Artículo publicado originalmente por VICE Reino Unido.
Un trabajador del dispensario de marihuana Maxcy, en Maastricht, se acerca a tres turistas franceses algo nerviosos con una pregunta rutinaria. El que parece el líder del grupo entrega un pasaporte y una carta, mientras que sus dos amigos echan un vistazo antes de entrar al establecimiento. Esta parece ser su primera visita.
Después de examinar la carta, el guardia de seguridad lo deja entrar al primer tipo. Ahora es el turno de los otros dos: ambos viven en los Países Bajos y son menores de 18.
El empleado de Maxcy no habla, simplemente se limita a extender la mano, esperando una carta que incluya una dirección holandesa, pero no hay ninguna carta. Los dos chicos franceses intentan hacerse los sorprendidos, pero saben cuál es el procedimiento: si no puedes demostrar que vives en los Países Bajos, no te permiten la entrada a un dispensario de marihuana.
“Vinimos a visitar a un amigo el fin de semana”, explica Jacques, que prefiere no dar su apellido. “Queríamos intentarlo, pero ahora él tendrá que conseguir la marihuana y la fumaremos en otro lado”.
Los últimos años no han sido fáciles para los turistas amantes de la marihuana que visitan los Países Bajos: ¿pueden o no entrar en estos establecimientos? Su confusión es comprensible: la política de los llamados ingezetencriterium, que significa algo como “criterio de residencia”, sirve como repelente para los turistas y ha sufrido diversas modificaciones desde que se concibió. La norma se aplicó a nivel nacional después de que lo que empezó siendo un problema local se convirtiera en una polémica internacional.
Maastricht se encuentra en la parte más meridional de los Países Bajos y limita con la provincia belga de Flandes en el este, salpicada de pequeños pueblos en los que se habla flamenco. La autopista A2 proporciona una vía rápida para conseguir gasolina más barata para la gente que vive en Maastricht; Alemania, Francia y Luxemburgo no están a mucha distancia en coche. Maastricht es una de las ciudades más antiguas de los Países Bajos y, en parte, ese es uno de los motivos que atrae a los turistas. La mayoría de los turistas son parejas de alemanes jubilados aficionados a la vlaai, la famosa tarta de la ciudad. Sin embargo, ha aparecido otro tipo de turistas: los que visitan el pueblo únicamente por la marihuana. A los habitantes de Maastricht no les ha hecho mucha gracia.
“El público que reciben los dispensarios es una molestia”, explica Gerd Leers, que ejercía como alcalde de Maastricht cuando se inició el conflicto, y que en 2007 se dio cuenta de los problemas que había en torno a los dispensarios y que se habían convertido en una cuestión política.
Leers representaba al CDA, un partido conservador. Este grupo político mantenía cierta postura liberal en cuanto al debate sobre la política neerlandesa respecto al cannabis, penalizando la producción, pero permitiendo la venta en los establecimientos conocidos como coffee shops. “Creo que es hipócrita”, dice Leerds. “Eso obliga a los coffee shops a obtener la marihuana de manera ilegal, y desde la Administración es algo muy complicado de gestionar”.
Por ese motivo, la gente que nunca ha pisado un coffee shop asume de manera automática que no son lugares de fiar. Los residentes de los vecindarios en los que hay coffee shops tienen problemas a la hora de encontrar aparcamiento y se desesperan porque siempre hay algún problema, causado principalmente por los camellos que merodean por los bloques cercanos a esos establecimientos. “Era desalentador”, suspira Leers. “A veces, los visitantes de los establecimientos iban acompañados de esos tipos desde el momento en que cruzaban la frontera. [Los camellos] no solo querían vender marihuana, sino también otros tipos de drogas”.
De repente apareció una solución: ¿qué pasaría si los coffee shops se trasladaran fuera del centro de la ciudad? El exalcalde Leers estaba a favor: “Pensamos en un área industrial cerca de la autopista. Allí podríamos controlar las cosas más fácilmente, y ya no habría más problemas en el centro de la ciudad”.
