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martes, 5 de marzo de 2019

“Tenemos tachas, mota, cristal, lo que quieras”: Cómo es comprar droga en Tepito

Tepito es la esencia del México chilango. Es la fayuca, el albur, el arte, el boxeo, las vecindades, los sonideros, la incertidumbre, la inseguridad y por supuesto, las drogas.

En el callejón de Tenochtitlan se venden juguetes sexuales y películas pornográficas, pero también es el espacio inundado por el olor dulzón de hierba quemada y las voces bajas que te ofrecen una lista rápida de mercancía.

Platicamos con algunas personas sobre cómo es comprar en los puntos de venta, qué o quién los llevó hasta ahí, cómo fue y cuántas veces más han regresado por droga al Barrio bravo.


Nunca saques el celular

La primera vez que compré droga en Tepito fue hace tres años. Me llevó un compa de la escuela. Me dijo: “no vas a hablar, tampoco te vas a quedar de mirón. Vamos a lo que vamos, caminas a dos metros de distancia de mí. Compramos y regresamos igual”. Así le hice, mirando solo hacia aquí, hacia el frente.

Es curioso. Imagínate que es como una dulcería. Llegas y ves toda la droga acomodada, toda, toda, toda. Estás en un cuarto como de tres por tres metros con otros 50 cabrones y la puerta es de metal, donde hay uno que es vigilante en la puerta, otros que pesan la droga, otros que te cobran, otros afuera. Todos traen radios para comunicarse.

Todo bien, son buenos para atenderte, pero estás en un ambiente de demasiada tensión porque la puedes regar con alguna tontería como sacar el celular. Esa es otra indicación: nunca saques el celular.

Yo soy originario del norte del país y cuando llegué a vivir a la Ciudad de México quise ir a Tepito por dos razones: primera, tenía curiosidad por conocer el lugar. Segunda, dicen que venden la mejor droga de México… Después me di cuenta de que no es cierto.

La venta está en todos lados, pero el lugar más específico es el callejón de Tenoch. He comprado marihuana, tachas, ácido, hachís, piedra y cocaína. Sigo yendo porque hay buenos precios, puedes encontrar buen material y hay posibilidad de comprar en varios “puntos”. Frecuentemente hay fila, he esperado hasta por una hora debido a la cantidad de personas que van a comprar.

Yo recomiendo no ir después de las seis de la tarde, ¿por qué? Pues porque cae la banda más densa. Está más pesado el ambiente. En una ocasión, estaban dándole una golpiza a un güey en el almacén de arriba. Todos estábamos comprando cuando vimos que lo bajaron, tenía la cara al doble del tamaño, ni se le veían los ojos de lo reventado que estaba. Nos dijeron que fue por robarse cocaína.

De las peores cosas que te pueden pasar es que te hagan eso o que te topen los policías. Si te agarran, te arrinconan, aunque a veces les puedes dar dinero. No te llevan. Ellos se dedican más a chingar a los que salen que a quienes venden.

Ojalá entendieran que la demanda nunca se va a acabar. Si la legalizaran —hablo específicamente de la mariguana— habría mejores vías para comprar. Sin riesgo de que te roben, te golpeen o te vendan droga de mala calidad.

—Raúl, 30 años.

Las señoras y niños que viven ahí no se asustan

Fui con una amiga de la escuela. Su dealer nos llevó porque habían tenido unos problemas y no le podía seguir vendiendo. Aun así, se ofreció a enseñarle dónde comprar. Así que cuando me invitó le dije que sí. Queríamos cocaína.

Recuerdo que nos vimos en metro Tepito. Caminamos a la calle de Tenochtitlan y yo sentía una combinación de adrenalina y miedo. Entramos en una vecindad y nos metimos en uno de los cuartos. Ya sabíamos que esto se hacía vistiendo ropa discreta y con la mirada siempre al frente o al piso. No hay contacto visual directo.

Y para nada, para absolutamente nada se debe sacar el celular de la bolsa. Jamás.

La droga está colocada en recipientes transparentes como los que utilizan para vender aguas de sabores. Ahí tienen la mercancía, principalmente la marihuana. Aquella ocasión, a la chica dealer que iba con nosotras ya la conocían. La saludaron y le dijeron sobre algo que les había llegado. También me enteré que conectan en la Roma, la Condesa y cerca de Buenavista.

