Artículo publicado originalmente por VICE España.
Es cierto: romantizar la cuarentena es un privilegio de clase. Por eso causa cierto sonrojo ver a multimillonarios como Leo Messi llamando al confinamiento de toda la población desde su mansión de más de seis millones de dólares en un fraccionamiento de lujo en Castelldefells en Barcelona, España. Con campo de fútbol, piscina y un gigantesco jardín como para perderse. Así da gusto, Leo.
La realidad de la mayoría de los ciudadanos es bien distinta. Y en el caso de muchos, se acerca bastante más a lo que podría ser, aproximadamente, uno de los baños del futbolista argentino. El centro de las grandes ciudades está lleno de departamentos minúsculos en los que miles de personas viven estos días la cuarentena en soledad. Departamentos de 30 metros cuadrados o menos. A menudo sin luz natural. A veces, auténticos agujeros.
“Mi casa mide diez pasos de largo por tres de ancho. Bueno… más bien, pasitos cortos”, cuenta Higinio, de 37 años. En realidad, el espacio cuenta con un total de 23 metros cuadrados, distribuidos en una única estancia y un baño. Un departamento sin ascensor en el barrio madrileño de Malasaña por el que paga poco más de 500 dólares al mes de alquiler. Interior pero con luz, gracias a las seis pequeñas ventanas que dan a un patio de luces y a través del cual se saluda con sus vecinos, muchos de ellos ancianos.
“Hay que tener en cuenta que la gente que vivimos en departamentos pequeños estamos habituados a ello. Y más si es gente como yo, que primero: soy muy hogareño y hago mil cosas en casa. Tengo lo necesario para hacer de todo: fermento, cosmética, soldadura de vidrio, acuarela, fotografía, tengo más de 50 especies de cactus con toda su parafernalia de plagas, nutrición etc. Tengo hasta un pequeño voladero para los pichones de paloma que me encuentro, incluye alimento, jeringas y sondas, con arena de fondo. En fin, yo no me voy a aburrir en mi puta vida, ni siquiera en 23 metros cuadrados”
“Francamente, yo llevo la cuarentena bastante bien. Soy muy hogareño y se me ocurren muchas cosas que hacer. Trabajo en una cadena de comida rápida y la empresa suspendió labores, así que tengo tiempo de sobra”. ¿En qué invertir ese tiempo? En el caso de Higinio, básicamente en dos cosas: cocinar y limpiar. “Hago lentejas, pan, galletas. Recetas que llevan más tiempo, como la kombucha, o anacardos fermentados para elaborar quesos veganos. Y limpio, limpio y vuelvo a limpiar. No sé si la limpieza es un hilo del que es mejor no empezar a tirar, porque una vez que empiezas nunca se acaba”, ríe.
No todo es limpiar y cocinar: el entretenimiento también es clave. “Juego Scrabble vía online. O mejor dicho… pierdo online al jugar Scrabble. Hago videollamadas con mis amigos, como todo el mundo en estos días. Hablo con mi madre por teléfono para que se desahogue y me cuente qué tal su día como auxiliar en medicina interna. Ella llora y yo me aguanto las ganas. Luego nos reímos, porque esta situación es una montaña rusa de emociones. Veo series y películas. Y hago deporte siguiendo transmisiones en vivo de Instagram. También ayudo a las personas mayores del edificio: les bajo la basura o les hago las compras cuando lo necesitan. El secreto es entretenerse. No sé si con horarios, con rutinas o con caos. Pero ayudar en lo posible, o al menos no estorbar, y procurar que esto pase pronto”, cuenta Higinio.
A Adriana y Federica, madre e hija de 52 y 21 años este tiempo se les hará un poco más largo. Ambas viven juntas en un departamento de apenas 30 metros cuadrados desde que llegaron a Madrid de Venezuela, hace cinco años. Y a lo complejo de la situación de confinamiento se suma el hecho de que Federica es paciente de riesgo, dado que hace cuatro años le hicieron un transplante de hígado. Ambas comparten una cama grande. “Convivir en un espacio tan pequeño es muy complicado”, reconoce Adriana. “La única puerta que da un poco de privacidad es la del baño. En el resto de la casa, todo se ve desde cualquier parte”.
