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martes, 31 de marzo de 2020

Acabemos ya con las videollamadas, por favor

Artículo publicado originalmente por VICE España.

A estas alturas empezar un artículo explicando que estamos en cuarentena es un poco absurdo. ¿Qué llevamos ya, 12 o 13 días encerrados? Todo depende de en qué día empezaste a contar o de si te da igual arriesgarte por ir a tener sexo con alguien. Sea como sea, llevamos ya unos cuantos días en casa. Y en contra de que hubiéramos pensado “qué maravilla cancelar planes para quedarme en casa haciendo Netflix&Chill”, nadie nos preparó para esto.

No me refiero a nivel logístico como Estado, sino que en nuestra vida nadie nos ha enseñado a parar y no hacer nada. No sabemos estar solos. O lo que es peor, no sabemos estar con nosotros mismos. Por culpa de esto y de vivir en una supuesta meritocracia en la cual siempre tenemos que dar lo mejor de nosotros mismos, nos hemos visto obligados a adaptar los hábitos de nuestra vida anterior a esta nueva realidad que se parece bastante a un reality show. Los vagos de toda la vida ahora se interesan en el fitness.

Los profes, que no sabían bien cómo poner el proyector, ahora dan clases a través de Instagram. Y hemos pasado de desear que se cerraran las puertas del ascensor cuando veíamos entrar a algún vecino por la puerta, a poner notitas tipo “Hola somos los del 4º B, si alguien necesita ayuda para hacer compras o pasear a su perro aquí estamos :)”. Nos hemos adaptado como hemos podido y nuestra vida se rige entre el absurdo y el desquicie total. Hasta aquí todo bien, tampoco nos podemos exigir mucho más.

El problema es que hay cosas que no hemos gestionado con la misma habilidad. Y no me refiero ni a lo del papel higiénico, ni a las raves en los balcones, ni tan siquiera a la cantidad indecente de festivales en streaming que se hacen a diario. Bueno, eso último también es un poco preocupante, pero nos ocuparemos de ese tema en otro momento. Lo que estamos gestionando mal, lo que realmente está empezando a ser cosa de locos y se nos está yendo de las manos, son las malditas videollamadas.

Por lo visto no teníamos suficiente con Whatsapp y sus notas de voz, Instagram, Twitter, el chat de Wallapop, el correo del trabajo y el personal y hablar con toda la gente con la que estamos confinados: AHORA NECESITAMOS MÁS. Hemos desenfundado la peor de las armas. No solo queremos oír la voz del otro sino también verlo —o más bien intuirlo en una nebulosa de píxeles y filtros en tiempo real—.

Sí, yo también hago videollamadas, pero hay que admitir que estamos desatados. Analicemos con perspectiva todo este asunto. Antes de que el Estado nos pidieran amablemente que nos quedáramos en nuestra casa para frenar la pandemia, podíamos pasarnos semanas, incluso meses, sin ver a nuestros colegas y no pasaba nada. ¿Durante los meses de verano? Ni respondemos el Whatsapp. ¿En exámenes? No tenemos tiempo. ¿Esos días de horas extras no remuneradas? Amigos, no conozco a nadie. Y todo bien.

No nos veíamos cada día y todo estaba bien. Pero ahora no. Ahora es una necesidad. Cada día, a todas horas. Para la segunda jornada de confinamiento había más fotos de grupo con nuestros amigos —cada uno en su cuadradito, en su casa— que en todo el tiempo que llevamos teniendo Instagram.

Quizás, digo yo, no necesitamos estar hablando con nuestros colegas 24/7. Solo quizás. No sé, puede ser que haya gente que sí. Pero vamos, creo yo que todos hemos pasado tranquilamente un fin de semana en pijama, sin lavarnos los dientes, ni dirigir la palabra a nadie. Y ahora en cambio, cada día alguien te escribe la temida frase: ¿hacemos una videollamada?

O peor, te llaman directamente. Así, sin pensar, ¡a lo loco! Y tú te unes, con toda tu buena fe, y acabas metido en una especie de orgía de la comunicación audiovisual con 8 personas más, de las cuales solo conoces a 3. Pero calma, si logras sortear estos cantos de sirena, siempre te queda ver las 8-10 stories donde la gente sigue reinventando las fotos grupales porque madre-mía-que-locos-estamos-seguro-que-nadie-ha-pensado-en-hacer-una-captura-de-pantalla-del-chat.

Ahora supongamos que aceptamos como “normal” hacer videollamadas cada día. Estamos en una situación excepcional, ¡estamos salvando al mundo en ropa deportiva o pijama! Nos merecemos alguna licencia de vez en cuando. Ahora bien, la auténtica muestra de que esto se está saliendo de control es el propósito de las videollamadas. Porqué ahora no son solo para hablar cuando tienes algo que contar. Para nada. Eso ha pasado a la historia. Ahora en las videollamadas se HACEN COSAS.

