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viernes, 23 de noviembre de 2018

Estos son los santos a los que les rezan los criminales de América Latina

Si ojos tienen que no me vean.
Si manos tienen, que no me agarren.
Si pies tienen, que no me alcancen.
No permitas que me sorprendan por la espalda.
No permitas que mi muerte sea violenta.
No permitas que mi sangre se derrame.
Tú que todo lo conoces, sabes mis pecados pero también sabes de mi fe,
No me desampares. Amén.

Así comenzaba sus días el personaje ficticio Rosario Tijeras antes de salir a asesinar gente en la Medellín sicarial que ella protagonizaba. Las plegarias iban dirigidas al Santo Juez, una figura de devoción que alaban tanto buenos como malos. Esta oración y otros rituales, como besar a sus víctimas antes de matarlas o poner a hervir en agua bendita las balas con las que hacía sus trabajos, la ayudaban, según ella, a salir ilesa de sus encomiendas criminales.

Y a pesar de que ella misma decía que se encomendaba a buenos y malos, su relación con la relación católica a lo largo de toda la novela (llamada igual: Rosario Tijeras) es innegable. Siempre tuvo en su billetera estampitas de María Auxiliadora y del Divino Niño, no le faltaban los escapularios, que eran tres: el de las muñecas, para la puntería; el de los tobillos para lograr huir de sus enemigos; y el del pecho, para burlar a la muerte. Esos dos últimos fueron los que le hizo falta a Ferney, el mejor amigo del hermano de Rosario, cuando lo asesinaron. Al Divino Niño también se encomendaron, por igual y en la vida real, Pablo Escobar y el general Luis Alfredo Maza, el director del DAS en ese momento. Ambos atribuyen haberse salvado de los enfrentamientos mutuos a este santo tan colombiano.

Al final de la novela, Rosario muere desangrada en un hospital con los brazos en posición de cruz, cual Cristo redentor, a las 3:30 de la tarde.

El simbolismo, la religión y la superstición siempre han estado muy presentes no solo en el sicariato colombiano, sino en general en el hampa Latinoamericano. Desde México los narcos le rinden culto, por ejemplo, no solo a santos que el mismo crimen ha adoptado y glorificado luego del sincretismo español, como el Santo Niño Huachicolero, ahora el santo de los que roban combustible, sino a personajes que existieron dentro de su historia y fueron primordiales para los cárteles: San Heriberto Lazcano, uno de los líderes de los Zetas, o el Chayo, quien fundó a la familia Michoacana.

Lo mismo sucede en Argentina, donde los pibes chorros, los jóvenes delincuentes de las villas ,le rinden tributo a los suyos, como Frente Vital, un personaje mítico de las villas que delinquió desde los 13 años y murió por el presunto gatillo fácil de un policía. También existen figuras más folclóricas en este país a quienes se encomiendan los malandros argentinos, como Gauchito Gil, o Mate Cosido, una especie de Robin Hood argentino.

Aunque en el continente, nuestro hampa también coquetea con imágenes más oscuras, como la Santa Muerte, a quien le rinden culto desde sicarios colombianos hasta narcos mexicanos, pasando por pandillas como la pandilla centroamericana Mara Salvatrucha - 13 (MS-13), quienes le rinden culto obligatorio a esta controversial figura religiosa como intermediaria entre ellos y Satanás.

No podría saberse con exactitud cuándo empieza esta relación entre crimen latinoamericano y fe. Quizá la relación existió desde siempre, como el resultado de un instinto de protección, una necesidad de sentirse acompañado, por vivos o muertos, y de perder el miedo cuando se está obrando mal, arriesgando de paso la vida propia.

Algo que sí se puede afirmar con seguridad es que tanto la religión como el crimen, son frecuencias comunes a través de las cuales resuena el continente. Y aunque muchos de estos santos y figuras no son exclusivos de los criminales de nuestro continente, y le cumplen otros milagritos al resto de habitantes de Latinoamérica, sí son figuras de devoción para la ilegalidad. Es por esto que quisimos plasmar la relación que muchos criminales tienen con sus figuras de culto en esta galería, donde se evidencia nuestra cultura criminal en su mejor expresión, si es que podemos decir eso: catolicismo, superstición, tradición, historia, brujería y sangre, todo en uno.

San Judas Tadeo

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Altar de Jesús Malverde. Foto: Erin Lee Holland. | VICE en Español.

A diferencia de La Santa Muerte y San Judas Tadeo, ese personaje sí existió en la vida real. Fue un bandido de Sinaloa que robaba a las familias ricas del Estado hace más de 100 años. Se le conoce como una especie de Robin Hood mexicano, pero desde hace algún tiempo se le ha considerado como el santo de los narcotraficantes en el país.

Sus devotos le piden milagros para ayudarlos a cruzar drogas a Estados Unidos, a cambio le colocan altares con alcohol, flores, veladoras y marihuana. En los estados del norte del país su imagen es más reconocida que la de los santos católicos.

En aquella zona es usual ver playeras, estampas y murales con su imagen. Incluso se han construido capillas en su honor para que sus fieles le recen y su figura ha sido colocada en bastantes tumbas para cuidar el descanso de los capos del narcotráfico.

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