmigo cuando se graduó de la universidad y se mudó a Londres para comenzar su carrera, mientras yo aún trabajaba en un bar al norte de Inglaterra, consumía mucha ketamina y comía sardinas directamente de la lata.

En ese momento, estaba amargado porque no encajaba en la brillante nueva vida que él estaba construyendo. Pensaba que eso indicaba una superficialidad de su parte mientras me lo imaginaba ligando con otros tipos. Pero en realidad, tenía sentido. Para él.Nos estábamos volviendo demasiado diferentes, no podíamos relacionarnos como antes, no teníamos las mismas aspiraciones (principalmente porque yo no tenía ninguna). Fue una buena decisión de su parte. ¿Para mí? El año siguiente lo pasé muy mal, iba como en espiral abusando de sustancias cada vez más, tenía una pésima alimentación y sexo casual insatisfactorio.

Si sus vidas se están volviendo demasiado diferentes, no puedes quedarte con alguien por simpatía o lealtad al pasado. El resentimiento los devorará y solo empeorará para ambos. ¿Te estoy alentando a que rompas con tu pareja si gana menos dinero o es menos ambicioso que tú? No, aunque nunca he tenido más dinero que la otra persona, así que no estoy en condiciones de decirlo. Supongo que mi opinión es: "Rompe con tu pareja si el hecho de que tenga menos dinero será un problema para ti, lo que muchas veces así es". No digo que hacerlo no te haga un imbécil.

¿Qué tanto anhelo estás experimentando?

Descubrí que el anhelo es el aspecto más doloroso de estar soltero. Cuando no estoy en una relación, me consume el deseo de que alguien me ame, un romance transformador... o, al menos, una conexión decente.

Estar en una relación debería ser un respiro de esto, una hendidura en la roca del mundo en la que puedes esconderte, pero a menudo no lo es. Obviamente, es normal que todavía te gusten otras personas, pero cuando esto alcanza un cierto tono de intensidad, cuando te vuelves loco por el deseo de otras personas, esto es probablemente una señal de que tu relación actual no está funcionando. "I want – I want – I want – was all that she could think about" (Quiero -quiero, quiero, era todo en lo que ella podía pensar", escribió Carson McCullers, “but just what this real want was she did not know" (pero lo que ese deseo era, ella no lo sabía". Si te sientes identificado, podría ser hora de hacer un cambio.

Por supuesto, muchas parejas intentan evitar su creciente deseo de cogerse a otras personas al entablar una relación abierta. Hay pros y contras en esto, pero nunca es una buena idea hacerlo como un último intento de salvar algo que simplemente es demasiado aburrido para funcionar. Las relaciones abiertas se entablan mejor desde una posición de fortaleza: si comienzas una cuando las cosas van mal, obviamente vas a conocer a alguien a quien quieres cogerte más que a tu pareja, lo que probablemente sea perjudicial para todos los involucrados.

Un nivel de anhelo leve y desenfocado al estilo Lana del Rey está bien, pero si alcanza los niveles de Mitski, entonces Dios te ayude. Ahí es cuando deberías comenzar a preocuparte.

Para ser honesto, si incluso estás soñando con romper con tu pareja, eso ya sugiere que sabes que algo no está funcionando y que simplemente estás perdiendo el tiempo. Claro, las cosas podrían mejorar a la larga. Pero probablemente no lo harán. Gillian Rose, en Love's Work, escribe: “There is no democracy in any love relation: only mercy.” (No hay democracia en ninguna relación de amor: solo la misericordia). Básicamente, siempre tienes el derecho de terminar una relación, incluso en una pandemia.

Pero tampoco tienes que ser un idiota al respecto.

@fudwedding

James Greig https://ift.tt/eA8V8J

Acabemos ya con las videollamadas, por favor

Artículo publicado originalmente por VICE España.

A estas alturas empezar un artículo explicando que estamos en cuarentena es un poco absurdo. ¿Qué llevamos ya, 12 o 13 días encerrados? Todo depende de en qué día empezaste a contar o de si te da igual arriesgarte por ir a tener sexo con alguien. Sea como sea, llevamos ya unos cuantos días en casa. Y en contra de que hubiéramos pensado “qué maravilla cancelar planes para quedarme en casa haciendo Netflix&Chill”, nadie nos preparó para esto.

No me refiero a nivel logístico como Estado, sino que en nuestra vida nadie nos ha enseñado a parar y no hacer nada. No sabemos estar solos. O lo que es peor, no sabemos estar con nosotros mismos. Por culpa de esto y de vivir en una supuesta meritocracia en la cual siempre tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos, nos hemos visto obligados a adaptar los hábitos de nuestra vida anterior a esta nueva realidad que se parece bastante a un reality show. Los vagos de toda la vida ahora se interesan en el fitness.

Los profes, que no sabían bien cómo poner el proyector, ahora dan clases a través de Instagram. Y hemos pasado de desear que se cerraran las puertas del ascensor cuando veíamos entrar a algún vecino por la puerta, a poner notitas tipo “Hola somos los del 4º B, si alguien necesita ayuda para hacer compras o pasear a su perro aquí estamos :)”. Nos hemos adaptado como hemos podido y nuestra vida se rige entre el absurdo y el desquicie total. Hasta aquí todo bien, tampoco nos podemos exigir mucho más.

El problema es que hay cosas que no hemos gestionado con la misma habilidad. Y no me refiero ni a lo del papel higiénico, ni a las raves en los balcones, ni tan siquiera a la cantidad indecente de festivales en streaming que se hacen a diario. Bueno, eso último también es un poco preocupante, pero nos ocuparemos de ese tema en otro momento. Lo que estamos gestionando mal, lo que realmente está empezando a ser cosa de locos y se nos está yendo de las manos, son las malditas videollamadas.

