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jueves, 30 de abril de 2020

Donde viven los monstruos

Algo que no se suele decir de los paranoicos es que nosotros hemos vivido todas las masacres. Hemos sobrevivido (o no) a todas las catástrofes. Cargamos con el peso atroz del conocimiento. Nosotros sabemos cómo vamos a morir. Nosotros sabemos cómo van a morir nuestros hijos. Hemos vivido mil veces la caída, el golpe, la herida. ¿Quieres conocer el verdadero rostro de la extinción? Tengo todos los detalles.

De madrugada busco a tientas el teléfono. Repito los tres números compulsivamente. Uno. Uno. Dos. Uno. Uno. Dos. Respiro hondo, lo más hondo que puedo, pero el dolor no cesa. Enciendo la pequeña lámpara de la cocina y me sirvo un vaso de agua. Sobre la mesa hay pan, té, un par de calcetines, libros. Hay libros por todas partes. Espidifen. Aprieto los dientes. Siento como si empezara a disolverme lentamente en la oscuridad. Un estado primigenio de desolación. Voy a morir. Apago la luz de la lámpara, agudizo los sentidos. Me quedo aquí, en silencio. Vuelto del revés. Quiero que el frío entre como un cuchillo en mi cabeza. Lo deseo tanto que casi puedo sentirlo. Intento escapar de este vacío. Pero el vacío todavía es algo. Solo la locura es nada. Mis dedos se deslizan por el cristal de la ventana. Estoy a punto de morir. Pronto me haré uno con el universo, pienso. Basura cósmica. Bebo un poco más de agua y digo en voz alta buenas noches a todos, en todos los lugares del planeta. Buenas noches.

Leo en las noticias que la cuarentena ha incrementado notablemente los casos de ansiedad en la Comunidad de Madrid y que el Colegio de Psicólogos ofrece un servicio de atención telefónica las veinticuatro horas. De momento están recibiendo unas doscientas llamadas al día. También leo en un ensayo de Luis Bonino un listado de las “problemáticas masculinas” más frecuentes: “trastorno por el sobreinvestimiento del par éxito/ fracaso”, “trastorno por búsqueda imperativa del control”, “patologías de la paternidad y la responsabilidad procreativa”… Compruebo que en el último año he pasado por casi todas ellas. Cuando me enfermé de Covid 19 escribí un artículo en el que hablé sobre mi negación del miedo, pero no dije que la mía era una reacción aprendida durante años de ansiedad y pensamientos paranoides. Tampoco dije algo quizás más importante: que en los meses previos a la pandemia había estado también sumamente deprimido. Yo había aprendido a aceptar mi ansiedad pero no estaba preparado para aceptar mi tristeza. Tengo un complejo muy profundo con eso porque, de hecho, muchas veces he sido percibido como una persona triste o taciturna. Cara-de-poeta. Además, el enfermar en esas circunstancias solo aumentó mi sentimiento de culpa por haber bajado la guardia, porque la depresión seguramente hizo que mi sistema inmunológico sucumbiera rápidamente a la invasión del virus. Y todo eso me hizo desproteger a mi familia.

No es que ahora las cosas hayan cambiado demasiado con respecto a antes de la pandemia. De hecho, los paranoicos sabemos del aislamiento mucho antes de cualquier cuarentena. La paranoia es una liturgia de uno. Una condición que, ya sea por distracción o por vergüenza, termina alejándote del mundo y exigiéndote sus propios ritos, sus propios conjuros. A veces me quedo despierto solo para escuchar el crujido de la casa desplomándose sobre nosotros, a veces siento temor de mis propias palabras porque creo que reflejan una parte peligrosa de mí mismo, a veces me siento tan lleno de violencia que puedo visualizar mis nudillos llenos de sangre. ¿Cómo podría alguien querer compartir eso con nadie? Y a veces la la soledad es tan grande que necesitas consumir un montón de basura emocional. En mi caso, durante mucho tiempo fueron los marines. Más concretamente, videos de soldados americanos volviendo a casa, sanos y salvos, sorprendiendo a sus familias entre risas y lágrimas y siendo recibidos por bandas escolares. Golosinas para idiotas. Baratas, accesibles. MDMA para gente que cree que el MDMA puede producirte un brote psicótico. La paranoia puede ser así de triste cuando se ubica justo entre el nivel “reviso compulsivamente que las puertas de casa estén bien cerradas por la noche” y el nivel “tengo alucinaciones producidas por un chip que el gobierno me ha implantado en el cerebro”. ¿Cuál es la diferencia entre una naturaleza aprensiva y la enfermedad mental? ¿Dónde está la frontera que separa mi neurosis de la tuya?

Yo empecé a desarrollar una personalidad paranoide a mediados del año 2006, cuando tuve mi primer ataque de pánico, mientras volvía del trabajo en autobús. Por entonces Gabi estaba embarazada de Coco y yo acababa de empezar a trabajar en una revista literaria en Mataró, cerca de Barcelona. Vivíamos en un piso diminuto cerca de la Sagrada Familia. Estaba a pocas calles de casa cuando empecé a sentir que me mareaba, como cuando estás a punto de desmayarte. Dolor opresivo en el pecho. Dolor punzante en los brazos. Estaba claro que iba sufrir un un infarto. Bajé del autobús y me encaminé como pude al cercano hospital de Sant Pau, donde un médico latinoamericano me vio y me hizo un reconocimiento. No tenía nada, dijo, salvo un poco de taquicardia, muy leve y seguramente producto del susto. “Susto”, esa fue la palabra que usó. Una palabra que usaba mi abuela para referirse al “mal de ojo”, a cuando un hombre “ojeaba” a un niño y le metía el “susto” en el cuerpo. Me fui de allí pensando que el doctor era un inútil y que me había salvado de milagro. Fue mi primer viaje al lugar donde viven los monstruos.

Unas semanas después de aquel episodio estaba hablando con mi hermano por teléfono, me estaba contando que se iba separar de su mujer cuando empecé a sentir que me ahogaba, o más bien, que no podía tragar, como si tuviera la garganta paralizada por una especie de veneno. Me temblaban las manos y sentía como un hormigueo en la punta de los dedos. Era imposible que esto fuera nada. Pero esta vez no salí corriendo al hospital. El ataque de pánico duró unos segundos, quizás unos minutos. El tiempo, todos los sabemos, se relativiza ante la proximidad de la muerte.

La segunda, la tercera, la cuarta vez, no estaba haciendo nada. Empezó a ocurrirme de manera “aleatoria”. Al principio de manera muy espaciada, luego más seguido. A veces en momentos de estrés, otros en momentos de absoluta tranquilidad. Tardé unos años en aceptar que padecía algo que se conoce como trastorno de ansiedad. Y cuando finalmente lo hice, esa afección —no, no puedo decir “enfermedad mental” tratándose de mí— ya me había acompañado a lo largo de momentos muy importantes de mi vida. La ansiedad ha asistido al nacimiento de mis hijos, me ha susurrado al oído cuando mi madre enfermó de lupus y yo estaba demasiado lejos, me ha seguido en aviones, en trenes, en coches, se ha mudado conmigo de casa y de ciudad, ha ido conmigo a la oficina, me ha perseguido por playas atestadas de gente y por parques solitarios. Y se ha metido en mi cama, en mi alegría, en mi escritura. ¿Que yo esté escribiendo esto ahora mismo no es acaso su victoria final, definitiva?

Con el paso del tiempo, mientras los ataques de pánico eran cada vez más difíciles de disimular, Gabi empezó a insistir en que debía tratarme pero siempre he tenido una excusa a mano. “La terapia es cara”, “las pastillas que me ha recetado el psiquiatra de la seguridad social generan dependencia”, “he aprendido a controlarla”. En la realidad, es la ansiedad la que se ha normalizado en mi vida. Catorce años después ya no conozco otra forma de existir. Uno se informa, claro, uno busca sus maneras de sobrellevarlo. Respiración. Masturbación. Silencio. Pero cuando comprendes que el infarto no va a ocurrir, que el ictus no está sucediendo, que el accidente vascular está en tu mente (o más bien no), la ansiedad siempre encuentra otras maneras de abrirse paso, de vencerte. Hace unos años, cuando finalmente aprendí a cortar la cadena de pensamientos negativos que me hacían temer una muerte inminente, los ataques de pánico empezaron a manifestarse de otra manera. De pronto empezaba a sentir una especie de desconexión con la realidad. Esos “momentos en blanco” me ocurrían, me ocurren, en medio de cualquier actividad o conversación. Mi cerebro, entonces, ya no me alerta del derrame cerebral o el accidente vascular, sino de la locura. La desconexión. Entonces pienso que mi cerebro es un monstruo que se devora a sí mismo. Como dicen que hace el sistema inmunológico que te quiere defender del virus pero que, al hacerlo, termina matándote por inflamación. Mi cerebro lleva casi quince años defendiéndome. ¿De qué?

Como sea, nada de esto me perturba ya. Casi siempre siento el aviso de la locura tintinear segundos antes de ver la deformidad en las caras de la gente, de sentir que hay sombras que se escapan por los rincones de la casa, de experimentar esos segundos de desconexión. Mi vida, mi pequeña loca monstruosa de ojos verdes.

Entonces, la paranoia.

Una de las primeras cosas que recuerdo haberle enseñado a Coco es el número de emergencias: 1-1-2. Cuando tenía cinco años y pasábamos mucho tiempo solos en casa, lo tenía apuntado en un papel al lado del teléfono. “¿Sabes que hay un teléfono al que puedes llamar si te haces daño o se hace daño mamá o se hace daño papá?”. He pensado mucho en la idea de morir delante de mis hijos. Como le ocurrió a ese editor en Madrid. He contemplado millones de veces ese escenario, ya sin sentir dolor, sin poder llorar, sin sentir apenas nada. He sopesado mil veces los alcances del trauma. Y les he escrito cartas de despedida pidiéndoles que me perdonen. ¿Es de ellos de quien me defiendo? ¿O es el mandato de la masculinidad lo que lleva años infectándome? ¿Qué partes inflamadas de mí psiquis se revuelven contra mí?

He hecho algunos avances. Llevo lidiando con esto demasiado tiempo como para no pedir ayuda. Es solo que la ayuda tarda como una ambulancia en medio de una crisis infecciosa.

Me consuela saber que hay cosas urgentes que resolver.

