Tengo la fantasía narcisista de que los guionistas de series me siguen los pasos para copiarme la vida. Luego me doy cuenta de que quizá las series tengan la culpa de lo que hice con mi vida. Así que estamos igualados. Hace mil años mi esposo y yo vimos todas las temporadas de Big Love, la historia de una familia mormona polígama. La intolerancia religiosa o el rechazo social hacia los matrimonios plurales les llevaba a vivir una doble vida: de cara al afuera, aparentaban ser tres familias normales con sus casas independientes —en una de ellas habitaban marido y mujer; y en las otras dos, sus vecinas, dos madres solteras—, pero solo era la fachada, porque secretamente las casas estaban unidas a través de un patio trasero y un solo marido. Cómo me gustaba esa maldita serie. O, mejor dicho, cómo me gustaba la idea de no ser una solitaria pareja de dos hasta que la muerte nos separe, compartir la vida con tantas mujeres, llenarnos de hijos y cuidarlos entre todas.
Pero había un problema: ellas nunca se acostaban unas con otras y el único que podía ir de casa en casa era él. Así que me prometí a mí misma que, si alguna vez fundaba una polifamilia —sin caer en la tentación de la secta— o escribía una serie —lo que ocurriera primero—, las cosas iban a ser muy diferentes: intentaría no vivir detrás de una fachada, no seguiría a ningún profeta y procuraría ser una mujer perfectamente libre para ir de casa en casa.
Mucha agua ha corrido bajo el puente y ahora miro series sobre relaciones no monógamas, laicas y visibles, como una viejecita poliamorosa en su mecedora. Me siento con mis dos parejas en el sofá con una mantita y las vemos como devuelta de todo, con vergüenza ajena y propia. Odio las series sobre gente poliamorosa. No me interpelan, no me representan, reúnen todos los estereotipos de los que queremos huir, una experiencia que se vende como exótica y que es otra comedia romántica más: pareja monógama falsamente heterosexual conoce chica, chica les cambia la vida, los del trío se van a vivir juntos y tienen un bebé muy mono, nadie los entiende, luego todos los entienden. A grandes rasgos es el argumento de mi vida. Sin embargo, ¿por qué lo que está en la tele no tiene nada que ver con mi vida?
Solo un ejemplo: Yo, tú, ella, esa oda a la polimonogamia blanca de urbanización, jardincito, coche y bebé en camino, que no se diferencia mucho del amor burgués de toda la vida. Abundan las peripecias sobre la necesidad de adaptación del trío al mundo, en lugar de convertirse en un reclamo para que el mundo se adapte un poco a esas otras formas de estar en él, a ver si así lo cambiamos un poco. Por supuesto, mucho “yo”, mucho “tú”, mucho “ella”, pero brilla por su ausencia la reflexión sobre un nosotras, sobre el ustedes, sobre ellos.
Es verdad, las historias modernas ya no son sobre amores que deben esconderse sino sobre la lucha por hacerlos visibles en el heteromundo. Lamentablemente salir del poliarmario tampoco supone necesariamente una trasgresión o una declaración de guerra contra el sistema. Y me pregunto: ¿qué tanto las personas que hablamos de poliamor, como las que hablan demasiado poco, aunque lo practiquen, hemos colaborado en crear o en no desmentir lo suficiente estos clichés horrendos? Todos somos culpables de lo que no se está contando, pero también de lo que no se está contando bien. La falta de referentes, digo yo, solo puede suplirse ampliando y multiplicando la experiencia sin miedo a ser una anomalía y sobre todo sin miedo a no serlo, tratando de relatar lo vivido con su trazo grueso y sus manchurrones.
Odio las series sobre poliamorosos. De hecho, me senté a ver Trigonometry de HBO dispuesta a odiarla. Otro trío de un tipo y dos tipas. Para colmo es una pareja de negros que se enamoran de una blanca. ¿A qué están jugando? Otra vez mi vida y yo sin cobrar un dólar. Los guionistas de series nos investigan, nos despojan, no expolian. Luego nos banalizan y ridiculizan. Pero me equivoqué. En la serie se habla de dinero, ni piensen que me voy a creer una serie que no hable de dinero. Punto a favor. Habla de enfermedad mental y ataques de pánico. Habla de las arduas relaciones con sus familias de señores y señoras londinenses. Habla de homosexualidad como algo de lo que se parte, no a lo que se llega. Habla de racismo. Habla de afectos y cuidados mutuos. Habla tanto de amor como de otras cosas y eso sí se parece más a mi vida. En conclusión: esta no es una serie sobre poliamorosos y por eso me gusta.
Un día no muy lejano, hablar de tríos o grupos de gente no monógama será como hablar del clima. Y ese día, seremos todos más felices. Aunque yo tenga que buscarme otra forma de ganarme la vida.
Este texto es la cuarta entrega de Conejilla de indias, una columna de Gabriela Wiener en la que escribe sobre ser una cuy en tómbola que no sabe en qué cajita meterse. Léela todos los meses en VICE.
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