Es difícil saber dónde terminan los efectos del temazcal y comienzan los de la marihuana. En una oscuridad casi absoluta, el agua se convierte en vapor en cuanto toca las piedras volcánicas, coloradas por el fuego necesario para elevar la temperatura hasta unos 45 grados. El calor y la humedad hacen que mis poros se abran para que los tópicos cannábicos que embarré sobre mi piel hace unos minutos penetren mis órganos y los efectos de la marihuana se hagan presentes.
De repente siento un sabor ácido en la boca, como cuando te cae bloqueador o abres el sobrecito de champú con los dientes. Además, desde el interior de mi cuerpo surge una ola de frío que termina por llegar a mi piel y hacerme temblar por escalofríos. Siento mi cuerpo sudar por cada centímetro de mi piel, pero de alguna manera el sudor se siente espeso, como si se tratara de un gel abriéndose paso por cada poro de mi epidermis. Faltan alrededor de 40 minutos y 12 abuelas calientes para concluir la ceremonia, y los cantos ancestrales de los hermanos que me acompañan en este viaje me están haciendo entrar en un trance pesado...
Los temazcales tradicionales —aquellos hechos de acuerdo con las tradiciones de los abuelos, transmitidos de generación en generación— están divididos en cuatro puertas, cada una con cuatro cantos. Durante cada puerta son introducidas más piedras volcánicas (calentadas previamente en una fogata que se enciende con una ceremonia) de manera que en la cuarta puerta todas las piedras se encuentran dentro del temazcal. Además, durante las diferentes puertas se realizan cantos: en la primera, se invoca a los espíritus para acudir a la ceremonia; en la segunda, se presentan los asistentes al temazcal así como sus intenciones; en la tercera, se dialoga con los espíritus y se hacen los rezos y peticiones; en la cuarta, se agradece y se cierra el temazcal. Pero a diferencia de los temazcales tradicionales, durante la tercera puerta del Temazcal Cannábico los presentes en la ceremonia nos embarramos ungüentos y aceites concentrados de cannabis para incorporar los poderes sanadores de la planta en este ritual ancestral.
Afuera, la luz de la noche y el calor de la fogata reúnen a los participantes de la ceremonia para compartir algo de comer y un poco más de yerba. Algunos hablan de la temperatura y otros más de la energía que sintieron. Otros más comparten conocimientos sobre marihuana mientras la mujer que llegó para tratar su artritis mira los productos de los diferentes colectivos mientras presume que los ungüentos cannábicos lograron calmar su dolor como no lo habían podido hacer otros temazcales.
“Casi siempre llega gente así, que no es consumidora ni tiene que ver con el movimiento”, me cuenta Nayret. “Y nosotros lo hacemos por esta gente. Por enseñarle los poderes de la marihuana a través de un acercamiento espiritual. Pero también ha sido una lucha que los abuelos de tradiciones temazcaleras acepten el cannabis como parte del ritual. Finalmente se trata de las personas que queremos un cambio, y lo que yo hago es luchar por la dignificación de la marihuana como una planta de poder”.
A pesar de estar encerrado con varios desconocidos en un diminuto espacio a temperaturas altísimas, la experiencia del Temazcal Cannábico se vuelve introspectiva y personal, pero de alguna manera ligada con la energía del lugar y de todas la personas presentes. Mi intención en esta ceremonia era vivir esta experiencia y adquirir un poco de este conocimiento ancestral, pero terminé recibiendo y dando mucho más, confrontando deseos y miedos mucho más grandes de los que en un principio esperaba. Pero se siente muy bien salir renovado, con la mente clara. Al terminar la ceremonia llega la hora de despedirse; agradezco a los espíritus por el conocimiento, a Nayret por invitarme a compartir la ceremonia, y a mis hermanos de Ocoyoacac por unas colas de medicina que me ofrendaron para continuar curándome en casa.
José Luis Martínez Limón https://ift.tt/2Pc4KjA
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