Pero hoy, cuando incluso mi singularidad se ha convertido en una gota diluida en un mar de incertidumbre colectiva, estoy seguro de que mi cabeza va a rebotar contra el teclado produciendo un ruido seco que nadie escuchará. Ahora mismo, mientras escribo estas palabras y me aseguro de tener atados los cordones de los zapatos y la inminencia de la muerte hace que me levante y camine y gesticule de manera insensata. Y lo único en lo que puedo pensar es en dejar una serie de pistas en el ordenador, detrás de ciertos libros, en las esquinas interiores de los armarios. Una biografía mínima hecha de objetos y palabras sin coherencia alguna. Una biografía inútil, desapercibida, real. Como la aceptación de que la felicidad son millones de luces que se apagan. De que he construido mi casa con materiales innobles. De que se desmoronará todo al menor soplido. Amo profundamente mi casa. A veces me despierto por la noche en mi infierno doméstico y estoy casi seguro de que estoy muerto y de que he vuelto por alguna razón al mismo lugar. Y entiendo esa razón. Amo profundamente mi casa, su materia abyecta, su apabullante fragilidad. La arrasaría con mis propias manos. Esa es la única certeza que flota en el vacío de las horas perdidas. Vuelvo a ver a los marines. Están llenos de amor y de sentimientos nobles. Vuelven. Vuelven a casa.

Jaime Rodríguez Z. https://ift.tt/eA8V8J

La "carga alostática" es la razón psicológica de nuestra niebla mental en la pandemia

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

7:00 am: Despertar.

7:30 am: Clases de yoga en línea.

8:30 am: Llevar al perro a caminar.

10:00 am - 12:00 pm: Dedicar dos horas ininterrumpidas a trabajar antes de comer un almuerzo saludable.

Este fue el horario que imaginé hace un mes, cuando comencé mi aislamiento en casa. Pensé en todo el tiempo que tendría, las comidas que amorosamente prepararía, los libros que leería y las películas que vería. Al paso de un mes, pensé que me habría enriquecido de mil maneras maravillosamente discretas y eminentemente instagrameables.

Pero así es como realmente transcurren mis días:

7:00 am: Me despierto mientras leo Twitter y grito internamente durante 15 minutos.

7:30 am: Miro fijamente al espacio durante un rato.

8:30 am: Me pongo unos mallones y dejo que el perro me guíe por el vecindario.

10:00 am: ¿Quiero tomar una siesta en el sofá o volver a la cama? ¡Es una pregunta engañosa! No voy a llegar hasta la cama.

Mis días se han reducido al mínimo posible. Trabajo lentamente y durante grandes cantidades de tiempo, manteniendo mi nivel de energía con M&M y descansos frecuentes para ver Youtube. Junto las sobras de mis otras comidas para almorzar, y así creo lo que ambiciosamente llamo Platillos de recolección. En realidad, se trata de una pera cortada en trozos y cuatro aceitunas apiladas en una crujiente tostada de canela. He hecho yoga dos veces, y me sentí indiscutiblemente satisfecha por ello. Estoy haciendo mucho menos de lo que acostumbro, y me siento muy cansada.

Resulta que no estoy sola en esto. Nancy Sin, profesora asistente de psicología en la Universidad de Columbia Británica, dice que en situaciones estresantes como esta, nuestro cuerpo produce respuestas fisiológicas. “Nuestras hormonas del estrés aumentan. Nos preparamos para luchar o huir”, afirma. Y a medida que esta pandemia continúa y el aislamiento se prolonga, “sufrimos muchas de estas respuestas o adaptaciones fisiológicas, cada vez que nos sentimos estresados, cada vez que nos preocupamos. Y con el tiempo, estos continuos golpes, fisiológicos y psicológicos, pueden acumularse".

Esa acumulación se llama carga alostática y es, esencialmente, el daño en nuestros cuerpos cuando están expuestos repetidamente al estrés. Y aunque parece que no hago nada la mayoría de los días, mi cerebro continúa lidiando con la ansiedad y la tensión de esta pandemia. Estoy exhausta no porque mi cuerpo esté trabajando duro, sino porque mi cerebro lo está haciendo.

En mi vida normal, veía a docenas de personas al día. Iba al trabajo, a almorzar, me reunía con amigos, iba al gimnasio y todas esas pequeñas interacciones eran señales para mi cerebro de que me encontraba bien y

formaba parte de una red social más grande. Pero estando sola, soy más vulnerable y mi cerebro trabaja horas extras para intentar protegerme.

Como explicó George Slavich, director del Laboratorio de Evaluación e Investigación del Estrés de la UCLA, los humanos somos como animales que viven en manadas, y cuando nos aislamos, nos sentimos solos.

"Esto es realmente importante con relación a la evaluación de riesgo que lleva a cabo el cuerpo, porque estar solo significa que eres mucho más vulnerable a las amenazas", dice Slavich. "Tu cerebro necesita estar en alerta máxima para asegurarse de identificar rápidamente cualquier amenaza en el medio ambiente, porque te encuentras en una situación de indefensión".

Así que mi cerebro está trabajando para identificar esas amenazas de la única manera en que puede hacerlo en este momento: leyendo las noticias. Y eso consume mucha más energía de lo que creo.

"Se necesita mucha energía física para el trabajo cognitivo", dice Sin. "Nos estamos preocupando mucho y haciendo demasiado análisis... están sucediendo muchas cosas que están absorbiendo nuestra energía".

El equipo de Sin está realizando un estudio en el que registra cómo los participantes están lidiando con el estrés de la pandemia de COVID-19. Han obtenido más de 5000 respuestas hasta el momento, en las cuales las personas reportaron trastornos del sueño, ansiedad, agitación y depresión.

Desafortunadamente, es probable que el estrés por el distanciamiento y el aislamiento continúen por un tiempo más. ¿Cuánto tiempo más? Nadie está seguro, y eso es parte del problema.

"La incertidumbre es uno de los elementos que más contribuye a nuestra experiencia de estrés", dice Lynn Bufka, directora senior de Práctica, Investigación y Política de la Asociación Americana de Psicología. “Parte de lo que intentamos hacer para funcionar en nuestra sociedad es tener cierta estructura, cierta previsibilidad. Cuando tenemos esas cosas, la vida parece más manejable, porque no es necesario invertir energía en resolver esos aspectos".

Entonces, ¿cómo recuperamos todos esos sentimientos de previsibilidad? Primero, en lenguaje terapéutico real, permítete sentir tus sentimientos. "Esto no tiene precedentes", dice Bufka. “No hay ningún tipo de prejuicio aquí por el que debas sentirte estresado, esto te desagrada, te sientes enojado, no importa el sentimiento. Reconocer esas emociones y luego superarlas es justo el punto al que tratamos de llegar".

¿Y el segundo paso? Bueno, ese es considerablemente más difícil de dar cuando nuestros niveles de energía colectiva se están desplomando. Pero hacer ejercicio, comer bien y tratar de mantener un ciclo de sueño regular ayudará.

"Si no mueves tus músculos, probablemente también ganarás un poco de grasa alrededor de ellos", dice Slavich. Nuestras células inmunes tienden a alojarse en los exceso de grasa abdominal y pueden aumentar la inflamación. "La inflamación es en realidad el principal impulsor de la fatiga. La inflamación puede cambiar la forma en que pensamos y dormimos, y hacer que perdamos interés en las actividades placenteras".

Lo que significa que, si puedo levantarme del sofá y tomar esa clase de yoga en línea tan pospuesta, probablemente el resto de mi día será mucho más sencillo. Por supuesto, primero tendré que ver si puedo meterla en mi apretada agenda.

Emily Baron Cadloff https://ift.tt/eA8V8J

Tu olor corporal podría cambiar en la cuarentena

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

Hace un par de semanas, Mica, un hombre de 40 años de Carolina del Sur, notó que su olor corporal era un poco diferente. No era mejor ni peor, pero definitivamente no era el mismo. "Es realmente difícil de explicar", dijo.

Mica está en cuarentena con su esposa, de 39 años, y como muchas personas en confinamiento en sus hogares, su vida social se ha detenido. "Hemos sido muy estrictos con la cuarentena y la distancia social porque tengo un problema de asma", dijo. "No hemos salido de casa desde el 15 de marzo".

Ileana, una mujer de 33 años de Ecuador, descubrió que después de semanas de distanciamiento social, huele mucho mejor que antes. "Solía aplicarme desodorante cada tres horas, de lo contrario olía mal", dijo. Ahora no necesita hacerlo. Está en casa aislada con otras tres personas, en comparación con su vida habitual en la oficina con más de 40 empleados.

Para aquellos de nosotros capaces de quedarnos en casa durante la pandemia de COVID-19, nuestra vida diaria ha experimentado cambios radicales. En lugar de entrar en contacto con decenas o cientos de personas por día en el transporte público, el trabajo y las actividades recreativas, estamos en casa con unas cuantas personas como máximo. Lo estamos haciendo para limitar la propagación de un virus infeccioso, pero nuestras acciones podrían tener consecuencias en otros microbios con los que compartimos nuestras vidas, como el microbioma de la piel, y podría estar cambiando la forma en que huelen nuestros cuerpos.

Nuestra piel está repleta de vida microbiana y los microbios que viven en nosotros son responsables de casi todos nuestros olores corporales. Además, con quién interactuamos influye en el tipo de microbios presentes en nuestros cuerpos. Un estudio de 2014 descubrió que las personas y los animales que comparten un mismo entorno también compartían sus comunidades microbianas, "probablemente debido al desprendimiento de la piel y la contaminación de las manos y los pies", escribieron los autores. "Cuando las familias se mudaban, los acompañaba su 'aura' microbiológica. Si una persona abandonaba el hogar incluso durante unos días, su contribución al microbioma familiar disminuía".

El contacto con la piel —algo que ha disminuido enormemente en este momento, al menos con personas fuera de nuestros hogares individuales— da como resultado la transmisión de microbios. Esto se demostró en 2013 cuando los científicos frotaron la parte superior de los brazos de dos equipos de patinadores de roller derby. Antes de que interactuaran en la pista, cada equipo llegó con una huella microbiana distinta. "Las diferencias entre ellos eran tan grandes que era posible distinguir de qué equipo era un jugador con solo un vistazo a las bacterias de su piel", escribió Veronique Greenwood en The New Yorker. Después de la competencia, las bacterias de la piel de los patinadores se volvieron más similares entre sí, "difuminando las distinciones entre los equipos".

Al reducir nuestros mundos sociales, estamos disminuyendo nuestro contacto con muchas "auras" microbianas al tiempo que aumentamos las interacciones con los microbios de nuestros compañeros de casa, cambiando las comunidades que viven sobre nosotros y los olores que producen.

Tu exposición a los microbios probablemente ha disminuido

Muchas personas están compartiendo su espacio con compañeros de piso, parejas o familiares directos. Si intercambias microbios con un pequeño número de personas durante semanas, podrías comenzar a oler a esa otra persona y viceversa, dijo Rob Dunn, biólogo de la Universidad Estatal de Carolina del Norte.

