La escena se ha repetido en los últimos años: cada vez que hay una noticia de violación, o una noticia sobre algo que pareció una violación y no se sabe, o alguna “polémica” sobre los derechos de las mujeres, me invitan a un programa de televisión. Los productores llaman unas horas antes, saludan con familiaridad y preguntan si quiero ir a hablar de este evento en particular. Me buscan a mí en calidad de feminista, en calidad de “especialista” en esto que sería el feminismo, en esto que podrían ser los problemas de más de la mitad de la población. Voy al programa porque pienso que si no voy, el espacio lo puede ocupar un machirulo de turno. No pagan, pero es mejor ir y hablar con cifras y algo de sensatez antes que permitir el circo televisivo.
En el programa comentan diversas noticias. Ninguno de los demás invitados parece ser especialista en los otros temas, pero todos pueden hablar de ellos con propiedad porque son hombres cis. En cambio, a mí me pasan el único tema sobre el que piensan podría levantar la voz en la televisión abierta: feminismo. Haz tu gracia, peléate un poco, indígnate otro poco, aporta un par de datos que siempre te queremos cortar. Listo, vamos a cámara cuatro y que otros opinen sobre el resto de la vida y el mundo: la economía, la política, la actualidad, los desastres naturales y sus demás misterios. Tú ya hiciste tu parte, deberías sentirte conforme.
Hace unas semanas, sin embargo, me pasó algo distinto. Me invitaron a ser parte de un programa nuevo de radio de la generación millennial progre argentina, que está más deconstruida. Cuando estaba lista para pensar en un pequeño segmento sobre feminismo, la chica que lo dirige me comentó “No es sólo sobre feminismo que queremos que hables... bah, sí, pero todas, todos y todes somos feministas, así que eso ya está dado por sentado”. El programa lo inventó una chica y la mayoría de les participantes somos mujeres, pero incluso para los varones el feminismo está en la raíz, es una óptica común. No hay que crear una sección específica porque el feminismo es una perspectiva que ya alteró la forma de ver el mundo de, con suerte y esperanza, buena parte de una generación.
Contrario a sentirme angustiada por mi potencial obsolescencia, sentí un alivio tremendo. Yo escribí un libro que lleva la palabra “feminista” en la tapa, y el feminismo me dio comunidad, amigas, motivación, convicción, militancia, ética y perspectiva, pero también, atendiendo a todo eso que sueño que sea el feminismo, pienso que debe dejar de ser “un tema” de conversación y transformarse en algo subyacente a todas las conversaciones que tiene todo el mundo, todo el tiempo. Sueño con que el feminismo deje de ser una sección para convertirse en un sentido común.
Me pregunto constantemente cuáles serán las mejores estrategias del feminismo para lograr un mundo menos de mierda. A veces dudo sobre las que hemos usado, sobre algunas de las que yo también he estado convencida. Abrazo la duda como un flotador en medio de la certeza patriarcal de que el mundo no se transforma. Hasta las lógicas del patriarcado mutan para avasallar de nuevo nuestros más seguros espacios y tácticas, porque esto es una disputa de poder; por eso, creo que la mejor forma de chequear la funcionalidad de nuestras estrategias es el debate constante sobre lo que antes creíamos eficiente o incluso correcto. Las feministas, me gusta pensar, dudamos y discutimos, y en eso hay una enorme virtud.
Durante mucho tiempo creí que construir espacios de género era la mejor forma de lograr perspectiva de género en entornos específicos. Ante las denuncias de abuso y acoso, a fuerza de escuchar años y años de demandas, múltiples sectores laborales, académicos, culturales y políticos apoyaron la creación de estos espacios para dejarnos contentas.
Los espacios de género han crecido —a pesar de no tener casi recursos en la mayoría de los casos— y nosotras nos hemos hecho cada vez más feministas, pero los varones hetero cis continúan ocupando los lugares de poder y representación al margen de estos. Ellos siguen discutiendo sobre EL mundo, EL poder, EL presupuesto y LA cultura sin nosotras, que nos repensamos a nosotras mismas en nuestras comisiones, y además atendemos desde ahí las denuncias en su contra sin suficientes herramientas (porque no tenemos el poder para ello). Quedamos entonces expuestas a la misma altura que los agresores: “Tal es un acosador, pero tal lo defendió porque el espacio de género no hizo nada”. Y es que no puede hacer nada. Casi nunca se puede hacer nada cuando el poder está exactamente en el mismo lugar.
Me pregunto sobre los riesgos de hablarnos siempre entre nosotras y sobre los problemas de solo hablar de una cosa, y también me pregunto sobre cómo ese único punto en común podría dejar de lado muchas otras profundas y relevantes diferencias ideológicas. Me alegro cuando en Argentina —que ya avanzó sobre estas cuestiones— las feministas no van sólo a discutir de los “temas feministas” frente a algunas coyunturas, sino que también son quienes opinan y conducen muchas carteras, medios y cátedras de economía, política, literatura y derecho.
Me da risa la preocupación que muestran algunos varones cis sobre nuestras competencias para hablar de “sus” temas, que puede ser fácilmente derrocada con las cifras de rendimiento académico. De todas formas, si alguna de nosotras no es “la mejor” para estar en un lugar de poder, reclamo nuestro derecho a ser mediocres. Ellos han conducido el mundo sin muchos requerimientos o cuestionamientos; que no aleguen meritocracia sólo para justificar la ausencia de nuestra participación.
¿Cómo logramos que el feminismo sea transversal sin que lo monopolicen los mismos varones cis, ahora feministas? ¿O mujeres sin perspectiva feminista? La respuesta es clara, no menos compleja de ejecutar: necesitamos que lxs feministas estemos en los lugares de poder y toma de decisión, no sólo en los lugares feministas disponibles en los márgenes.
Me pregunto cuándo dejará el feminismo de ser una categoría, o peor, una subcategoría de los “temas de mujeres”. ¿Es esto una utopía? ¿Es un error? Puede ser, pero yo también estoy cansada de que una forma igualitaria, incluyente y justa de ver el mundo se limite a algunos sectores o coyunturas de conversación.
Estoy francamente harta de que amigos, colegas, amantes y parientes me miren cada vez que hacen un chiste, comentario o práctica que encuentran machista, con un gesto entre la burla y el desafío. No soy la policía de nadie y tampoco quiero serlo de ningún espacio: no me interesa ese lugar, no les voy a decir con el dedito en alto qué cosa está “bien o mal” (menos cuando esperan que lo haga gratis) y además espero, de verdad, que se regulen a sí mismos y que sea otro el que les diga que no da. Que discutan solos, cuando ninguna esté mirando, sobre las aterradoras cifras de femicidios, abusos sexuales, malas prácticas naturalizadas, discriminaciones sexogenéricas, racismos, clasismos y brechas salariales.
No quiero ser más la feminista en lugares. Me gustaría que eso estuviera dado por sentado. Quisiera, yo también, poder hablar de otra cosa.
María del Mar Ramón https://ift.tt/eA8V8J
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