Desde el comienzo de la cuarentena llamo todas las tardes a Ligia, mi vecina de noventa y cuatro años. Vive en un departamento de diez metros cuadrados que funciona como depósito en la mayoría de los pisos de mi edificio. Al comienzo de la pandemia la llamé por teléfono para ofrecerle ayuda y todo iba normal, razonable; quería cosas para desinfectar, algunos productos para tener como stock (papel higiénico, jabón, galletas) y, cada dos días una porción de comida hecha.
Con el pasar de los días comencé a notar que Ligia consume una cantidad exagerada de mata-polillas (dos aerosoles por semana, muchísimo más de lo que se usaría en una casa con jardín). Cuando intenté sugerir que podía intoxicarse, se enojó con mi comentario. Otras cosas que consume de forma extrañamente excesiva: huevos duros, estofado, budines y detergente. A veces cuando voy a hacer sus mandados la lista parece no tener ningún sentido, pero acompañarla en estos dos meses me hizo dar cuenta de una cosa: lo que en Argentina llamamos 'mañas' (es una forma muy cariñosa de nombrar a los hábitos caprichosos) no sólo se multiplican en la tercera edad sino que se potencian también en la cuarentena.
En estas semanas he visto a mi vecina llorar porque no “ve” el detergente (le compré uno de un color que contrastaba poco), porque se quedó sin queso y pan, y también porque había perdido su documento de identidad. Esto último fue muy grave: coincidió con la semana en la que lo necesitaba para cobrar su jubilación. Después de hablar más de diez veces por teléfono con ella en un día, resolví una cosa: llamaría al mismísimo ministro del Interior si hacía falta, pero conseguiría que vinieran a su casa para hacerle un documento nuevo.
Así fue. Luego de pasar la medianoche del segundo viernes de cuarentena en el chat intentando localizar a alguien que pudiera acelerar el trámite del documento (por ese entonces la dependencia se mantenía totalmente cerrada y las fábricas que imprimen el plástico estaban detenidas), el domingo por la mañana vino en su auto un hombre muy amable con una pantalla y una web cam para tomarle la foto a Ligia en su hogar y despachar el trámite lo antes posible. Ella estaba radiante y feliz, se sentía una estrella de rock; me pidió que agradeciera personalmente al ministro por haber enviado semejante operativo sólo para ella.
Pocos días después, mientras esperábamos que llegara el DNI a domicilio y yo continuaba agradeciendo a todas las personas en la cadena de favores que lo habían hecho posible, Ligia me llamó ansiosa: "¡Encontré mi DNI perdido!, y prefiero seguir usando este, querida, que en la foto me veo mejor".
No me quedó más que alegrarme por su alegría. Esta experiencia de compañía cercana con una persona tan mayor me enseñó a abrazar la excentricidad. Si creyera en el karma, diría que estoy haciendo una apuesta a futuro: estoy segura de que seré terrible cuando sea mayor. Además, debo admitir que siento que somos afortunadas de tenernos la una a la otra.
En VICE nos preguntamos cómo viven esta situación otras personas que ayudan a gente mayor, y al buscar respuesta nos encontramos con que el disfrute y el disparate son marca de estos nuevos vínculos.
Feliz en tu día
Horacio es el padre del dueño del departamento que alquila Agustina. Es decir: son vecinos con mucho contacto. Tiene setenta años y padece de Parkinson, por lo que se cuida mucho desde que comenzó la cuarentena. El día de su cumpleaños Horacio le pidió a su vecina que le comprara un cuadrado de torta de ricota, un vino pequeño y una vela. Agustina decidió regalárselos. Agradecido, Horacio le contó que festejaría su cumpleaños con su familia por Zoom y la invitó a participar. "Él, sus hijos y sus nietos", cuenta Agustina. "Fue muy conmovedor, me recibieron con mucho cariño, él les habla de mí; fue un momento muy emocionante". Ahí Agustina aprovechó para ofrecerle a Horacio que le pasara sus números, de tal modo que pudieran ampliar la red de apoyo para él. Ahora los dos comparten las comidas: Horacio le envía a Agustina lo que está cocinando, y ella propone guarniciones. Cuando todo está listo, intercambian las cosas para comer.
