No voy a leer/ No voy a ver películas/ No emprenderé proyectos/ Ni lanzaré teorías/ No cocinaré un gran plato/ No organizaré el armario/ Tampoco contestaré correos/ Ni haré tareas pendientes/ Cuando haya caído el sol/ Llamaré a mi madre/ Y luego celebraré/ Que por fin/ Tengo tiempo.
—Pilar Gutiérrez
No queremos participar, no nos inviten.
Ni a fiestas por Instagram Live, ni a videollamadas con tantas personas, ni a leer decenas de libros libres que antes no conocíamos, ni a cursos diarios de manualidades. No nos inviten a la clase de yoga virtual de las siete de la mañana. Si la pueden grabar lo agradecemos, la dejaremos para después. No vamos a madrugar más de lo necesario, ni a trasnochar frente a la pantalla. Si podemos, todos los días nos levantaremos sin alarma y nos iremos a la cama cuando nuestros cuerpos lo pidan. Nosotros no buscamos ser productivos, queremos detenernos.
Pretendemos sublevarnos en contra de quienes demandan hiperproductividad en medio de una pandemia que nos ha llevado al encierro y lo haremos convocando a la lentitud, a la calma. Que quienes quieran hacer listas enormes de pendientes, trabajar el doble de horas y ejercitarse con rutinas que no habían hecho antes sean libres de hacerlo, pero que nos dejen quietos. Tenemos deseos simples que antes los enumeró bien Rafael Lemus en el libro Contra la vida activa: “Un lunes lento e inútil entre las sábanas. Un miércoles gastado, si se quiere, (...) Siestas al mediodía y dulces sueños en la noche”.
Estamos anclados al sofá de nuestras casas y desde acá les hablamos. Escribimos esto sin maquillaje, en sudadera y sin peinarnos demasiado. Nos bañamos todos los días a horas distintas porque no sirve de mucho tener horario para cosas como estas. Llevamos días sin ponernos zapatos o jeans y nos convertimos en usuarios de tiempo completo del cajón de las pijamas y de la ropa de gimnasio, que en nuestro caso cumple un propósito para el que no fue hecho: el del reposo.
Tenemos claro el ejemplo que no seguiremos: el de Isaac Newton, que durante la Gran Peste de Londres se dedicó al trabajo en la teoría de la gravedad; o el del noruego Edvard Munch, que pintó su Autorretrato después de la gripe española en su convalecencia; o el de Zizek, que ya escribió y publicó un libro —Pandemic! COVID-19 shakes the world— sobre lo que estamos viviendo. No concebimos salir de esta cuarentena como superhumanos, sino apenas como sobrevivientes.
Entre el duelo por la vida que no volveremos a tener y el esfuerzo de imaginar un futuro con cero pistas, se nos va la mitad de la energía. La otra no nos alcanza para hacer tanto. La invertimos en completar la jornada laboral lo mejor que podemos, en cocinarnos tres comidas decentes, en pensar si ya casi hay que salir a mercar, en llamar a la abuela y en reponernos.
Pero no crean que queremos el caos o la desgana. No. Pedimos un respeto absoluto por el calendario y que se sigan contando los fines de semana y la espera de los viernes con ansias de parar. Es solo que somos miedosos, nos da pavor poner en Google Calendar un espacio diario para pintar, otro para hacer ejercicio y otro para la lectura porque no soportamos la idea de hacer de nuestros pasatiempos una tarea más, de hablar en términos de deber y tener lo que antes era sólo impulsado por el deseo. Como dijo Jules Renard: “cuando el ocio te hace infeliz, tiene el mismo valor que el trabajo”.
Que nuestro tiempo libre ande por ahí sin ataduras, sin compromisos y sin alarmas. Los momentos que destinamos a la contemplación del suelo o del techo o de la cocina deshecha o de las ventanas de nuestros vecinos de enfrente iluminadas por lámparas rojas o cálidas o el tiempo que pasamos entre preguntas no son tiempo perdido, es tiempo tranquilo, ralentizado.
Tampoco usaremos el encierro para perfeccionar la minucia de lo doméstico. Convertirnos en mejores cocineros vendrá con lo orgánico de la práctica y de tener que pararnos tantas veces al día frente a la estufa. Nuestro espacio permanecerá limpio porque en ese acto de detenernos vamos a querer limpiar cada cuadro y cada libro y cada mueble para pasar nuestras manos por ahí, para tocar la casa y reconocerla.
Para quien no lo tenga claro aún, nos estamos rebelando en contra de quienes nos enseñaron que nuestro valor va atado a qué tan eficientes y qué tan reacios al cansancio somos. No encontramos mejor momento que este, cuando parece que hay un concurso por quién doblega más su voluntad hacia la disciplina. Pues si es así, orgullosamente perdimos por W. Descalifíquennos.
No estamos usando la cuarentena para crear nada nuevo ni para rehacer nuestras rutinas más allá de lo que obliga el encierro ni para consumir más: nosotros estamos procesando. Las listas de cosas por hacer las doblamos y las guardamos en el fondo de un cajón. Esto es una declaración pública de principios e intenciones, pero si nos quieren responder, griten fuerte, porque también apagamos las notificaciones.
Nosotros, los cansados de este mundo esquizofrénico.
Andrea Uribe Yepes https://ift.tt/eA8V8J
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