Artículo publicado originalmente por VICE España.
"Me gusta cuando está encima de mi pero no llego al orgasmo. Al final siempre acabo haciendo trampa y tocándome con mis dedos para llegar. Entonces sí lo logro, pero tener un orgasmo vaginal, que se supone que es más intenso y mejor... eso es imposible".
Es probable que estas frases se hayan repetido una y otra vez en grupos de amigas al comentar qué tal les iba en las relaciones sexuales. También que alguna dijera que ella sí sabe "lo que es" y "es increíble". Pero es menos habitual, sin embargo, que alguien conteste que eso es una tontería, y menos habitual todavía que otra interrumpa la conversación para decir que la distinción entre un orgasmo clitoriano y un orgasmo vaginal es un invento, una patraña misógina sin ningún fundamento científico.
Pero es necesario interrumpir esa conversación porque el mito de los dos orgasmos sigue impregnando nuestra sexualidad y nos presiona diariamente como un molesto chirrido de fondo, sin que sepamos muy bien su origen y a pesar de que las investigaciones hayan demostrado una y otra vez su invalidez. “Las expresiones 'orgasmo vaginal' y 'orgasmo clitoriano' están muy extendidas, aunque en realidad no existe ninguna diferencia entre ellos”, explican las expertas en salud sexual para jóvenes Nina Brochmann y Ellen Stocken Dall en El libro de la vagina.
“Ahora sabemos que el clítoris es un órgano de gran tamaño y no un botoncito situado en la parte delantera de la vulva. Las partes internas del clítoris rodean tanto la uretra como la vagina y pueden ser estimuladas indirectamente a través de casi todas las formas de estimulación de la vulva y la vagina”.
“Las expresiones 'orgasmo vaginal' y 'orgasmo clitoriano' están muy extendidas, aunque en realidad no existe ninguna diferencia entre ellos”
Sin embargo, el del orgasmo vaginal no es un mito cualquiera, transmitido acríticamente de generación en generación, como parte de una sabiduría popular inmemorial o algo parecido, sino que se trata de una teoría supuestamente científica que Sigmund Freud se sacó de la manga hace poco más de un siglo para infantilizar a las mujeres, patologizar su deseo y convertir la misoginia en un criterio de diagnóstico. En la práctica, la distinción servía para señalar a las mujeres frígidas que no alcanzaban el orgasmo mediante el coito vaginal.
En un contexto en el que la frigidez se utilizaba como herramienta de control social —permitía convertir a las mujeres en seres disfuncionales e inmaduros que debían recibir tratamiento psiquiátrico—, postular una teoría de este tipo no era para nada inocente. “Fue la técnica de dominación por excelencia”, concluyen las investigadoras Brochann y Stocken Dall. “O estabas de acuerdo con él o estabas loca”.
La historia del mito se remonta a 1905, cuando el padre del psicoanálisis, Sigmund Freud, publicó un libro considerado revolucionario, Tres ensayos sobre teoría sexual. Allí explicaba los términos para la comprensión psicoanalítica de la sexualidad femenina, haciendo referencia a la oposición entre la sexualidad clitoriana y vaginal, siendo la primera la que correspondía a las mujeres “inmaduras” y la segunda, a las “maduras”.
Estos ensayos ponían por primera vez la infancia en el centro de la sexualidad y tachaban de “perversión” cualquier forma de deseo centrado en zonas erógenas que no fuesen los genitales.
"Se trata de una teoría supuestamente científica que Sigmund Freud se sacó de la manga hace poco más de un siglo para infantilizar a las mujeres, patologizar su deseo y convertir la misoginia en un criterio de diagnóstico"
Lo sorprendente era que, al mismo tiempo que Freud universalizaba los impulsos perversos —consideraba como autoerotismo a un bebé chupándose el dedo o haciendo caca—, su teoría implicaba una infantilización de toda forma de sexualidad centrada en la estimulación de la boca o el ano, o de cualquier zona erógena que no fuesen el pene y la vagina.
Desde esta perspectiva, podía reconstruir creativamente la sexualidad de las niñas, quienes debían darse cuenta de que el tamaño y la función de su clítoris eran inadecuados en relación al pene al entrar en la adolescencia y, en consecuencia, debían renunciar al placer que le ofrecía su clítoris para centrarse en su vagina como órgano sexual dominante.
Pero si no lo conseguían, si la “transferencia” no era completa y el clítoris permanecía como centro de la sexualidad de una mujer tras pasar la adolescencia, corría el riesgo de sufrir problemas psicológicos tales como “envidia del pene, hostilidad contra los hombres, histeria y descontento neurótico”.
Toda la teoría descrita por Freud parecía la improvisación peligrosa de un tertuliano borracho tuiteando a las dos de la mañana —“¡la sexualidad de todas las niñas es perversa!”, “si se chupa el dedo, ¡cómo no le va a gustar lo otro!”—, y la verdad es que releída hoy parece tener menos consistencia científica que un chiste de mal gusto. Pero por muchas razones su relato resultó cautivador y se convirtió en una narrativa social aceptada: la libido, el complejo de Edipo o la sexualidad reprimida nacieron de ahí.
"Si el clítoris permanecía como centro de la sexualidad de una mujer tras pasar la adolescencia, corría el riesgo de sufrir problemas psicológicos tales como 'envidia del pene, hostilidad contra los hombres, histeria y descontento neurótico'"
Por su parte, la pervivencia del mito del doble orgasmo pudo extenderse porque fueron muchos los freudianos que dedicaron tiempo y esfuerzo a desacreditar el clítoris y a considerar su estimulación como un signo patológico en la sexualidad de las mujeres.
