Artículo publicado por VICE Colombia.
Cortarse el pelo, y cortar el pelo, es una terapia. Eso dice Rasureitor, una mujer que desde hace nueve años se dedica a cortar pelo y que ve cada corte de pelo como un espacio único de encuentro entre ella y el que se sienta bajo su rasuradora. Un momento en el que, dice, también se renuevan energías.
“Cuando empecé a cortar el pelo fue una búsqueda súper personal. Salía de la peluquería y veía a todas las niñas iguales, ahí me empecé a hacer cosas yo, y luego a mis amigos”, me dijo Rasu, como le dicen los que le son cercanos.
Cortar pelo no era su plan inicial: había estudiado diseño de modas, pero con la experimentación el hecho de cortar pelo se volvió su oficio. Trabajó cerca de unos cuatro años en La Peluquería, un sitio en el barrio La Candelaria de Bogotá, hasta que se retiró y empezó a trabajar como independiente bajo el nombre de Rasureitor. Con ese nombre también está en Instagram, en donde publica las fotos de su trabajo: en su mayoría, cabezas rapadas con mandalas tallados en el pelo.
El por qué de los mandalas y los diseños que hace, dice, tuvo que ver con un encuentro que tuvo con las plantas. Entonces vivía en La Calera, en un ambiente más rural, cercano a la naturaleza, y un día en un juego de espejos y plantas empezó a ver las geometrías que se repetían en hojas y flores. Ese fue el momento en que decidió conectarse con la geometría de la naturaleza y plasmarla en la cabeza de otros.
“Cada diseño es único para cada persona. Trato de nunca repetir un diseño. Tiene que ver también con el momento que estamos viviendo las dos personas, con la conexión que tenemos, eso queda reflejado en el diseño final. Desde que hago la primera línea es un ritual, porque el pelo carga un resto de energías del pasado, energías que hay que limpiar. Al final lo físico pasa a un segundo plano”, me contó sobre las sesiones que tiene con sus clientes.
Pero esa es solo una parte del trabajo de Rasureitor. Desde hace unos cuatro años que se dedica a cortar pelo para gente que busca sus servicios, también se ha dedicado a cortarle el pelo a habitantes de calle, personas con las que, dice, tiene una cercanía desde siempre: creció en un barrio vulnerable de Bogotá, “San Cristobal sur, zona cuarta”, y desde entonces no le han sido ajenos los habitantes de calle.
Durante esos cuatro años, Rasureitor ha contactado a fundaciones y a organizaciones que trabajan con esa población para ofrecer sus servicios de peluquería. Así ha cortado pelo en lugares como Plaza España en Bogotá y la cárcel La Picota. Con ellos, sin embargo, con los habitantes de calle, la dinámica es distinta a la que tiene con sus clientes. “Lo que yo hago es que cada [habitante de calle] escoge lo que quiere llevar. No es lo mismo que hago con mis clientes que llegan y me dicen que les haga lo que quiera. A ellos les pregunto qué quieren. Casi siempre me piden los nombres de sus hijas, por ejemplo, de sus abuelas. Lo que ellos deciden es lo que pasa en ese momento”, me contó.
Y así como corta pelo para clientes en todos los países a los que va —México, Guatemala, por ejemplo— también ha buscado en esos países hacer la otra parte de su trabajo: cortarle el pelo a habitantes de calle. Recientemente pudo hacerlo en México, de la mano de Lilia Ferrer y Gladis Herrera, misioneras del Templo San Judas Tadeo, y de Mayra González de la Cruz, antropóloga y fotógrafa mexicana. Ellas tres ya trabajaban con habitantes de calle en Ciudad de México cuando Rasureitor llegó con rasuradora en mano a ofrecer sus servicios.
“Lo hicimos en una iglesia que se llama San Judas Tadeo, que es el santo de las almas perdidas y el patrón de la gente de la calle”, me contó. “Siento que cortarles el pelo es darles un momento de felicidad a personas que son muy olvidadas. Muchos de ellos llevan años sin cortarse el pelo porque les quitan el derecho de eso, de ir a una peluquería, por su aspecto físico. Y las brigadas que van a atenderlos lo que hacen es raparlos totalmente, y que pase el otro, y el otro. Yo lo que llego a hacer es diferente, llego a amarlos”, me dijo Rasu antes de mostrarme una foto de un hombre que llegó con piojos incrustados en el cráneo y que después del corte de pelo resultaba irreconocible.
Y el resultado final, después del corte de pelo, Rasureitor dice que es un momento en el que por un instante siente que vuelven a la vida. “Es como traerlos a la conciencia. Ellos también se maravillan con la imagen, como “este soy yo”. Si ves las caras de todos del antes y el después, ves la diferencia. Es felicidad, es como si les quitaras un peso, para ellos es un descanso, una limpieza y también un momento de escucha distinto a la vida solitaria de la calle”.
Una parte de ese trabajo, precisamente los cortes de pelo que les hizo a habitantes de calle en la Ciudad de México, se puede ver actualmente en la exposición Proyecto 30 en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación en el centro de Bogotá.
Las fotos que en esa ocasión tomó la fotógrafa Mayra González de la Cruz están expuestas junto a las obras de otras 29 mujeres que participan de una muestra que busca crear conciencia sobre los 30 artículos de la carta de derechos humanos.
“Todos hablamos de derechos humanos, pero son muy pocos los que saben realmente cuáles son los derechos humanos. Normalmente sabemos que tenemos derecho a la educación o a la vida, pero no sabemos mucho más. Pero tenemos muchísimos derechos, y esta muestra se concentra en los 30 universales que tiene toda persona. La idea de la muestra es poder transmitir ese conocimiento a través de obras que sean capaces de darle el mensaje al más pequeño y al más grande”, me dijo Carolina Jaimes, una de las tres fundadoras del proyecto e integrantes de la productora Dokan.
Proyecto 30, que realizó su primera versión en Funza en 2016, en esta ocasión decidió darle la voz exclusivamente a mujeres artistas y procurar incluir la mayor cantidad de disciplinas como canales de comunicación. Por esa razón no solo hay piezas plásticas y fotografías, también hay artistas tatuadoras, tejedoras, joyeras e incluso una arquitecta. La labor de cada una de esas artistas era reinterpretar uno de los 30 derechos humanos.
En el caso de Rasureitor, el artículo asignado fue el 19: “Toda persona tiene derecho a la libertad de opinión y de expresión”. Para ella, el corte de pelo es una de las formas de libertad de expresión que a los habitantes de calle se les ha negado junto a otros muchos derechos que tal vez reconocemos con más facilidad.
“Esta obra es dedicada a los habitantes de calle, esas personas que escogieron la calle como forma de vida, que se salen de las reglas establecidas, resistiendo desde lo que quieren ser y desde la vida que eligieron vivir. Aunque el derecho a existir libremente y no ser parte de lo que llamamos “normal” los hace inexistentes, ellos son parte importante de nuestra comunidad”, dice Rasureitor en la ficha que acompaña su exposición.
***
La muestra puede ser vista en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación gratuitamente desde hoy 8 de marzo hasta el 29 del mismo mes. Para más información puede consultar la página del evento acá.
Tania Tapia Jáuregui https://ift.tt/2C9ORGK
No hay comentarios:
Publicar un comentario