Artículo publicado por VICE Argentina
El desfile por la avenida principal de Villa El Libertador es multitudinario. Todo el barrio se acerca a ver lo que pasa. Un vallado separa al público de las comparsas y se reparte espuma loca. En el codito que hace la calle con la plaza —y a donde doblan los repiqueteos, los payadores y las chicas con purpurina—, está instalado un escenario que montó la Municipalidad de Córdoba. “Comparza Los Cheyennes”, dice un estandarte. También están Los Pampas de Las Violetas, La Nueva Luna de Barrio Pueyrredón y Los Apaches. Hay diablos, una chica embarazada bailando con las medias de nylon tapándole la panza, bebés con chupete, plumas altísimas, espejitos de colores. El cartel de un candidato radical en los postes de luz me arruina las fotos.
La Municipalidad trajo a una persona disfrazada para representar a Aguas Cordobesas y parece que fue tratada de punching ball durante el desfile. “Se pusieron violentos con la gota”, dicen detrás del escenario. Al traje le estamparon una sonrisa y la persona adentro estira los brazos como repartiendo frescura, así que a nadie le preocupa.
“¡Toda la calle, tooodo lo que es Avenida de Mayo ya es un número importante de gente!”, anuncia el presentador. “Lo más importante es que se viene los locales, se vienen los indios de aquí, se vienen los de la Villa. Señoras y señores, en minutos nomás vamos a tener a las Águilas del Sur, ¡vamos! Llegan los indios de la villa, ahí se los vé, ¡qué hermoso colorido de plumas! ¡Y están bailando! ¡Están bailando!”
Relacionados: La historia de una reina feminista
No se escucha nada. Sólo unos silbatos, pero es cierto, se los ve llegar desde la otra punta de la avenida: el malón de la alegría.
En términos geográficos, podemos decir que Villa El Libertador es un barrio de la ciudad de Córdoba, a unos 8 kilómetros del centro y con una población cercana a los 30 mil habitantes. Pero el concepto de territorio, desde una perspectiva social, refiere al sentido que se le da a un lugar determinado y se define por la legitimación de una comunidad, en este caso los vecinos.
Días antes de esta escena de carnaval, el diario La Voz del Interior publicó: “Villa El Libertador: entró a robar, cedió el pozo negro y debió ser rescatado”. La nota de policiales contaba que el ladrón cargaba con una garrafa cuando cayó en el pozo negro: una excavación que recibe la descarga de aguas residuales. Tras ser rescatado, uno de los vecinos debió prestarle ropa al delincuente, porque “la que vestía quedó inutilizable por la inmersión”.
Otro de estos pozos terminó con la vida de un señor que murió debajo de su propia casa. Este incidente afectó una de las tantas reuniones de organización del carnaval, que llegan a ser más de 20. “A la de hoy no fue nadie porque había un vecino en un pozo y no lo podían sacar”, comenta Agustina, de la Dirección de Cultura Comunitaria de la Municipalidad. “Villa El Libertador se destaca por eso: la gente se cae en los pozos. Los terrenos ceden, no es culpa de ellos”.
Relacionados: Volvieron los pasacalles a Buenos Aires
Marihem Soria es la cara visible de los carnavales en el barrio. Vive ahí desde hace 13 años, dirige la murga Vientos del Sur y la actividad del Centro Cultural. “Me enamoré del proyecto porque nace del sueño de reconocer y construir procesos culturales barriales, que tengan que ver con su idiosincrasia, los modos de vida, sus necesidades y que a la vez puedan ser proyectos artísticos al servicio de la organización de los propios vecinos”, cuenta. “Como en todo barrio popular al principio te miran medio chueco, pa’ ver si te vas a quedar o vas a hacer como todo el mundo que se queda un ratito y se va. Ya tenía un vínculo construido, así que cuando decidí quedarme, fue un gran recibimiento”.
Junto a su pareja Guillermo Díaz, gestaron la vuelta de los carnavales que habían dejado de celebrarse porque solían terminar en episodios violentos. “En el último había habido una muerte en la plaza por un enfrentamiento de barras, y cuando lo planteamos fue a partir de talleres de murga, de confección de trajes y la fabricación del Momo que se quema al final. Desde el trabajo comunitario en 2005 recuperamos la experiencia de la fiesta de la Virgen de Urkupiña, que ellos ya venían haciendo”.
