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lunes, 3 de agosto de 2020

¿Qué tipo de reparación podemos imaginar en casos de violencia de género?

El pasado 24 de junio la revista Volcánicas publicó un reportaje en el que siete mujeres cuentan sus experiencias de acoso y una de abuso por parte del director de cine Ciro Guerra. La polémica no se hizo esperar, especialmente alrededor del mal llamado Me Too colombiano, sus orígenes, su eficacia, sus efectos. Algunos de los detractores del método de denuncia pública conocido como escrache alegan una postura antipunitiva, y entienden que los efectos sociales que sufre quien es denunciado son punitivos e ignoran el derecho a la defensa. Otros alegan que el escrache no es punitivo y que casos como el Me Too original muestran que los efectos son, en general, suaves y pasajeros: una pequeña crisis de imagen pública. Muchos directores de cine no se han visto realmente afectados por denuncias públicas de abuso y acoso en su contra; continúan rodando, ganando premios y haciendo millones de dólares en las taquillas. 

En la discusión se habla de diálogo, de versiones, del derecho a defenderse. Se habla también de reparación. En el contexto de estas denuncias, la directora de cine Laura Mora, en un artículo para la revista Arcadia, menciona procesos como la Justicia Especial para la Paz y la Comisión de la Verdad —ambos llevados a cabo en el contexto de los acuerdos de paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y la exguerrilla de las FARC—, que proponen espacios “mediados por la palabra, la humanización, la escucha, el diálogo”. Parte importantísima de un proceso de paz es la reparación. Verdad, justicia y reparación, es el slogan de la Paz. En ese orden: primero la verdad, después la justicia y finalmente la reparación, pues los dos primeros son condición para lo tercero. 

Pero, ¿cómo llegar a pensar algún tipo de reparación si no hemos podido llegar a la verdad? Cuando se ven casos de escrache, generalmente lo que entra en discusión es la veracidad de las denuncias. Una persona, generalmente mujer, narra haber sido acosada o abusada y el presunto acosador o abusador dice que es mentira: la fiesta nunca existió, la cita nunca sucedió, el beso no fue. Dicen, en muchos casos, que se trata de mentiras para desprestigiarlos, etc. En otros casos, se acepta el hecho pero no su interpretación: el encuentro se dio, pero, dice el acusado, fue consensual.

En la película Denial, dirigida por Mick Jackson, el juez que lleva el caso de David Irving (protagonizado por Timothy Spall), un negacionista del Holocausto, contra Penguin, casa editorial de la historiadora Deborah Lipstadt (Rachel Weisz), hace una intervención en la que dice: “si alguien es antisemita y extremista, esta persona es perfectamente capaz de ser honestamente antisemita; él tiene esa perspectiva y la expresa porque es de hecho su perspectiva (...) y esto no tiene nada que ver con el alegato de la defensa, según el cual él ha manipulado los datos”. Traigo esta escena no para hacer una simetría perezosa entre la violencia sexual y el antisemitismo, sino para llamar la atención sobre la cuestión de la manipulación versus la honestidad. Es posible que un acusado de violencia sexual —sobre todo en casos de acoso que han sido aceptados y promovidos socialmente durante siglos— crea, honestamente, que lo que hizo no fue acoso o abuso, aunque lo sea y lo describan los códigos no sólo penales sino sociales. ¿Es esa una falta con la verdad? Más importante aún es preguntarnos si un castigo —sea por vías de la justicia penal, sea por vías del escarmiento público— va a abrir la posibilidad de que alguna verdad sea escuchada, entendida y reconocida. 

¿Puede haber cualquier tipo de reparación sin la aceptación y el entendimiento del hecho? Para muchas mujeres, no. Entrevistando a algunas que, como yo, han sido víctimas de violencia sexual, he descubierto que muchas veces la verdad no es condición para la reparación, sino que es la reparación misma. Ileana Arduino, abogada argentina con orientación en derecho penal, seguridad y políticas de género, me explica que ese es un caso común para víctimas no sólo de violencia sexual o de género: ellas esperan un reconocimiento como parte del proceso de reparación. Más que del hecho, necesitan un reconocimiento del daño.