Por lo visto no teníamos suficiente con Whatsapp y sus notas de voz, Instagram, Twitter, el chat de Wallapop, el correo del trabajo y el personal y hablar con toda la gente con la que estamos confinados: AHORA NECESITAMOS MÁS. Hemos desenfundado la peor de las armas. No solo queremos oír la voz del otro sino también verlo —o más bien intuirlo en una nebulosa de píxeles y filtros en tiempo real—.

Sí, yo también hago videollamadas, pero hay que admitir que estamos desatados. Analicemos con perspectiva todo este asunto. Antes de que el Estado nos pidieran amablemente que nos quedáramos en nuestra casa para frenar la pandemia, podíamos pasarnos semanas, incluso meses, sin ver a nuestros colegas y no pasaba nada. ¿Durante los meses de verano? Ni respondemos el Whatsapp. ¿En exámenes? No tenemos tiempo. ¿Esos días de horas extras no remuneradas? Amigos, no conozco a nadie. Y todo bien.

No nos veíamos cada día y todo estaba bien. Pero ahora no. Ahora es una necesidad. Cada día, a todas horas. Para la segunda jornada de confinamiento había más fotos de grupo con nuestros amigos —cada uno en su cuadradito, en su casa— que en todo el tiempo que llevamos teniendo Instagram.

Quizás, digo yo, no necesitamos estar hablando con nuestros colegas 24/7. Solo quizás. No sé, puede ser que haya gente que sí. Pero vamos, creo yo que todos hemos pasado tranquilamente un fin de semana en pijama, sin lavarnos los dientes, ni dirigir la palabra a nadie. Y ahora en cambio, cada día alguien te escribe la temida frase: ¿hacemos una videollamada?

O peor, te llaman directamente. Así, sin pensar, ¡a lo loco! Y tú te unes, con toda tu buena fe, y acabas metido en una especie de orgía de la comunicación audiovisual con 8 personas más, de las cuales solo conoces a 3. Pero calma, si logras sortear estos cantos de sirena, siempre te queda ver las 8-10 stories donde la gente sigue reinventando las fotos grupales porque madre-mía-que-locos-estamos-seguro-que-nadie-ha-pensado-en-hacer-una-captura-de-pantalla-del-chat.

Ahora supongamos que aceptamos como “normal” hacer videollamadas cada día. Estamos en una situación excepcional, ¡estamos salvando al mundo en ropa deportiva o pijama! Nos merecemos alguna licencia de vez en cuando. Ahora bien, la auténtica muestra de que esto se está saliendo de control es el propósito de las videollamadas. Porqué ahora no son solo para hablar cuando tienes algo que contar. Para nada. Eso ha pasado a la historia. Ahora en las videollamadas se HACEN COSAS.

Las cosas que hacíamos en nuestra vida real, ahora las hacemos a través de una computadora. Tenemos, por ejemplo, a esta gente que ha descubierto que es bebedora social y no le apetece sentir el síndrome de abstinencia, por lo que organiza una borrachera entre 10 personas a través de Skype. No te engañes, la verdad es que estás bebiendo solo en tu habitación mientras miras una pantalla. No me parece mal, eh. Siempre estoy a favor de una buena fiesta, o una fiesta a secas, pero hay que decir las cosas como son: estamos emborrachándonos con nuestras computadoras.

Luego está ese grupo que transita los 30, tiene trabajo, cultura, parece de fiar. Son respetables pero ahora piensan que les gusta el deporte. Lo descubrieron todos juntos, el mismo día en que nos confinaron. Siete años sin ponerse zapatos deportivos y ahora, que tienen excusa para no ir al gym, se han convertido en la mismísima Patry Jordán. Skype para hacer cardio, yoga y crossfit. Esa gente tiene agujetas desde el día uno. Y como no tienen suficiente con sufrir y ver a sus colegas retorcerse en posiciones de dudosa naturaleza, encima lo suben a Instagram. No amiga, no quiero ver a tu colega pareciendo una cucaracha patas arriba. Se que queremos seguir creando contenido para nuestras redes, pero no a cualquier precio. Sobre todo no a ese precio.

Después están los que por miedo a tener poco que decir o haberse dicho ya tantas cosas por chat, comparten su pantalla y ven alguna película, serie o vídeo de YouTube que no pasa los estándares de calidad de la mitad de la población. Pero ahí están, creando comunidad. Viendo Mi extraña adicción: la mujer que solo comía papas fritas con queso. El equivalente con glamour es jugar bingo. Tampoco mejora, ¿realmente necesitábamos compartir este momento de nuestras vidas? ¿Hemos tocado fondo ya? Probablemente la respuesta a estas dos preguntas sea un sonoro "sí".

Y luego están esos amigos relajados que se ponen de acuerdo para no hacer nada. Son como los que comparten pantalla pero en versión ameba. La misma energía de una sala de espera. Todos con el móvil, el Switch o lo que sea. En silencio, delante del ordenador. De vez en cuando alguien dice algo tipo, ¿han visto esto? Ya ven. Que porquería. Y silencio de nuevo. Y así pasa una hora hasta que alguien dice que se va a dormir pero seguramente solo quiera ponerse en una pose más ridícula. Incluso demasiado ridícula para un Skype entre allegados.

Pero quizás lo más preocupante sea la gente que trabaja desde su casa y tiene un auténtico síndrome de Estocolmo. Esa gente que se pasa el año quejándose de ver cada día las mismas caras, la misma oficina, ahora busca cualquier excusa para hacer una videollamada. Un grito laboral desesperado de "los echo de menos". Mira, no hace falta que te vea en bata recién levantado, ¿y para qué tardar 20 minutos en explicar lo que se podría resumir en un mail de dos líneas?

Pero lo peor llega cuando es recíproco. Seis personas en sus respectivas casas, con la cámara encendida, viendo como los otros teclean con intensidad para demostrar que están trabajando y no en Twitter poniendo tonterías. Y encima los muy dementes también se toman fotos para subirlas a Internet en plan T-O-D-A-Y-S-O-F-F-I-C-E. Maldita sea, disfruten no tener que verle la cara a su jefe.

