Tengo veinticuatro años, una hermana gemela, madre brasileña blanca y padre nigeriano. Nací y crecí en los suburbios de Sao Paulo. Desde pequeña supe que Tracie y yo éramos “diferentes”, pues nuestro cabello era un tema de conversación constante entre nuestros parientes blancos, que cada vez que podían se empeñaban en definirlo como un problema. Todas las bromas que nos hacían apuntaban a nuestros rasgos de negritud.
Cuando entramos a la escuela, mi hermana y yo descubrimos que éramos “negritas”, porque era el adjetivo que más escuchábamos de los niños. “Negritas”, nos decían, “canilla ceniza”, “pelo duro”.
En la adolescencia éramos las amigas de todos, pero no le gustábamos a nadie: no había posibilidad, el patrón preferido eran las blancas con pelo largo. La gente solía decirme: “Va a ser difícil, eh”, o “Lo bueno es que si nada sale bien, puedes casarte con el director de la escuela de samba”. Para mí todo esto carecía de sentido porque miraba los rostros de las personas negras y no veía ningún problema con su apariencia, solo me parecían bellos.
Para el momento en que comenzamos a salir de fiesta ya teníamos claro —y no había necesidad de que nadie nos lo dijera— que éramos inferiores a nuestras amigas blancas. Crecimos viéndolas ennoviarse, así que pensábamos que algún día llegaría nuestro turno; esperaba con ansias a que alguien se interesara en mí, me diera regalos, me llevara a pasear. Con el tiempo, sin embargo, me acostumbré a pensar que eso no sucedería para no frustrarme. Sabía que si tenía una relación con algún chico se trataba de sexo y nada más. Siempre estaba en una posición sexualizada.
Durante un buen tiempo creímos que el problema era nuestro. Pensábamos que éramos demasiado feas, extrañas y pobres para que alguien se interesara en nosotras; pensábamos que era algo “personal”. Hoy, después de haber madurado y conocido miles de historias de mujeres idénticas a la nuestra, entendí que no éramos el problema.
Sabía que si tenía una relación con algún chico se trataba de sexo y nada más. Siempre estaba en una posición sexualizada.
Fue una tortura crecer viendo en los envases de champú de BaByliss fotos de mujeres blancas con crespos de peluquería, pensar que los rizos que mostraban eran los ideales y que nosotras no habíamos tenido suerte porque nuestro cabello no se comportaba así. Nuestra madre hizo todo lo posible para cuidárnoslo, pero no sabía bien cómo porque en ese momento no había mucha información. Por consejo de conocidos que aseguraban que el problema estaba en el volumen, nos lo embadurnábamos de crema o lo planchábamos. La primera vez que logré llevar el cabello suelto en la adolescencia fue por casualidad. Había conseguido Toin, una crema relajante común en mi época. Me lavé y apliqué la crema, y luego fui a casa de mi vecina. Ella y su hermano me dijeron que tenía el cabello hermoso; luego me miré en el espejo y descubrí que podía llevarlo de esa manera.
Hacia 2011 mi hermana y yo comenzamos a asistir a la Batalla de Santa Cruz, una batalla de rap. A Tracie y a mí nos gustaba el rap desde pequeñas, pero no sabíamos que había gente nueva moviendo la escena. Esto fue crucial para nosotras; era la primera vez que salíamos de la quebrada, que convivíamos con todo tipo de personas y que rapeábamos con otros. Ahí las chicas blancas seguían dominando, pero nos consideraban más hermosas que en la quebrada. En las batallas fue donde dejé de sentirme avergonzada por hacerme peinados afro y usar cosas de gente negra. Hoy es más normal en Brasil, pero hace diez años debías tener una fortaleza especial para usar turbantes. En la quebrada no era una posibilidad.
Cuando me convertí en una mujer, tuve mi primer trabajo y pude tener mis propias cosas, comencé a sentirme mucho más bella y segura. Y empecé a echarme el cabello para arriba cada vez más.
Hoy tengo un movimiento con mi hermana gemela llamado “Expensive $hit”, que creamos para ayudar a mejorar la autoestima y la autonomía emocional y financiera de la gente de las favelas. El movimiento abarca todo lo que creemos necesario para demostrar que podemos ser lo que queramos. Hacemos editoriales de moda con artículos de segunda mano de hasta veinte reales (alrededor de cuatro dólares), y textos sobre violencia policial y diáspora negra. También contamos historias de artistas negros que nos gustan, somos DJs, productoras culturales, directoras de arte, columnistas y hacemos fiestas descentralizadas para que la gente venga aquí a conocer la quebrada y nuestra vida cotidiana, y tome el mismo autobús que nosotros tomamos para ir al centro. Si nos lleva una hora y media llegar al centro e ir a cualquier lugar, ¿por qué otras personas no pueden tomarse una hora y media para venir hasta aquí?
Las fiestas que hemos hecho han cambiado la mente de las personas del barrio, ya que tenemos una buena curaduría y traemos a mucha gente de afuera, muchas personas negras con autoestima. Al principio las chicas negras de aquí miraban a las que venían con extrañeza, pues llevaban afros altos y ropa extravagante, hasta que se dieron cuenta de que los chicos de la quebrada comenzaban a fijarse en las jóvenes negras con autoestima. Dos fiestas más tarde, comenzamos a verlas con atuendos más coloridos; podías verlas trenzando su cabello, llevándolo alto. Hoy salen de la quebrada con más confianza por el simple hecho de haber estado en contacto con personas de todo tipo, clases y gustos musicales que llegan a nuestras calles para disfrutar la música y conocer gente.
Tengo una hermana de doce años que es de piel más oscura, tiene el cabello más rizado que el mío y vive en una quebrada mucho más retirada. La veo crecer y me preocupo. Hace un rato permaneció dos semanas en silencio, sin hablar en casa ni en la escuela, porque sus compañeros la estaban humillando. La golpearon y también le cortaron el cabello en el salón. Leo sus mensajes depresivos y quedo desalentada; mi hermana publica algunas cosas suicidas en redes sociales y me pregunto si es solo un asunto adolescente o si es más grave. Siempre trato de hablar con ella, pero sé que desde mi posición de “light skin” no ayuda mucho decirle que es hermosa. Sé que tiene que hallar su identidad, y tengo la suerte de tener amigas increíbles con cabello similar, que siempre se mantienen en contacto con ella.
Tracie y yo somos géminis, tenemos mucho ímpetu y también sabemos rimar. Recientemente lanzamos un EP, Rouff, y un single, “Tang”, en los que involucramos gente en el proceso creativo para tener también una identidad propia. Siempre exaltamos a las “MPIF” (mujeres negras independientes de la favela, por sus siglas en portugués) en nuestra música, y en nuestros videos enaltecemos nuestra estética y a las grandes mujeres que nos mostraron que es increíble ser negra. Yvonne Fair, Flo-Jo, Diana Ross, Alcione y las mujeres nigerianas que crecimos viendo en las películas que nuestro padre solía ponernos y que veíamos en su restaurante son mis referencias de moda y belleza hasta el día de hoy.
A Tasha la encuentras en Instagram como @tashaokereke.
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