Artículo publicado originalmente por VICE Canadá.
Una escena particular de Creed II se sintió como muchas otras que he visto antes: comienza con un golpe suave, una sacudida de la cabeza, y uno o dos saltos con la cuerda. Un ritmo musical ligero entra; lento al principio, con un repunte regular. Nuestro chico en cuestión —probablemente un holgazán poco educado, excampeón o un talento excepcional— se pone en modo de escena de cámara lenta; respiros largos, fuertes, sudor goteando de sus abdominales esculpidos. Y luego corre, hasta que termina trotando. Levanta pesas hasta que está agotado, y una hora más tarde, yo estoy en un gimnasio, hasta que jadeo con dificultad.
Esto es manipulación en su mejor expresión.
Normalmente, en una película, una escena recurrente como esta —mejor conocida en la terminología de Rocky como el montage de entrenamiento— sería una cosa mala. Los críticos la denominan como una fórmula; esa palabra barata para insinuar que algo es predecible, tedioso, y poco original. En los primeros 15 minutos de cualquier asociado de Rocky, ya conozco los compases de un ritmo que es familiar: el oponente que parece imparable, el duro régimen de entrenamiento, ese enfrentamiento emocionante, pero con una exploración seria y sutil de la ultra-masculinidad.
Desde que la franquicia de Rocky comenzó en 1976, los críticos han protestado en contra de su método de tropo, su método macho-cursi. Como crítico, se supone que debo odiar esta mierda; detestarla por las mismas razones por las que detesto un tuit de Kanye West; son idílicos, prolijos, y rutinarios—les falta la espontaneidad de la cinematografía que se se siente pura. Pero entre los argumentos de la franquicia alrededor de la masculinidad tóxica y la uniformidad en general, yo pregunto: ¿cómo puede una gran película de la franquicia de Rocky ser algo diferente a un remake de la película original de Rocky? No puede. No debería. Y francamente, deberíamos dejar de pedir que sea algo diferente.
Entiendo completamente el reflejo de querer cambio. Cuando Creed conoció por primera vez la hermandad de las Rockys que vinieron antes que ella, la carga de ser única mientras estaba rodeada de doppelgangers se sentía fuerte. Tenía que caminar y hablar como una película de Rocky, pero cargar con su propia identificación. El director Ryan Coogler, uniéndose a la cursilería de la fuerza muscular de los 80, con la mezcla de lo callejero de 2015 —cursilería de la calle— nos dio a un Adonis ‘Hollywood’ Johnson Creed (Michael B. Jordan), que llegaría con el peso del legado de un padre (Apollo Creed) y un sentimiento de abandono.
Avanzando hasta hoy, Creed II de Steven Caple Jr. se construye en la misma historia, pero en un nivel de trama más básico: oportunidades a las cuales enfrentarse con nombres antiguos (el hijo de Drago de Rocky IV es el gran antagonista), problemas con los papás en el fondo, probabilidades abrumadoras en el primer plano, y una finalización de perdedor-a-campeón. Nuestro montaje viene ahora con el rap de Vince Staples sobre los ritmos de Bill Conti; esparciendo sazón urbana sobre las sensibilidades de los 80. Opera bajo ese ritmo antiguo y bueno de Rocky, arreglado por una tradición clásica, sabiendo cuando honrar y minimizar los ritmos que perfeccionan esos momentos de macho alfa.
Ahora, no estoy afirmando que esta franquicia funcione a la perfección. El mismo Stallone como Rocky Balboa siempre fue romantizado como la caricatura condescendiente de la clase blanca trabajadora; el payaso natural de Filadelfia con momentos de sabiduría. El interés amoroso en Adrian permaneció como un forraje de fondo de película en película; los oponentes de Balboa todos se volvían más caricaturescos —y aún así— me encantaba la repetición que rodeaba todo ello.
No importa qué tan románticamente eran manejados los problemas del personaje, ese recorrido en una elevación simple a la grandeza —historia de éxito de un punto A a un punto B— se sintió reconfortante frente a lo excesivamente complicado. Coincidía con la forma en que yo lidiaba emocionalmente (en términos simplistas de problema vs. solución) con la adversidad. Y esa fórmula se sentía habitada.
Dejando el boxeo a un lado, siempre podía ver una parte de mí mismo en esas circunstancias de la pantalla.
De forma similar, mis propios problemas con mi propio padre, se sentían poco complejos dadas las circunstancias. Era un ladrón entre otras cosas, y me abandonó. Mi iniciativa para volverme mejor era igual de básica al tema de Rocky, quería ser mejor que él (cuando sentía que no lo era). Y como Adonis, estaba enojado, y mi viaje hacia un mejor yo, como Balboa, equivalía a leer, aprender, y dar lo mejor de mí incluso cuando me sentía exhausto. Ese ritmo simple del tema sonoro de Rocky simplemente presentaba esos sentimientos en un nivel fácil de identificar.
Creed II, como las entregas anteriores, adopta los temas que Sylvester Stallone escribió con una armonía, llevando soluciones simples para los problemas emocionalmente complicados. Simplemente sabe qué música poner, qué palabras decir. A pesar de las problemáticas que conlleva el hecho de que tipos fuertes se vuelvan más fuertes para lidiar con sus mierdas, la fórmula igual funciona. Sin eso, una película de Rocky deja de ser lo que es.
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