Hay un componente genético por el que los microbios prosperan en nuestros cuerpos, dijo Julie Horvath-Roth, una genetista que estudia microbios en la Universidad Central de Carolina del Norte y el Museo de Ciencias Naturales del estado. Sin embargo, muchos microbios de otras personas también deberían poder vivir en tu piel, así que los microbios a los que estás expuesto todos los días son importantes.

"Con quien sea que estemos pasando más tiempo, y con la especie con la que estemos pasando más tiempo, hemos aumentado la probabilidad de transmitir de un lado al otro a los pequeños habitantes de nuestros cuerpos", dijo Dunn.

El laboratorio de Dunn también ha estudiado el microbioma del ombligo, y dijo que un fenómeno similar podría estar sucediendo en esa zona: cuanto más tiempo pases con solo unas cuantas personas, más similares serán los microbios de tu ombligo. Los ombligos suelen albergar una vida microbiana increíblemente diversa: en su investigación de 2011, encontraron 2.368 especies bacterianas en solo 60 ombligos. El escritor científico Carl Zimmer, que participó en el estudio, tenía un microbio en el ombligo que "anteriormente solo se había encontrado en el suelo de Japón". Zimmer nunca ha estado en Japón.

Pero si estás aislado sin un compañero de piso ni una pareja, podría enfrentar pequeñas pérdidas en la diversidad, especialmente del tipo más raro de microbios. Cuanto más tiempo pases solo, "mayor será la probabilidad de que un linaje de microbios individual se extinga", dijo Dunn. "Si eso sucede y realmente estás solo, no tienes muchas fuentes para recolonizar las poblaciones".

Es posible que te estés apropiando de los olores de tus compañeros de piso

Sophia, una mujer de 25 años de Portland, Oregon, dijo que olía "notablemente peor" durante la cuarentena.

Ella ha estado confinada desde principios de marzo. "Esto es significativamente diferente de mi rutina anterior. De lunes a viernes, normalmente estaría en una oficina de unas 50 personas, yendo al gimnasio o a los estudios de fitness todos los días", dijo. Ahora solo entra en contacto cercano con su novio, quien tiene un olor mucho mas fuerte que el de ella.

Nuestros aromas provienen de la mezcla de especies de microbios que viven en nosotros, que pueden variar mucho de persona a persona. La axila alberga glándulas apocrinas, cuyo único trabajo es secretar una sustancia que alimenta las bacterias en la zona, que luego producen compuestos con "olor a axila", dijo Dunn.

Ya se ha demostrado que obtener los microbios de las axilas de otra persona altera nuestro olor. Chris Callewaert, microbiólogo y especialista en olores corporales de la Universidad de California en San Diego, y la Universidad de Gante en Bélgica, ha ayudado a las personas a perder su mal olor al darles "trasplantes de axilas". (Callewaert es conocido como Doctor Axila).

En un experimento, Callewaert hizo que un gemelo idéntico con mala olor se lavara bajo los brazos con jabón antibacteriano durante cuatro días y luego le dio las bacterias de las axilas de su hermano gemelo con mejor olor. Después del "trasplante", el gemelo maloliente permaneció libre de hedor, incluso un año después. En un pequeño estudio, Callewaert descubrió que 16 de las 18 personas con mal olor corporal mejoraron de manera similar después de una transferencia microbiana en sus axilas.

Independientemente de con quién estés pasando la cuarentena, los microbios de las axilas también se verán afectados si usas o no antitranspirante, lo que limita la sudoración, o desodorante, que solo elimina el olor. El uso de antitranspirantes elimina la mayoría de los microbios de las axilas, y el laboratorio de Dunn descubrió que cuando la gente deja de usarlo, la cantidad de bacterias en sus axilas se recupera.

Si las personas han dejado de usar estos productos durante la cuarentena (o los usan con menos frecuencia), les da a los microbios la oportunidad de volver a colonizar. Si estás atrapado en un departamento con solo otra persona y está usando menos antitranspirante o desodorante, Dunn dijo que es posible que los microbios que recolonicen tu axila puedan provenir de tu compañero de cuarentena.

"Solo estoy especulando, pero puedes imaginar que si una persona ha usado antitranspirante durante años y la otra no, los microbios de crecimiento de la persona que no lo hizo serían los que colonizarían a la persona que apenas dejó de usarlo", dijo.

Otro factor que influye en los olores nuevos puede ser el estrés, dijo Horvath-Roth. Cuando estamos estresados, las glándulas de nuestras axilas producen más alimento para los microbios que viven allí. "Tal vez estás recibiendo más microbios que producen mal olor", dijo Horvath-Roth. "Pero quizás también tienes muchos microbios y tu cuerpo está cambiando". (Agregó que si bien se sabe que los cambios en la dieta afectan la composición del microbioma intestinal, aún se desconoce exactamente cómo afectan los alimentos a los microbios que viven en nuestra piel).

Finalmente, la ropa que usamos también podría estar cambiando nuestros microbios: los estudios de Callewaert han encontrado que las telas de poliéster tienden a albergar organismos con peor olor. "podemos suponer que la gente ahora usa más ropa casual y no usa sus bonitos blazers de seda", dijo Horvath-Roth. "Tu elección de vestimenta probablemente también esté afectando qué microbios están creciendo y permaneciendo en ti".

Tu mal olor puede no ser tan importante, pero las bacterias de tu piel sí lo son

Oler tu cuerpo y observar cómo cambia puede servir como un recordatorio de que tu microbioma dérmico está vivo y presente, probablemente haciendo cosas importantes para ti, incluso si los científicos aún no saben cuáles son.

Existe una conexión definitiva entre los microbios que viven en nuestro intestino y la salud humana: una explosión de investigación en las últimas dos décadas ha examinado cómo estos organismos afectan nuestro cuerpo y nuestras mentes. "Creo que se sabe mucho menos sobre la piel", dijo Horvath-Roth.

Dunn mencionó que a nuestro cuerpo le cuesta mucho alimentar a todos nuestros microbios de la piel. Y dado que tenemos glándulas especiales dedicadas a mantenerlos vivos, evolutivamente hablando, significa que los microbios están haciendo algo por nosotros. Aún así, Dunn aclaró: "No tenemos una vasta comprensión de lo que implica".

Los microbios de la piel pueden servir como primera defensa contra las bacterias y los virus nocivos: lo primero que encuentran muchos patógenos no es nuestro sistema inmune, sino la capa de microbios en nuestra piel.

Se piensa que nuestros aromas influyen en quiénes nos atraen, y algunos estudios sugieren que, a través del olfato, nos atraen las personas que tienen sistemas inmunes diferentes a nosotros, de modo que nuestra descendencia potencial tenga sistemas inmunes más fuertes. En un estudio realizado en Rusia, las mujeres participantes calificaron el aroma de los hombres con gonorrea como un peor olor en comparación con quienes no la tenían, a pesar de no saber qué individuos la padecían, lo que indica que los olores podrían ser una pista para muchas facetas de la salud.

Podría ser que hemos desarrollado la capacidad de alimentar a las bacterias en nuestros cuerpos como una especie de señal de "quiénes somos (en términos de nuestra identidad y relación de parentesco) y cómo somos (en términos de nuestra salud)", escribió Dunn en Scientific American.

Quizás en algún punto de la evolución, nuestros olores específicos provenientes de los microbios nos ayudaron a identificarnos y a diferenciar a los demás: uno de los nuestros frente a alguien de un grupo externo. Los gorilas pueden distinguirse entre sí por aroma, dijo Dunn. Los humanos también podemos identificar nuestros propios olores: en un estudio realizado en estudiantes de preparatoria, la mayoría pudo diferenciar su propio olor del de un amigo.

Entonces, ¿podría un cambio en los microbios y olores de nuestra piel afectar la forma en que pensamos sobre nosotros mismos y los demás? "¿El límite entre una persona y otra se vuelve más sutil a medida que los aromas comienzan a cambiar?", cuestionó Dunn.

No lo sabemos con certeza, pero la buena noticia es que cualquier alteración del microbioma de la piel que tenga lugar en este momento probablemente no sea preocupante ni dramático. Podría hacerte oler un poco diferente por un tiempo, pero no es nada de qué preocuparse. Recuperar nuestro olor anterior a la pandemia es solo otro aspecto al que aspiramos cuando esto termine.

"Aunque hayamos perdido microbios, podemos recuperarlos", dijo Dunn. "Cuando volvamos a socializar, habrá la oportunidad de compartir estos microbios de nuevo y volver a formar parte de una comunidad más grande de olores".

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Necesitábamos que estallara una pandemia para aprender a hacer pan

Hacer pan es tan sencillo que ni siquiera hace falta explicar por qué estuvo presente de distintas maneras en todas las culturas desde el comienzo de la historia. Pero los millennials urbanos estamos muy acostumbrados a comprar nuestras cosas hechas, al punto que no sabemos hacer una gran parte de lo que consumimos a diario. La muestra más cabal es que, cuando se dictó el aislamiento, un café hipster de Buenos Aires me envió un mail avisando que venderían lechuga lavada y cortada con el aderezo césar en un frasco. El precio era cinco veces más alto de lo que saldría si una comprara las hojas en la verdulería y las lavara en casa.

Pero con la cuarentena pasó que dejó de ser habitual bajar al mercado o a la panadería a buscar una sola cosa, como hacíamos cuando todavía existía el mundo de antes. Lo otro es que ahora pasamos tanto tiempo en casa que, aunque sigamos trabajando, podemos llevar a cabo tareas que toman varias horas. Así aparecieron nuevos hábitos gastronómicos: hacer platos que llevan muchas horas, como guisos y carnes horneadas; hacer pickles y fermentos, y la más sencilla: amasar nuestro propio pan. Y estos hábitos no tardaron en imponerse en redes sociales, donde los novatos comenzamos a intercambiar las recetas más básicas y los “secretos” recién aprendidos para nuestros platos cotidianos.

“El Dios Pan es el que transmite el pánico cuando uno se encuentra perdido en medio del bosque o sobrepasado ante cualquier catástrofe (...), ‘compañero’ significa: ‘el que comparte el pan’ en la mesa o en el camino, y también como un acto de solidaridad en la desgracia”, escribió Manuel Vicent en Comer y beber a mi manera. El pan, tan estigmatizado por los detractores de harinas refinadas, acompaña al ser humano desde cerca del año 8.000 a.C, de acuerdo a la Larousse Gastronomique. Y como cita Vincent, fue históricamente símbolo de abundancia, solidaridad y encuentro. Sin embargo, la mayoría de millennials de las grandes ciudades necesitábamos que estallara una pandemia para buscar en Google cómo amasar nuestro primer pan.