La historia cuenta que a fines del 1700, a una pastorcita del Cerro Cota se le apareció “una mamita y el niño” que conversaban con ella en quechua. Esa es la Virgen de Urkupiña que menciona Marihem y que es venerada en Bolivia como la Patrona de la Integración Nacional. En Villa El Libertador se la festeja desde 1982 y se la conoce como “una fiesta de los indios”.
En la conjugación de lo religioso con la parodia, lo alto y lo bajo, el poder y el pueblo, el carnaval funciona como ejercicio de territorialización. En esta especie de revolución de la libertad, y aunque la policía que rodea la plaza quiera hacernos creer que sí, el peligro no es real. “Durante el carnaval no hay otra vida que la del carnaval. Es imposible escapar, porque el carnaval no tiene frontera espacial”, escribe el ruso Mijail Bajtin. Los pozos negros hoy no se llevan a nadie. Cosa ‘e mandinga.
Relacionados: Así fue crecer en: Córdoba
VICE: ¿Cuánto hay de cierto en la leyenda de que un sastre italiano en los ‘30 regalaba un terreno en Villa El Libertador a quien le comprara un traje? Lo encontré por ahí en Internet.
Marihem: “El Guille te la cuenta mejor a esa historia”.
Guillermo: “Bueno, el tipo se llamaba Vicente Forestieri y fue un prócer tardíamente reconocido en Villa El Libertador porque fue controvertido. Es pintoresca la historia...”.
El Guille explica que en esa época eran los suburbios sur de Córdoba, terrenos que estaban lejos de la ciudad. Forestieri había comprado varias hectáreas en la zona y lanzó la promoción “por dos trajes, llévese un terreno”. Así fue cómo en el ‘30, el tipo hizo el primer loteo en la zona y la llamó ‘Villa Forestieri’.
“Por los trajes, te daba el lote con la promesa de escritura, servicios de agua, luz, dispensario, escuela, una serie de cosas; y finalmente te asignaba un terreno en el culo del mundo a donde no había nada. Muy pocos audaces se animaron a hacer el chalecito y algunos se conservan todavía. En la sastrería incluso tenía un colectivo que te llevaba a visitar las tierras”.
En los ‘50, durante el gobierno de Perón, la zona es bautizada como “El Libertador” por el centenario de la muerte de San Martín. Al tiempo se instala la fábrica IKA Renault en el barrio de al lado, Santa Isabel, y esto genera que la gente del campo que venía a trabajar a la fábrica se asentara en la zona y de ahí viene la explosión demográfica.
La ocurrencia de Forestieri parece un chiste cordobés, o más bien un cuento del tío propio de las grandes urbes: un tano que por dos trajes regala un terreno para construir un chalecito o una casita de campo, y así recibirse de pequeño burgués.
Esta tradición del carnaval se vincula con el trabajo en los ‘70 que hicieron un grupo de actores, primero en las puertas de la fábrica y luego en el Centro Cultural levantado por las manos obreras de Jorge Romero, Mirta Britos y Oscar Ruarte, integrantes del grupo de teatro Estudio Uno y desaparecidos en la última dictadura militar.
Para el carnaval también se confeccionan trajes como los que solía hacer Forestieri y disfraces teatrales que celebran la supresión de las jerarquías, la risa compartida, el vecino que accede al trono de rey por un día.
Agustina me envía un audio de WhatsApp: es una grabación de Guillermo cantando con su guitarra:
La plaza de a poco desarma la feria
y abraza el corso que empieza a asomar.
Se barren las calles,
colocan las vallas,
enfrían bebidas como un ritual.
Botellas de hielo
hechas en las casas,
aromas de pollo, de asado
y de choripan.
Llegan los indios y las batucadas,
la nieve loca desde la vereda
Llega la tarde
y vamos a desfilar.
Cocó Muro https://ift.tt/2H2MfPg
No hay comentarios:
Publicar un comentario