“Si cualquier persona se viste de venado o de toro, o se pone la cabeza de una bestia; quienes con esta guisa se transformen a sí mismos bajo la apariencia de un animal salvaje serán sometidos a la pena de tres años porque eso es demoníaco”, Arzobispo de Canterbury, siglo VII.
“Soy la perrita buena de Virginia, mi cola golpea contra el suelo en respuesta a sus mimos amables”, Vita Sackville-West a Virginia Woolf en una carta fechada 11 de octubre de 1927.
A mediados de 2019, un grupo argentino conocido como Suavecitxs organizó su primer pupnic: un picnic al aire libre para perritxs o pupis —término que deformaron de la palabra inglesa puppies, que quiere decir cachorritos_—, y para cualquiera que quisiera acercarse a jugar. Al sol del invierno porteño, lxs Suavecitxs se pusieron sus máscaras y, en cuatro patas, sacaron el _pet play a la plaza y a las calles. Aunque esta práctica de juego de roles, como muchas de las asociadas al universo del BDSM, suele verse como algo violento y estrictamente relacionado al erotismo y el acto sexual, Suavecitxs viene a reivindicar la ternura y la suavidad..
Fue en ese pupnic inaugural donde Nereida, ahora parte de la manada, se encontró con Suavecitxs por primera vez. Sin conocer a nadie, se acercó solo con su curiosidad y su colita hecha con una bufanda peluda hasta la plaza en la que se juntaban según había visto en historias de Instagram. A las dos de la tarde algunos pupis ya corrían en el pasto y jugaban sobre una larga lona verde. Alrededor de un palo borracho colgaban coloridas las distintas máscaras de perritos y, desparramadas a sus pies, la remachadora y los materiales para crearlas en el momento. Nereida, fascinado, fue lo primero que hizo: "Me enseñaron cómo armar mi máscara sin decir una palabra, solo con ladridos y gruñidos. Cuando terminé y me la puse entré en otro modo, en otro estado. Empezamos a jugar y estuvimos así toda la tarde. ¡No me la quería sacar! Hay algo en el momento de ponerse una máscara y perder el rostro que te transforma en otra cosa. Desaparece mucho de lo que tiene que ver con ser persona como la vergüenza y la inhibición. Te da un anonimato y una impunidad que hacen que todo te chupe un huevo: podés estar ladrando en la plaza o desde el balcón pero sabés que tenés una máscara y sos un perro".
Desde entonces, Nereida no sale de su casa sin su hocico y su colita aunque, por la pandemia, son pocas las chances que tiene de salir a pasear. “Además de ser perrito soy medio mostra. Hay algo de la exposición y de intervenir el espacio público que me divierte muchísimo. Pero como no se puede salir mucho aproveché esta temporada de encierro para elaborar una media máscara que es solo el hocico para transformarse en algo intermedio entre lo pupi y lo humano. Capaz que en este contexto de pandemia el hocico podría ser una especie de barbijo fashion. A todxs lxs que me encargaron máscaras les pasó lo mismo: ¡apenas las empiezan a usar ya se ponen a ladrar y mover la cola! Por lo pronto pienso seguir con mi investigación y producción de máscaras, explorar otras razas de perros, otras especies, tal vez también otros seres más del tipo mágico”, dice Nereida.
Aunque lxs Suavecitxs insisten en que los accesorios no son estrictamente necesarios para esta práctica, la mayoría concuerda en que, aunque sea al principio, ayudan a facilitar la transición del estado humano a uno más animal. Tomo, otro de sus miembros, los llama “amuletos: elementos que forman parte de los ritos de pasaje de un lugar a otro y que, de haber una puerta cerrada, pueden volverse una llave para abrirla”. La parafernalia del pet play no se limita a las máscaras: hocicos, colitas, patas y chapitas son solo algunos de los accesorios que pueden sumarse para facilitar la inmersión en la animalidad.
Para Meme, también parte de la manada, los accesorios muchas veces están determinados por su funcionalidad. Las rodilleras, por ejemplo, son fundamentales para poder andar en cuatro patas sin lastimar los puntos de apoyo, así como los guantes o patitas para las manos. “Me regalaron unos guantes que son cerrados, sin dedos. Me encanta perder los pulgares porque te obliga a pensar tus actos de otro modo. Hace poco escuché que las manos ocupan mucho más espacio en el cerebro que las piernas y brazos juntos, y no tenerlas me ayuda mucho. Las máscaras me parecen súper interesantes pero, en general, suelen traer algo (o mucho) de restricción sensorial. A mí no poder morder, oler y lamer tan libremente me distrae un poco, aunque haya algunas que te permitan acceder a la boca. Visualmente amo las máscaras pero soy muy de sacármelas”, dice.
De todos modos, uno de los problemas principales con respecto a los chiches o juguetes es su precio. No cualquiera puede pagar una máscara de cuero o un butt plug con forma de rabito peludo. “Un juego de roles, que puede tener o no su connotación sexual, no debería quedar atado a las condiciones materiales, si no termina pareciendo que los juegos son solo de las personas con acceso a los medios para jugar”, dice Tomo. Es por eso que, para democratizar la fantasía, Suavecitxs apuesta por nuevos materiales alejados del imaginario del BDSM y más cercanos a lo lúdico, como la goma eva, el acetato o el cartón. “Queremos poder hackear la brecha para conseguir accesorios, mejorar y compartir el molde para las máscaras, hacer colitas con posibilidad de movimiento remoto y aplacar esta idea de que las prácticas de diferencia de poder o BDSM están ausentes de ternura propia”, aspira Meme para el futuro de Suavecitxs.