Ahora, pasados unos días de la explosión inicial, y viendo que esto va para largo, tengo miedo de cómo puede evolucionar. Estamos descubriendo nuestras peores caras. Y lo digo literalmente. Por lo general la ropa deportiva-pijama no es nuestra mejor carta de presentación. Con un poco de suerte será algo pasajero. Lo de las videollamadas, digo. Se nos acabarán los temas de conversación, nos habremos contracturado de tanto gym virtual y el alcohol se agotará. Pero a saber la de burradas que se nos ocurrirán entonces.

"A ver cuándo hacemos una videollamada" es el nuevo "a ver cuándo nos vemos". Yo de verdad los quiero, pero necesito espacio. Créanme, no soy la única. Quizás nos venga bien aprender a estar un poco solos. O lograr relacionarnos de una manera medio decente con las personas con la que estamos confinados. No les voy a mentir. Yo lo seguiré haciendo, y espero que ustedes también sigan llamando a sus colegas y abuelas. Pero moderación, que ya nos veo a todos totalmente idos y aquí no hay premio al final como en Big Brother.

Sigue a Eva en @evasefe.

Eva Sebastián https://ift.tt/eA8V8J

lunes, 30 de marzo de 2020

Mi cuarentena o una segunda adolescencia en casa de mis viejos

Yo me fui de la casa de mis papás no una sino dos veces, ambas con la idea de no regresar. La primera fue gracias a que mi señor padre encontró las fotos del cumpleaños número dieciocho de la que en ese momento era mi novia. Una celebración de bajo presupuesto pero cursi en el barcito ubicado en el Chapinero homosexual underground, al norte de Bogotá. Un roto de diez por diez al que íbamos casi a diario porque era para lo único que nos alcanzaba con nuestro sueldo de estudiantes.

Las fotos, muy mal tomadas con mi cámara digital de 32kg de peso, de las primeras que salieron al mercado, no eran muy dicientes salvo por las botellas de aguardiente sobre la mesa y el beso de amor que mi papá vio entre su niña y otra mujer. Supe que mi viejo las vio una noche cualquiera, de un viernes cualquiera, cuando mi mamá y su crisis nerviosa llamaron a mi celular. Yo, que justo estaba en ese bar con esa novia, no pude pensar en nada más que en mi muerte: si algo había repetido mi papá en su vida, era que él prefería una hija enterrada que lesbiana.

Yo supe que era gay a los seis años, cuando me enamoré de mi profesora de Español. Ya no recuerdo su cara, pero sí las ganas que sentía de estar siempre con ella a la hora del descanso. De tratar de hacer la letra más bonita y de decorar ese cuaderno de manera aún más dedicada que los demás. Para mí nunca fue extraño amar a una mujer y por eso nunca fue un conflicto interno. Yo sólo quería darle besos a mi profesora como los que veía en las películas románticas que tanto me han gustado siempre.

Todo cambió a los trece, un año después de que me cambiaran al colegio femenino. Para ese momento todas mis amigas ya tenían novio, y yo sólo quería escribirle cartas a A, mi mejor amiga y compañera de ruta dos años mayor que yo. Un día antes de la comida, interrumpí mi jornada de tareas y empecé a escribirle una que finalizaba con un te amo. Creo que en medio de la negación, mi papá le hizo señas a mi mamá para que me preguntara por qué le escribía que la amaba, y yo, con toda la naturalidad del mundo y sin despegar los ojos del papel, por primera vez le dije que era porque estaba enamorada.

De repente la casa dejó de ser casa y se convirtió en una asfixiante sala de audiencia. Mi papá el juez y mi mamá la abogada. Ambos me miraban esperando que les explicara en qué habían fallado, qué había sido lo tan malo que habían hecho para que yo resultara enamorada de mi compañera de ruta y no de un niño del colegio vecino, como el resto de mis amigas. No tardé en darme cuenta de que mi salvación era fingir que estaba confundida.

Jamás se volvió a tocar el tema porque, a su vez, mis papás decidieron pensar que era una etapa que eventualmente acabaría. Yo hice mi parte apropiándome de las historias de mis amigas e inventándome un novio distinto cada tres meses. El tiempo prudencial para que no me negaran el permiso de salir, pero no me exigieran traerlo a la casa. Era perfecto. Usé esa misma técnica hasta la universidad, que combinada con un horario de clases perfectamente ideado, fue lo que me permitió mantener mi primera relación seria con mi novia hasta esa noche de viernes.

Sabía que mi papá no sólo estaba furioso por las fotos sino decepcionado, abatido por el engaño. Él es la clara prueba de que un animal es más peligroso cuando se siente herido. Esa noche los años que logré vivir en paz conmigo misma y con mis papás se fueron a la basura. Todos mis miedos al fin se habían vuelto realidad y yo no tenía presupuesto para enfrentarlos. Con lo último que me quedaba en el bolsillo agarré el primer taxi que vi pasar y llegué a donde ellos con el corazón en la boca. De repente mi casa dejó de ser casa de nuevo y se convirtió en set de grabación de una telenovela de las cuatro de la tarde.

Tenía todos los componentes dramáticos: una mamá sentada en la sala llorando mientras sostenía un portarretrato y con una foto de su hija menor (yo) riendo junto a su (mi) papá. Una hija mayor sentada en las escaleras llorando desubicada. Y un papá serio, rígido, con los brazos cruzados y los puños cerrados en el cuarto que ya no era cuarto sino mi purgatorio. Lo que vino después se me ha ido borrando de la memoria más por decisión que por el paso del tiempo. Sólo recuerdo a mi papá sosteniendo mi cuello contra la pared y a mi mamá gritando un metro detrás. Mi papá no me mató, pero me sacó a empujones del clóset y de la casa esa noche.

La segunda vez que me fui de ahí, fue hace seis meses. Diez años más viejos y con todo el tema de mi sexualidad completamente superado. Yo iba por la mitad de una crisis existencial que me hizo mandar a la mierda mi trabajo, mi relación y mi apartamento de soltera. Y sin pensar en nada más que la desesperación, compré un tiquete a Ciudad de México con la idea de empezar de nuevo. Empaqué lo que sobraba en cajas, lo que pude en las maletas y, más por orden que por gusto, me fui una semana a disfrutar de la compañía familiar antes del viaje.