Las cosas que hacíamos en nuestra vida real, ahora las hacemos a través de una computadora. Tenemos, por ejemplo, a esta gente que ha descubierto que es bebedora social y no le apetece sentir el síndrome de abstinencia, por lo que organiza una borrachera entre 10 personas a través de Skype. No te engañes, la verdad es que estás bebiendo solo en tu habitación mientras miras una pantalla. No me parece mal, eh. Siempre estoy a favor de una buena fiesta, o una fiesta a secas, pero hay que decir las cosas como son: estamos emborrachándonos con nuestras computadoras.

Luego está ese grupo que transita los 30, tiene trabajo, cultura, parece de fiar. Son respetables pero ahora piensan que les gusta el deporte. Lo descubrieron todos juntos, el mismo día en que nos confinaron. Siete años sin ponerse zapatos deportivos y ahora, que tienen excusa para no ir al gym, se han convertido en la mismísima Patry Jordán. Skype para hacer cardio, yoga y crossfit. Esa gente tiene agujetas desde el día uno. Y como no tienen suficiente con sufrir y ver a sus colegas retorcerse en posiciones de dudosa naturaleza, encima lo suben a Instagram. No amiga, no quiero ver a tu colega pareciendo una cucaracha patas arriba. Se que queremos seguir creando contenido para nuestras redes, pero no a cualquier precio. Sobre todo no a ese precio.

Después están los que por miedo a tener poco que decir o haberse dicho ya tantas cosas por chat, comparten su pantalla y ven alguna película, serie o vídeo de YouTube que no pasa los estándares de calidad de la mitad de la población. Pero ahí están, creando comunidad. Viendo Mi extraña adicción: la mujer que solo comía papas fritas con queso. El equivalente con glamour es jugar bingo. Tampoco mejora, ¿realmente necesitábamos compartir este momento de nuestras vidas? ¿Hemos tocado fondo ya? Probablemente la respuesta a estas dos preguntas sea un sonoro "sí".

Y luego están esos amigos relajados que se ponen de acuerdo para no hacer nada. Son como los que comparten pantalla pero en versión ameba. La misma energía de una sala de espera. Todos con el móvil, el Switch o lo que sea. En silencio, delante del ordenador. De vez en cuando alguien dice algo tipo, ¿han visto esto? Ya ven. Que porquería. Y silencio de nuevo. Y así pasa una hora hasta que alguien dice que se va a dormir pero seguramente solo quiera ponerse en una pose más ridícula. Incluso demasiado ridícula para un Skype entre allegados.

Pero quizás lo más preocupante sea la gente que trabaja desde su casa y tiene un auténtico síndrome de Estocolmo. Esa gente que se pasa el año quejándose de ver cada día las mismas caras, la misma oficina, ahora busca cualquier excusa para hacer una videollamada. Un grito laboral desesperado de "los echo de menos". Mira, no hace falta que te vea en bata recién levantado, ¿y para qué tardar 20 minutos en explicar lo que se podría resumir en un mail de dos líneas?

Pero lo peor llega cuando es recíproco. Seis personas en sus respectivas casas, con la cámara encendida, viendo como los otros teclean con intensidad para demostrar que están trabajando y no en Twitter poniendo tonterías. Y encima los muy dementes también se toman fotos para subirlas a Internet en plan T-O-D-A-Y-S-O-F-F-I-C-E. Maldita sea, disfruten no tener que verle la cara a su jefe.

Ahora, pasados unos días de la explosión inicial, y viendo que esto va para largo, tengo miedo de cómo puede evolucionar. Estamos descubriendo nuestras peores caras. Y lo digo literalmente. Por lo general la ropa deportiva-pijama no es nuestra mejor carta de presentación. Con un poco de suerte será algo pasajero. Lo de las videollamadas, digo. Se nos acabarán los temas de conversación, nos habremos contracturado de tanto gym virtual y el alcohol se agotará. Pero a saber la de burradas que se nos ocurrirán entonces.

"A ver cuándo hacemos una videollamada" es el nuevo "a ver cuándo nos vemos". Yo de verdad los quiero, pero necesito espacio. Créanme, no soy la única. Quizás nos venga bien aprender a estar un poco solos. O lograr relacionarnos de una manera medio decente con las personas con la que estamos confinados. No les voy a mentir. Yo lo seguiré haciendo, y espero que ustedes también sigan llamando a sus colegas y abuelas. Pero moderación, que ya nos veo a todos totalmente idos y aquí no hay premio al final como en Big Brother.

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Eva Sebastián https://ift.tt/eA8V8J

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