“No tiene importancia si la mujer se excita durante el coito o permanece fría”, comenzaba una monografía sobre la relación entre el clítoris y la neurosis de 1936, "si se detiene al comienzo o al final, lentamente o de repente, si se disipa en actos preliminares o ha estado ausente desde el comienzo. El único criterio para la frigidez es la ausencia de orgasmo vaginal”.
“Las mujeres frígidas, como las feministas y las lesbianas, no pueden tolerar que los hombres sean líderes en cuestiones sexuales y así, encubren fantasías neuróticas sobre sus propios poderes”. Tomando las palabras de Freud de manera literal, la patología que describían en esta monografía era en realidad una especie de hecatombe social: si las mujeres no rechazaban el placer que les otorgaba el clítoris, se estaban negando a aceptar sus roles femeninos.
El clítoris representaba el caos de las mujeres comportándose como ellos o aun peor, un intento de oprimirles: una subversión de lo normativo que mezclaba el fin de la familia con el desarrollo de mujeres anormales.
Esta fusión entre frigidez y feminismo no será desde luego anecdótica, sino que se convertirá en una herramienta realmente útil para popularizar el psicoanálisis después de la Segunda Guerra Mundial. Era necesario que las mujeres volvieran a su papel de madres y esposas silenciosas, y qué mejor forma de hacerlo que atribuyendo esta función a su normalidad femenina.
"Si las mujeres no rechazaban el placer que les otorgaba el clítoris, se estaban negando a aceptar sus roles femeninos"
No sería sino hasta los años 60 y después de varias investigaciones de sexólogos que se negarían rotundamente los supuestos de Freud, cuando Anne Koedt publicó un libro clave, El mito del orgasmo vaginal, en el que cuestionaba las ideas del padre del psicoanálisis y hacía referencia a los daños que causaba esta teoría en la salud mental de las mujeres, que “o bien sufrían en silencio culpándose o bien corrían en busca de un psiquiatra tratando desesperadamente de encontrar la represión oculta y terrible que las había mantenido alejadas de su destino vaginal”.
Poco después, fueron las feministas de los 70, entre ellas Kate Millet y Shulamith Firestone, quienes se opusieron tajantemente a esta división y además ofrecieron toda una serie de escritos que explicaban la incidencia negativa del método freudiano.
No se trataba solo de una falacia sin ningún tipo de validez científica, sino que habían utilizado la sexualidad de las mujeres para subyugarlas en lo público y en lo privado. La misma Anne Koedt, proponía la redefinición por parte de las mujeres de su propia sexualidad, y de este modo descartar las categorías de “normalidad” y “anormalidad” en el sexo, con el objetivo de generar unas pautas nuevas que tomasen en cuenta el goce de las personas implicadas en la relación sexual.
"El clítoris representaba el caos, la subversión de lo normativo"
Durante este mismo periodo de feminismo radical, en Italia, Carla Lonzi se reapropiaría de los conceptos en un sentido político, y haría de la mujer clitoriana un sujeto emancipatorio. En sus palabras, o se es una mujer que se somete a los deseos y normas de los hombres —mujer vaginal— o bien se es una mujer que no se somete y pretende hacer una subversión incorporando lo no pensado por los hombres: el deseo y placer femeninos de la mujer clitórica.
“El coito humano ha sido una primera etapa en la experiencia del placer, una etapa de sometimiento a las leyes del poder y del prestigio masculino”, concluye Lonzi en La Mujer, “la afirmación del clítoris como sexo propio es la fase actual de liberación de la mujer que descubre su identidad en el curso de la especie, de la historia y en el presente”.
“Es un hecho. Muchas mujeres vienen a mi consulta para contarme que no tienen orgasmos vaginales y cuando les explico que ese tipo de orgasmos no existen... ¡alucinan!”. Para Nayara Malnero, sexóloga, el mito no ha muerto aún y las razones de este malestar deben buscarse en el carácter falocéntrico que todavía en el S. XXI tienen las relaciones sexuales: “es lógico que las mujeres busquen las relaciones con penetración en una sociedad machista, coitocentrista y heterosexista”.
A pesar del feminismo radical y de los muchos estudios médicos que se han realizado, la distinción popularizada por Freud sigue afectando la forma en cómo percibimos y experimentamos nuestra sexualidad. La conversación que recreábamos al principio del texto no es una ficción: las mujeres nos seguimos preguntando qué nos pasa en nuestra vagina debido a años de representaciones opresivas y misóginas sobre nuestro cuerpo.
"Freud sigue afectando la forma en cómo percibimos y experimentamos nuestra sexualidad las mujeres"
“Las mujeres siguen sintiendo presión de muchos tipos durante las relaciones sexuales”, apunta también la fisiosexóloga Marta Galobardes, quien cree que “hay que dejar claro que el orgasmo está en nuestro cerebro, no en nuestros genitales. Esa sensación de éxtasis se da en el cerebro y lo que llamamos orgasmos son las manifestaciones físicas a nivel de contracciones de la musculatura estriada de nuestro suelo pélvico”.
Por ello, ambas sexólogas coinciden en que la solución debe pasar por una mayor educación sexual. “Nadie nos ha enseñado en casa o en la escuela —siempre hay excepciones— sobre sexualidad, sobre intimidad, sobre placer, sobre orgasmo. Uno de los grandes retos considero, es la autoestima. Porque quizás las mujeres temen expresar lo que quieren que les hagan, qué tipo de estímulo necesitan o qué les apetece en ese momento”, explica Galobardes. Y en este aprendizaje es imprescindible, como explica El libro de la vaginal que tengamos claras las exigencias: “sé generosa contigo misma. Es un error considerar al orgasmo como una mera propina. El orgasmo debería ser la norma, también para las mujeres”.
Berta Gómez Santo Tomás https://ift.tt/eA8V8J
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