La relación con mis viejos nunca ha sido ni muy fácil ni muy difícil. Todo se ha medido por el paso del tiempo y la sana distancia. Y gracias a eso, nos hemos dado cuenta de que los años no sólo traen sabiduría sino flojera para discutir. Por eso, creo yo, empezamos a disfrutar tanto los almuerzos de fin de semana. Porque tanto ellos como yo sabíamos que, a pesar de los comentarios sobre mi estabilidad económica, amorosa y mental, eventualmente el día se iba a acabar y los tres íbamos a seguir la vida, cada uno metido en lo suyo.

Los años no sólo traen sabiduría sino flojera para discutir.

Y la misma dinámica funcionó cuando me fui del país. Una videollamada diaria de no más de quince minutos, el ángulo perfecto, la nevera vacía pero la sonrisa intacta. Uno que otro detalle del clima, otro más del trabajo que me había conseguido de mesera, y eso era todo. Tan pasivo agresivo como aprendimos. En eso tuve que mudarme tres veces, perderme en la ciudad, llegar a lugares de los que no supe cómo salir sino muerta del miedo, pero ellos jamás lo supieron. Por primera vez en la vida mi realidad no podría verse afectada por la opinión de nadie más que la mía.

Pero me fui con asuntos pendientes y sabía que tenía que volver para solucionarlos. El más grande e importante era legalizar mi estadía y mi permiso de trabajo, y eso sólo lo podía hacer estando en Bogotá. Eso, y de paso vender los muebles del departamento que literalmente dejé botado en mi huida.

El tiquete de regreso estaba para febrero, pero mi ansiedad se empezó a hacer visible un mes antes. Dudé muchas veces si cambiar la fecha, si aplazar el viaje, si postergar mi estadía. Hasta consideré la idea de pagarle a un amigo de una amiga para que se casara conmigo y así poder quedarme en México. Lo que hace el miedo. Hablé mucho con mis amigos en otros países, y por supuesto con mis papás, y todos insistían en que cuál era la necesidad de estar de mesera, si me podía devolver en la fecha que había planeado y esperar los papeles en el calor del hogar.

La noche antes de devolverme a Bogotá tuve clara solo una cosa: no quería estar sobria. Y en mi cuarto —perfectamente ubicado entre Reforma y Revolución—, con mi amor local, tres paquetes de galletas, cigarros y una bolsa de marihuana a medio llenar, probé por primera vez las “aguas locas”. Una mezcla de jugo de piña y tequila de dudosa reputación. Horas después, más resignada que tomada, empecé a hacer mi maleta. “Hacer” es una exageración. Pensé “para qué me llevo todo otra vez si no me voy a demorar en regresar” y sólo empaqué medias, un par de zapatos y tres camisetas. Lejos estaba de saber lo que iba a significar la palabra cuarentena en mi vida mes y medio después.

Mientras esperaba a que se cumpliera el plazo máximo que le había dado a mi estadía aquí, la relación con mis viejos iba normal. Uno que otro roce por lo mucho que estaba fumando, por lo mucho que estaba durmiendo, por lo mucho que estaba en el celular, o por lo poco que salía del cuarto; pero en sí, nada a lo que no me hubiera enfrentado antes. Ya sabía que con ellos, sólo funciona dar la información necesaria.

Nunca fui una adolescente problemática, de esas que no llega a la casa en tres días o que, si llega, lo hace borracha. Nunca tuve problemas de drogas porque no las probé sino hasta después de que me fui y aunque sí me gustaba tomar, puedo decir que siempre supe manejar la fiesta. Lo mío a esa edad era encerrarme en mi cuarto a escuchar música y perder mi tiempo en las salas de chat. Hablar durante horas por teléfono y cambiarle el fondo a mi myspace. Mi irreverencia de esa época iba más a tratar de mantenerme lo más alejada posible de mis papás y de sus opiniones sobre cómo debía ser y cómo debía comportarme. Consistía en esforzarme para intentar no heredar sus malas maneras.

No tuve mucho que hacer los primeros días después de llegar, así que me sobró tiempo para ver noticias y observar cómo crecía el miedo en el mundo por el nuevo virus. Supe de la importancia que empezaron a tomar las palabras “contagio”, “gérmenes”, “síntomas”, “distancia” y “muerte” desde la incomodidad de mi vieja cama donde he tenido que dormir de nuevo. Y así como el virus fue expandiéndose con los días, fue aumentando mi ansiedad.

Miles de afectados en China. ¡Uf!, qué fuerte. España, Italia, ¿ya llegó a Europa? Mierda, mis amigos. Dejaron de ser cientos y ahora son miles de infectados, ancianos muertos. Mierda, ¿qué es esto? Brasil, mierda, llegó el virus a Latinoamérica. Más muertos en Europa. Argentina, cierre de fronteras. Me tengo que ir. Mierda, pero no puedo, mis muebles no se venden y necesito el dinero. ¿De qué voy a vivir? Mierda, qué voy a hacer, necesito irme. Primer caso en Colombia. Al día siguiente ya eran tres. ¡Necesito comprar mi tiquete! Están carísimos, ¿qué mierda es esto? Ok, compré el tiquete, viajo la próxima semana. Cuarentena preventiva en Bogotá, ¿qué? Cuarentena por decreto nacional, cierre de aeropuerto, cientos de vuelos cancelados. Puta vida.

Esa mañana hace ocho días, en medio de una partida melancólica de cartas entre mis papás y yo, llegó el correo de la derrota. En él la confirmación de que efectivamente mi vuelo no iba a poder salir. Lo único que atiné a hacer fue pegarle un puño a la pared y empezar a llorar como si mi perro hubiera vuelto a morir. De repente me sentí de quince otra vez, llena de ira y calor porque algo superior a mí me prohibía hacer algo que yo quería hacer. Algo que deseaba hacer con todas las fuerzas. Maldije mi vida y la maldije más cuando vi a mis viejos con su cara de y ahora qué vas a hacer. Nosotros no podemos hacer nada por ti. Ni modos.

