Ahora que el mundo se quedó sin aliento, puedo contar lo que le ocurrió a mi deseo sexual sin sentir ningún tipo de culpa al respecto. Tocarme se convirtió en una excentricidad. Conozco de memoria la suavidad de mi piel. Dejé de investigar los recovecos de mi cuerpo en la cama porque estoy aburrida de vivir el día de la marmota. Archivé mi calentura en una caja de seguridad bajo llave, después me la tragué y simplemente decidí hacerme a la idea de que todo es mejor con personas. Pero personas reales, que nos miran, nos tocan, nos chupan y nos esperan.
Hablemos de fases. Ya llevo más de sesenta días sin coger, y siento que comencé la fase en la que me acostumbré casi por completo a todo lo que tengo a mi alrededor, incluso hasta a mi propio cuerpo. Nos deformó el sedentarismo frente al espejo. Varios de nosotros estamos con la libido por el piso. Apenas comencé a notarlo, mi cabeza hizo la siguiente analogía: muchas parejas, despues de años de convivencia, viven el sexo de otra manera; se dice que el umbral de deseo disminuye por un supuesto “desgaste” del vínculo. ¿No estará pasando eso con nosotros mismos? Quizás nos acostumbramos a nuestro ser y nos estamos oxidando.
Este encierro comenzó siendo un festín dentro de mi cama. Sexteaba con algunas personas hasta que la batería de mi telefóno se agotaba casi por completo. La fantasía era parte del encanto, las promesas estaban presentes para alimentar el ambiente de mi soledad. Esa calentura desbordada no solo me cogió a mí, sino a miles de personas que declaraban públicamente la búsqueda de la pequeña felicidad. Todos deseábamos un poco de cariño en la distancia.
Convoqué a un par de personajes pendientes en mi vida casi en el mismo momento en el que ellos me convocaban a mí, una suerte de destino pandémico. También me ha pasado que mientras recibía cuerpos desnudos en mi celular estaba cortando una zanahoria para mi ensalada —claramente un desencuentro—, pero mentía, claro, decía que también estaba caliente. No confesaba mi estado crítico de pijama y ojeras sino que enviaba alguna foto vieja que me había sacado en un momento de inspiración.
Mientras pasaban los días, la probabilidad de que las fantasías se concretaran comenzaba a diluirse, porque esa posible realidad de encuentro era cada vez más lejana. El sexting en sí mismo se convirtió en una falsa promesa de nada. Eso no era lo más grave: me tenía a mí misma, tenía mis manos, imaginación y algo de privacidad, pero mi libido iba disminuyendo y las imágenes de las personas a través de mi teléfono también. Incapaz de seguir el juego del tonteo en un chat en el que debería demostrar interés, comencé a considerarme una aguafiestas del sexting.Y lo peor: esa falta de deseo se traspoló a mi propio cuerpo y finalmente el encuentro conmigo misma dejó de ser divertido.
Aunque es difícil hablar de algo que no tiene antecedentes, intenté buscarle alguna explicación entre mis amigos. Una amiga que está en pareja me dijo que su deseo sexual, y el de la persona con la que convive, también disminuyó, porque al contrario de lo que muchas personas piensan —que estar en pareja en este momento te salva porque puedes concretar las ganas de coger—, ellos necesitan la mirada de lo ajeno, sentir que el exterior es parte de su performance romántica, donde cada uno hace su vida por separado y por la noche logran encontrarse luego de haber deseado o esperado ver el cuerpo del otro. Y esto dejó de pasar: ya no hay espectadores ni borracheras en bares hasta llegar al hogar para quitarse la ropa.
Otra amiga que vive sola pasó por Tinder, Happn y OkCupid. Instaló las aplicaciones y mantuvo conversaciones con desconocidos con los que lo único que tenía en común era el encierro, y quienes, al igual que ella, después de un intercambio mínimo de nudes, comenzaron a frustrarse por el contexto. Fue entonces cuando decidió que sus preocupaciones serían otras: la falta de aire, de plata, de trabajo. Las expectativas del posible encuentro quedaron en un último plano.
También hablé con Cecilia Ce, psicóloga sexóloga, quien me explicó por qué el contexto no ayuda a que nuestro deseo sexual se mantenga en pie.
VICE: ¿Pensás que el hecho de convivir en un estado en el que no nos arreglamos, nos vestimos siempre igual y estamos exactamente en la misma posición durante horas puede llegar a influir en el juego de seducción?
Cecilia Ce: No creo que el hecho de la convivencia o nuestro estado físico por una cuestión de tiempo o descuido personal influyan en la falta de deseo. Influye que hoy no tenemos ese bache que cruzás para llegar al momento erótico. Actualmente la posibilidad está todo el tiempo y como está todo el tiempo no encontrás ningún momento para aprovecharla. Está la idea de que el sexo es espontáneo, y la realidad es que nunca es espontáneo, siempre estás planificando o preparando o te estás arreglando para eso, y si dejás de estar alerta a que eso suceda, entonces no va a suceder nunca.
¿Hay algo que podemos hacer para regenerar el deseo perdido?
Es difícil, porque ahora ninguna actividad empieza y termina. Todos los roles, como son los de padre, madre, pareja, novio, novia, se desempeñan en el mismo ambiente; todo se pierde, trabajás todo el tiempo, todos los días de la semana, pasando de un rol a otro sin que haya un corte claro. Y dentro de eso está la sexualidad. ¿Dónde la metés? Creo que para volver a generar ciertas cosas es necesario ordenar y marcar las rutinas para darle espacio a las distintas actividades. ¡Qué embole planificar la sexualdad! Pero sí, es necesario.
¿Puede ser que mi libido haya disminuido porque me cansé de estar conmigo misma todo el tiempo?
Creo que cualquier cosa que no tenga cortes, aire, distracción y variedad puede repercutir en nuestra forma de enriquecernos y ponernos creativos, incluso con nuestro propio cuerpo.
Hay que ir alimentándolo con estímulos variables. Una paja requiere un esfuerzo, un movimiento. En la convivencia con uno mismo también está ese suceso de la repetición, y la rutina impacta, impacta en el ánimo, en el deseo. Necesitamos cambios, estímulos nuevos, variación.
¿Qué repercusión tienen la incertidumbre y nuestras preocupaciones pandémicas en nuestro deseo sexual?
Hay tantos escenarios diferentes como escenarios de la sexualidad, básicamente como siempre, pero ahora se diferencian con más potencia. Las preocupaciones, el miedo, el estrés y la incertidumbre son sensaciones que no alimentan para nada el deseo sexual, son factores que en estado prepandemia ya alteraban el deseo: ¡imaginate en esta situación! Y cada vez se acentúan más, y cada vez afectan más en el deseo. Es por eso que al principio hubo una oleada de “¡qué bueno voy a comprar viagra!” “¡uh voy a aprovechar a masturbarme muchísimo!”, y ahora no queremos saber nada. Nos hartamos de hacernos la paja porque estamos hartos de todo lo que está sucediendo.
Paloma Navarro Nicoletti https://ift.tt/eA8V8J
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