De acuerdo con mi feed de Instagram, muchísimos de mis conocidos están experimentando con panificados en sus casas por primera vez (no siempre de manera exitosa), y los más aventureros decidieron hacerlo con masa madre. El resto está predicando el sexting, haciendo yoga contorsionista, incursionando en dieta paleo, repitiendo que romantizar la cuarentena es un privilegio de clase, compartiendo imágenes del verano de 2000 o sublimando la angustia con memes. Podría decirse que, de todos los hábitos de esta temporada, lo de hacer pan al menos nos enseña a agenciarnos un alimento delicioso. Y definitivamente es más sabroso que la moda de compartir platos sin harinas.

Instagram feed pan

“La gente que amasa pan ama hacerlo”, explica Paulina Cocina. “Lleva su tiempo, por lo que en esta época es ideal”. La socióloga influencer del mundo de la cocina acompañó a muchas personas desde el primer momento de la pandemia ofreciendo contenidos sobre cómo sobrevivir en este contexto. “Creo que precisamente son esas recetas que uno no hace porque no tiene tiempo en el día a día: dedicar tres horas a amasar tu propio pan es una actividad casi lúdica. Y ahora el tiempo está”.

Si una hace un pequeño recorrido por el supermercado (con barbijo, claro) encontrará que hay una diferencia económica enorme entre comprar los insumos para hacer un pan y comprar uno hecho: el pan casero puede costar tres o cuatro veces menos que el pan comprado. “Es una locura lo que vale el pan comprado en relación al que está hecho en casa”, dice Paulina. “Pero cuando compramos un pan estamos pagando, justamente, el tiempo de trabajo de otra persona”.

Germán Torres es panadero y publicista, dueño de Salvaje Bakery, la primera panadería con masa madre en Buenos Aires. Él y su equipo amasan pan todos los días hace años. Coincide con Paulina en que amasar es una actividad placentera, pero además agrega que en su experiencia “jamás se acostumbró” a hacerlo. “No conozco otra actividad que me guste tanto hacer. Todos los días se siente como algo nuevo: es algo que se entiende con las manos”, agrega.

El fetiche de la masa madre

La masa madre, que se volvió también súper popular en las redes durante las últimas semanas, consiste en un cultivo de levaduras que se utiliza para fermentar el pan. Se puede tener en el freezer y utilizar para hacer cada pan o se la puede conservar en un frasco e ir “alimentándola” con harina y agua, sin necesidad de congelarla. Además de mantenernos ocupados y hacernos sentir que damos vida en plena cuarentena, la masa madre mejora el sabor de nuestros panificados y tiene beneficios alimenticios: un bajo índice glucémico, mucho ácido láctico, vitaminas, hierro, magnesio, calcio, zinc y potasio.

Masa madre pan

Germán Torres es un gurú de esta técnica: publicó Pan de garage con Editorial Planeta luego de abandonar su carrera publicitaria y dedicarse a trabajar en cocinas. “El pan es una terapia barata y gratificante. Me gusta que tenga un proceso instintivo, me aburren los detalles científicos”, destaca, mientras cuenta que el pan lleva una técnica de conocimiento en el proceso mismo de amasado que no se puede obtener con leer una receta varias veces e imitarla. “El pan la primera vez te va a salir mal, la segunda más o menos, y recién la cuarta o quinta vez vas a agarrarle la mano”, asegura.

Su consejo es muy pertinente para estos tiempos de aislamiento generalizado: hay que invertir tiempo, energía y atención. “Es muy difícil sacar un pan perfecto en la primera vuelta, es como ir a tomar una clase de guitarra y al primer día querer tocar como Eric Clapton”, se ríe Germán. “Hacé pan todos los días al menos por una o dos semanas y preguntate qué estás haciendo, qué deberías cambiar, qué podrías mejorar en el próximo”.

¿Volveremos los millennials después de esta experiencia a comprar pan industrial? Paulina Cocina asegura que no podemos olvidar aquello que aprendemos estos tiempos en nuestras cocinas: “Eso te queda, si practicaste y tal, te queda para toda la vida. Aprendiste a hacer conservas, una tortilla, tus propias pastas, el pan del desayuno. No lo vas a desaprender”. Tal vez, al terminar la cuarentena, recordemos que del malestar que nos impide hacer nuestra propia comida podemos ser salvados por un dios hecho de harina. Que además se ve súper lindo con luz natural sobre una tablita de madera.

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Pan molde
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Lucía Cholakian Herrera https://ift.tt/3aQzXnl

Violencia doméstica, matrimonio infantil y mutilación genital: el coronavirus podría afectar seriamente a las mujeres

Artículo publicado originalmente por VICE Noticias Estados Unidos.

La pandemia de coronavirus tendrá un "impacto catastrófico" en mujeres y niñas, acelerando las tasas de violencia doméstica y dando como resultado millones de embarazos no deseados, mutilaciones genitales femeninas y matrimonios infantiles, dijo la ONU el martes.

Las terribles advertencias se basan en un análisis realizado por el Fondo de Población de las Naciones Unidas, la agencia de salud sexual y reproductiva de la ONU, que predijo que la pandemia tendría un "impacto catastrófico" en la salud de las mujeres.

Se predice que haya 15 millones de casos adicionales de violencia doméstica en todo el mundo por cada tres meses de restricciones por la cuarentena.

"Esta nueva información muestra el impacto catastrófico que el COVID-19 podría tener pronto en las mujeres y niñas de todo el mundo", dijo Natalia Kanem, directora ejecutiva de la agencia. "La pandemia está profundizando las desigualdades, y millones de mujeres y niñas ahora corren el riesgo de perder la capacidad de planificación familiar y proteger su salud y sus cuerpos".

La agencia dijo que la pandemia está alimentando la violencia doméstica, ya que confina a las mujeres y los niños con sus abusadores, "a medida que los hogares sufren situaciones estresantes como la crisis económica".

El impacto que esto genera es visible en el creciente volumen de ataques y llamadas a líneas de ayuda de violencia doméstica que se han registrado en todo el mundo, desde China y Reino Unido, hasta Francia y Ucrania.

En Estados Unidos, los departamentos de policía de todo el país informaron un aumento en las llamadas de violencia doméstica durante la cuarentena. La Línea Directa Nacional de Violencia Doméstica ha recibido miles de llamadas en las que reportan al COVID-19 como un aspecto de su abuso. En algunos casos, los abusadores cortan el acceso de las víctimas al desinfectante de manos y las duchas, o mienten sobre las restricciones para evitar que salgan de sus casas.

Un estudio encontró que la violencia doméstica en Brasil aumentó en más del 430 por ciento entre los meses de febrero y abril, según la Iniciativa Spotlight de la ONU, mientras que en Reino Unido, la Policía Metropolitana de Londres dijo que las llamadas relacionadas con el abuso doméstico habían aumentado aproximadamente un tercio durante la cuarentena.

En Siria, los trabajadores sociales dicen que la cuarentena ha propiciado un claro aumento de la violencia. Una trabajadora social de una agencia asociada a la ONU dijo que ella misma había presenciado uno de esos ataques.

"Vi a una mujer siendo golpeada por su esposo durante el toque de queda, ya que el esposo perdió su trabajo y la mujer no pudo controlar a sus nueve hijos", dijo Ghadeer Mohammed Ibrahim Qara Bulad, directora del Proyecto de Desarrollo de la Mujer de la Asociación Islámica de Caridad, en Homs

"Una mujer me dijo que está expuesta a la violencia de su esposo, que se repite a diario, ya que él perdió su trabajo".

La agencia también predijo que la interrupción causada por la cuarentena tendrá un enorme impacto en los programas de prevención de violencia doméstica, lo cual significa que posiblemente haya un tercio más de ataques para 2030.

Las interrupciones causadas por la pandemia también tendrán un impacto desastroso en la planificación familiar, así como en los esfuerzos para prevenir la mutilación genital femenina y el matrimonio infantil.

El reporte proyectó que hasta 44 millones de mujeres en 114 países de ingresos bajos y medios no podrían acceder a los anticonceptivos durante la cuarentena, lo que podría resultar en millones de embarazos no deseados.

También se espera que la pandemia produzca millones de casos adicionales de matrimonio infantil, 13 millones en la próxima década, debido a la interrupción de los programas de prevención y al aumento de las dificultades económicas causadas por el brote. La pobreza es un factor clave del matrimonio infantil, explica el reporte, porque las familias hacen que sus hijas contraigan matrimonio en tiempos difíciles porque creen que están aliviando la carga económica de la familia.

Durante la próxima década también se proyecta que la alteración en los esfuerzos de prevención dé como resultado la mutilación genital de 2 millones de niñas que de otro modo se habrían salvado, dijo Kanem.

El aumento de la violencia doméstica ha llevado a algunos gobiernos a incluir programas de apoyo de emergencia para mujeres en relaciones abusivas como parte de su respuesta al coronavirus. En Francia, el gobierno ha alojado a mujeres en hoteles, ha abierto nuevos centros de asesoramiento y ha creado una palabra en clave para denunciar en secreto casos de abuso en las farmacias de todo el país.

En Reino Unido, los legisladores exigieron un plan de acción gubernamental urgente sobre el tema, que incluye una garantía de vivienda segura para cualquier persona que necesite huir de su hogar durante la cuarentena debido al abuso. Investigadores del proyecto Counting Dead Women Project dijeron que 14 mujeres y dos niños habían sido asesinados en las primeras tres semanas de cuarentena, el período de tres semanas más mortal en Reino Unido desde hace 11 años, y más del doble de la tasa promedio.

Portada: Mujeres golpean cucharas contra ollas y sartenes mientras cuelgan una pancarta en árabe que dice "cuarentena, no encierro", con el número de una línea directa de violencia doméstica durante un toque de queda nacional destinado a detener la propagación del coronavirus, en Beirut, Líbano, Jueves 16 de abril de 2020. (Foto de AP / Bilal Hussein).

Tim Hume https://ift.tt/eA8V8J

miércoles, 29 de abril de 2020

"Peor morir del hambre que del virus"

Por las cuadras aledañas a la Iglesia de la Veracruz, en el centro de Medellín, solo las farmacias están abiertas. Los demás negocios de una zona que suele ser concurrida y ajetreada están cerrados. Es abril de 2020 y no hay oficinistas que caminen con prisa, ni turistas que se acerquen a acariciar las esculturas de Botero frente al Museo de Antioquia. Ya no se escucha el ruido ni de los anuncios de venta de guarapo ni de la música estridente de distintos parlantes. La calle está sola. En algunas esquinas hay mujeres que trabajan y esperan que algún cliente llegue.

