Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.
Scott nos comparte una pregunta que nos lleva a pensar en algo con lo que muchos podemos sentirnos identificados:¿Por qué ponen tan fuerte la música en el gimnasio? ¡Todos llevan puestos audífonos!
En este momento ya no es un gran problema para ti, ¿cierto? De hecho, tuve el mismo problema en mi gimnasio meses antes de la pandemia. Estaba en un aparato cercano a donde se impartía una clase y tenían la puerta abierta; la música electrónica que estaban escuchando estaba tan fuerte que la música de mis audífonos no podía ahogarla. Entonces, como el padre de familia que soy, fui a la gerencia y pregunté si había alguna forma de solucionar el problema.
"La gente ya nos ha hablado al respecto, pero en la clase necesitan aire, así que tenemos que mantener la puerta abierta".
"Bien ,pero permíteme decirte algo", dije. "¿Y si cierras la puerta y simplemente dejas que todos los que están adentro mueran?"
En realidad no pregunté eso. De cualquier forma, dijeron que sabían que era un problema y que estaban tratando de solucionarlo, por lo que dejé las cosas así. Ninguno de nosotros sabía lo que sucedería después.
No he estado en el gimnasio en dos meses. La última vez que fui fue a principios de marzo. No tengo idea de cuándo podré regresar, si es que alguna vez regreso. (Han tenido la amabilidad de suspender el pago de todas las membresías durante la pandemia, pero quién sabe cuánto tiempo podrán darse el lujo de extender tal cortesía a los miembros sin caer en banca rota).
Lo extraño. No soy uno de esos súper musculosos que pasa siete horas al día en el gimnasio engullendo proteínas y vendando sus rodillas antes de intentar hacer una sentadilla cargando mas de 300 k. Simplemente asistía todos los días de la semana, hacía mis 45 minutos en la máquina elíptica mientras miraba mi teléfono, luego hacía algunos estiramientos para la espalda y finalmente me duchaba y me iba. Nunca hablé con nadie. Nunca me quedaba más de lo necesario. Solo terminaba mi rutina y me dirigía a la tienda de comestibles para comprar lo que hiciera falta en casa. Extraño esa parte de mi rutina diaria. Sigo haciendo ejercicio en casa, pero obviamente no es lo mismo. Extraño tener un lugar al cual ir, incluso si ese lugar era absolutamente irrelevante. Echo de menos tener algo que rompa la rutina, tanto en cuestión de ubicación como de actividad. Extraño pedalear un poco más duro cuando Anthrax empezaba a sonar en mis audífonos. Echo de menos juzgar en silencio a todas las demás personas en el gimnasio por gruñir demasiado en el press de banca, o por acaparar el equipo, o por poner la música demasiado fuerte en la clase de spinning.
Extraño peder el tiempo en mi teléfono mientras hago ejercicio. Tengo como 79 pestañas del navegador abiertas en mi teléfono en este momento porque no tengo dónde leerlas, excepto en el baño. Por alguna razón, extraño ir al vestidor del gimnasio y descubrir que las únicas tres personas allí, en una broma cósmica recurrente, tienen sus casilleros justo al lado del mío, por lo que tenemos que hacer malabares en ese reducido espacio mientras estamos desnudos. Así es la blanda, mezquina y estúpida existencia que tanto me deleitaba sin siquiera darme cuenta. Ahora lo sé, y entonces entiendo por qué hay algunos cabezas huecas que están desesperados por romper las cadenas de la cuarentena e ir a una plaza comercial. Cada vez que sucede algo malo en este mundo, el reconfortante recordatorio que solemos recibir es que la vida continúa. Pero, ¿qué sucede cuando la vida NO continúa? ¿Qué sucede cuando el tiempo deja de avanzar y terminas desesperado por CUALQUIER COSA que le indique a tu cuerpo y cerebro que la vida, por aburrida que sea, si continúa?
Entonces, extraño ir al gimnasio. Además, es probable que engorde pronto si todo sigue así.
Drew Magary https://ift.tt/eA8V8J
No hay comentarios:
Publicar un comentario