“A veces me quedo en casa de mi pareja, que vive a un par de manzanas. Ambos trabajamos juntos”, cuenta Adriana. “Lo hago para darle un respiro a Federica: cada vez que llego a casa me tengo que desinfectar de pies a cabeza en la puerta y meterme directo a bañar. Pero sobre todo es una cuestión de salud mental de ambas: hay que tener buena disposición para no jodernos la paciencia la una a la otra y llevarnos bien. Y eso no siempre funciona: somos humanos y nos angustiamos. La sensación de no tener escapatoria puede llegar a ser muy, muy dura”.
Yael, de 41 años, vive sola en un pequeño departamento interior de 30 metros cuadrados. Lleva tres años y medio allí, y asegura que está a gusto. “Estoy cómoda: no hace frío, porque tengo calefacción central. El edificio no es muy antiguo, como de los años 70, así que está en buenas condiciones”, cuenta. “Creo que no lo cambiaría por un lugar mucho más grande en un barrio más alejado del centro”.
Pero una cosa es vivir en un lugar y otra muy diferente no poder salir salvo para lo esencial. Desde que empezó la crisis del coronavirus, Yael ha empezado a trabajar desde casa. “Normalmente paso unas 12 horas al día fuera de casa haciendo mil cosas, así que este es un cambio grande; pero no lo llevo mal. De hecho, creo que lo ideal sería trabajar desde casa al menos un par de días por semana. Soy bastante disciplinada, y en la organización encuentro referentes que hacen difícil que me deprima en una situación así”.
En esto ayuda el ejercicio. “Para mí está siendo muy importante. La casa es pequeña, pero alargada, así que aprovecho para caminar en línea recta o corretear de un extremo a otro”. Aun así, la falta de luz natural es una desventaja. “He estado una semana sin poner un pie en la calle. Ayer salí por primera vez en todo este tiempo y me di cuenta del mucho bien que me hace la luz natural. Estando dentro no la echaba de menos, pero al salir al exterior me sentí mucho mejor y noté lo necesaria que es”.
Para sentirse mejor, no hay nada como la buena compañía. Laura vive con Janis, Gilda, Claudia, Fermín y Betty: tres perras y dos conejos. Todo, en una casa de unos 35 metros cuadrados que cuenta, eso sí, con un pequeño jardín. “Tengo la suerte de que mis perras son muy tranquilas, por lo que no me dan demasiada lata: los galgos son así. En estos departamentos tan pequeños, en vez de tener a compañeros de trabajo fastidiándote, lo que tienes es un perro”, ríe. El principal espacio de la casa lo ocupa el sofá, el lugar más cotizado. ”Nosotras nos peleamos por el sitio: como son tres, y no precisamente pequeñas, si se acuestan a sus anchas, que es lo habitual, me quedo sin sitio”.
A pesar de la cuarentena, Laura procura mantener la rutina de siempre. “Trabajo de seis de la tarde a dos de la mañana, y ya lo hacía antes desde casa, por lo que las cosas no han cambiado tanto en mi vida, al menos entre semana”. Los paseos son, eso sí, bastante más cortos de lo habitual. “Las perras están acostumbradas a ir al campo, algo que hacíamos todos los días y ahora no podemos hacer. Se aburren en el parque. El tiempo que estamos en casa procuro mantenerlas entretenidas con juguetes: los escondo para que los busquen y ejerciten el olfato. No hay mucho más que podamos hacer”.
“Si antes valoraba compartir mi vida con animales, ahora mucho más”, cuenta Laura. “Ellas me están ayudando a llevar mucho mejor esta situación: me hacen reír, me dan cariño y yo puedo dar el mío a alguien. Gracias a ellas puedo salir a la calle a respirar aire fresco y a que nos dé el sol. Son mi alegría: en este momento de mierda, hacen que la vida sea un poco más bonita”.
Daniel Cabezas https://ift.tt/2JiawzJ
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