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viernes, 11 de septiembre de 2020

Algunos regalos que me dio el feminismo para pensar el amor

Hace algunos meses oí a Madison Jade, una niña de cinco años, afirmar vehementemente que Jasmín no necesita a Aladdín para mostrarle el mundo en la alfombra, porque ella puede verlo sola. De hecho, dice, la alfombra es muy pequeña para dos personas. Lo primero que pensé fue: “Madison, entendiste todo, no necesitas que Aladdín ni ningún hombre te muestre el mundo. Recorre el mundo deslumbrante y nuevo sola, el mundo ideal. Eres una niña fuerte e independiente. Somos mujeres fuertes e independientes, que pueden ver cosas maravillosas en el mundo ideal”.

Sin embargo, después me imaginé en la alfombra con Aladdín, sobrevolando el mundo, y me emocioné. A veces no quiero ser la mujer fuerte e independiente que va sola en la alfombra. A veces quiero ir allí con Aladdín, y encontrar un mundo ideal, donde nadie diga no, o a dónde ir, a aquellos que se aman.

Mi viaje en el feminismo como práctica de vida y movimiento político empezó después de la universidad, cuando ya llevaba tiempo con mi pareja. Fue cómodo abrazar el feminismo estando en una relación: podía abogar por la independencia y la libertad de las mujeres y, al mismo tiempo, tener las comodidades que otorga una relación heterosexual en una sociedad patriarcal como la colombiana: sentirme amada, deseada, protegida. Además, esta era una relación que yo consideraba equitativa, con  un hombre al que admiro muchísimo y amaba sanamente. Luego algo comenzó a hacer falta en el mundo ideal y espléndido, y terminé con quien había sido mi partner durante casi una década. Aunque dolorosa, era la decisión que yo necesitaba.

No vi venir el tsunami de preguntas internas, contradicciones y dudas existenciales que siguieron. Con la ruptura amorosa vinieron muchas conversaciones con mis amigas y profesoras feministas, y una zambullida en artículos académicos, ensayos, literatura, blogs y cuentas de Instagram feministas. Entre más leía y más aprendía, más respuestas encontraba, pero también más incómodo se volvía el mismo feminismo. Vivir el mundo como una mujer cada vez más feminista, soltera, que quiere amar y ser amada, desear y ser deseada, dar y recibir placer es estar permanentemente entre tensiones: “no soy suficientemente feminista. Soy cómplice del patriarcado (¿no lo fui siempre?). No sé cómo se hace esto. Judith, Mary, Simone, Soledad, Florence: les fallé”.

Me pregunto si el feminismo y el amor heterosexual caben en una misma frase. He aprendido mucho de quienes encuentran en el amor entre mujeres la única forma de construir relaciones feministas. Quiero creer que los vínculos sexoafectivos entre hombres y mujeres también pueden retar al patriarcado. Aún así, me pregunto si puedo llamarme feminista y querer compartir la alfombra con Aladdín o con cualquier otro hombre.

Busqué adentro de mí y busqué afuera —en mis ancestrxs, mis amigas, mis relaciones pasadas y mis heroínas feministas— para encontrar respuestas. Esta es una serie de ideas a las que llegué en esas conversaciones y que entiendo como regalos que me fueron dados para comenzar a construir el amor que quiero, el amor que merecemos y el amor que nos debemos a nosotras mismas.

1- El amor como verbo

Si basamos nuestras acciones de amor en definiciones pobres, estamos condenadas a amar precariamente. “La palabra amor se define generalmente como un sustantivo, sin embargo (...) todos nos beneficiaríamos si la usáramos como un verbo”, dice bell hooks en Todo sobre el amor. “El amor es lo que el amor hace. El amor es un acto de voluntad, tanto de intención, como de acción. La voluntad también implica elección. No tenemos amor. Decidimos amar”.

Entender el amor como un verbo nos permite ver su dinamismo y reconocer que requiere un sujeto que tome acción. Esta acción necesariamente tiene un efecto en unx mismx y en la(s) otra(s) personas. Yo amo, tú amas, él/ella/ellx ama, nosotrxs amamos, ellos/as/xs aman. En el amor feminista hay agencia. Este amor es consciente del peso de las palabras y no las usa a la ligera. El regalo de bell hooks es también una invitación a reflexionar sobre las palabras que usamos cuando hablamos de amor. Expresiones como “estar destinados” o “amor a primera vista” nos hacen creer que no tenemos agencia, que el amor es apenas una coincidencia.

2- La libertad

El amor debe estar arraigado en la libertad de quienes hacen parte de la relación. Somos libres de llegar, libres de estar juntxs y libres de irnos. Somos libres de pedir sin miedo y dar sin restricción. En el amor libre estamos listxs para dejar ir. “Necesitamos un movimiento feminista para recordarnos una y otra vez que el amor no puede existir en un contexto de dominación, que el amor que buscamos no puede encontrarse mientras no seamos libres”, nos recuerda bell hooks en Communion: The Female Search for Love (Comunión: la búsqueda de las mujeres por el amor).

El amor libre reta y cuestiona las ideas capitalistas de propiedad, dominación y acumulación. En una relación nadie es dueñx del tiempo, de la libertad o los sentimientos de lxs otrxs y nada se acumula: “ni la emoción, ni los momentos, ni los orgasmos, ni los días”, como dice una de mis amigas más sabias. Cuando amamos libremente, confiamos, hacemos compromisos, nos quedamos, damos y recibimos porque elegimos hacerlo, no porque tenemos que hacerlo.