¿Qué pasa entonces cuando alguien empieza a jugar como perritx? Para Tomo, el pet play no solo es una práctica que busca abandonar lo humano y conectar con lo animal: “También es un juego para asumir la naturaleza de nuestra especie. Se ha construido esta idea de lo humano como el componente más artificial del planeta. Nuestra propuesta es ir a la animalidad para conectar con otros tipos de humanidades. Enfundarse en otra piel no omite lo humano sino que otorga otras potencias, otras posibilidades. No por tomar los atributos de un cachorro vas a convertirte instantáneamente en uno, pero puede que te animes a correr en cuatro patas por el pasto y se exalten tus ganas de que te rasquen la pancita”. Nereida, por su parte, rescata de esa animalidad toda una nueva perspectiva. “Hay algo muy interesante en explorar con el cuerpo y entrar en una temporalidad-perro, una observación-perro; darle más atención a ciertos sentidos que uno asocia a lo perruno como el olfato o lo auditivo; andar en cuatro patas; llevar el cuerpo a otro lugar y ver qué pasa, aprender de eso y encontrar lugares de juego, placer y diversión que no encontrarías de otra manera”, dice.
En el mazo de tarot, la Templanza es la carta que representa el balance, el equilibrio. En ella se muestra unx ángel, criatura hermafrodita, con un pie en la tierra y otro en el agua, una copa en cada mano y, entre ellas, sus respectivos contenidos encontrándose en el aire. A través de esta imagen, Tomo intenta explicar la idea del vaivén identitario que representa el pet play y la difuminación entre un estado y otro: “Hay algo de la experiencia que se va acumulando y sedimentando. Cada vez que se hace el ‘traspaso’ de humanx a pupi esas experiencias se van hibridando. Es un trabajo exponencial de descubrimientos, como un mapa que se va desbloqueando. Yo ya no puedo vivir mi humanidad sin que se me espeje un poco lo pupi, y no puedo vivir lo pupi sin la experiencia de lo humano”.
Para Meme, esta hibridación o mezcla es una dualidad que tiene que ir balanceando a diario. Nacido al norte de Argentina, en Resistencia, Chaco, desde su infancia sintió cierta paridad con lxs perrxs. Se crio con Nube, “una perra adulta, afectuosa y paciente a la que sentía un poco como una madre”, con la que jugaba imitando lo perruno, a veces junto a su hermana. “¡Usábamos un cinto enganchado en el pantalón a modo de cola!”, recuerda con ternura. Aunque cree que hubo un bache entre esa cercanía a lo animal en su infancia y su reencuentro con el jugar a ser perro como una práctica pautada con otrxs, recuerda un punto de quiebre en particular: “Todavía en Chaco leí una nota del escritor Pablo Pérez sobre BDSM y algunos espacios en Buenos Aires que me hizo meterme de otro modo en prácticas que, si bien ya venía probando, todavía no sabía ponerles nombre”.
Esa importancia no solo de la visibilidad sino de una representación diversa y decente es lo que llevó a estxs pupis a organizarse. Antes de hacer pupnics y tomar las calles, algunos de los miembros de Suavecitxs se conocieron con sus máscaras en la Faggot, una fiesta gay de Buenos Aires. Tomo lo describe como un traspaso autogestionado de lo privado a lo público, de la noche al día: “La Faggot no nos era suficiente, era solo una parte. Cuando salís del boliche después de bailar toda la noche, se hace de día, seguís pasado de pasti y solo tenés ganas de tirarte en el pasto, que te soben el lomo y te digan algo lindo, ir a comer, quedarte dormido, levantarte y capaz coger: para todo eso necesitás hacer ese traspaso del antro a la plaza, convivir con la fauna de toda la ciudad. No es casualidad que nos hayamos encontrado. El mundo del BDSM ya había logrado su propia fortaleza, su propia encriptación, que no queríamos romper ni desmantelar, pero sí notamos que necesitábamos un discurso que nos incluyera. Al toque nos dimos cuenta de que era necesario ocupar el espacio de otra forma y a todxs nos resonaba que esas identidades privadas estuvieran asociadas a nuestras identidades públicas”.
Además de los pupnics, promocionados en sus redes como Aptos para Todo Público (ATP), a veces lxs Suavecitxs organizan eventos ya no en plazas o espacios abiertos sino a puerta cerrada, donde la ausencia de niñxs y menores de edad les permite explorar en manada las facetas más eróticas del pet play. “Mi puerta de entrada a este universo fue Suavecitxs pero no desde el lado del fetiche sexual sino más bien desde el juego, de ser algo no humano”, dice Nereida. En su caso, su aproximación fue desde lo lúdico y después pasó a incorporarlo de a poco en sus prácticas sexuales: “Ahí se me abrió todo un universo increíble: juegos de sumisión, domesticación, obediencia, pero siempre con todo lo que representa Suavecitxs: los mimos, las caricias, las rascadas de pancita, todo eso que es lo más hermoso”. Pero cada perritx es un mundo y no hay una sola forma de explorar. Como ninguna experiencia es universalizable, Suavecitxs apela a la curiosidad como valor fundamental para que cada cual descubra su propia manera de jugar.
“Suavecitxs es solo una de las posibles respuestas al BDSM cuando lo latinoamericanizás, cuando aparece en otros entornos y otras culturas”, dice Tomo. Aunque durante la pandemia los caniles estén cerrados y los pupnics se hayan suspendido, ya habrá tiempos mejores para llenar plazas y parques de pupis juguetones. Con suavidad y “ternura radical” como lema, esta manada aúlla en llamado a todxs lxs perritxs y animalxs de Argentina y Latinoamérica. ¡Bau-bau, arf-arf, au-auuu!
Fernando Pagano https://ift.tt/3iosgJn
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