A Ana* la entonces pareja de su madre la violó cuando tenía trece años y la dejó en embarazo. Después de entrar en un proceso judicial, el abusador fue condenado a 16 años de prisión, pena que paga hoy en día en una cárcel en Colombia. Ana me cuenta que en ningún momento el hombre confesó haber abusado de ella, y que siempre mantuvo que ella, a sus trece años, se ofreció a tener sexo consensual con él. Cuando le pregunté a Ana si la condena la había reparado de alguna manera me dijo que no: "Su prisión no me parece suficiente". Ella imagina la reparación como algún tipo de arrepentimiento de parte de él; le gustaría hacerle saber que lo que él hizo no está bien y que él le dé la importancia debida. “Que él entienda las consecuencias, no en términos de haber sido preso, sino en términos de las consecuencias psicológicas y materiales que eso tuvo en mi vida”, dice. Las consecuencias, además, están teniendo un nuevo levante, pues el abusador va a salir de la cárcel en algunos años y puede querer intervenir en la vida de la hija de Ana, quien hoy se ve haciendo planes de cambiar de ciudad y alejarse de su familia para protegerse a sí misma y a sus hijos. 

Ana me cuenta que le parecería justo que el Estado también la reparara, pues cuando inició el proceso en contra de su abusador nunca le creyeron. Me dice que la entrevistaban durante periodos largos y que le hacían muchas veces las mismas preguntas para que se equivocara, para ver si cambiaba la versión, si la sucesión de eventos era siempre coherente, como si quisieran pescarla en una mentira. “Del Estado esperaría un tratamiento psicológico gratuito”, me dice. 

Pero, ¿por qué es tan importante la verdad en estos casos? O mejor, ¿qué se considera verdadero? En otros casos que atañen al derecho penal se encuentran pruebas materiales (rastros, cadáveres, armas) o testigos. En los casos de violencia sexual muchas de las armas son simbólicas, como el poder, o lingüísticas, como los discursos por los que se ejerce ese poder. En cualquier caso, efímeras. Y las pruebas materiales son difíciles de obtener, al igual que los testigos. 

En el caso de Ana, la condena de su abusador se dio después de una prueba de ADN que indicó que el bebé tenía 50% del material genético del abusador. Como la ley en Colombia indica que es un crimen tener relaciones sexuales con menores de 14 años, la condena fue aplicada. Sin embargo, Ana no siente que esto haya ocurrido porque él abusó de ella, pues nunca confesó y la versión que ella dio fue colocada siempre en duda. Para ella, la prueba material indicó una cosa diferente de la que sucedió, y le parece injusto pensar que si no la hubiera dejado en embarazo, la condena nunca habría ocurrido. 

¿Qué pasa cuando no se tienen pruebas materiales que respalden el hecho en cuestión? ¿Cómo comprobamos que las palabras que se dicen apuntan una situación específica que la víctima describe? La solución que hemos encontrado es que más personas que presenciaron el hecho apunten la misma “realidad”. Ese es el lugar del testigo o de la confesión. 

Es quizás por esto que algunas víctimas imaginamos que nos sentiríamos reparadas con lo que entendemos como verdad. Nos gustaría que nuestros abusadores apunten al mismo hecho, que lo interpreten como lo que es —abuso, acoso, violencia— y que haya algún tipo de explicación y disculpa: que reconozcan nuestro dolor y que pasen por algún proceso que garantice la no repetición. María del Mar Ramón, autora del libro Tirar y vivir sin culpa, imagina su reparación en los siguientes términos: “yo quiero que este hombre me pida disculpas y me dé una explicación; yo necesito que él diga que no fue culpa mía sino suya, porque cuando una es abusada la responsabilidad la carga una”. Yo imagino un escenario similar, en el que puedo conversar con el hombre que me abusó cuando era niña y pedirle una explicación: ¿por qué yo? Tengo la fantasía de que en ese diálogo él percibe lo que hizo, lo interpreta como lo que fue y poco a poco el peso sale de mí y se queda con él. Él será entonces quien tenga que ir a tratarse, o a escribir, o a hacer rituales o lo que quiera para sanarse de lo que sea que lo llevó a hacer lo que hizo y de su violencia. En ese sentido, la reparación no parece ser posterior a la verdad, sino que las dos se amalgaman en un gran proceso. 