3- La conciencia de la elección

“Puedes hacerlo sola. Eso no significa que tienes que hacerlo sola”. Este es quizás el regalo más valioso que me dio mi hermana.  Elegir implica revisar críticamente lo que queremos y diferenciar lo que debo querer (como mujer, como feminista, como pareja) y lo que genuinamente quiero (de lxs otrxs y de mí misma). Reconocer nuestras necesidades y deseos nos da la libertad para el amor honesto porque escogemos estar gracias a y no a pesar de nuestra autonomía. El regalo es un amor elegido, en el que escogemos cuándo y cómo queremos estar juntxs, todos los días, cada día.

4- El cuidado

Los dos significados de la palabra cuidado en inglés —(care): take care of (cuidar a alguien o algo) y care about (preocuparse por)— nos ayudan a entender este regalo.

Cuando amamos, nos preocupamos por los sueños, la historia, el dolor y los deseos  del otrx. Nos preocupamos por el yo y por el nosotrxs, abogamos por cada unx y por el otrx. Nos tomamos las palabras de lxs otrxs en serio y somos cuidadosxs en la forma en la que las usamos y el impacto que tienen. Creamos espacio para los sueños de lx otrx y alimentamos los propios, y respetamos los lazos, las redes y las relaciones que ya existen.

Cuando amamos también cuidamos de nosotros mismos, de lx otrx y de la relación y cuestionamos la idea de que el cuidado es solo responsabilidad de las mujeres. Compartimos el cuidado emocional, práctico y afectivo, y lo asumimos como una postura política y de transformación. Como dice Gabriela Wiener en un texto que publicó el New York Times, “Amar puede ser un factor de transformación social si lo vivimos desde una idea radical: cuidarnos mutuamente”.

5- El presente

A pesar de lo que nos enseñaron el patriarcado y la religión, no hay eternidad en el amor feminista y, sin embargo, en cada momento existimos plenamente. En el amor no puede haber ultimátums, como dice mi amiga Paola: no hay para siempres, no hay es hora de casarse porque nos deja el tren, no hay condiciones inamovibles. En cambio, existe cada momento que decidimos estar juntxs; cada prueba, error y aprendizaje; cada baile y cada día. El amor se transforma en el tiempo y el espacio.

6- La obra de amar

Amar, el verbo, es un trabajo, una obra, diaria y compartida. A través de Rilke, su poeta favorito, mi abuelo me dio el regalo de entender el trabajo de amar. Decía Rilke en sus cartas:

"También es bueno amar, pues el amor es cosa difícil. El amor de un ser humano hacia otro: esto es quizás lo más difícil que nos haya sido encomendado. Lo último, la prueba suprema, el trabajo final, ante la cual todas las demás tareas no son sino preparación.

“Quien ama, debe intentar comportarse como si tuviera ante sí un gran trabajo: debe estar muy solo y entrar en sí, concentrarse y consolidarse; debe trabajar, ¡debe convertirse en algo!”

7- El placer

En el amor feminista hay espacio para el juego, el placer y el gozo. Que el amor requiera trabajo no significa que excluya el placer. Todo lo contrario. A las mujeres quisieron quitarnos el placer al asociarlo a la vergüenza. Recuperarlo como propio es un acto de amor y liberación. En este amor todas las partes honran el placer y el gozo —sexual y no sexual— y la satisfacción de lx otrx. El sexo se libera de vergüenza, de presión, de culpa y se llena de libertad, posibilidad y disfrute. Un amor feminista nos obliga a reflexionar sobre el dolor y el placer de una forma sana y a crear espacio para ambos.

8- La  reciprocidad

Amar no puede ser un referendo de igualdad, dice mi profesora Zoe Marks. Las relaciones son desiguales por naturaleza: no siempre queremos lo mismo y no existe una obligación para que esto sea así. Sin embargo esa “desigualdad natural” no puede, de ninguna manera, traducirse en un juego de dominación. Hablar desde la reciprocidad nos permite acercarnos a nosotrxs y a lxs otrxs con empatía y apertura para reconocer y honrar sus deseos, anhelos y quereres.

Amar desde la reciprocidad es una invitación a pensar en una distribución justa del trabajo emocional y de cuidado en las relaciones sexoafectivas. El trabajo afectivo, espiritual, emocional y sexual al ser compartido y recíproco, es también dinámico en el tiempo. “Equitativo no significa siempre lo mismo. Significa ponerle igual atención a las necesidades de cada persona. No tiene que significar una distribución miti-miti o tener una tabla de mando diaria, pero uno sabe cuando el cuidado no está distribuido equitativamente”, escribe Chimananda Nogozi en Querida Ijeawele: cómo educar en el feminismo.

9- La solidaridad

Amar solidariamente requiere honrar y reconocer la relación entre amor, poder y política: decidir a quién y cómo amar es un acto político que libera y limita a la vez. Debemos aspirar a amar de tal forma que tanto quienes amamos como nosotrxs nos sintamos liberadxs.

Amar solidariamente es también tener la valentía de desempacar nuestro propio equipaje —de relaciones, traumas, identidades, lealtades, opresiones, privilegios— y apoyar a lxs otrxs mientras hacen lo propio, para decidir qué dejar atrás y qué mantener para el resto del viaje individual y conjunto. Esto solo es posible si vemos con sensibilidad las injusticias que cada uno ha sufrido y perpetuado. Amar solidariamente es, finalmente, permitirnos y permitir ser la persona que cada unx quiere ser.

Sofía Salas Ungar https://ift.tt/eA8V8J

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