Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.
Asistí a una escuela preparatoria agrícola en Nueva Inglaterra donde aprendíamos a atender perros y gatos junto con las clases de matemáticas e inglés. El primer y el segundo año fueron fáciles, pero en el tercer año, todos comenzaron a hacer chats grupales para enviarse las respuestas de los exámenes una y otra vez. Decidí tomar el asunto en mis propias manos cuando llegó el momento de prepararse para la universidad, porque algunas de las respuestas que obteníamos en esos chats no eran correctas. Se me ocurrió el plan que finalmente me llevaría a la universidad en el verano anterior a mi último año: me hice muy buena amiga de mis maestros.
Se me ocurrió la idea cuando trabajaba en una sala de cine. Mis jefes no eran mucho mayores que yo, y me acercaba mucho a ellos y me contaban los dramas más recientes cuando salíamos del trabajo. Básicamente, usaba esto como palanca para persuadirlos de que me dieran mejores turnos. Fui un poco manipuladora, pero no lo hice para obtener una mejor paga. Solo quería levantarme más tarde y cosas así.
Cuando apliqué esto a mi carrera académica, comencé con mi profesora de historia y sociología. Como la tenía en dos clases, nos veíamos varias veces al día. Se distraía con mucha facilidad, y un día salió el tema de que tenía muchos problemas en casa: su esposo estaba enfermo y tal vez iba a perder su empleo, tenía gemelos que asistían a la universidad y tenía miedo de no poder seguir costeándolo. Me acerqué a ella y hablamos durante la sesión de estudio. A partir de ese momento le preguntaba a diario cómo iba todo. Parecía no tener amigos, así que cuando se dio cuenta de que yo escuchaba todo lo que tenía que decir, empezó a contarme todo.
Me siento mal de que ella fuera un blanco tan fácil, pero terminó confiando en mí más de lo que debía. Me dio su número de teléfono y nos enviábamos mensajes de texto. La ayudé con algunas tareas que me encargó. Yo visitaba su salón de clases todo el tiempo, y cuando ella salía, me ponía a buscar en su escritorio las respuestas de los exámenes, les tomaba foto y las ponía de fondo en mi teléfono. Durante los exámenes, colocaba el teléfono en mi regazo.
Después de eso, me di cuenta de lo fácil que era manipular a los maestros solitarios, así que hice lo mismo con mi maestro de economía y algunos otros. Descubrí qué clubes estaban organizando, e incluso si no estaba realmente interesada en alguno, simplemente asistía. Me ponían a cargo de las actividades, y por lo tanto, me dejaban en sus aulas con todos los demás estudiantes. Hice eso con cuatro de mis siete clases, las otras tres eran muy fáciles.
A mediados de año, cuando comencé a darme cuenta de lo mala que era realmente la vida de mi profesora de historia y sociología, fue cuando comencé a sentirme culpable. Pero si bien hice trampa, no es como si hubiera engañado a alguien directamente. De hecho fue una situación en la que todos salíamos ganando: ella consiguió desahogarse con alguien y yo obtuve un montón de becas para las siete escuelas a las que envié mi solicitud. Aún sigo en contacto con esa maestra. Vamos a almorzar a veces, y me siento muy mal. Nunca podría decirle cómo o por qué nos hicimos amigos.
Mientras tanto, me está saliendo el tiro por la cuata, porque no tengo idea de lo que estoy haciendo académicamente.
Lo anterior fue editado y condensado para mayor claridad.
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