Artículo publicado originalmente por VICE España.
Vivo en el centro de Madrid y desde que la Comunidad empezó a tomar medidas por la expansión del coronavirus en la zona —para los cidadanos y muchas empresas, estas medidas vinieron en forma de recomendaciones, "se recomienda no viajar fuera de la ciudad, se recomienda trabajar desde casa"— lo único que he hecho es entrar en un bucle obsesivo y usar Internet.
Esta semana, todo lo que he hecho es usar Internet para trabajar desde casa; usar Internet para mandarle mensajes a mi prima Isabel, que volvió de Italia, donde vive; usar Internet para recibir mensajes alarmistas y virales por WhatsApp; usar Internet para, también por WhatsApp, expresar, junto a mis amigas, mi absoluta molestia al comprobar que mucha gente está pasando por alto las recomendaciones en Madrid. Ayer la vicesecretaria de comunicación, Isabel Díaz Ayuso, compareció para informarnos que el fin de semana habrá un "repunte elevado" de contagios aquí pero maldita sea, ayer jugaba el Atleti y ¿quién podría resistirse a ir a verlo en grupo a algún bar? Lo primero es lo primero.
También he usado Internet para consumir todas y cada unas de las noticias que me han llegado del virus porque no tengo tele ni radio, y también lo he usado para escuchar música. Para videollamar a mi padre, que es un boomer que ha descubierto las videollamadas, para hacer la transferencia del pago del alquiler de mi departamento y para mirar compulsivamente historias en Instagram y las actualizaciones de Twitter a la hora de comer porque como no estoy en la oficina y no tengo con quién hablar. No lo he usado para pedir, a través de las diversas aplicaciones existentes, que me traigan cosas a domicilio porque o bien soy una moralista o bien aún creo en los derechos laborales y en que las empresas deberían pagar impuestos, pero podría haberlo hecho. También podría haber cancelado un vuelo si lo hubiera tenido programado o haber tomado un tren (como han hecho tantos) y huir de Madrid, cosa que tampoco he hecho.
Cuando empecé a pensar en cómo habría sido todo esto del coronavirus sin la red de redes, me lo imaginé como una de esas tardes de verano del 98 en las que mis padres se dormían la siesta y mi yo de seis años solo podía pensar, intrusivamente y sin parar: "y ahora qué hago, ahora cómo me divierto, ahora a qué me dedico, ahora en qué invierto mi tiempo de persona de seis años, aún soy muy joven, la vida no debería ser una concentración de horas vacías".
Por eso para dar respuesta a la cuestión y ponerme en el supuesto contacté, en primer lugar, a Mario Cortés, Decano del Colegio Oficial de Ingenieros Técnicos de Telecomunicaciones. Lo que más habríamos notado, según él, de no haber habido Internet en una circunstancia como esta -y recordemos que eso fue apenas hace una década- habría sido la imposibilidad de trabajar y continuar con la formación educativa desde casa ante la suspensión de las clases.
"No se trata solo de que haya o no Internet, que también, sino del avance de las comunicaciones en general. Las videollamadas, por ejemplo, se hacen mediante otra tecnología, punto a punto, así que debemos también tener en cuenta eso. Pero probablemente los efectos más notables que habría tenido una crisis como la del coronavirus sin la red habrían sido la imposibilidad de comunicarnos mediante redes sociales, de consumir información online y de trabajar y recibir clases a distancia, lo que ha posibilitado continuar con la formación de los estudiantes ante la suspensión de las clases. Ahora mismo con la fibra óptica que tenemos en casa, incluso con el 4G, cualquiera puede reunirse o ver conferencias o clases a través de una de las múltiples aplicaciones gratuitas que dan el servicio, lo que permite realizar reuniones, clases, etc. sin necesidad del contacto presencial, que es lo que se nos está recomendando que evitemos", comenta.
