Es momento de despertar. Este viernes de la Semana Global de Acción por el Clima, VICE Media Group presentará únicamente historias relacionadas con la actual crisis climática. En este enlace podrás conocer a jóvenes líderes de múltiples lugares del planeta y entender con ellxs cómo tomar acciones.
A esta Bertha también la trataron de matar. Tres hombres armados con machetes, apostados al lado de un Toyota negro, acorralaron el vehículo en el que ella viajaba junto a dos personas más hacia una comunidad indígena. Gracias a una maniobra rápida, la comitiva logró esquivar los golpes de machete, las piedras que les lanzaron y la posterior persecución del Toyota, que tenía claras intenciones de que cayeran por el barranco de la ruta.
A esta Bertha también la trataron de matar. Pero zafó. Bertha Zúñiga Cáceres sobrevivió, a diferencia de su madre, la reconocida indígena hondureña y líder ambiental Berta Cáceres, quien fue asesinada en 2016, meses después de recibir en San Francisco el premio Goldman, también conocido como Nobel Verde.
Según investigaciones de Global Witness, entre 2010 y 2017 más de 120 personas murieron asesinadas en Honduras por fuerzas del Estado, guardias de seguridad o sicarios que las atacaron por oponerse a las mineras, los monocultivos y la construcción de represas. Mucho antes de conocer estas cifras, Bertha ya tenía noción del riesgo que corrían su madre y su familia por una serie de sucesos que vivió desde pequeña. Lo sospechaba porque no la dejaban ir y volver sola de la escuela. O por esa tarde en que acuchillaron a la chica que cuidaba de ella y su hermano. O por el momento en el que entendió que su adorada mascota, un perro llamado Chocolate, era en realidad un animal entrenado para defenderla ante cualquier ataque.
Por eso, cuando era todavía una niña, Bertha hija se plantó frente a Berta madre y le dijo: “Mami, ¿por qué no se dedica a otra cosa? Trabaje de maestra, así va a tener un sueldo fijo y nadie la va a amenazar”. La respuesta, seguramente en un lenguaje más apropiado para una chica, fue tajante: “Esta lucha es muy importante, hay que hacer sacrificios y va a tener frutos. Yo no voy a permitir que mis hijas sean unas apáticas”.
Si hay algo que Bertha no es, es una persona apática. Creció a la par con el Consejo de Organizaciones Populares Indígenas de Honduras (COPINH), que fundó su madre en 1993. Desde pequeña la acompañaba a las reuniones, escuchando atenta, a veces aburrida, jugando, durmiendo. Fue en esas jornadas donde conoció de cerca la desnutrición de niños y niñas indígenas y leyó guías de educación popular que explicaban de manera simple conceptos como el capital y la plusvalía. También comenzó a participar de talleres de comunicación y asistía a radios comunitarias para narrar al aire los cuentos de Tolstoi que le mostraba su mamá.
Estaba en México cursando una maestría en Estudios Latinoamericanos cuando, la madrugada del 3 de marzo de 2016, le avisaron que habían matado a su madre. Sicarios forzaron la puerta de su casa, entraron y le dispararon. Esa misma mañana, Bertha volvió a Honduras y decidió no irse más, rechazando varias invitaciones de asilo político. Desde entonces se dedica completamente a la búsqueda de justicia por el asesinato de Berta Cáceres y a las múltiples tareas del COPINH, del cual es coordinadora general desde 2017.
Días después del homicidio, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos ordenó al Estado de Honduras adoptar las medidas necesarias para proteger a Bertha, a su familia y a los miembros de la organización. Por seguridad, la líder vive en una casa de refugio de mujeres víctimas de violencia doméstica, empresarial y política del COPINH en ciudad de La Esperanza, en el departamento de Intibucá. Esa casa es uno de los proyectos de Berta Cáceres, quien imprimió un sello antipatriarcal al COPINH y empujó las denuncias contra abusos sexuales a niñas indígenas.
—¿Vives con miedo? —le pregunto en videollamada.
“No. Esta lucha con miedo no se puede”, me dice del otro lado. “Hay momentos de miedo, pero no es lo que prima. Más bien se siente necesidad y urgencia de transformar esa cuestión que da miedo. Los niveles de impunidad, que son de arriba de un 92%, han posibilitado esta escalonada de ataques violentos, campañas de criminalización, juicios contra quienes defienden la tierra, asesinatos, desapariciones forzadas, recrudecimiento de prácticas disuasorias. Me ha tocado normalizar un poco condiciones en las que no me gusta vivir. Quienes somos hijas de lideresas sociales tenemos un anhelo de vivir en normalidad, pero nunca llega, sobre todo cuando también estamos en estas luchas. Esto se va a acabar cuando haya justicia para los pueblos”.
“Los pueblos indígenas y las mujeres somos la esperanza de este planeta y de la vida futura”.
Luego del golpe de Estado de 2009, el gobierno de Honduras otorgó una serie de concesiones a empresas nacionales y trasnacionales para explotar las tierras y aguas del país, que en muchos casos se encontraban en territorio indígena. Una de esas concesiones la dio a la empresa Desarrollos Energéticos Sociedad Anónima (DESA), que en 2012 comenzó la instalación de la represa Agua Zarca en el río Gualcarque: un lugar sagrado y crucial para la sobrevivencia de comunidades indígenas lencas.
