Artículo publicado originalmente en el número Poder y Privilegio de la Revista VICE México.
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¿Qué se puede comprar en México con 88.36 pesos? ¿Cuánto cuestan y cuánto valen? ¿Cuánto tiempo real hay depositado detrás de ellos? Decía Henry D. Thoreau que el costo de algo es la cantidad de vida invertida para conseguirlo, en el acto o a largo plazo. Pero, ¿cuánto vale una vida? Depende de la vida, claro...
En febrero de 2011 las promesas de Felipe Calderón ya olían a epitafio. El país atravesaba uno de lo periodos más siniestros de una guerra que nació perdida y la tasa de desempleo seguía a la alza. Pasado el cinismo derrochador de un Bicentenario sin nada que celebrar y con el número de asesinatos y desaparecidos rebalsado hasta lo grotesco, Calderón arrancó el penúltimo año de una administración que día a día superaba los límites de su inoperancia. El autonombrado “presidente del empleo” no sólo estaba lejos de crear el millón de puestos de trabajo anuales que prometió durante su campaña sino que, al término del sexenio, dejaría casi ese mismo número de nuevos desocupados. Fue en ese contexto que Ernesto Cordero, por entonces Secretario de Hacienda de un país con más de 50 millones de pobres, declaró que “con ingresos de 6,000 pesos al mes hay familias mexicanas que tienen el crédito para una vivienda, que tienen el crédito para un coche, que se dan el tiempo de mandar a sus hijos a una escuela privada y están pagando las colegiaturas”. Una frase tan desviada de la realidad sólo puede consta- tar que entre el pueblo y sus gobernantes hay un número insondable de realidades.
Pero incluso esos 6,000 pesos al mes, tan limitados y limitantes como puedan parecer, están lejos de la barrera del sueldo mínimo, instalada desde el 1 de diciembre de 2017 en los 88.36 pesos por jornada laboral de ocho horas. Según el Artículo 90 de la Ley del Trabajo publicada en 1970, “el salario mínimo deberá ser suficiente para satisfacer las necesidades normales de un jefe de familia en el orden material, social y cultural, y para proveer a la educación obligatoria de los hijos”. Todo con 88.36 pesos al día. De entre los países que conforman la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), México registra el sueldo más bajo por hora de trabajo (0.55 dólares estadounidenses) y es el decimosexto que peor paga a nivel continental, sólo superado por Nicaragua, Haití, Cuba y Venezuela.
Según la glosa del marxismo primigenio, el culto al dinero es tan antiguo como la codicia. No es un síntoma de nuestro tiempo ni surgió con el hundimiento del 29. Tampoco es un resquicio de la Revolución Industrial. Mucho menos llegó a bordo de las embarcaciones de los colonos. Nació cuando el ser humano se topó con otro de su misma especie y desde entonces es ley y templo del mundo. Aún faltaban siglos para que la primera moneda fuera acuñada y el dios dinero ya representaba la realidad en las sombras del deseo. No hay apóstatas sino grey cautiva.
Durante un reciente viaje por la Península de Yucatán, Francisco Gómez se dio a la tarea de fotografiar y charlar con cuatro trabajadores que día a día pelean por sobrevivir en el límite del sueldo mínimo: Guadalupe de Atocha Ian Vallejos, Ernesto Alejandro Collí, Antonio Arcángel y José Alberto Ávila Ake. Algunos de ellos ni siquiera están cerca de la mítica cifra y otros lo hacen desde la precarización: trabajan en negro durante largas jornadas, en horarios prohibitivos, sin seguridad social ni prestaciones. Las fotografías de Francisco buscan retratarlos en su cotidianidad más transparente, instalados en un sosiego insospechado justo en el medio de esa lucha feroz y constante porque la vida valga más de lo que hay que ganar para vivirla.
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José Alberto Ávila Ake
José Alberto Ávila Ake vende tacos y tortas en el mercado Lucas de Gálvez en la ciudad de Mérida, capital de Yucatán. El local “La Tía” tiene 46 años funcionando como negocio familiar. Lo empezó su mamá, y trabajan también sus dos hermanas y sobrinos. Cada día, a las 4 pm, empiezan a cocinar: sacan los primeros puercos del horno a las 2 am, y a las 3am José abre el puesto. Lo cierra alrededor del mediodía, cuando ya no queda que vender. Repite esta rutina los 365 días del año desde hace 16. Calcula que despachan alrededor de 320 kilos de carne semanales: unas 1800 tortas y 1800 tacos que se venden a 25 y 15 pesos respectivamente.
Antonio Arcángel
Antonio Arcángel tiene 26 años y lleva nueve trabajando en circos. Es el técnico de luces durante las funciones, aunque también se encarga de armar y desarmar las carpas y butacas, y algunas veces ha interpretado al payaso Palma Alegre. Actualmente trabaja en el Dubal, un circo que tiene 27 años recorriendo la península de Yucatán, quedándose alrededor de un mes en cada lugar. Quince personas (en su mayoría familiares) son los que lo hacen funcionar, y tiene un capacidad para 500 espectadores. Las ganancias diarias se reparten en partes iguales entre todos los que tra- bajan en la función; la entrada cuesta 30 pesos para niños y 50 pesos para adultos, y Antonio gana promedio 150 pesos al día, aunque en ocasiones ha llegado a recibir 400. Vive en la parte trasera de un camión y comparte habitación con un payaso y un escapista.
Manuel
Guadalupe de Atocha Ian Vallejos pide que le llamen Manuel. Antes era pescador de pulpo y langosta pero el poco dinero que ganaba por las largas horas de trabajo lo llevó a convertirse en lanchero de turistas dentro de la reserva de Río Lagartos, de donde es originario. Este trabajo lo aprendió de su padrastro, que se dedicaba a lo mismo y cuando era niño lo llevaba a los viajes. Manuel nunca disfrutó salir en la lancha pero le ofrece mejores condiciones económicas. Hace un año tiene su propia lancha y ahora “a sus 30” quiere formar una familia, para lo cual decidió acudir y pagar un médico privado ya que el del seguro social le causó problemas a su esposa por negligencia. Cobra 1,200 por tres horas de paseo y en promedio agarra una viaje por día, pero en permisos, seguros, mantenimiento y gasolina se le va la mayor parte, alrededor de 20 mil por mes.
Ernesto Alejandro Collí
Ernesto Alejandro Collí tiene 30 años y lleva 8 vendiendo marquesitas, un antojito callejero típico de Yucatán, que tienen un costo de entre 30 y 35 pesos por pieza. Los fines de semana, Alejandro instala su puesto a la entrada de un cenote en espera de los turistas y allí es donde mejor le va: gana entre 200 y 300 pesos diarios. El resto de la semana vende en la plaza de Homún donde recauda entre 90 y 200 pesos por jornada. Solía dedicarse a criar y pelear gallos, pero desde que el gobierno lo prohibió tuvo que buscar una alternativa. Las marquesitas le permiten descansar un día y tener sus propios horarios. De él dependen su esposa y su hijo.
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