En las vecindades es evidente que hay venta y quiénes se dedican a eso. Pero las demás personas, principalmente señoras y niños que viven ahí no se asustan. Lo tienen muy normalizado.

Continué yendo un par de veces más porque pensé que me sentía preparada pero trato de no engancharme. Creo que eso es lo que debes hacer, conocer cuánto puedes meterte porque a veces te clavas en consumir. Es ahí cuando no está bien.

—Irma, 22 años.

“Tenemos mota, tachas, cristal, lo que quieras puedo conseguírtelo”

Comenzó porque tuve una novia colombiana que venía de intercambio y quería probar un ácido. Yo crecí en Tepito pero jamás había tenido contacto con los narcomenudistas de aquí, aunque ya sabía dónde estaban ubicados los puntos de venta.

Fui con bastante miedo porque no conocía a nadie. No me llevaron ni me dijeron cómo, pero llegué a la calle de Tenochtitlan: fragancias, perfumes, juguetes sexuales y droga. Ese es el giro de lo que se puede encontrar ahí. El ambiente es más tenso porque ya no se pregona como en los demás puestos. Hay personas con radio que vigilan.

Los hombres del radio insisten, cierran tu paso, te abrazan para preguntarte “¿qué estás buscando?”, “¿qué se te ofrece?”, “tenemos mota, tachas, cristal, lo que quieras puedo conseguírtelo”. No dan confianza, jamás.

La primera vez me acerqué a un puesto de playeras, como es un espacio semifijo no hay tantas reglas como en los lugares cerrados, incluso son agradables. Cuando compras de esta manera, ellos son los que entran por la mercancía. Eso sí, el intercambio tiene que ser ágil, no se puede ver que están entregándote algo.

También hay un poco de competencia. En la entrada de la calle, los primeros vendedores que te ofrecen intentan intimidar diciendo que más adelante está la policía, que te pueden robar, que mejor compres con ellos.

Fui las veces suficientes como para ser reconocido y empezar a intercambiar algunos comentarios amigables. Yo creía que eran personas que podían ser lo peor, pero eso rompió un mito.

—Alejandro, 25 años.

No regresé y no voy a regresar

“Por favor que no haya operativo, por favor que no haya operativo, por favor que no haya operativo”, fue todo lo que pude pensar mientras estaba en una fila de más de 40 hombres y otras cuatro mujeres en espera de mi turno para comprar mariguana por primera vez.

Llegué a Tenochtitlán por error, pero también por gusto. Mi novio y yo siempre habíamos consumido pero él era quien se encargaba de comprarla. Hasta que hace dos años me pidió que lo acompañara.

Acepté porque regularmente acompañarle significaba que yo podía esperarlo en el metro Lagunilla, pero esta vez salimos y comenzamos a caminar. No supe cómo ocurrió pero de pronto me giraron de los hombros y él me dijo “por aquí”. Un tipo sentado en un banco nos vio, hizo señas con sus manos para pasar. Vi escondida una entrada con una cortina color morado. “No puede ser, ¿por qué vine?”, pensé.

Adentro, era un cuarto de paredes blancas. Había mucha gente y hacía calor excesivo. El encargado de coordinar, un pelón de cangurera, estaba fumando un porro. Nos decía que ya nos iba a dar un poco como premio por estar esperando.

El ambiente era ágil pero de mucha tensión, no sólo de lo que ocurre en el lugar, sino de todo lo que imaginas que puede pasarte. En cualquier momento llegará la policía, también era estresante escuchar los radios por los que hablan. Ellos también están preparados.

Me sorprendió cuando me palmeó el hombre encargado y empezó a decir “órale, reinas, van… dejen pasar a las muchachas, ellas van primero, que se vayan primero. Y no se pasen de cabrones con ellas”. Inmediatamente las otras cuatro mujeres hicieron su propia fila y las atendieron entre dos hombres que pesaban y cobraban.

No regresé y no voy a regresar. Es un golpe con la realidad estar en el espacio donde hay un narcomenudeo en ese tipo de magnitud. No está mal consumir, lo que está mal es visitar este tipo de espacios y hacerlo en estas condiciones.

@nosoypatty

Patricia Ramírez https://ift.tt/eA8V8J

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