Estar en contacto
Al comienzo de la cuarentena la pareja vecina de adultos mayores estaba tímida. Paula había guardado su celular hace un tiempo y les escribió para ver qué necesitaban. Los pedidos fueron normales: recetas médicas, desinfectantes... Ella insistió con que le pidieran lo que necesitaran, aunque no fuera esencial. Fue ahí cuando se animaron a encargarle comida. Pero la cosa escaló: el pedido siguiente fue que pusiera likes en videos de su nieto en Facebook. Luego, que circulara búsquedas laborales por chat. "Ellos empezaron a contar conmigo para resolver problemas", explica Paula, quien vive sola. "Para mí es muy fuerte. Ahora me mandan audios a ver cómo estoy, o me avisan que me prepararon tarta de manzana o delicias para compartir". Ambos usan barbijo y máscara de acrílico y mantienen más de tres metros de distancia cuando ella les lleva sus cosas. El otro día hablaban por teléfono y Paula soltó una frase muy común: “estamos en contacto”. Entonces, él le comentó que con esa frase cerraba su programa de radio en sus épocas de radialista. Fue una muletilla que usó por años.
Abuela delincuente
Luciano tiene una abuela rebelde. A pesar de que él se ha encargado de llevarle compras seguido para que no le falte nada, una vez la pescaron escapándose al mercado para conseguir una malta. Entre los pedidos que hace siempre está un tipo de esponja para lavar los platos; no es la común, pero tampoco es la rejilla que usa alguna gente. Es otra, intermedia: "Tiene la misma eficacia que la virulana y sirve para lavar las ollas pero no las arruina", le explica la abuela. Ante varios intentos fallidos de encontrarla, Luciano le fue llevando distintos tipos de esponjas a ver si alguna le resultaba útil. Una de las veces que entró a donde su abuela a acomodar las compras vio el stock de esponjas sin abrir que acumulaba. "No hay problema", le dijo la abuela a Luciano, "pero yo voy a esperar que esté aquella esponja". Se negó a lavar sus platos con cualquier esponja nueva, y decidió seguir usando una vieja que tenía desde antes de la cuarentena.
#LaVecina
Juan comenzó a agrupar las historias con su vecina de ochenta y cinco años bajo un hashtag en su cuenta de Twitter. El personaje se volvió famoso por la minuciosidad de sus pedidos: "medio kilo de zanahorias chiquitas", "tres berenjenas lisitas", "un kilo de manzanas no arenosas", "una docena de huevos de color GRANDES". A los productos de almacén, #LaVecina le suma las marcas e incluso los colores, olores o sabores, según corresponda. Juan pasea por los distintos mercados para completar la lista: la gelatina sabor frutilla se encuentra en un local distinto que el desinfectante olor lavanda. Intenta cumplirlo todo.
Se comunican por mensaje de texto. "Hola, podés buscarme la receta de sopa paraguaya que hizo el gordito de Canal 7", envía ella. A las pocas horas: "Me queda media botella de alcohol, no sé si llego al lunes". Algunos mensajes de #LaVecina son de reproche: "Me tenés que cambiar la pascualina. Te pedi hojaldre y me trajiste criolla", pero luego vienen acompañados de un gesto cariñoso: "Y si te sigue doliendo la panza, tengo medicina". A veces olvida cosas en la lista escrita y entonces las suma por mensaje: "Agregame una leche cero lactosa. Ojo!!!! No BAJA lactosa, CERO lactosa. Entendiste?". A Juan todos los mensajes le sacan una sonrisa. En muchos casos, las personas como #LaVecina ni siquiera estaban en nuestras vidas hasta la pandemia, pero ahora forman parte de nuestro cotidiano.
#LaVecina también espera con ansias el momento en el que pueda salir. Luego de que el presidente Alberto Fernández anunciara la extensión de la cuarentena, le escribió: "Al final me jodieron lindo. Otra vez no se puede salir. Pasá mañana, nene".
Camaradas
Fernanda conoció a sus vecinos de setenta y nueve y ochenta haciendo pilates hace varios años. Tanto ella como la pareja son militantes en política. Al conocerse, sospecharon que el otro pertenecía al partido contrario que ellos, fundándose en sus prejuicios. Cuando comenzaron a hablar, se dieron cuenta de que eran "compañeros".
Desde que comenzó la cuarentena, Fernanda les hace las compras. A veces se vuelve a su casa con empanadas caseras o pasta; otras la llaman "¡Fer, vení a buscar un budín que te hicimos!". Siempre se saludan de la misma manera: con los dedos en V, y diciéndose "¡hasta la victoria siempre!". ¡Barbijo o muerte!
Encuentra a Lucía en Instagram como @queendelqueso y a Rocío como @rociokatz.
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