Desde que se creó la nube, además, tenemos la posibilidad de trabajar en línea, añade, otra cosa que no sería posible hacer sin Internet. "Existen aplicaciones de compartición de datos gracias a las cuales se puede trabajar en equipo como si todos estuvieran en una oficina. Todo esto se puede hacer incluso desde un smartphone, algo que era impensable hace cinco años", comenta. Así, no solo sin Internet sino también sin estos avances que atañen a la comunicación, a muchos de nosotros no nos habrían mandado a trabajar a casa. Probablemente seguiríamos en la oficina porque lo primero siempre es la producción. En el mejor de los casos, nos habrían dado vacaciones. En el peor, a la calle: temporalmente nos reducirían la jornada o nos suspenderían el contrato laboral y a casa o al Sistema Nacional de Empleo.
En este sentido, Iván Rivera, Ingeniero de Telecomunicaciones, apunta a una cuestión importante: hay muchas profesiones que no se basan en Internet como medio de producción y hay gente que no tiene conexión. "A veces se nos olvida que no todo el mundo puede trabajar dese casa y esto es algo que estamos viendo en los últimos días. Tampoco se tiene en cuenta a, por ejemplo, las familias que no tienen conexión y ahora tienen niños en casa, o que en determinadas zonas la red no funciona igual de bien que en las grandes urbes. Quizá esta situación nos lleve, ojalá, a plantearnos algunas cuestiones relacionadas con las telecomunicaciones, como la necesidad de una tarifa social o de cerrar las brechas tecnológicas que aún existen entre la población", apunta.
Pero, más allá de la brecha tecnológica y de conexión, de que haya quien está viviendo sin Internet, otra —de tantas— de las diferencias sociales y de clase que está evidenciando la crisis sanitaria que atravesamos, otra de las actividades cotidianas que no podríamos hacer y que cobra especial relevancia en situaciones en las que se invita al recogimiento es, según el Decano del Colegio de Ingenieros Técnicos, comprar sin salir de casa. "Los medios digitales de pago también facilitan las cosas en esta situación, evitando el desplazamiento de personas. Ahora podemos hacer transacciones por Internet con nuestra tarjeta de crédito, el comercio electrónico y el rápido transporte logístico están a la orden del día, potenciados por el sistema de localización y conexión", apunta.
Y pienso, mientras me lo explica, en la paradoja de Internet, que lleva ya mucho tiempo permitiéndonos estar aislados y conectados al mismo tiempo. Lo del coronavirus habría sido distinto sin Internet en la misma medida que un fin de semana normal: no habríamos podido "estar" con nuestros amigos y nuestra familia sin estarlo, no habríamos podido leer prensa sin ir al puesto de periódicos, no habríamos podido ver películas que no pasaran en la tele sin ir al cine o al videoclub.
No habríamos podido disfrutar de comida en casa sin ir por ella o hacer uso del teléfono, no habríamos podido masturbarnos viendo porno sin tener un DVD (¡o un VHS!) previamente comprado en algún establecimiento físico, no habríamos podido comprar y/o devolver nuestro boleto de tren de Semana Santa desde casa y no habríamos podido enterarnos casi en tiempo real —todo en el tiempo real que las autoridades lo permitan, al menos— de los infectados por coronavirus desde nuestros dispositivos móviles.
Tampoco podríamos haber intentando sacar tajada y likes del virus con nuestros memes y nuestras fotos con cubrebocas, pero eso es otro tema distinto al que hoy nos ocupa. Vayamos a lo de la comunicación.
"La comunicación directa entre Gobiernos, instituciones y corporaciones es una realidad desde hace ya tiempo. Recordemos el célebre Teléfono Rojo que comunicaba a Estados Unidos con la URSS durante la Guerra Fría. Sí que es cierto que gracias al avance de las telecomunicaciones el intercambio e información, en este caso entre la comunidad científica y los gobiernos, es mucho más rápido y sencillo", apunta Cortés. Pero el constante y rapidísimo flujo de información tiene otra cara además de la institucional: la ciudadana.
¿Hasta qué punto mi —nuestro— conocimiento de la situación, que puede derivar y de hecho deriva en paranoia, en conspiranoia o en un rechazo de todo lo anterior que da como resultado el hacer como si no pasara nada e ignorar las recomendaciones gubernamentales es consecuencia del Internet y la constante exposición a noticias e información? Me puse en contacto con Pablo Santoro, sociólogo y profesor en la Universidad Complutense de Madrid, para preguntarle de qué manera habría influido no tener Internet —ergo, de qué manera está influyendo tenerlo— desde una perspectiva sociológica y de la reacción ciudadana. Lo primero que hizo fue remitirme a Diario del año de la peste, una novela en la que Daniel Defoe relata las experiencias de un ciudadano londinense durante la gran plaga que asoló Londres a mediados del XVII.