Una empresa consultora, contratada por la ciudad, diseñó una maqueta digital a escala de la futura salida de la autopista que llevaría a unos coffee corners situados a pocos kilómetros de Maastricht, al lado de la frontera con Bélgica. A los vecinos belgas no les gustó demasiado la idea.
“Esos coffee corners se convertirían en una especie de McDonald’s del cannabis”, dice Mark Vos, que en 2007 ya era el alcalde del pueblo flamenco de Riemst. “Sales rápidamente de la autopista A2, recoges la marihuana y sigues tu camino. Maastricht iba a exportar su política de tolerancia a las drogas a los municipios vecinos, y eso no nos interesaba”.
El alcalde se alió con otros dos municipios belgas y uno neerlandés. Juntos, interpusieron una demanda para impedir que los coffee corners de Maastricht llegaran a materializarse.
Ese período convirtió una disputa local entre municipios vecinos en un conflicto internacional, ya que existía una frontera política entre Maastricht y los pueblos que se oponían a la medida. El Gobierno holandés se sentía avergonzado por tener que enfrentarse a sus vecinos de Bruselas porque, para empezar, nunca habían respaldado las políticas liberales de los Países Bajos. Políticos del ámbito nacional se vieron involucrados y, de repente, los problemas de estacionamiento de Maastricht aparecieron en las noticias internacionales.
El Gobierno de los Países Bajos es altamente susceptible, incluso se podría decir que totalmente alérgico, a las opiniones de los países extranjeros en cuanto a la política de regulación de sustancias, creada a base de compromisos y diseñada, al parecer, para situaciones libres de conflicto. Los belgas dejaron claras sus intenciones en la demanda: “Pensamos que las políticas de tolerancia no han funcionado y no los queremos aquí”, explicó Vos.
El secretario de Justicia holandés en aquel entonces llamó al alcalde Leers para hablar sobre otro posible plan: una tarjeta especial para visitar coffee shops que solo permitiera acceder a gente que se hubiera apuntado y estuviera registrada. El plan consistía en realizar un ensayo en la zona del sur del país, y más adelante la “tarjeta para conseguir marihuana” se implantaría a nivel nacional. Esta acreditación acabaría con el anonimato asociado a los coffee shops, pero al menos mantendría alejados a los turistas que van en busca de droga.
Leers estuvo de acuerdo porque “todas las ideas eran bienvenidas”. Después de eso, el nuevo alcalde Onno Hoes asumió el mandato y continuó con el trabajo de Leers de poner en marcha esta nueva política.
Pasó un tiempo antes de que el Gobierno mostrase oficialmente su rechazo a la petición de la tarjeta para consumir marihuana, pero el 1 de mayo de 2012, la provincias de Zelanda, Brabante y Limburgo iniciaron la prueba. Maastricht llevó a cabo una campaña publicitaria para informar a las regiones belgas de habla francesa sobre la nueva política: eligieron una banda sonora de punk rock y lanzaron un video en YouTube llamado “New rules no drugs Frans.mp4”.
Aragon Verhaaren, que en ese momento era el encargado de un coffee shop de Toermalijn de Tilburgo, en la provincia de Brabante, dice: “Tuvimos que introducir un sistema digitalizado y sacar fotos de los clientes. La gente no lo aceptó; algunos lo rechazaron rotundamente y otros empezaron a comprar en la calle”.
“En un día, pasé de cientos de clientes a solamente tres. ¡Tres!”, dijo Lisa Lankes, propietaria de un coffee shop llamado Pink en Eindhoven. “Entre un 8 y un 9 por ciento de la clientela venía de Bélgica, y eso no causaba ningún problema aquí, pero nos vimos obligados a introducir la tarjeta”.
No pasó mucho tiempo hasta que se llegase a la conclusión de que la idea del pase era un fracaso total. Tanto los residentes como los turistas evitaban los coffee shops, y eso abrió un nuevo mercado para los camellos. De un día para otro el hachís, la cocaína, la marihuana y las pastillas estaban al alcance de todo el mundo en cada esquina de Brabante y Limburgo.