Pobladores y pobladoras del lugar denuncian que la empresa falsificó sus firmas para inventar que habían aprobado la construcción en una consulta que nunca existió. En este escenario, el COPINH comenzó una fuerte resistencia contra el proyecto energético, lo que llevó a una escalada de represión y violencia que culminó con el asesinato del líder Tomás García en 2013 y con el de Berta Cáceres en 2016.
El año pasado condenaron a siete hombres como autores materiales del asesinato de Cáceres y este mes comenzó el juicio a David Castillo, presidente de DESA, a quien se acusa de haber sido el autor intelectual. Pero el COPINH afirma que aquí hay responsabilidad de la familia Atala Zablah —dueña de la empresa—, de funcionarios de gobierno y de militares.
“No creo que bajo las condiciones de este gobierno criminal logremos que los Atala sean encarcelados, pero la sentencia que se logró es importante porque sí señala que hay responsabilidad de otras personas por autoría intelectual. Para mí es un símbolo de esperanza para la gente en un país completamente desesperanzado. También puede ser una lección de cómo no hacer inversiones en proyectos a costa de la violación de derechos humanos”, dice Bertha.
Cuando tenía siete años, su padre fue encarcelado por derribar una estatua de Cristóbal Colón en medio de una manifestación colectiva del COPINH durante el llamado Día de la Raza. La intención: visibilizar la sangre indígena derramada durante la colonización. Una colonización que continúa hasta el día de hoy, dice Bertha, mientras alerta que empresas y bancos de Europa y Estados Unidos están financiando el desarrollo de megaproyectos energéticos que atropellan los derechos de las comunidades. Como Agua Zarca, financiada principalmente por el Banco de Desarrollo Holandés, institución a la cual Berta Cáceres envió cartas en reiteradas ocasiones y con la que tenía agendada una reunión un mes después de su asesinato.
“En Holanda se dicen tan respetuosos de los derechos humanos, que son ejemplo para el mundo, en cambio que Honduras es un país violador”, comenta la lideresa. “Pero lo que hizo este banco es un ejemplo claro de neocolonialismo: más del 51% de sus acciones son del Estado de Holanda, por tanto el Estado holandés tiene responsabilidad por la violencia que aquí ha sucedido. El dinero de la inversión europea permite el desarrollo de acciones de violencia. Muchos territorios en Abya Yala (Latinoamérica), sobre todo indígenas, viven esta situación por la transición energética que vive el mundo”.
Por todo eso, Bertha Zúñiga asegura que las llamadas energías limpias no son tan limpias en realidad y que continúa vigente la explotación de los países del norte global (como Estados Unidos y los que están en Europa) hacia los países del sur global (como los que están en Latinoamérica y África). “La explotación se hace a costa de nuestra vida y es muy grave que venga de países que se dicen referentes en derechos humanos. No es porque sean ambientalistas que quieren nuevas energías; nunca les ha importado el ambiente. Es porque se les va a acabar el petróleo para mantener este sistema económico. A los países que menos consumimos y a los pueblos que más hemos cuidado la naturaleza nos toca pagar el desastre que están produciendo las potencias económicas, el cambio climático”.
Aunque el panorama es hostil, ella tiene esperanzas. Confía en que la clave está en las mujeres y en los pueblos indígenas. Quizás por eso, cuando quiere hablar en plural, Bertha Zúñiga no dice nosotros; dice nosotras: a nosotras nos amenazan, nosotras creemos, nosotras hicimos, nosotras seguimos. Si bien el COPINH es una organización mixta, la lideresa dice que se ha mantenido firme gracias al trabajo de las mujeres.
“No es por una cuestión esencialista, es una cuestión de la realidad que los liderazgos que han logrado ser más coherentes y más cercanos al proyecto emancipador han sido los liderados por mujeres; mujeres que piensan en despatriarcalizar nuestras comunidades, nuestros procesos de lucha”, comenta. “Y las mujeres en Honduras, por estar al frente de los cuidados de la vida y de las familias, son las personas que menos migran y tienen este vínculo más sentido sobre la tierra. También son las personas más incorruptibles: cuando llegan empresas e instituciones del Estado que ofrecen sobornos, han sido firmes en sostener su lucha”.
Bertha Zúñiga tiene menos de 30, pero habla con temple de sabia. Trenza sus palabras con épica y cada comentario aparece como una enseñanza que hay que atesorar. “En esta crisis climática, económica y social que vive el mundo, los pueblos indígenas continuamos siendo un modo de vida alternativo frente a todo este consumismo, a esta idea de desarrollo que causa muchos impactos a la vida”, dice. “Ese capitalismo ha creado una idea falsa sobre nuestras necesidades, porque uno no necesita grandes recursos para poder vivir dignamente y feliz. Necesitamos mínimamente derechos elementales, respeto a la vida y a nuestra integridad. Los pueblos indígenas y las mujeres somos la esperanza de este planeta y de la vida futura”.
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