Más por terapia que por gusto, los tres hemos aceptado hacer el ridículo frente a nosotros mismos cada noche. Lo que hace la resignación.

Y tal cual como cuando vivir aquí era la única opción, lo que mejor me ha salido es permanecer encerrada en este cuarto que no me pertenece, rodeada de cosas que no me pertenecen. Hablar poco con mis papás porque poco tenemos en común más que la sangre. Porque para ellos esto no es nada más que una simple gripa y lo mío, un simple berrinche. Extrañar mi cuarto de techo alto y ventanas enormes muy bien ubicado entre Reforma y Revolución. Anhelar poderme ir de esta casa que dejó de ser casa y se volvió set de algún pésimo reality.

Aquí ya no quedan rastros del paso de mi hermana o mío salvo por los muebles de mi cuarto. La casa es una bodega. Hay herramientas, libros, electrodomésticos nuevos sin destapar, maletas de viaje, ropa, más herramientas, cosas desarmadas esperando su reparación hace meses y hasta una bicicleta estática cuyo uso sólo llegó a perchero.

De las “buenas épocas” sólo se salvaron el juego de cartas y el parqués. Ya había perdido la cuenta de cuántas veces habíamos intentado jugar y sentir emoción por hacer algo distinto, hasta hace dos días que a mi papá se le ocurrió que deberíamos apostar. Como el dinero no es decisivo ahora, propuso pagar con chistes. El que quede de último debe contar el mejor chiste que encuentre e interpretarlo. Más por terapia que por gusto, los tres hemos aceptado hacer el ridículo frente a nosotros mismos cada noche. Lo que hace la resignación.

Envidio a quienes dicen aprovechar este tiempo para aprender un idioma nuevo, hacer ejercicio o practicar algún instrumento. Desde esta casa que ya no es casa sino cárcel, yo sólo veo cómo mi ansiedad se apodera del techo decidido a aplastarme. Me pregunto si esta es la versión anticipada de mi adultez fracasada, de regreso bajo el techo de mis papás, o si es la oportunidad para que los chistes y el perdón me vuelvan a unir con ellos.

Camila a veces diseña y a veces escribe. En Instagram la encuentras como @camila.tierz.

Camila Tierz https://ift.tt/eA8V8J

Construir una fortaleza: testimonio de una activista negra, trans, no binaria

Los activistas, así imponentes como nos vemos, personas fuertes que todo el tiempo salen al mundo a dar un mensaje, siempre luchando, o informando, en algún momento tocamos fondo.

Ese momento lo recordamos generalmente. Es ese instante de nuestra vida en el que nos dimos cuenta de que estábamos saturados con todo el odio que recibimos directa o indirectamente de la sociedad, de amigos y hasta de nuestra propia familia.

Recuerdo con precisión situaciones en las que me sentí vulnerable. Cientos de veces, en Argentina, mi propio país, me preguntaron de dónde era. Otras cuántas me vi sometida a cuestionamientos incómodos sobre el tamaño de mi pene. En más de una ocasión fui sospechosa de haber robado en una tienda. Y todo solo por el color de mi piel.

En más de una ocasión fui sospechosa de haber robado en una tienda.

Fueron ataques que tuve que procesar sola cuando era chica. Pensaba que nadie en mi entorno las vivía, que era algo personal y que tendría que aprender a vivir con ellas. ¿Y es que cómo no? Ni siquiera sabía ponerle nombre a ese rechazo, no me habían dado las herramientas para hacerlo.

El día en que me di cuenta de que lo que yo vivía era la discriminación hacia un colectivo fue uno en que mi hermano me mostró un video. Por primera vez vi a personas racializadas contar por qué situaciones como las que había enfrentado yo las hacían sentir incómodas. Por primera vez supe que nuestra opresión tenía una causa: el racismo.

Meses después, un amigo me mostró en Twitter cuentas de activistas españolas antirracistas y desde ese momento no hubo retorno: empecé a informarme, a cuestionarme, y a intentar hablar públicamente de la opresión y todo lo que nos atraviesa a las personas afro en Argentina.

Louis Yupanqui cara capucha

Esta decisión no fue exenta de dolor. Dolió tener que explicar el racismo muchas veces, tener que fumarme excusas por parte de las personas blancas. Que me tomaran para el chiste. Dolió tener que ver a desconocides decirme en mi cara "que no existía el racismo" con total impunidad.

Y mientras todo eso ocurría, empecé también a despertar mi consciencia y a derrumbar todas las estructuras de género con las que crecí. Jamás pensé que tendría que enfrentarme a eso; incluso en una etapa de mi vida solía decir que "nunca sería una persona trans". Pero durante meses estuve preguntándome sobre mis gustos, sobre mi identidad sexual y sobre qué tan condicionada estaba por lo que la sociedad quería de mí. No solo me sorprendió la respuesta, sino que también fui descubriendo que había algo que me hacía sentir incómoda.

Todo este despertar fue muy paulatino, pero tengo clara la primera vez que sentí disforia de género. Fue un día que tenía que hacer una foto en lencería para un texto importante que pensaba escribir sobre una polémica que había por una marca de ropa interior hegemónica y transfóbica. Recuerdo que me puse las prendas —era la primera vez que usaba algo así— y me sentí incómoda. Empecé a hacer las fotos y me seguía sintiendo súper rara. No podía hacerlas. ¿Cómo podía sentirme tan feliz y hermosa, y al mismo tiempo tan mal como para terminar cancelando la sesión? Sabía que el disgusto no se relacionaba con el tamaño de mi panza o con ninguna otra inseguridad conocida, era algo diferente que ni sabía describir.

En una etapa de mi vida solía decir que "nunca sería una persona trans".

