Artículo publicado originalmente por VICE España.
Nuestro estado de ánimo por el coronavirus cambia tanto como lo que llena nuestros carros de super. Un día no ves la tele y todo parece ir bien y al día siguiente tos. Estornudos. Termómetro ocho veces al día. Vas a comprarte otro porque ese no funciona y de paso te llevas unas papas fritas, una botella de vino y pones en riesgo de contagio a toda la colonia. Pero es que tu salud estaba en juego. El termómetro nuevo marca 35,5 grados centígrados: Dios aprieta pero no ahorca.
Hacer el super es un momento importante, de lo poco que podemos hablar en las videollamadas. Por puro miedo hemos pasado de la precariedad al refrigerador lleno, pero no todos estamos comprando las mismas cosas. ¿O sí?
Aunque ahora hemos diversificado un poco nuestras preferencias, parece que como sociedad somos vergonzosamente predecibles: hemos pasado a las aceitunas (con un incremento del 93,82%), a las papas fritas (+87,13%), al chocolate (+79,04%), al helado (+76,19%) y sí, a las anchoas (+60%). Pero los productos estrella, lo que realmente llena los carros de super, no son otra cosa que harina y alcohol. Pan y vino.
El problema es saber qué significa esto, porque seguro que significa algo, al menos si eres la clase de engendro que en medio de una epidemia decide comprar anchoas. Solo una advertencia: compres lo que compres, no lo estás haciendo bien.
ACEITUNAS
Las aceitunas dan dignidad a las personas. Si eres una persona que ha comprado muchas aceitunas probablemente te gusta comer entre horas. Picotear, pero cuidando la línea que luego llega el veranito. Disfrutón, pero responsable.Tu infinita ingenuidad aun te hace creer que podremos pasar julio y agosto en la playa entre abrazos de conocidos y desconocidos. La última foto que tienes en el feed es con tus colegas en traje de baño: “Pronto aquí otra vez, podremos con esto y con todo. #ánimo”.
Por supuesto, las aceitunas también te dan el toque de nostalgia que tanto te gusta estos días: nada como estar en una terraza con una cerveza y una tapita.
HELADO Y CHOCOLATE
Dejar de llorar no es una opción. Esto es un drama y se lo dices a tu diario cada noche. Sabes que el bajón persistirá mientras dure el encierro, y que cada pequeño problema se convertirá en una nueva montaña. El confinamiento te ha hecho darte cuenta de las cosas que de verdad importan. No hace falta recurrir a una cita de Freud para saber que tu mente siempre busca formas de suplir tus carencias, de tapar el sentimiento constante de insuficiencia, y ahí están el chocolate y los helados, a tu lado. Otra cucharada de Häagen Daz y a ver series.
Ahora estar triste ha dejado de ser una personalidad y eso te molesta, así que has decidido recuperar tu vena artística para llamar la atención porque en el fondo nunca dejaste de ser un indie. Por la mañana pintas, por la tarde escribes un libro sobre lo duro de estos días y por la noche después de los aplausos sacas tu guitarra para deslumbrar al vecindario: en el arte del desafinar no hay debutantes, solo virtuosos.
HARINA
Trabajar, hacer un pastel sola o con tus hijos y luego unos ejercicios para mantener el cuerpo en forma. Siempre fuerte, siempre apretando los dientes. Las mujeres que están acabando con la harina de los supermercados se han dado cuenta de que en realidad nunca quisieron ser una mujer empoderada como Carrie Bradshaw, sino una buena ama de casa a lo Betty Draper en Mad Men.
Demasiado tarde queridas, todo el mundo ha visto las estanterías vacías de harina pero nadie está viendo sus pasteles y panes en Instagram: la mayoría están calcinados o no son suficientemente bonitos. Parecía que la cocina era solo cantar, que la calidez del hogar haría su magia y que todas podríamos hacer lo que una abuela, pero ahora resulta que es mucho más complicado que manejar el Google Ads y Analytics en la oficina. Siempre aspiran a lo más alto, no les dan miedo las comparaciones y cada mañana se bañan en optimismo. Pero es que para ser Carrie o Betty no basta con la harina y el espíritu hogareño: hace falta dinero, mucho dinero. Y de eso no tienen.