En el libro, publicado en 1722, se recogen, me dijo el sociólogo, algunas de las reacciones ante la peste que estamos viviendo ahora, siglos después, con el coronavirus. "Los rumores y lo que ahora denominamos fake news existían igual que existen ahora", me comentó. "De la misma forma que circulan hilos de WhatsApp afirmando que ingerir bebidas calientes previene el contagio del Covid-19, en esta novela se relata cómo algunos pensaban que llevar siempre consigo flores que desprendieran olor hacía que la peste, que se transmitía por el aire, no se les contagiara", explica. Se habla también de la neurosis colectiva, del desabastecimiento, de la población huyendo de los focos de contagio urbanos como en ese momento era Londres. Nada nuevo bajo el sol. Sin Internet, probablemente, también habríamos sufrido de histeria colectiva, porque ya ocurrió así otras veces", señala Pablo.
"Quizá esta situación nos pueda llevar a reflexionar sobre que no somos tan especiales ni tan únicos. Nuestro tiempo no es tan insólito, ni en sus pros ni en sus contras, y las reacciones ciudadanas que estamos viendo, las lógicas que se están produciendo ya se vieron con otras situaciones similares, y hemos salido de ellas. Internet y las telecomunicaciones, en ese sentido, contribuyen a acelerar esas lógicas, esas reacciones, a que se produzcan más rápido, pero no las generan de por sí", cuenta.
Así, sin la red de redes no todos habríamos recibido imágenes con instrucciones para lavarnos las manos correctamente ni videos falsos sobre los desabastecimientos en los supermercados, pero nos habríamos acabado enterando igual. Por un comunicado municipal o por un periódico. En la radio o platicando con los vecinos. En WhatsApp o en el mercado. Solo que ahora, gracias a la hiperconexión, todo es más rápido, para bien y para mal.
"Puede que haya algo distintivo, algo que nos esté influyendo y sea distinto, y eso son las narrativas apocalípticas. Algunos filósofos como Zizek han apuntado a ello: da la impresión de que estamos obsesionados con el fin del mundo y que, para nosotros, es complicado imaginar un futuro diferente que no sea una especie de prolongación ad infinitum de la hegemonía neoliberal que no pase por una catástrofe brutal. A partir de ahí, pensamos, podríamos renacer y construir algo nuevo. Así que no sé si en estas reacciones que se mueven entre el rechazo al apocalipsis —'aquí no pasa nada'— y la seguridad de que es inevitable haya algo de esa obsesión apocalíptica que tenemos. Hay cierto gozo en que esto sea una catástrofe de verdad, en que 'pase algo'. Michel Foucault hablaba del contraste entre la historia y el acontecimiento. La historia era para él la sucesión de las cosas en el tiempo en el que pasan, el acontecimiento, sin embargo, era algo imprevisible, irreductible al curso de la historia. Y quizá en nosotros haya esa especie de anhelo de acontecimiento a través del cual se puedan explicar reacciones relativamente extremas entre la población", comentó.
Así que lo del coronavirus sin Internet quizá no habría sido tan jodido ni tan distinto. Igual habría sido bastante parecido, solo que sin memes y con chistes, sin poder echar mano de la red de redes para facilitarnos el aislamiento, el trabajo y el estudio desde casa y la comunicación con los demás casi compulsiva.
Internet es solo un altavoz, además de un elemento acelerador, tanto de la información y la divulgación como de las mentiras y las falacias, que no son exclusivas de nuestro tiempo. Así que sin conexión las cosas habrían sido igual, solo que un poco menos aceleradas. Igual solo que contándonos historias como en el Decamerón en lugar de viendo las que hace la gente desde sus casas para enseñarnos su compra apocalíptica de papel higiénico o que les da igual y salieron de fiesta a los bares. Las cosas serían igual, solo que más lentas.
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