A nivel nacional, el proyecto de combatir “la indignación pública y el comportamiento criminal” suponía tal prestigio político que Ivo Opstelten, secretario de Seguridad y Justicia en aquel momento, se dirigió a Maastricht con cámaras para ver de primera mano y corroborar que la tarjeta para obtener marihuana no estaba funcionando. De repente, el tema de los coffee shops y de la política en torno al cannabis recuperó el revuelo que había tenido en el ámbito nacional. Opstelten llegó y vio que sus normas habían creado un caos.
Entonces, Opstelten decidió eliminar la tarjeta y centrarse en “el criterio de los habitantes”, haciendo que solo fuese legal comprar marihuana si demuestras que vives en los Países Bajos al entrar en el establecimiento. Los estudiantes extranjeros y expatriados también eran bienvenidos a los coffee shops de nuevo, mientras que se prohibiría la entrada a los turistas. Se haría una prueba de este nuevo método en los pueblos fronterizos y después se aplicaría a nivel nacional.
Por su parte, los medios de comunicación internacionales informaron de que en poco tiempo Ámsterdam cerraría las puertas de sus famosos coffeee shops a los turistas, tal y como había planeado el Gobierno, pero finalmente eso no ocurrió. Eberhard van der Laan, en ese momento alcalde de Ámsterdam, llegó a un acuerdo con el secretario de Justicia: el pase para comprar marihuana no se introduciría en la ciudad. A cambio, miles de coffee shops cercanos a las escuelas se cerraron para demostrar que el alcalde se tomaba el problema de las drogas en serio.
A pesar de que el movimiento no tenía mucho sentido, van Der Laan pudo evitar el caos al que Maastricht se había enfrentado cuando empezó a prohibir la entrada a los turistas en los coffee shops.
El alcalde belga Vos estaba muy satisfecho con el resultado. “El hecho de que se haya convertido en un asunto que afecta a nivel nacional es algo muy positivo, incluso debería ser un conflicto europeo. Los Países Bajos son como el supermercado de drogas, la política de tolerancia es un fracaso”.
Finalmente, la tarjeta para comprar marihuana fue sustituida por un “criterio para los habitantes”, o “criterio de identificación” que no parece cumplir con lo que promete. Hoy, los distritos de los Países Bajos pueden decidir si dejan entrar a los turistas en los coffee shops o no. En Róterdam, Ámsterdam y Groningen son bienvenidos, mientras que en Brabante y Limburgo las normas establecidas son diferentes en cada pueblo. Sittard, en Limburgo, por ejemplo, decidió por un tiempo que se permitiría la compra a todo el mundo, pero cuando se inundó de una oleada de turistas que intentaban huir de las políticas más restrictivas de Maastricht, Sittard decidió seguir el ejemplo de Maastricht aplicando restricciones similares.
En los pueblos más liberales, como Eindhoven y Tilburgo, los ayuntamientos decidieron recibir de nuevo a los turistas. No fue un gran problema, la gente como Achmed, de la ciudad francesa de Lille, estaba contenta con la decisión. “Me gusta poder hacerlo de manera abierta, sin que suponga un gran problema”, dice refiriéndose a su colectivo. “En mi ciudad natal es todo un problema, mientras que en los Países Bajos no me siento discriminado por ello”.
Algunos pueblos en concreto que se quejan del criterio de identificación siguen dejando a los turistas en manos de los camellos de las calles, pero según el alcalde Vos, el modelo funciona. “Ha sido todo un éxito: ahora hay menos narcotraficantes, y no podemos obligar a nuestros policías a que vayan por todos los consumidores de droga y camellos de nuestros pueblos”.
La demanda que elevó el asunto a problema nacional se resolvió desfavorablemente para los pueblos belgas en 2014. El juez declaró que la denuncia era inadmisible porque el problema afectaba únicamente a la ciudad de Maastricht.
Por otro lado, las políticas en torno al cannabis vuelven a estar a la orden del día en los programas políticos nacionales. Después de años deliberando, el actual gobierno de los Países Bajos ha cumplido: se pondrá en marcha un nuevo proyecto experimental de venta legal de marihuana en diez pequeños condados; mantener a los turistas alejados sigue siendo una parte esencial del nuevo concepto de ley.
Thijs Roes https://ift.tt/2He97JX
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