Pensé que ese iba a ser un episodio aislado. Pero no fue así. Pasaron unas semanas y decidí hacerme trenzas. A pesar de la ilusión que me hacía tenerlas, me sentí vacía y deprimida. Estaba apática. Comencé a tener sueños en los que me sentía cómoda con el pelo largo y las trenzas; luego despertaba y volvía a una realidad triste.

Todo mejoró cuando me di cuenta de que el problema no eran el pelo largo ni las trenzas, sino el miedo de pensar en cómo la sociedad empezaba a leerme por llevar mi cuerpo de una manera distinta. Cuando ese miedo se desvaneció, empecé a experimentar una comodidad que jamás había sentido. No es que siempre me hubiera sentido incómoda identificándome como hombre o siendo leída así, solo advertí que ahora algo era diferente en mí, y que era una forma de expresión con la que me sentía más a gusto.

Louis Yupanqui queer axila arete maquillaje

Identificarme como no binario me ayudó a entender mi cuerpo. Saber que el binarismo social impuesto es algo en lo que no entro y que existen más personas como yo me dio muchísima paz. Descubrirlo me permitió nombrar otro montón de sensaciones para las que antes no encontraba palabras.

Asumir mi identidad y pararme en el mundo como activista negra, trans, no binaria ha sido un proceso hermoso, pero complejo. Que tú avances en tu propio proceso no quiere decir que quienes te rodean van al mismo ritmo y en la misma dirección.

Las pibas trans somos rechazadas por los pibes, pero al mismo tiempo somos sujeto de su deseo. Es que para muchos no hay nada más excitante que meterse con una traba o con una trans. Pero la mayoría de las veces es solo morbo: somos la persona que les faltó cogerse de la lista. Nuestra diversidad, nuestra diferencia, es su interés malsano. Ningún hombre quiere darle la mano a una mujer trans, ningún hombre tiene ganas de presentarnos en su familia o hacernos sentir deseadas y hermosas.

Nunca sentí tanto rechazo por parte de los hombres como desde que empecé a feminizarme.

Cargamos una exigencia patriarcal y hegemónica gigante. Por el solo hecho de haber nacido con pene las mujeres trans tenemos que ser perfectas desde la cara hasta las piernas. Nada puede ser masculino, sino nos tildan de hombres. Machos. Trabucos.

Nunca sentí tanto rechazo por parte de los hombres como desde que empecé a feminizarme. A mí estos cambios me agarraron algo desprevenida, pero creo que ninguna mujer trans o feminidad trans se siente preparada para lidiar con misóginos patriarcales que solo nos desean para una vez. O a veces ni siquiera para eso, porque muchos hombres piensan que somos machos con pollera.

Toda esta violencia no solo se da en los vínculos sexoafectivos. Nos cuesta el estudio, conseguir trabajo, un alquiler. A veces nos cuesta hasta la vida.

La sociedad no entiende a las personas trans: piensan que exageramos, que no es para tanto. A mí me costó la experiencia para poder entendernos. Difícilmente paren a preocuparse por nuestras necesidades y urgencias si nosotros no las comunicamos. Por eso existen el activismo y la resistencia. Eso creo que es mi cuerpo.

Louis Yupanqui queer maquillaje negro uñas pintadas de negro

Me costó horrores llegar hasta aquí: me costó hombres que se alejaron de mí por los genitales cuando dos minutos antes me habían dicho hermosa, me costó momentos incómodos en citas con personas abiertamente racistas, me costó noches sintiéndome sola pensando que nadie podría amarme, me costó muchísimas tardes de ira y momentos desagradables hasta para conseguir trabajo. Me costó burlas en la calle y preguntas incómodas por cargar mi ancestralidad.

Costó, pero es hermoso poder hablar desde el amor, la fuerza y la lucha.

Eso es mi cuerpo hoy en día: una fortaleza en la que me siento mucho más cómoda; un camino lento, pesado y eterno, que tal vez no acabe nunca.

Mi cuerpo es resistencia, mi cuerpo es orgullo, mi cuerpo es amor propio
Mi cuerpo es trans
Mi cuerpo es negritud.

A Louis la encuentras en Instagram como @louisyupanqui.

Puedes leer más textos de la edición Cuerpo: narrativas personales en estelink.

Louis Yupanqui https://ift.tt/2xDxQ8I

Padres de familia documentan 'La primera pandemia del bebé' en Instagram

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

Llegar al mundo y ser un bebé en 2020 probablemente sea un poco difícil: pasas directamente de estar nueve meses en un tipo de cuarentena a otra que parece ser mucho peor. Pero al menos puedes llorar tanto como quieras en público sin que nadie te avergüence, y realmente no tienes que preocuparte por la escasez de papel higiénico, porque de cualquier modo alguien más va a limpiar tu trasero.

Ciertamente, las cosas son mucho más difíciles para los padres de recién nacidos, que se encuentran repentinamente atrapados en casa con un bebé mientras se desata una pandemia mundial. Mientras todos tratamos de encontrar alivio por todos los medios posibles, algunos padres han recurrido a lo que es un nuevo momento histórico de Instagram: "la primera pandemia del bebé", cuyo hashtag (#babysfirstpandemic) tiene cerca de 1573 publicaciones de Instagram asociadas hasta el momento de escribir esta nota. (También existe el hashtag para "mi primera pandemia": #myfirstpandemic).

Sin peluquerías abiertas para poder publicar algo sobre el "primer corte de pelo del bebé" y con fotos tan ubicuas este mes en las redes sociales que es fácil pasar todas las actualizaciones sin realmente mirarlas, el hashtag #babysfirstpandemic encapsula a la perfección el mundo sombrío en el que ahora vivimos. También es factible que, de hecho, estos bebés estén experimentando una de sus primeras pandemias.

