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viernes, 27 de marzo de 2020

Fantasía anulada: testimonio de una actriz porno

En una habitación con piso roto de madera, sobre un colchón duro al que le sonaban los resortes, tuve sexo con un futbolista negro que olía a aceite de chocolate. Me quedé dormida en su pecho, sonriente por el sexo y por su olor. ¿Qué podía ser mejor que la satisfacción que me dejó con sus movimientos que parecían danza? ¿Qué podía ser mejor que su gran pene negro en mi vagina húmeda y caliente? Multiplicarlo por dos, tener otro hombre igual a él penetrando al tiempo mi estrecho culo.

Fantaseaba muy seguido con dos hombres negros en mi cama. Quería que estuvieran a disposición de mi placer, que bailaran conmigo en medio, que sudaran sobre mí, que me amaran solo durante el sexo, que me dejaran exhausta y somnolienta como un bebé que duerme en el pecho de su madre después de tomar leche caliente. Pero me daba miedo proponerlo, decirle que invitara a casa a su mejor amigo o a un conocido cualquiera al que no le diera pena tener su pene cerca de otro pene.

Cuando ya creía que debía dejar la promiscuidad para no perder credibilidad entre mis colegas periodistas, en un ataque de ansiedad y depresión tomé la decisión de ser actriz porno. Ser actriz significaba que me valiera culo el mundo, que me olvidara de intentar encajar donde quiera que no cabía, que me sintiera tranquila yendo en escote a la oficina aunque asumieran que mi rápido “escalonamiento” laboral estaba vinculado al tamaño de mis tetas y a chuparle la verga a mis jefes. A uno me lo cogí cuando ya había ascendido, sí, pero nunca para ascender.

Fueron dos años intensos de pornografía que en realidad parecían periodismo de inmersión. Estaba ansiosa por saber si los penes en realidad eran tan grandes y si mi vagina los aguantaría, quería ver qué tan bonitas se veían las actrices sin maquillaje y saber si los actores tenían matrimonios estables y esposas comprensivas; también quería provocarle pajas a la gente y que me buscaran los hombres que alguna vez me habían rechazado. Y claro, quería cumplir mis fantasías, llamar arte a mi promiscuidad, quedar satisfecha cada vez que quisiera sexo y no sufrir por caras bonitas en cuerpos de penes pequeños. Ser una curvy frente a las cámaras era como un premio de consolación por haberme rendido a tiempo de ser una delgada presentadora de farándula.

Amaranta Hank - abrazo hombre - mano mujer y sábila sobre vagina

Luego de un año de trabajo como actriz, en un viaje a República Checa me propusieron hacer mi primera escena de doble penetración. Cobré muy bien porque aunque me moría de ganas por intentarlo debía parecer que haría un esfuerzo por grabar para que la productora me tratara con respeto y no como un producto desechable. La pornografía puede ser muy mojigata porque si haces todas las prácticas sexuales pronto, luego ya no hay nada nuevo que ofrecer en las escenas y dejas de valer dinero.

La pornografía puede ser muy mojigata porque si haces todas las prácticas sexuales pronto, luego ya no hay nada nuevo que ofrecer en las escenas y dejas de valer dinero.

El productor, un mexicano que se cogía a casi todas las actrices para darles la bienvenida a Praga, me preguntó si me gustaban los hombres negros. En la pornografía las actrices pueden cobrar un excedente si los actores son negros porque se considera un esfuerzo que puede producirles asco, como comer semen o tomar orina. Cobré como si fueran blancos y la verdad es que de no concretar la escena me hubiese metido en la cama de ellos por la noche; era muy fácil hacerlo; vivíamos en una casa de habitaciones amplias con muchas camas en cada una, como en un convento o un reality sin censura: con vicio y sexo inacabables.

Mis compañeros fueron un estadounidense y un francés. Fui al baño, me puse un enema y volví al set ya maquillada y en lencería. Iniciamos con la sesión de fotos y a la quinta o sexta toma estaba tan húmeda que pensé que me había llegado la menstruación. Tenía en mi boca los penes gruesos y negros de dos hombres que olían a aceite de coco. Los chupé como a un mango maduro que chorrea por los brazos, los escupí; estaba extasiada como un niño saturado de dulces en Halloween. Pautamos cuatro posturas para el video, pero yo estaba segura de que podía quedarme ahí hasta que alguno de los tres cayera desmayado.