Jenny Montoya estaba frente a la Veracruz trabajando cuando escuchó, en marzo, que iba a haber cuarentena obligatoria por el coronavirus. Recuerda que se le vino el mundo encima: “Soy independiente, soy informal, cómo voy a hacer para llevarle el sustento a mis hijos, pensé. Yo tengo que pagar una habitación diaria”. Tiene treinta años, y es trabajadora sexual hace doce. Llegó a Medellín desplazada del Valle del Cauca y dice que, como no terminó el colegio, le queda muy difícil conseguir empleo. Por eso está en la calle durante la cuarentena: “Debo trabajar, soy madre cabeza de hogar. Tengo que mantener a mis dos hijos, de 10 y 8 años”. Salvo sus hijos, su familia sabe cuál es su trabajo.

En la zona de la Veracruz también estaba Claudia Córdoba el día en que supo que debía quedarse en su casa por las siguientes semanas. “Como no tengo un trabajo estable, vivo de mi cuca”, dice entre risas, y ríe mientras lo dice porque “hay que sacarle algo de ánimo a la vida”. Ha vivido treinta y cinco años, veinte de trabajo sexual. Tiene tres hijos: Alejandro (18), Silvana (13) y Joselyn (8). Del primero no sabe nada, las otras dos viven con ella y sus dos mascotas. Cuando era joven, su mamá la echó de la casa porque “creí en mis amigas y me dejé tocar de los hombres, ya no quería sino hombre. Me tocó prostituirme, porque no terminé el estudio, no había entrada económica; estaba joven y me iba bien”. Ahora le agradece a su mamá por esa forma de reprenderla, porque aunque fue duro no habría sido quien es de otra forma.

Mujer tapabocas ventana gato
Claudia Córdoba vive con sus dos hijas y sus mascotas. Pudo quedarse en cuarentena unos días, pero luego le tocó volver a salir a trabajar. Limpia muy bien su casa cada día para prevenir el contagio de coronavirus.

La cuarentena ha cambiado el trabajo de todos, incluido, obviamente, el de las trabajadoras sexuales. La medida amenaza su subsistencia, como la de los demás que dependen de lo que ganan cada día para sobrevivir. El colectivo Putamente Poderosas ha ayudado a varias trabajadoras sexuales en Medellín para que puedan quedarse en sus casas y acatar la cuarentena. Este colectivo se enfoca en la visibilización de las problemáticas del trabajo sexual en la ciudad, y en ser un puente de comunicación entre trabajadoras sexuales, la ciudadanía y el Estado para que se reconozcan los derechos de las mujeres que ejercen esta actividad.

Con la ayuda económica que recibió por parte del colectivo, Claudia, luego de algunos días en los que tuvo que seguir en la calle trabajando, pudo permanecer por nueve días encerrada hasta que la plata y la comida se fueron acabando y tuvo que volver a salir. “Se me empezó a agotar la luz, el agua, el cuido de los gatos, se mermó el aceite. Entonces me tiré a enfrentar el virus. ¿Qué más hacía? Peor morir de hambre que del virus”.

Beatriz es de Medellín. Tiene 36 años y es trabajadora sexual hace uno. Cuando acabó el colegio hizo una carrera técnica, que no pudo ejercer porque quedó embarazada apenas se graduó. Ha trabajado en cocina y restaurantes. Antes de ser trabajadora sexual estaba en una empresa de hamburguesas, en la que llevaba cuatro años. Le dio tendinitis y, luego de su incapacidad, la echaron. El trabajo sexual fue la única opción que encontró para sostener a sus hijos: Ximena (14), Juan José (9) y Luciana (6). “Una vez, los niños no tenían que comer. Yo tenía amigos y ellos me empezaron a dar plata y empecé a irme con eso. Yo no me acuesto con todos los hombres, tengo mis amigos, que son muy fijos. Esa vida en la calle es lo más maluco que hay en la vida”.

“Se me empezó a agotar la luz, el agua, el cuido de los gatos, se mermó el aceite. Entonces me tiré a enfrentar el virus. ¿Qué más hacía?"

Desde que se inició en el trabajo sexual dejó de vivir con sus hijos, que no conocen su oficio y se quedaron viviendo con su mamá; por eso prefiere no revelar su apellido ni su rostro. Beatriz solía trabajar por la Plaza Botero antes de la cuarentena, pero, gracias a la ayuda de Putamente Poderosas, no ha vuelto a salir desde que se decretó el aislamiento. “Solo salgo al teléfono a llamar a mi mamá cuando no tengo minutos. Me han pagado la pieza y he tenido mercadito, gracias a Dios. Me siento mucho mejor: me siento limpia, feliz. Mi mamá y mi hija mayor también están felices por mí”.

El trabajo de Putamente Poderosas también ha ayudado a personas como Lorena Gómez a tener un techo bajo el cual pasar la cuarentena. Tiene 22 años y hace doce vive del trabajo sexual. Dice que le gusta ser travesti, lo lleva con orgullo. “Desde chiquito me gustaban los hombres, y le dije a mi mamá que quería ser mujer. Empecé a bajar al centro y me hormonizaba. Puteé en San Diego hasta que mi mamá se murió, cuando yo tenía 15. Ahí cogí la droga y me tiré a la calle”, cuenta.

Los últimos años los había pasado cerca al río, por la Plaza Minorista, la principal plaza de mercado de la ciudad, pero semanas antes de que empezara el aislamiento tuvo que huir de allá. Ha pasado la cuarentena en un inquilinato de Prado Centro, en el centro, con sus amigas María y Chokis. “Ya estamos juiciosas aquí, no me dan ganas de consumir. Mantengo viendo televisor o ayudo a hacer aseo. En la calle uno está sentado por el centro y dice no voy a fumar, y pasa alguien con un billete y se le mete a uno el demonio: amigo, ¿me regala 200? Y de una le dan a uno el billete y pa’ la olla. Uno se fuma la plata y queda azarado de que le van a llegar a uno los policías. Esa es la calle”, cuenta Lorena.

Amigas espejo pelo
María, Lorena y Chokis encontraron, gracias al colectivo Putamente Poderosas, un techo bajo el cual pasar la cuarentena. Se alegran de no tener que estar en la calle ni consumiendo sustancias.

***

Desde que el fantasma del coronavirus recorre Medellín, Claudia se ha esforzado por impedir que entre a su casa, en el barrio Llanadas: “Me puse las pilas. Lavé bien todo, mantengo el rancho impecable. Apenas llego me baño y aplico todos los protocolos de seguridad. Dejo la ropa apartada y lista para cuando voy a salir. Ya si el virus viene es porque iba a venir”, dice. Sabe que hay riesgo en cada salida a la calle, pero habla sin temor. Lo ha perdido, y así mismo ha visto que ha pasado con la gente con la que se cruza en el centro. El coronavirus no es peor que lo que pasaría si no consigue plata para seguir viviendo. “Cuando volví a la calle vi que la gente tenía temor, pero ya no. Es como si vino la pandemia, que venga. Hay gente aguantando hambre, se quebraron las empresas y las tabernas: Vamos todos pa’ abajo. Le toca a uno vivir el riesgo”.

"Hay gente aguantando hambre, se quebraron las empresas y las tabernas: Vamos todos pa’ abajo. Le toca a uno vivir el riesgo".

Durante la cuarentena ha podido pasar más tiempo con sus hijas, además de cumplir las que dice que son sus labores como madre y jefe del hogar: llevar la comida y enseñarles a ellas a prepararla para que sepan hacerse un huevo, un arroz o una sopa y no dependan de ella; estar pendiente de qué necesitan y mostrarles cómo es la vida. Ellas saben que Claudia es trabajadora sexual. “Mi relación con mis hijas es espectacular, es de abrirles los ojos y decirles la realidad de lo que yo vivo, de hacerles saber que los hombres no son malos, sino que hay que saberlos comer y a su debido tiempo. Son muy ricos, pero causan indigestión de nueve meses”. Se ríe con frecuencia.

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Claudia es honesta con sus hijas y les cuenta que es trabajadora sexual. Critica con fuerza a las trabajadoras sexuales que explotan sexualmente a sus hijas "por un arroz o para pagar el arriendo".

Antes vivía en un cuarto de un hotel del centro, donde pagaba 30.000 pesos diarios (alrededor de ocho dólares), pero quiso sacar a sus hijas de ahí porque en el centro solo veían “alcohólicos, ladrones, violadores, prostitutas y maricas”. En la casa en la que viven ellas “pueden pensar en el amor, en salir adelante, en que un empleo digno sí les da con qué vivir”. Dice que el barrio es espectacular: vive muy bueno y nadie se mete con ella, ni cuando llega borracha o haciendo ruido. Llegó sin colchón y los primeros días dormía en el piso, pero prefirió pagar algo mensual que a diario, pues esto la obligaba a trabajar muchas horas frente a la Veracruz. Así logró pasar de trabajar de domingo a domingo a solo los fines de semana si le va bien. Todo es por las niñas.

Beatriz vive en un inquilinato en Tejelo, a un par de cuadras de la Plaza Botero, donde suele trabajar. Contando niños, comparte el edificio con cerca de cincuenta personas. Lleva ahí casi un año. Con la que mejor se lleva es con María Isabel, la administradora del lugar, y con doña Dora, una vecina de habitación. Dice que todas las mujeres ahí son trabajadoras sexuales y que varios de los hombres son vendedores informales. Cada cuarto tiene su baño privado y su televisor; la cocina y la lavandería son comunales. Se turnan la limpieza del inquilinato, algo fundamental para María Isabel, que tiene reputación de ser estricta y de echar al que no cumpla las directrices. Beatriz también dice que ahí “habitan muchas personas que tiran alucinógenos”, por lo que le gusta pasar el tiempo en su habitación. Puede hacerlo, resalta, gracias a Putamente Poderosas.

“No vivo con mi mamá porque ella me dio estudio. Por eso ninguno de mi familia me habla, porque dicen que yo soy estudiada y que soy juiciosa. A mí me da estrés, podrían hasta matarme. Esa vida no es para mí. Mi mamá me exige, pero no ve que yo he buscado trabajo por montón. He enviado muchas hojas de vida, pero no ha pasado nada, no sé si es mi edad”, explica. Con su trabajo ha podido mantener a sus hijos, aún si es complicado pagar su colegio privado y todo lo demás. Días atrás tuvo un susto porque parecía que su hija Ximena (14) estaba embarazada, aunque al final no. “Yo no le quiero dar ese ejemplo de estar por ahí, uno no sabe que le puedan pegar alguna enfermedad a uno. Hay muchas envidias y malas amistades por ahí”, afirma Beatriz.

