Artículo publicado por VICE México.
Esta investigación es parte de The Impact Files, una investigación global liderada por el Consorcio Internacional de Periodistas de Investigación (ICIJ), en la que trabajaron 252 periodistas de 36 países, entre ellos Quinto Elemento Lab, Mexicanos Contra la Corrupción y la Impunidad y la revista Proceso.
En dos décadas, Silvia Álvarez Vega no ha dejado de luchar para poder vivir con un marcapasos que la ha llevado, en incontables ocasiones, a las salas de urgencia. Apenas tenía 25 años, estudiaba Arquitectura en la Universidad Autónoma Metropolitana, cuando le diagnosticaron un bloqueo que impedía que su corazón bombeara suficiente sangre al cuerpo. El diagnóstico más improbable para una mujer que entrenaba con intensidad para competir en la liga nacional de Atletismo.
La única alternativa que le dieron los médicos para poner fin a los recurrentes desmayos era implantarle un marcapasos que estimulara su corazón. La primera vez que entró a quirófano fue el 4 de junio de 1997, en el Hospital Siglo XXI de la Ciudad de México.
El día que le instalaron el remedio, comenzó la verdadera pesadilla. Todo está plasmado en un expediente con cientos de páginas. “El marcapasos fue lo que me arruinó porque me la vivía en el hospital”, dijo una tarde de octubre sentada en el comedor de su casa de la colonia Roma, en la Ciudad de México. “Según la situación del marcapasos esa era mi vida. Es una vida robada”, dijo Álvarez, quien hoy tiene 49 años y una hija de 19.
Ella estaba a unos meses de casarse con Julián cuando le pusieron el primer dispositivo. Su hija Elisa apenas tenía un año cuando Silvia salió de una cirugía en la que intentaron reacomodarle un cable; Silvia pudo cargar a su hija muy poco en sus primeros años de vida.
En el comedor de su departamento, en la Roma Norte, están guardadas en cajas de cartón miles de hojas con los estudios y diagnósticos de especialistas y la papelería que presentó a docenas de instituciones, buscando que alguna tomara su caso. Lo que no ha ocurrido aún.
Ese desamparo, dice Silvia, le causó un dolor profundo. “El sentirme ignorada, condenada a llevar una vida a medias o menos que medias”, dijo.
Por eso comenzó a pintar. Los más grandes cuadros que descansan en el piso y las paredes de su pequeño estudio, retratan la impotencia y el dolor de esos días.
La pintura fue el recurso que ella encontró para hacer frente y procesar ese desasosiego que aún persiste. La batería del generador de su tercer marcapaso está por agotarse y será necesario que vuelvan a operarla a fines de este año, y hacer el reemplazo. Silvia Álvarez se aferra a seguir luchando. “Merezco una oportunidad por todo el daño que me hicieron”.
Andrea Cárdenas https://ift.tt/2OYP3MJ
No hay comentarios:
Publicar un comentario