Creía que yo era normal por pensar en sexo demasiadas veces al día pero lo que soy es alosexual, palabra que, a causa de su raíz griega, refiere la posibilidad de alternar sexualmente con otras personas. En tanto opuestos a los asexuales, los alosexuales sentimos deseo sexual y atracción por otres hasta que se demuestre lo contrario. Para empezar, aunque a muchos no les guste, es un signo de humildad identitaria autodefinirse en oposición a algo por una vez en la vida, sobre todo cuando tu experiencia ha sido algo así como hegemónica o ha encajado durante tanto tiempo en la norma reinante. La norma de la que hablo en este caso es la de creer que el sexo no es quizá lo más importante de la vida pero casi. Hablo no de haber sido una fucker en la secundaria, pero sí de haber tenido experiencias y muchas, de haberlas buscado obsesivamente. De tener actualmente más de una pareja sexoafectiva. Hablo de conocer mi cuerpo medianamente bien desde los 12 años como para no depender sexualmente de nadie. Hablo de saber/poder/querer correrme alegremente. Hablo de que la forma de vivir mi sexualidad muchas veces lo ha ocupado todo, se ha impuesto. Hablo de curiosear en Tinder no para hacer amigos.
Por supuesto los alosexuales somos parte del engranaje de la maquinaria y la cultura del follar, su mercadeo, su violencia, sus sonrisas y sus lágrimas. En resumidas cuentas, dicho torpemente y pasando del prefijo helénico, los alosexuales hemos ido a lo sexual sin filtros, sin preguntas, sin cuestionamientos, es más, no hemos pensado ni en deconstruirnos sexualmente porque hemos creído hasta hoy que ser y estar así es lo que toca, sin vivir en Californication.
¿Soy víctima de este sistema o soy el sistema mismo? Supongo que ambas cosas. Es raro pero nunca he pensado tanto en sexo como cuando no lo tengo. Como casi en todo, no sé cuánto de eso es natural en mí y cuánto mandato. El sexo ha sido clave en mi liberación, en la necesidad de asumirme como sujeta deseante, en romper con estigmas, corcés y estereotipos, y ha sido una aventura de conocimiento y aprendizaje feminista. Pero también muchas veces una carga pesada. Sentir atracción sexual por gente no es sinónimo de encajar, ni de vivir sexualmente en plenitud, ni mucho menos de ser feliz; es más, a veces es sinónimo de todo lo contrario.
La crítica que hace la asexualidad al régimen actual sirve para replantearnos cuánto de inercial, de imperativo, de forzado hay en nuestra relación con otros cuerpos y cómo a tantos les ha costado o les sigue costando descubrir sus propias particularidades, deseos, límites, apetencias e inapetencias, por la omnipresencia de lo sexual, porque somos producto de esa programación, tantas veces patriarcal, de estar siempre al servicio de alguien; porque nuestro deseo depende de unos patrones culturales, estéticos y raciales; porque nos han socializado así, para estar a la expectativa, para que todas nuestras películas mentales acaben con un buen polvo, para sentirnos perdedores si no mojamos, para que envidiemos la suerte de los fuckers. Eso ha vuelto invisibles a los disidentes de la hiperactividad sexual “aceptable”.
Pero hay mucha más diversidad dentro de la sexualidad humana, tanta que podemos habitar en puntos muy distintos del espectro, de menos a más: no sentir deseo, sentirlo solo con una misma, sentirlo solo en ciertas circunstancias (grisexual) o solo por gente con la que tienes una conexión emocional (demisexual) y hasta preferir mil veces a follar, dormir en cucharita. El otro día leyendo la novela gráfica de Maia Kobabe, Género Queer. Una autobiografía, que me recomendó una amiga, encontré una bonita viñeta en la que la autora recuerda que en una de sus primeras marchas por el orgullo pensó que las mejores pancartas las tenían los asexuales. En el dibujo se ve al bloque asexual con sus carteles en los que pueden leerse lemas como: “¿Quién quiere sexo cuando puedes comer tarta de queso?”, “¿Y si nos abrazamos y ya está?”, “Los asexuales tenemos otras cosas en la cabeza”. Algunos tendríamos que imprimírnoslos.
* Este texto es la tercera entrega de Conejilla de indias, una columna en la que Gabriela Wiener escribe sobre ser una cuy en tómbola que no sabe en qué cajita meterse.
Gabriela Wiener https://ift.tt/eA8V8J
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