Artículo publicado por VICE México.
“Rutúa guieguí naxhi”, anuncia en zapoteco una mujer, desde el corazón del mercado tradicional de comida más importante del estado de Oaxaca: Tlacolula. En su lengua, dice que vende nieves. Ella es Francisca Cruz, tiene 58 años, es originaria del pueblo de San Bartolomé Quialana, bilingüe y vendedora de nieves artesanales en ese mismo punto desde 1975.
Frente a ella, cinco personas vacían lentamente el contenido de unas copas de cristal con varias bolas congeladas de colores. Nadie habla. Están absortos en su meta de llegar al fondo del recipiente y quizá pedir más. Alrededor es una verbena. Es domingo, el día de plaza. Basta echar un vistazo para encontrarse a pocos pasos de distancia con puestos de jitomates criollos, repisas de pan de yema recién horneado, niños vendiendo chapulines en los pasillos y un hombre tocando la trompeta sin tregua.
“Ya sólo hay de estas”, le dice a una chica que llega con cámara en mano a asomarse a la barra donde atiende. La zapoteca abre, una a una, las tapas de aluminio que cubren sus tinajas. Le regala pruebas en pequeñas cucharas a la visitante. “Cuesta 35 pesos la copa con tres bolas”, continúa.
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Detrás, el hijo de Francisca llena un vaso grande con agua fresca y lo corona con nieve de tuna. El líquido se pinta de rojo: acaba de preparar un aguanieve. Un anciano que vende mezcal en garrafas de gasolina espera por él del otro lado; le pasa un billete y le da un sorbo a la bebida.
“Es que hace tanto calor, que ni el mezcalito ayuda, mijo. Dios te bendiga a ti y a tu mamá”, le dice el viejo. Lejos, de nuevo, vuelve a chirriar una trompeta, vuelve a pasar un vendaval con olor a molienda de chocolate. Bienvenidos a la Nevería Mary. “Rutúa guieguí naxhi.”
Ollin Velasco https://ift.tt/2AAc0Ra
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