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Captura de pantalla vía Instagram

Las imágenes asociadas con esta etiqueta involucran a lindos bebés posado junto con una variedad de suministros para el aislamiento, desde toallitas para bebé y botellas de Lysol hasta pilas de papel de baño y pañales. Muchas de las imágenes incluyen una pizarra con letras que dice "La primera pandemia del bebé", porque al parecer cada padre de familia con Instagram tiene una de esas pizarras. En virtud de que estas imágenes tiene a un bebé en ellas, los resultados de tales sesiones fotográficas son en su mayoría bastante adorables, aunque la verdad toda la premisa es algo perversa.

¿Estos bebés querrán ser recordados por sus sesiones de fotos de la pandemia? ¿Quién sabe? Pero Instagram básicamente ha reemplazado a los álbumes de bebé, y seguramente esto es mucho mejor que llamarse "Kovyd", como probablemente veremos que ocurrirá en nueve meses, cuando empiecen a llegar a este mundo salvaje los bebés concebidos durante la cuarentena.

Bettina Makalintal https://ift.tt/2Ursvdi

Cómo masturbar a una mujer según mujeres lesbianas

Artículo publicado originalmente por VICE Reino Unido.

Como mujer bisexual, siempre he pensado que las mejores masturbadas me las habían hecho personas queer y no heteros torpes que no saben qué hacer con la mano. Muchas veces, me he encontrado a mí misma mirando al cielo, implorando que caiga la biblia de los dedos, que enmiende todos los errores y ponga fin a los arañazos de gato en los labios de abajo.

Mi madre siempre me decía: "Si quieres algo bien hecho, hazlo tú misma". No creo que se refiriera a la masturbación, aunque se me da muy bien, pero creo que lo que quería decir es que "haga una guía gráfica sobre cómo masturbar, que ella no va a querer leer, pero enorgullécete de que la publiquen de todas formas", así que me he puesto en contacto con algunas lesbianas para que me den consejos con fundamento sobre cómo dar una buena dedeada.

El consenso general es que, al igual que todo esperma es sagrado, cada vagina, o culo (no nos olvidemos de la parte trasera) es diferente. Así que lo que puede funcionar para unas, puede ser incómodo o doloroso para otras. Como en todo acostón que se precie, la comunicación y el consentimiento son fundamentales. Dicho eso, hay algunos pasos prácticos que todo el mundo puede seguir para garantizar una dedeada placentera y gratificante.



La primera recomendación, y probablemente la más importante, es: la preparación. No te preocupes, no tienes que hacer ningún tipo de sentadilla con los dedos ni nada por el estilo, simplemente usa el sentido común. Es decir, ¡CÓRTATE LAS PUTAS UÑAS! Quiénes de nosotras no hemos sufrido cortes en el interior de los labios vaginales, principalmente, por hombres que usan chanclas todo el año y se graban cantando canciones de The Prodigy con una guitarra que tiene por correa un trozo de cuerda. Pero Miranda, de 26 años, me asegura que no es un problema exclusivamente masculino. "Me han arañado unas cuantas mujeres que tenían las uñas largas", me dice. "Nada me corta más la inspiración que tener a Eduardo Manostijeras ahí abajo".

Como mujer de uñas largas que ha recibido arañazos de un gran número de mujeres, me gustaría sugerir los guantes de látex. Además de ser una buena protección a la hora de hacer dedos y fisting, los guantes son una forma de poder hacerlo sin tener que renunciar a las uñas postizas.

"Ponte al día con los lubricantes"

Una de las peores cosas del mundo es ponerse o quitarse un tampón. Lo mismo se puede decir de los dedos. Si no está lo suficientemente húmedo, no metas nada, pero un poco de sequía no significa que no la esté pasando bien. Si crees que no hay problema y estás seguro de que quieren que les metas tus deditos, pon un poquito de lubricante antes de entrar.

Teniendo esto en cuenta, el segundo gran consejo es ponerte al día con todos los lubricantes que existen y descubrir el que mejor te convenga. Cada lubricante tiene bases diferentes y sirve para diferentes propósitos. Mientras que un lubricante de silicona puede ser mejor para el culo, no se debe usar con la mayoría de juguetes sexuales (porque podrían romper la goma de tu dildo favorito). Si vas a jugar exclusivamente con una vagina, un lubricante a base de agua es lo mejor para mantener el PH y tratar la sequedad vaginal.

Además, es importante mencionar que la penetración no es la única opción. Charlotte, 27 años, llega incluso a sugerir que "masturbar a alguien no tiene que ser lo mismo que penetrar" y que la única vez que un hombre cis se lo hizo, cometió el error de "hacer lo mismo que hubiera hecho con su pene, si le hubiera dejado". Miranda, con menos tacto, describe su experiencia con las artes masculinas como un "apuñalamiento con el dedo".

Para muchas mujeres cis, yo incluida, un simple dedo no es suficiente para venirse. Solo un 25 por ciento del sexo vaginal con penetración acaba en orgasmo, así que, si quieres que se vuelva loca, te recomiendo encarecidamente que trabajes el clítoris (CON CUIDADO). También, se ha hablado mucho de que el orgasmo vaginal es igual que el clitoriano, así que es importante trabajar tanto el timbre como en la puerta. Por suerte, las lesbianas se las saben todas.

Alex, mi ex novia, me habló de un consejo específico. "Tienes que centrarte en el punto G (esa pequeña área melocotonesca en la parte superior trasera, a unos centímetros de la entrada vaginal), o si quieres imitar la penetración con algo más grande que un dedo", aconseja, "presiona hacia abajo mientras lo metes y lo sacas".

"Solo porque gemí una vez no significa que tengas que hacer lo mismo de forma agresiva hasta que me venga"

Sin embargo, si has visto la segunda temporada de Sex Education, sabrás que la técnica del reloj, o cualquier otra, no siempre es la mejor opción. Cuando Otis le cuenta a Ruthie, la lesbiana oficial de la serie, su método para masturbar a alguien, ella se ríe de él. Alex, una de nuestras lesbianas, dice: "El peor error que puedes cometer es llegar con una técnica fija y pensar que eso me va a calentar. Aunque suene falso realmente tienes que escuchar al cuerpo de la otra persona y ver a qué responde positivamente".