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Beatriz es trabajadora sexual hace un año. Fue su única opción luego de que perdió su trabajo: tenía que alimentar a sus hijos. Hoy no vive con ellos, y ellos no saben cuál es su oficio. Por eso no revela su apellido ni su rostro.

Antes de la cuarentena, Jenny vivía con sus dos hijos en una habitación del Barrio Villanueva, en la que pagaba 25.000 pesos la noche (alrededor de seis dólares). Desde que empezó la cuarentena, debido a que unos días hay trabajo y otros no, se mudó a una habitación más barata. “Es como de 2x2. Tiene una cama matrimonial en la que dormimos los tres, un clóset, un baño y un televisor. Ahí se quedan ellos cuando salgo a trabajar, los cuida una señora que vive en la casa”. Si bien no gana todos los días, siempre sale, más allá de la cuarentena. Pelea constantemente con la Policía: “Ellos son que ¡váyase! y uno que ¡que no!”

Lorena, María y Chokis llevan un mes en el inquilinato al que llegaron a pasar la cuarentena luego de habitar la calle. Lorena enfatiza que es un lugar con reglas, reglas que ellas cumplen, como respetar a la gente y no consumir. Dice que el inquilinato es como una familia, con gente seria. A los administradores los considera amigos. En estos días, solo sale por comida; el resto del tiempo lo pasa hablando y viendo novelas, su gran pasión. Es un gran cambio frente a cómo era un día suyo antes de la cuarentena: “Dormía en la calle y comía de la basura. Me tomaba las pepas y empezaba a robar gente. Era descontrolada”, dice. Cuando sale a la calle, la ve tensa y sola, y con algunos consumiendo. “Uy, no. ¿Uno pararse en una esquina a esperar a que llegue uno que le va a dar 5.000 pa’ una culeada? No, mi amor, prefiero ver televisión y comer feliz”.

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Chokis, María y Lorena (que no sale en la foto) pasan sus días hablando y viendo telenovelas. Les gusta ayudar con la limpieza del inquilinato donde están alojadas durante la cuarentena.

***

Lo que más quiere Claudia es que sus hijas puedan seguir un camino distinto al suyo; sobre todo, que puedan buscar el amor. No sabe quién es el padre de su hijo mayor: “Fue prácticamente una violación”. Luego sí amó, incluido al padre de una de sus hijas, pero “él se aprovechó de mi amor, jugó con mi cariño”. Por eso, ahora busca que ellas puedan querer, “que le den su nalga al que ellas quieran, no por una necesidad”. Si el amor para Claudia no existió, trabaja para que sus hijas no se vean envueltas en la misma telaraña que ella —la que dice la llevó a preferir el dinero sobre el amor cuando el amor todavía era una opción— y puedan elegir cómo llevar su proyecto de vida, así sea vendiendo dulces. Por eso buscó salir del centro de Medellín, quería que sus hijas pudieran vivir mejor. Quiere que el que esté con su hija mayor le diga doña Claudia, que sea el marido de Silvana y ella su mujer; que las chicas se enamoren y estudien, que no las utilicen.

“Yo vengo de un mundo en el que nadie da puntada sin dedal. El mundo es duro, y más para las mujeres si somos tan culicalientes. Yo vivo agradecida porque sé que nadie le regala nada a nadie. Me empoderé para sacar a mis hijas adelante sin que ningún hombre me las manosee”, afirma.

Le preocupa ver a compañeras de trabajo que “dejan que toquen a sus hijas por una libra de arroz o por el arriendo. Las prostituyen. Son mujeres que se operan y viven de las apariencias, pagan arriendos caros y dejan que los hombres les hagan maldades a sus hijas para que ellos paguen. Están pagando arriendo con las cucas de su hijas, las están prostituyendo. No quiero un viejo chupa caja que les meta ese dedo con esa uña llena de tierra”, termina, mientras ríe. Comenta que esa es una realidad común, otra razón para salir del centro y buscar un lugar más tranquilo en el que sus hijas puedan crecer lo más lejos posible de los peligros de la calle.

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Para Claudia es importante que sus hijas puedan buscar el amor, que tengan posibilidades que ella perdió muy joven por dedicarse al trabajo sexual.

Lorena sí que sabe de los peligros de la calle: la ha recorrido a fondo desde los diez años. Recuerda que al principio le decían mariquita y galleta; luego se acostumbró. “Yo fui hormonizada, de pies a cabeza, una marica muy chusca y bonita. ¿Para perder todo por el basuco? Los hombres dicen qué marica tan feo, y voltea uno y al ratico están tras el culo de uno. Hay hombres muy degenerados que lo quieren menospreciar a uno: le doy 1.000 pa’ que me lo chupe, le doy 3.000 y me lo culeo. Esa es la calle”.

Muestra cicatrices mientras cuenta que su cuerpo ha recibido tiros y puñaladas. Su conclusión es sencilla: “La calle es lo peor”. Recuerda cuando pasaba sus días en la orilla del río, por la Plaza Minorista de Mercado; cuando, luego de drogarse, se iba para la Universidad Nacional o para la de Antioquia y empezaba a atracar. Por eso la iban a matar y la tiraron al río. Dijo no más y buscó la ayuda de Putamente Poderosas. “Solo veía el vicio. Me prostituía hasta por 1.000 o 2.000 pesos o por un basuco; vendía mi cuerpo por cualquier cosa. Cuando no tenía plata me empepaba y me iba a atracar”, dice.

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Lorena recuerda que cuando dormía en la calle, luego de despertar se drogaba y salía a atracar por el centro de Medellín. No quiere volver a ese pasado doloroso.

Nunca le gustó ir al Bronx, una cuadra lúgubre y escalofriante en el centro de Medellín que funciona como zona de tolerancia, núcleo de expendio y consumo de drogas mientras las personas yacen amontonadas sobre la calle. Iba frecuentemente a comprar y consumir, pero no se quedaba allá. “Se ve mucho el demonio suelto. En cualquier momento le meten su puñalada, lo roban o le rajan la cara. Se ven los muertos al lado y apuñalan por 50 pesos. El Bronx es la casa del demonio, desde que uno entra se siente la presión. Yo llegaba al Bronx con plata y me compraba un Rivotril, una pepa, veinte basucos, media de alcohol, un cuchillo y me iba pal río. Me estallaban las pepas y pobrecito al que cogiera: llegaba a la mansalva, a robar y apuñalar. Yo decía que era la hija de Lucifer”.

***

Para Claudia, el trabajo sexual ya venía siendo cada vez más difícil incluso antes de la cuarentena. Ha vivido un ciclo largo. Llegó joven, y admite que le gustó lo que llama la plata fácil. “Desde que usted esté joven, gana plata. Ya después de un tiempo de que se la hayan comido todos los hombres, ya no hay nada pa’ uno. Hay una clientela, yo sobrevivo con mis amigos, con mis clientes. Si mis clientes no van, yo ya no soy tan de buenas para los forasteros, como lo son las niñas o los niños más jóvenes”, explica. Sabe que pasar el día en el centro implica firmeza: “Hay que pararse duro por acá. Una vez casi me matan y me tocó meterle otro a la pelada y la mandé de cierre. Hay que aprender a pararse con un arma, la vida es dura”.

“Si esto sigue así voy a cerrar Banca Cuca. Así no hay quién facture".

Su pronóstico es claro: si la pandemia y la cuarentena continúan, tendrá que buscar otra ocupación. “Si esto sigue así voy a cerrar Banca Cuca. Así no hay quién facture. Pondría un puesto con las niñas para vender sanduchitos, cigarrillos, minutos, lo que sea. Si no facturo con la cola, facturo con los confiticos. No se puede embolatar la comida”, dice.

Hace este pronóstico porque, explica, los hombres están cada vez más abusivos, aprovechando la poca gente que hay en la calle durante la cuarentena. “Están sacando sus uñas, se están aprovechando del hambre y la necesidad. Quieren dizque por 8.000 [dos dólares] y sin usar protección. Eso me lo consigo con los dulces que consigo en la tienda”, afirma. Las dificultades propias que su edad implica para su trabajo se suman a que, según ella, los hombres “ya no quieren cuca colombiana desde que llegaron las venecas”. Las señala como su principal competencia, porque hacen ratos por 6.000 u 8.000 pesos (1.50 - dos dólares); porque por 20.000 pesos (alrededor de cinco dólares) no exigen el uso del condón.

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Claudia ha pensado en poner un puesto de sánduches con sus hijas. Con el trabajo sexual cada vez más complicado, considera que esa sería una mejor fuente de ingresos para su familia.

Si bien en las calles del centro se ve mucha menos gente, y también considerablemente menos clientes, en los últimos días más personas han ido saliendo. Para Jenny, es porque no se aguantan más el encierro. Ella también habla de abusos: “Piden que uno preste los servicios más baratos o llegan con exigencias de no usar preservativo, pero primero va mi salud. En la calle es muy complicado, se expone uno a muchísimas cosas. No se sabe quién viene a donde uno, si viene con buenas o malas intenciones. Han asesinado a varias compañeras”.

En general, la precaución que han tomado las trabajadoras sexuales que han salido durante la cuarentena se ha limitado al uso del tapabocas mientras esperan a un nuevo cliente. Como cuenta Jenny, la cuarentena ha traído clientes que exigen aún menos medidas de seguridad y protección: están aún más expuestas que antes. La mejor precaución puede ser no salir a trabajar y, como Claudia, limpiar bien la casa, pero es una posibilidad a la que no todas tienen acceso.

“[Los clientes] piden que uno preste los servicios más baratos o llegan con exigencias de no usar preservativo".

Los clientes más frecuentes de Jenny no han vuelto a buscarla, por lo que ha visto obligada a rebajar su tarifa y acceder a pagos de 8.000 pesos para poder cubrir su alimentación y techo. Ya tiene dos comparendos por incumplir la cuarentena, y tuvo que pasar dos días en la estación de Policía de Barrio Triste, en el centro de Medellín. Aunque ha recibido ayuda de Putamente Poderosas, no es suficiente para todos sus gastos. Por eso, cuando pase la emergencia del coronavirus y pueda hacerlo, quiere volver a su tierra en el Valle del Cauca. Pronostica que los siguientes meses van a ser tiempos de caos y conflicto, pues muchas mujeres van a salir a trabajar y competir. “Hay unas que cobran más económico, cumplen con todas las exigencias del cliente, entonces ahí uno entra en discordia y pelea”.

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Para Jenny, durante la cuarentena el Gobierno y los gobernantes no han considerado para nada a las trabajadoras sexuales. Compara la situación con las mamás que abandonan a sus hijos.