VINO Y CERVEZA
Aquí no hay mucho que explicar ¿no? Eres un persona nerviosa. No estás en tus mejores días, pero tampoco lo estabas hace unos meses. Para relajarte prefieres una copa de vino a jugar al Animal Crossing. No eres un bebedor social, simplemente te gusta el ligero aturdimiento tras la primera copa, y no pasa nada, nadie te culpa. Te da igual el coronavirus y te da igual no volver a tu antigua vida porque o bien era demasiado estresante o bien era un fraude. O las dos cosas. ¿Tú estás bebiendo? Yo estoy bebiendo.
Frituras
Salir de casa dos veces a la semana, vivir en pijama, atrincherarse frente a una pantalla y esperar a que sean por lo menos las seis de la tarde para beber sin remordimiento. Podría estar hablando de periodistas freelance o gamers que todavía viven en casa de sus padres, pero probablemente estoy hablando de ti, porque ahora los sedentarios ya no están solos.
Gracias a la pandemia, tener los dedos llenos de Cheetos ha dejado de ser un estigma para convertirse en un estilo de vida. Ver series, películas, documentales es la forma de vivir sin preocuparse por la pandemia. ¿Pagas ya unas 10 plataformas de contenidos online que no sabes ni cómo se llaman? ¿Estás decidido a hacer de la pandemia un etapa culturalmente productiva, pero sin mover un solo músculo? Si es que sí, las frituras son sus mejores amigas, independientemente de su forma, tamaño, gusto y composición calórica. Todas se pueden consumir sin prestar atención, distraídamente. Porque sí, quizá antes de la crisis eras persona dinámica, pero ahora te pasas el día en el sofá: incluso pedir un Glovo no te parece una mala idea. Pero podría ser peor. Podrías estar emparejando tipos de snacks con determinadas series: Stranger Things con Pelotazos, Westworld con Pandilla. Quizás ya lo estás haciendo.
PAPEL HIGIÉNICO
Ahora ya se puede decir: el pasillo del papel de baño fue tu Vietnam. Si las metáforas bélicas de estos días están justificadas, es solo por la batalla del doble capa y los héroes del por-si-acaso, que llenaste las despensas con servilletas de estampados navideños.
Para pensar en el papel higiénico antes que arroz o la leche hace falta una mentalidad muy concreta: la del preparacionista de oficina, alguien que ha sublimado sus impulsos de supervivencia en asegurar el confort del teletrabajo. Donde otros pensaban en subfusiles, conservas nutritivas y mascarillas desechables, tú tenías claro que no ibas a pasarte la mañana trabajando con el culo irritado por haberte tenido que limpiar con papel de cocina.
La comodidad se ha convertido en tu primera preocupación, más allá de toda consideración racional: eres un psicópata del bienestar diario. Hacer acopio de papel higiénico es la forma que encontraste de estar tranquilo, incluso antes de saber que tendrías que pasarte un mes en cuarentena. Pero la paranoia no ha terminado. Más que el desabastecimiento real, tienes miedo a la experiencia del desabastecimiento: las expectativas frustradas, la incertidumbre, las rutinas desbaratadas. Cada semana recolectas 48 rollos de papel como el niño que se lleva el peluche de dormir a la cama: sabes que no lo necesitarás, pero qué importante es tenerlo ahí.
ANCHOAS
¿En serio, anchoas? ¿Quién compra anchoas para una cuarentena? Al principio pensaba que había un error en los datos que encontré. La única opción es que alguien las comprase solo para despistar, para joder, ya fuese a sus compañeros de piso o a su novia. Imaginaba al típico gracioso que incluso durante la pandemia aprovecha sus pequeños momentos para soltar bromas, ser extravagante, acaparar toda la atención.
Y sí, quizá esto es un poco cruel, pero piénsalo bien: la alternativa es asumir que hay gente a la que sinceramente le gustan las anchoas. Y eso sí es desagradable.
Berta Gómez Santo Tomás https://ift.tt/eA8V8J
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