Amaranta Hank cola con sangre - brazos negros mano blanca

Pasamos al sofá blanco donde se rodaban la mayoría de las escenas. Era incómodo, los resortes rechinaban más que el colchón donde cogí con el jugador que olía a aceite de chocolate; los actores estaban tan aceitados que empezamos a deslizarnos en el sofá y ya todo lo que pasaba comenzaba a tornarse incómodo.

De la fricción, mi ano no dilataba. Paré un par de veces a lubricar hasta que el productor mexicano me dijo que por culpa de mis pausas estaba bajando la erección de uno de los actores, que debía soportar y estar quieta si de verdad era una profesional. Intenté concentrarme una vez más, pensar que seguramente me veía como Charlotte Gainsbourg en Nymphomaniac de Lars Von Trier cuando baja a la calle por un par de negros que se la cogen. El contraste de los hombres con la piel pálida de Charlotte quizás había influido en mi subconsciente para que esa fuera mi fantasía. El dolor que sentía en el ano se llevó los recuerdos de la película; ahora solo intentaba concentrarme en soportar.

Ya estaba herida, prefería irme herida con dinero que herida sin dinero.

Paré una vez más y fui por un poco de lubricante. El actor con la erección baja me miró con rabia, estaba dañando su trabajo por el capricho del ardor de mi culo. Solo debía soportar un poco más, si cancelaba en ese momento me quedaría sin dinero por la escena y también les haría perder dinero a los actores. Ya estaba herida, prefería irme herida con dinero que herida sin dinero. Una postura más y la eyaculación, no faltaba mucho.

Una cama o un sofá en buen estado me hubiesen facilitado las cosas, pero al mexicano le parecía apropiado ese sofá dañado. Quizás con el futbolista hubiese podido coger ahí porque esa noche solo queríamos amarnos un rato, pero en la escena lo único que importaba era que cada uno quedara bien, que yo me viera perra, que los actores se vieran sementales y que el productor no perdiera tiempo ni material porque después de mí venía otra chica a la que también le iban a partir el culo.

Amaranta Hank cara orgasmo - sábila sobre vagina

Al día siguiente tomé muy temprano un avión a Barcelona. Tuve fiebre durante cinco días seguidos; la herida alcanzaba 4,7 centímetros. Cagar era fácil, pero intentar lavarme ardía como nunca nada me había ardido. Cuando la fiebre disminuyó comenzó el vómito por el sentimiento de culpa; tuve rabia de haber chupado con deseo esas dos vergas, de haber aguantado el olor a vicio en esa casa reality, de haber sido amable con los actores, de no haber abandonado la escena cuando empecé a sentirme incómoda, de haber elegido ser actriz porno y haberme convertido en una perra deseosa de tríos fuertes, de ser mujer, de haber nacido. Tenía rabia con el mundo, me dolía el ego más que el culo. Me sentía burlada, engañada, violada. Juré darle un puño en la cara al productor cuando volviera a verlo. Aún no ocurre, pero sucederá.

No culpo a la pornografía por mi herida, quizás son solo cosas que pasan.

Estuve en casa en Barcelona durante catorce días. Salía a comprar comida y la dejaba dañar en el refrigerador. Mi estabilidad no llegaba, no lograba pensar con cabeza fría, odiaba al mexicano y me odiaba a mí misma. Mi cuenta de Snapchat donde vendía suscripciones mensuales comenzó a irse en picada; cada día llegaban correos de cancelación de membresía o de no renovación de plan. No era capaz de tomarme fotos desnuda, no era capaz de mirarme al espejo desnuda, no era capaz de lavarme las tetas ni la vagina porque me producía vómito la sensibilidad al roce de los pezones con el estropajo o al del clítoris con el jabón.

cola sangrante Amaranta Hank - Lágrimas sobre cara

El sexo anal fue desde siempre una de las prácticas sexuales que más disfruté; de solo sentir la penetración mi vagina se inundaba de fluidos, se ponía babosa como meter el dedo entre dos pencas de sábila peladas. Pero después de eso ni siquiera quería recordar que alguna vez lo había practicado. Limité mis encuentros sexuales a escenas y no volví a masturbarme en mi privacidad por casi un año. Aún hoy en día, después de un año de no grabar más escenas, mi lubricación natural vaginal sigue siendo reducida.

No culpo a la pornografía por mi herida, quizás son solo cosas que pasan. Ahora trabajo fuertemente en recuperar con comodidad mi disfrute sexual; no he avanzado a querer nuevamente dobles penetraciones pero ya rebusco entre contactos el número de teléfono del futbolista que olía a chocolate para invitarlo a coger en la cama que compré con el dinero de la escena en la que me rompieron el culo.

Alejandra Omaña / Amaranta Hank https://ift.tt/2wGCbHY

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