Claudia y Jenny sí seguirían con el trabajo sexual si tuviera garantías y regulación. Y ese es el problema, precisamente, que señala Jenny: el Gobierno y los gobernantes no consideran a las trabajadoras sexuales. “Cuando empezó la cuarentena nos dejaron ahí: defiéndanse como puedan. Fue como cuando una mamá abandona a un niño. No nos tuvieron en cuenta para nada”, denuncia, y aclara que la única ayuda que ha recibido es gracias a Putamente Poderosas.

La Corte Constitucional ha fallado a favor del trabajo sexual, pero no es suficiente si ese fallo no es acompañado de acciones al respecto de instituciones que van desde el Congreso hasta el Ministerio de Trabajo. Si hubiera garantías, dice Claudia, entonces sí seguiría ganándose la vida como lo ha hecho los últimos veinte años: “Eso fue lo que aprendí: a trabajar y facturar con el culo. Pero es que les voy a ser lo más sincera posible: por allá ya no me come ni la pandemia. Si yo supiera que sí, seguiría con mi culo, que me está facturando”.

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Beatriz está convencida de que quiere dejar el trabajo sexual, luego de un año de haberlo practicado. Dice que esa vida no es para ella.

Beatriz quería dejar el trabajo sexual desde antes de la cuarentena. “No quiero volver a trabajar ahí en la Plaza Botero. Quiero salirme. Yo soy estudiada, por eso por ahí me tienen envidias, es muy maluco”. También considera que le está dando mal ejemplo a su hija con su ausencia, después del susto del embarazo: “Casi me mete las patas”. “Luego de estar encerrada acá, no quisiera volver a salir por ahí. No quisiera trabajar más allá, estoy feliz así”, explica.

Lorena, por su parte, está esperando a que reanuden los buses que salen de Medellín porque quiere irse de la ciudad y llegar a Supía, Caldas. Allá vive su hermana. También fue trabajadora sexual y luego se casó con un minero, que a principios de este año murió en un accidente de moto. Han estado hablando seguido y ella le dice que vaya a Supía para que estén juntas. “Mi hermanita me apoya mucho y la quiero mucho. La otra familia no, pero ella sí. Quiero irme pa Supía”.

Las palomas de la Plaza Botero revolotean mientras suenan las campanas de la Iglesia de la Veracruz. Si algunas trabajadoras sexuales han podido quedarse en sus casas, otras siguen y seguirán en este y otros lugares de Medellín, esperando a que alguien les pague. No importan ni la cuarentena ni el coronavirus. Tienen que salir a trabajar, luchar contra el hambre en la calle ruda. No es una elección, porque no hay alternativa: hay que sobrevivir.


A Santiago lo encuentras en Twitter e Instagram como @scembrano.

Santiago Cembrano https://ift.tt/3bPVM7H

Baile de Gaiola

En enero de 2019, el DJ de Río de Janeiro Rennan da Penha, uno de los pioneros del funk 150 BPM, se mostró una vez más como un visionario: celebró una primera y, desafortunadamente, la única edición LGBTQ + de Baile da Gaiola en Complexo da Penha, en la zona norte de Rio de Janeiro. VICE tuvo el honor de documentar la fiesta que, bajo el mando del DJ, trajo a Mulher Pepita, Viviane Araújo y DJ Iasmin Turbininha, entre otras atracciones.

Este registro de uno de los muchos caminos que el funk baila en Río, la meca del género, podría haber sido guardado en los archivos de VICE sin emitirse, pero ahora, que los bailes ya no son y no deberían durar mucho tiempo, Es hora de compartirlo con el mundo.

VICE Staff https://ift.tt/eA8V8J

Lo que dicen los niños desde el encierro

Escucho a Maite llorar. A Maite jamás la vi en mi vida. Ella vive en el piso de abajo y sé su nombre porque la mamá la reta bastante seguido. A veces porque no hace la tarea, otras porque no quiere comer y otras tantas porque deja sus juguetes tirados en el living. Tengo que confesar que cuando oigo un golpe seco sobre el parquet me río en voz baja. A este siempre le sigue el grito de la madre, alegando que por su culpa tiene el cuerpo repleto de moretones. “¿Y qué querés que haga?”, le contesta la niña. “Si ni siquiera tenemos balcón y no puedo ir al parque por el cononavirus.

Frente a mi edificio hay un colegio. Hasta el mes de marzo, a cierta hora del día, mi calle era un griterío agudo de enanos desesperados por comunicarle algo al barrio. Con sus madres en la puerta negociaban un horario de vuelta a casa; sus padres, mientras tanto, estacionaban en doble fila sin dejar pasar a los colectivos. Yo la llamaba la hora del horror. Un horror que ya no existe. No hay niños caminando por las calles. No hay niños en las plazas ni en los patios de los colegios corriendo transpirados.

Desde que comenzó la cuarentena en distintos países, han aparecido varios artículos que abordan la situación de los niños. La mayor parte de escritos que encuentro en internet son dirigidos a padres y madres, y brindan una serie de consejos útiles de cómo pueden pasar el encierro lo mejor posible: juegos de mesa, dibujos e interminables listas de películas. Por otro lado, están los que recogen hipótesis de expertos sobre cómo el aislamiento puede afectar a los pequeños. Pero ¿qué está en la cabeza de los niños? ¿Cómo se sienten ellos? ¿Cómo entienden lo que estamos viviendo? Hablé con algunos de entre cinco y once años para conocer su experiencia de primera mano.

Rafa, cinco años

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Rafa

VICE: ¿Sabés que es el coronavirus?

Rafa: Es un bichito chiquitito que mata.

¿Sabés cómo podemos protegernos del bichito?

Lavándonos las manos y usando las pistolas de agua que voy a inventar.

¿Cómo son esas pistolas de agua?

Son pistolas con agua y jabón, y entonces, cuando el coronavirus quiera enfermarnos no puede. Es un invento re bueno para vencer al coronavirus, así cuando el coronavirus quiere enfermarnos hay mucho jabón en la casa y no va a poder jamás.

¿Qué es lo primero que te gustaría hacer cuando salgamos?

Me gustaría salir a hacer una guerra con mis naves.

Alegra, siete años

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Alegra

VICE: ¿Qué es el coronavirus?

Alegra: Es un bicho muy malo que cree que tiene coronita. Es como una hormiga roja. Lo que pasó fue que el Estado encontró a la hormiga y la convirtió en el coronavirus para que no nos de plata.

¿Y sabés qué es la cuarentena?

Sirve para que nos mantengan acá adentro por culpa del Estado, entonces armaron la cuarentena.

¿Y quiénes hacen la cuarentena?

Nosotras, el gobierno y el presidente.

¿Y no tiene nada que ver la enfermedad del coronavirus con la cuarentena?

No.

¿Qué les dirías a tus amigas para que pasen mejor la cuarentena?

Que hagan inventos.

Uri, once años

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Los hermanos Uriel y Iair.

VICE: Uri, ¿hace cuánto que estás sin ir al colegio?

Uri: Desde la segunda semana de marzo, más de un mes.

¿Tenés clases por Zoom?

Sí, tengo todo los días. Ayer tuve a las nueve de la mañana, otro día tengo a las diez, estoy lleno de clases y de tareas. No soporto más esta cuarentena. Me acuerdo de cuando decía que no quería ir a la escuela y ahora lo único que quiero es ir.

¿No te gusta tener clases por Zoom?

No tanto, en el Zoom existe algo que cuando compartís pantalla podés dibujar en esa pantalla, entonces cuando los profesores lo hacen mis amigos se ponen a hacer mamarrachos. El otro día un amigo hizo eso y muchos no podíamos prestar atención. A veces también compartimos fotos en el medio de la clase. Somos quince y es difícil que todos nos concentremos porque siempre alguien hace algo en la pantalla del otro. Nos reímos porque es un poco gracioso, pero también nos distraemos fácil.

¿Cómo te llevás con tu hermano Iair?

Bien, a veces nos peleamos, pero jugamos mucho a la play juntos y a veces también vemos videos.

Iair, nueve años

VICE: Iair, ¿sabés qué es la cuarentena?

Iair: Es como las vacaciones pero con mucha tarea.

¿Qué hiciste hoy?

Jugué a la play y puse una alarma en mi tablet, vi videos de YouTube, y también hice un poco de tarea.

¿Qué es lo primero que querés hacer cuando termine la cuarentena?

Salir a la calle y andar en bici.

Alma, cinco años

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Alma.

VICE: ¿Qué es el coronavirus?

Alma: Es algo que se sube a las manos y trae tos, achús y enfermedad.

¿Qué es achús?

Es cuando estornudás. También te puede dar fiebre.

¿Qué estás haciendo en estos días que no estás yendo al colegio?

Alimento a mi pez, me lavo las manos, juego y hago tareita.

¿Qué es lo que más extrañás?

Lo que más extraño es ir a pasear. Extraño a Lulu, mi perrita; andar a caballo; a mi abuela, y a mi papi Cris*.

Te fuiste con tu papá unos días, ¿no?

Sí, estuve muy triste cuando me fui con papá, y Cris se fue al doctor porque estaba enfermo.

¿Y ahora?

Ahora estoy feliz porque volví a casa. Cris está todavía enfermito pero pronto se va a mejorar y va a volver a casa porque lo extrañamos mucho.

¿Hablás con él?

Sí. Lo vemos desde el celular, todas las horas que queramos y siempre está comiendo.

*Cris es el novio de Rocío, la mamá de Alma. Cris está internado por COVID-19. Alma vivió con su papá cuando Cris empezó con los síntomas y decidieron no contarle la verdad.


Tomás, diez años

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Tomás

VICE: ¿Qué estás haciendo estos días sin ir al colegio?

Tomás: Estoy descansado, también hago deporte en el patio y juego online.

¿A qué jugás?

Al For Night y también hablo por Instagram.

¿Y te gusta estar en tu casa?

Sí, pero a veces me aburro, a veces mi papá va al súper y le pregunto si puedo ir y me dice que no y yo quiero ir y salir de casa.

¿Cómo le contarías esto a tu hijo cuando seas grande?

Le contaría que vivimos el coronavirus bastante tiempo y que por suerte él no pasó por esto, porque la verdad esto es un lío.


Rubi, siete años

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Rubi

VICE: ¿Qué opinás del momento que estamos viviendo en esta cuarentena?

Rubi: Es un poco divertido quedarse en casa porque podemos hacer cosas que nos gustan, si te gustan las manualidades podés hacerlas con lo que tenés en casa, también podés jugar con tus muñecos y los grandes pueden ver cosas en Netflix y porque es un momento histórico.

¿Por qué crees que es histórico?

Porque es la primera vez que pasa esto que nos tenemos que quedar todos en las casas.