El problema es cuando la justicia, la tercera pata del trípode, es un impedimento a la verdad, que es en muchos casos la fantasía de reparación. María del Mar lo pone en los siguientes términos: “él no me puede decir que sí me violó y que la culpa fue suya, porque al decirlo se incrimina. No tiene cómo saber que yo no voy a llevar esa confesión a la justicia”. Esto se puede deber a que la justicia penal es castigocéntrica, como me explica Ileana, y está más preocupada con el restablecimiento de la ley que con la reparación de las víctimas, a las que les ofrece “juicio o nada”, que según ella termina siendo nada o nada, pues la mayoría de los juicios se demoran demasiado o no suceden y los que suceden son extremadamente demandantes para quien denuncia, pues ponen en el centro “cuán competente fue la víctima en evitar la violencia sexual”. 

Otro problema, me dice Ileana, es que el sistema penal no reconoce la posibilidad de que no todas las víctimas queramos los mismos procesos, ni ofrece las instancias para procesos que sean más del tipo restaurativo y menos del tipo punitivo. Susana**, sobreviviente de abuso sexual, me dice que ella no ha sentido la necesidad de un proceso judicial ni de un escrache, pues siente que ninguno de los dos le haría bien. Ella imagina que otras intervenciones, más del estilo de lo que hace el trabajo social o el área de la salud, pueden ser mejores para algunas víctimas. 

Si asumimos que la búsqueda de reparación de las víctimas tiene que ver con la verdad —en el sentido del reconocimiento y la compresión— y con la consecuente responsabilidad del abusador, ¿por qué hacer escraches, que evidentemente van a tener respuestas negativas? Sólo puedo imaginarme que lo que se busca también es la verdad, pero por un dispositivo que es ligeramente distinto al del testigo o al de la materialidad. Podemos decir que es un mecanismo de la lengua misma, representado por el hashtag #YoTeCreo. La verdad también existe y se robustece cuando nos creen y cuando la gente lo dice. Y cuantas más personas nos crean, más reconocido es lo que nos pasó. No importa si hay otro para apuntar a la misma realidad —si el abusador confiesa— porque las personas nos creen y eso también es reparador, especialmente después de años en que las respuestas a este tipo de denuncias, incluso dentro del sistema judicial, han sido “mientes”, “exageras”, “quieres llamar la atención”, “no tienes pruebas”, etc. 

Sin embargo, #YoTeCreo no es necesariamente #YoTeEscucho, y hay dudas sobre que los escraches generen en realidad cambios estructurales, que es otra de las fantasías de reparación que tenemos las víctimas. Susana trabaja como profesora de niñes y me cuenta que “un cambio estructural visible sería reparador, porque garantizaría que no le ocurriera a otras”. Ella, tras haber sufrido abuso sexual infantil, me dice que sería deseable que las personas que trabajan con infancias, como ella, no tuvieran que estar permanentemente tan alerta y pendientes del comportamiento de les niñes para poder iniciar protocolos de cuidado oportunamente; desearían no saber que ese tipo de violencia es tan común. En el reportaje de Volcánicas, las autoras explican que las mujeres que denuncian quisieran que otras mujeres no pasaran por eso en el futuro. Algo como la no repetición para otras, como solidaridad, como cuidado colectivo. Ese es un tipo de reparación: cuidarnos entre todas. Pero ¿es creernos entre todas suficiente? ¿Hay cambio sin diálogo, sin responsabilización?

Cabe reflexionar sobre qué tipo de sistema penal feminista podemos crear para que más mujeres se sientan seguras de acceder a él y que pensemos cuáles herramientas podemos diseñar para que la verdad y la reparación sean realmente posibles. Puede ser incluso que esto impulse un cambio estructural. No nos cuesta nada imaginar posibilidades de reparación, quien ha sido víctima ya lo hace todo el tiempo. 

*, **: Los hombres han sido cambiados a pedido de las fuentes.

Juliana Ángel Osorno https://ift.tt/eA8V8J

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