Amelie, de 22 años, nos da un consejo similar. "No veas un signo de placer y te aferres a eso. Solo porque gemí una vez no significa que tengas que hacer lo mismo de forma agresiva hasta que me venga", dice. "En la variedad está el placer. Y ese movimiento raro que hiciste una vez fue divertido, pero solo lo sigue siendo si lo intercalas con otros movimientos".

Seguir la corriente es algo que se ha mencionado mucho a la hora de masturbar a una mujer, pero tener un par de trucos en la manga puede marcar la diferencia entre masajear un labio sin fin o hacer que se venga por toda la pared. Para los chicos que están acostumbrados a masturbarse a sí mismos, Alex recomienda que "piensen en el clítoris como si fuera un minipene e interactúen con él como tal".

Armados con una sabiduría plena sobre el arte del dedo, parece oportuno terminar el artículo con una nota romántica. Amelie me explica que, de todas las experiencias sexuales que ha tenido, las mejores no dependieron de la técnica sino de la atmósfera en que se dieron.

"Es gracioso, porque durante mi mejor experiencia con un dedo, no hubo mucho dedo", explica. "Ella se tumbó y metió los dedos despacito, lo cual fue muy erótico, pero el resto fue jugueteo, contacto visual y susurros en el oído. Hizo que fuera mucho más sensual y excitante cuando finalmente llegó ahí. A veces, lo mejor de los dedos es todo menos eso".

@GlNATONIC

Gina Tonic https://ift.tt/eA8V8J

Robots podrían trabajar pronto en las salas de cuarentena por COVID 19 en la India

Artículo publicado originalmente por VICE India.

A diferencia del resto de los estados indios, que comenzaron a tomar medidas extremas para evitar una mayor propagación del coronavirus durante las últimas dos semanas (que culminó con un cierre total durante 21 días), Kerala ha estado en pie de guerra desde la primera semana de febrero, cuando aparecieron los primeros casos de la pandemia en el país. Y como la última y más apremiante amenaza es una escasez masiva de equipo de protección para los profesionales de la salud, los expertos en Kerala ya están buscando una solución: los robots.

Asimov Robotics, con sede en Kochi, ha desarrollado un robot de tres ruedas que puede utilizarse para ayudar a pacientes que contrajeron COVID-19 en salas de cuarentena. Esto incluirá asistirlos de cerca con cuestiones como administrar alimentos y medicamentos, algo que las enfermeras y médicos han estado haciendo hasta ahora, lo que los pone en mayor riesgo de contraer el virus ellos mismos. "No es práctico desplegar robots similares a humanos en los hospitales. Es por eso que estamos trabajando en un modelo rentable que es muy práctico en este momento", dijo Jayakrishnan T, fundador y director ejecutivo de Asimov Robotics, a The Indian Express. Después de desarrollar el primer robot en 15 días por un equipo de siete integrantes, la firma dice que podrán fabricar un robot al día después de su lanzamiento.

"Hemos completado el prototipo del robot. No tiene brazos, pero tiene un recipiente desmontable que autodesinfecta los artículos que usa", dijo Jayakrishnan al Economic Times. "Como el robot es desmontable, también puede esterilizarse periódicamente". Según los reportes, la empresa de tecnología, que actualmente está en conversaciones con las autoridades de salud del distrito de Ernakulam para aprobar cuanto antes el despliegue de los robots, está utilizando medidas rentables para crear el molde y las piezas de repuesto. El robot, llamado KARMI-BOT, viene con una bandeja en la parte superior y otra en la inferior que estarán equipadas con alimentos y equipo hospitalario. También se encargará de desinfectar los artículos usados en las zonas de cuarentena.

Además de los servicios generalmente asociados con tareas manuales (como servir o ayudar con los medicamentos), los robots también cuentan con un centro integrado para videoconferencias, que conectará a los trabajadores de la salud con los pacientes de forma remota y permitirá interacciones sin el riesgo de la interacción física. Sin embargo, la empresa —que ganó gran popularidad hace unas semanas por desplegar robots que dispensaban mascarillas y desinfectante de manos en Kochi— reveló que este nuevo modelo ha sido diseñado principalmente para las salas de cuarentena.

Se están realizando avances tecnológicos similares en todo el país a medida que los innovadores tecnológicos y los empresarios se dan cuenta de la demanda y los requisitos de la inteligencia artificial en un momento como este, en especial porque la India tiene muy pocas empresas robóticas de alta tecnología que se centren en la atención médica. Pero esta tendencia está presente en todo el mundo, al tiempo que los proveedores de tecnología robótica se apresuran a responder a la crisis del coronavirus. En lugares como China, Estados Unidos y Europa, se utilizan robots para desinfectar, tomar la temperatura e incluso preparar alimentos para pacientes con coronavirus.

"Estas nuevas empresas, como Asimov Robotics, tienen muchos productos que pueden utilizarse como soluciones en momentos como este", dijo Saji Gopinath, jefe de Kerala Start Up Mission. "Consideramos que el uso de la robótica para ayudar con el cuidado y otros procedimientos médicos no esenciales como la administración de alimentos o medicamentos puede reducir considerablemente la carga sobre los trabajadores de la salud". Otra nueva empresa de tecnología con sede en Gurgaon ha creado un escáner electrónico de temperatura, que elimina la necesidad de realizar mediciones manuales y utiliza análisis de video para alertar a los usuarios de temperaturas corporales superiores a los 37 grados centígrados.

En la India, este tipo de tecnología podrían salvar cientos de vidas que están en riesgo actualmente. "Es un buen momento para que la tecnología mejore la situación de manera eficiente", dijo al Economic Times Prasad Balakrishnan Nair, director ejecutivo de Maker Village, una incubadora de hardware electrónico ubicada en Kochi. "Estamos promoviendo una serie de iniciativas que podrían ser de ayuda en estos momentos difíciles".

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