Si te dieran el permiso de salir un rato cada día, ¿lo harías?

Yo no saldría, si fuese adulta saldría solo para ir al supermercado, pero yo no saldría.

¿Cómo describirías al coronavirus?

Es un virus maldito, creo que se llama así porque tiene la forma de una corona.

¿Qué le dirías a otros niños que también están en sus casas?

Les diría que no pasa nada, que dentro de poco se va a poder salir, que podemos hacer videollamadas y que si tu papá o tu mamá se va a comprar papel higiénico vos mientras hacer la videollamada y cuando el papel higiénico se termina podemos hacer algo, podemos hacer un maniquí o un cohete con pinturas que tengamos en casa, seguramente tienen esmaltes viejos de sus mamás. También con las cajas de cartón pueden hacer camas para las muñecas y también con cajas de fósforos. Si no les gustan las manualidades también pueden ver cosas por internet.


Amparo, ocho años

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Amparo

VICE: ¿Sabés por qué tenemos que lavarnos las manos?

Amparo: Porque tenemos bichitos. Cuando jugamos con algo o tocamos cualquier objeto después nos tenemos que lavar las manos para protegernos, porque tenemos sucias las manos y el virus puede vivir más tiempo. Tampoco hay que estornudar en las manos o toser en las manos, y si vamos a toser y a estornudar tenemos que taparnos con el codo, porque si estamos comiendo podemos enfermar a la comida y a la persona que tenemos al lado.

¿Jugaste con algo nuevo en estos días?

Sí, el otro día, abrí una cajita de Barbies que tenía mi mamá cuando era chiquita, jugué un poco y mi hermano se obsesionó y está todo el día jugando con eso. Un día se me ocurrió hacer una peluquería para las Barbies arriba de mi escritorio.

También para pascuas hicimos un circuito y después una búsqueda del tesoro.

Si tuvieras que darle un consejo a la gente, ¿qué le dirías?

Que cuando termine la cuarentena traten de pasar todo el tiempo con la gente que no pudieron ver antes.

¿Y qué pueden hacer para pasar el tiempo ahora?

A la gente que está solita en su casa le diría que pase todo el tiempo posible con su imaginación.

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¿Por qué hay tan pocos fumadores hospitalizados por coronavirus?

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

Más de la mitad de los hombres en China son fumadores, y la Organización Mundial de la Salud (OMS) estima que un tercio de los cigarros del planeta se fuma en China. Pero a principios de este año, Konstantinos Farsalinos notó algo extraño: muy pocos de los hospitalizados por el coronavirus en el país parecían ser fumadores.

Desde entonces, Farsalinos, cardiólogo y especialista en reducción del daño del tabaco en Grecia, se ha estado preguntando si la nicotina, la sustancia química que se encuentra en el tabaco, podría evitar que las personas contraigan COVID-19 o evitar que los síntomas empeoren.

Aunque todavía no se pueden sacar conclusiones, la hipótesis predominante de Farsalinos es que la nicotina tiene ciertos efectos antiinflamatorios. Los síntomas más graves del COVID-19 parecen provenir de una reacción exagerada del sistema inmunológico del cuerpo conocida como "tormenta de citoquinas". Durante esa tormenta, el sistema inmunológico ataca una infección, digamos en los pulmones, y pueden inflamarse, lo que dificulta la respiración. La nicotina, Farsalinos argumenta, podría al menos disminuir esa intensidad.

A simple vista, parece una teoría extraña. Fumar sigue siendo la principal causa de muerte prevenible en el mundo; ciertamente, nadie está promoviendo tomar el hábito como algún tipo de medida preventiva. Y la nicotina es solo una de las muchas soluciones inusuales que también se encuentran en las primeras etapas de consideración científica. Los científicos, con el afán de encontrar la cura, están dosificándole estrógenos a hombres infectados, considerando medicamentos de venta libre para la acidez estomacal y probando medicamentos moduladores del sistema inmunológico destinados para el tratamiento del cáncer, todo con la esperanza de encontrar un forma de controlar el virus o la reacción del cuerpo al mismo. (Ninguno está considerando que alguien beba lejía).



Las observaciones de Farsalinos, disponibles en su edición preliminar, y que pronto serán publicadas en la revista Internal and Emergency Medicine, han llamado la atención de científicos, políticos y expertos en control del tabaco en todo el mundo, algunos de los cuales creen que esta información contradictoria es lo suficientemente importante como para darle seguimiento: aún es demasiado pronto para saberlo, pero el papel que desempeña la nicotina podría tener que replantearse con mucho cuidado, especialmente dadas las circunstancias desconocidas.

"Todos sabemos que fumar es obviamente malo para la salud", dijo Raymond Niaura, presidente interino del Departamento de Epidemiología de la Universidad de Nueva York y experto en dependencia y tratamiento del tabaco. "Se deduce lógicamente que los fumadores estarían mucho peor. Yo también pensaría eso. Pero me sorprendió que esa no es la historia que estamos viendo".

Niaura es coautor de Farsalinos, así como de Anastasia Barbouni, académica griega de salud pública, en el documento de la revista antes mencionada. Se espera que sea el primer artículo revisado por pares sobre el tema. (Farsalinos le dijo a VICE que otro de sus trabajos, con conclusiones similares y más exhaustivas, también estará disponible muy pronto en otra revista, Toxicology Reports).

La teoría no está totalmente fuera de contexto. La nicotina, un estimulante que se encuentra en el tabaco (así como en otras plantas como los tomates, aunque en cantidades mucho más pequeñas), ya ha sido estudiada por sus cualidades neuroprotectoras, lo que es de interés para los científicos que estudian las enfermedades de Parkinson y Alzheimer. Niaura señaló que son los químicos al quemar el tabaco los que causan ataques cardíacos, cáncer y enfermedades pulmonares.

"Como político, debes preguntar cuáles serían las consecuencias en caso de estar equivocados", dijo Clive Bates, exfuncionario de salud pública en el Reino Unido y destacado experto en control del tabaco. "Las desventajas parecen insignificantes. Existe una salida".

Un grupo de investigadores franceses liderados por el neurocientífico Jean-Pierre Changeux está haciendo exactamente eso: con la esperanza de probar parches de nicotina en trabajadores de la salud y pacientes que dieron positivo al coronavirus. El equipo, con sede en el prestigioso Pitié-Salpêtrière en París, observó datos similares en la población francesa a los que Farsalinos encontró en la población china: de 343 pacientes hospitalizados, solo el 4.4 por ciento fueron registrados como fumadores; de 139 pacientes ambulatorios, solo el 5.3 por ciento se registraron como fumadores. Esto se compara con la población francesa que es más grande; de la cual más de una cuarta parte fuma cigarros.

El estudio causó tanto revuelo en Francia la semana pasada que el gobierno suspendió la venta en línea de parches de nicotina y otras herramientas para dejar de fumar, aparentemente por temor a que los ciudadanos los compraran a granel para auto-tratarse.

A diferencia del estudio de Farsalinos, el de los franceses aún no ha pasado por el proceso de revisión por pares. Esos investigadores también tienen una hipótesis diferente, aunque siguen una lógica similar: la nicotina podría estar evitando que el coronavirus ingrese a las células en el cuerpo y también podría estar apaciguando esas tormentas de citoquinas. (La hipótesis de Farsalinos se centra en lo que se llama la enzima convertidora de la angiotensina 2, o ACE2, el receptor en el que comúnmente se cree que el coronavirus se adhiere para ingresar a las células humanas; los franceses, por otro lado, piensan que el virus podría ingresar al cuerpo a través de los receptores nicotínicos – otro tipo de receptores en los pulmones o el sistema olfativo).

Los datos preliminares de Nueva York y otros lugares de los Estados Unidos parecen sugerir que la hospitalización de fumadores también es baja, lo que lleva a que cada vez más científicos estén interesados en realizar este tipo de ensayos clínicos.

Aún así, todos los científicos y expertos en control del tabaco con los que VICE habló enfatizaron repetidamente que se trata solo de hipótesis y que no tienen el lujo de recopilar datos perfectos a un ritmo tan rápido; todos están trabajando doble turno para tratar de ayudar antes de que se cree una vacuna. Bien podría haber otras explicaciones de por qué no son tantos los fumadores hospitalizados por coronavirus, una que no tiene nada que ver con la nicotina.

"¿Habrá algún tipo de problema con los informes?" dijo Derek Yach, presidente de la Foundation for a Smoke-Free World y exdirector ejecutivo de enfermedades no transmisibles y salud mental de la OMS. "¿Estarán muriendo antes de llegar al hospital? ¿Estarán clasificando mal el tabaquismo? Quiero ser lo más escéptico posible".

Hay razones de sobra, como reconoció Yach. El sistema de salud podría estar tan saturado que simplemente no se está registrando correctamente el historial médico de las personas. También existe la posibilidad de que algún otro químico en el tabaco, no la nicotina, pueda estar produciendo un efecto protector. Y el ensayo de los franceses podría ser defectuoso desde el principio, ya que la nicotina ingresa a la sangre de manera diferente a través de un cigarro y un parche de nicotina.

Al fumar, la nicotina ingresa al cuerpo en "picos", mientras que un parche de nicotina mantiene un nivel mucho más estable, explicó Jed Rose, profesor de psiquiatría y ciencias de la conducta en la Universidad de Duke y co-inventor del parche cutáneo de nicotina.

Michael Siegel, profesor de ciencias de la salud comunitaria en la Universidad de Boston, también tenía una preocupación específica por el estudio francés y, en general, se mostró cauteloso.

"Los fumadores que han desarrollado enfermedades crónicas probablemente hayan dejado de fumar debido a su enfermedad", dijo Siegel. "Muchos de los fumadores que continúan fumando lo hacen porque todavía no sufren enfermedades. Por lo tanto, se espera que esto distorsione la muestra de pacientes hospitalizados hacia las personas que no fuman".

Pero la ironía –si resulta que la nicotina tiene un efecto protector sobre el coronavirus– es que las agencias de salud pública de todo el mundo han estado recomendando a las personas que dejen de fumar desde que empezó la pandemia, instando, por ejemplo, a ambos tipos de fumadores de cigarros y vapers a dejarlo por completo. La distinción entre la nicotina y el tabaco es enfatizada por expertos en control del tabaco que se centran en la reducción de daños. Obtener una solución de nicotina de algo más seguro que un cigarro tradicional ha sido crucial en los métodos para dejar de fumar y es una base en la investigación de reducción de daños del tabaco.

Ahora la nicotina probablemente tenga una nueva urgencia.

"Si tomas la decisión equivocada, dijo Bates, "podrías matar personas".

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