Todo con marihuana y nada sin marihuana. Las reglas eran simples, pero llegar hasta el final resultó más complicado: Desayuno, comida, cena, y cualquier otro bocado debía contener marihuana entre sus ingredientes. Únicamente me permitiría tomar agua y café sin cannabis para combatir la deshidratación y activar mi mente por las mañanas.
Además de lo divertido que me pareció pasar una semana comiendo exclusivamente alimentos cannábicos, hay una razón científica detrás de este experimento. Mi pequeña versión de Super High Me y Super Fat Me —algo así como un súper engórdame drogándome— nació por curiosidad, y para intentar arrojar un poco de luz sobre el debate de los comestibles del cannabis, uno de los temas delicados en la regulación de la marihuana.
En México, la iniciativa propuesta por Morena para la regulación de la marihuana —en donde se establece el autocultivo, los clubes, así como la comercialización de cannabis con fines recreativos— prohibe de manera tajante la venta de comestibles con marihuana. Por su parte, aunque Canadá liberó la venta de cannabis en 2018, todavía mantiene como ilegal la venta de comestibles; sin embargo, se espera que sean regulados en el transcurso de 2019.
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En el otro extremo se encuentra Estados Unidos, donde la venta de comestibles, junto con los extractos, es la rama de la industria con más crecimiento, de acuerdo con BDS Analytics. Tan solo en California, la venta de comestibles pasó de 18 millones de dólares en enero de 2018 a poco más del doble, 37.5 millones en agosto del mismo año. Y un estudio encontró que seis de cada diez consumidores de cannabis se inclina por los comestibles. Por otro lado, nunca se ha registrado una muerte por sobredosis de cannabis (aunque en 2017 un grupo de médicos afirmó que un niño murió por comer cannabis, pero posteriormente fue desmentido)… Entonces, ¿por qué prohibirlos?
Antes de comenzar mi experimento decidí asesorarme con el doctor Gady Zabicky, médico especializado en cannabis y presidente de la Asociación Mexicana de Medicina Cannabinoide, quien me dijo que los principales argumentos contra los comestibles cannábicos se centran en que es más difícil dosificar comestibles que marihuana fumada, lo que puede provocar experiencias muy desagradables en las personas, y porque el riesgo de ser consumidos por niños puede aumentar, al ser confundidos con golosinas sin cannabis.
Pero si algo nos ha enseñado la prohibición es que no funciona. Por eso, este experimento busca dejar evidencia empírica de que con dosis adecuadas se puede reducir el riesgo al momento de consumir comestibles de cannabis. Esta prueba es personal y no busco que mis conclusiones sean aplicables para cualquier persona que lea este texto; sólo quiero agregar un punto de vista a este debate que tiene que ver con los derechos humanos y la salud.
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En México es posible conseguir comestibles cannábicos por medio de diversos colectivos que navegan las áreas grises de la ley para compartir su comida en marchas, fiestas y eventos privados que se centran en el consumo. Para hacer esto de la manera más saludable posible y no pasar una semana comiendo sólo brownies cannábicos, recurrí a Amor del Verde, un colectivo que conocí durante la Posada Cannábica y que se especializa en comida con marihuana. Unos días antes de arrancar el experimento planeamos un menú que contaría con tres comidas al día, variando los ingredientes y las dosis de cannabis para mantener un vuelo estable durante esta semana de viaje. Toda la comida fue infusionada con extractos hechos en México con marihuana autocultivada.
Lunes - Día 1
Para empezar con la semana cannábica me regalaron un par de tamales infusionados con 20 miligramos de marihuana cada uno: uno de rajas y uno de dulce (De toda la comida que ingerí esta semana, estos tamales fueron lo único que no me preparó Amor del Verde. Fueron infusionados con flores de marihuana White Rhino, cultivada en México). Me comí el tamal de rajas y cerca de 30 minutos después de haber desayunado comencé a sentir los efectos del cannabis. Los colores se percibían más cálidos mientras una pequeña sonrisa se apoderaba de mi cara sin que lo pudiera controlar. Fue un inicio tranquilo pero certero; la misión había comenzado.
Al mediodía llegó el primer plato fuerte: una ensalada de lechuga con pepino, pollo, crutones y aderezo. El pollo y los crutones contenían la infusión de cannabis con 300 miligramos; una dosis seria, 15 veces mayor que la del desayuno. El sabor de la comida era fresco y balanceado; el cannabis apenas era perceptible, si es que no me imaginé el sabor.
Aún así, cerca de una hora después de haber ingerido la ensalada podía sentir mi estómago procesando la comida mientras mis extremidades eran abrazadas por lo que sólo puedo describir como unas ondas de sensación. Aquí la pacheca era evidente, mental y corporalmente muy presentes. Era como como estar muy pacheco en el sillón de mi casa pero con muchas más energías y en el lugar de mi trabajo. La música se escuchaba mucho más profunda y la computadora parecía resplandeciente. Hice mi mejor esfuerzo por mantenerme en un estado laboral y a las 6PM me fui a refugiar a mi casa.
En la noche me visitó un amigo, que me regaló un trago de mezcal cannábico. En realidad me sirvió un caballito, pero después del primer trago decidí no beber más. Quizá había saturado mis sentidos con cannabis, pero ese trago me hizo sentir muy cerca de la pálida, ese horrible sentimiento que llega al fumar demasiado o al combinar la marihuana con alcohol. Dejé de tomar y metí el otro tamal, el de dulce, en un bolillo para hacerlo torta y llenarme un poco más. Cené y algunos minutos después me fui a dormir; me sentía bastante marihuano.
Martes - Día 2
El segundo día salí de mi casa sin desayunar, porque en la oficina recibiría un poderoso desayuno abundante en energías y en cannabis: dos hotcakes con pasas cubiertos con jamón y tocino bañados en jarabe de maple cannábico, acompañados de un yogur con trozos de mango y miel de abeja cannábica. Una bomba de felicidad para el segundo día de la semana.
El jarabe de maple contenía 300 mg de cannabis; lo vertí todo sobre los hotcakes. La miel de abeja también contenía 300 mg; sin embargo, puse una cucharada sobre el yogur y guardé lo demás para desayunar el resto de la semana.
Por la tarde me invitaron a participar en un torneo de Mario Kart en un bar donde dan cerveza y hamburguesas para acompañar los videojuegos. Gané el torneo, por encima de todos mis contrincantes que bebían alcohol. Pero el verdadero desafío fue no comer hamburguesas ni tomar cerveza. Había pensado en lo difícil que sería comer tanta comida cannábica, pero nunca pensé en lo difícil que sería mantenerme alejado del resto de las comidas que tanto disfruto cuando estoy pacheco: aguantar el monchis.
Por la noche, cuando los efectos del desayuno se habían disipado por completo, el colectivo me invitó a degustar los platillos de prueba que planeaban servir en una cena gourmet que se realizaría el fin de semana. Era hora de conocer el espectro elegante de la cocina cannábica.
El primer plato consistía en una sopa de cebolla con crutones y aceite de oliva, con alrededor de 100 mg de marihuana por porción. Posteriormente llegó un plato de verduras al horno, infusionadas con mantequilla cannábica y acompañadas por una ensalada con vinagreta cannábica; este segundo plato contenía alrededor de 150 mg de cannabis.
El tercer tiempo era ratatouille, pero todos estábamos muy llenos y pachecos como para seguir comiendo, entonces nos fuimos a fumar un porro y a ver videos en la computadora. Después de 40 minutos de hipnosis digital y risas aisladas, en mero centro de la profunda pachequez, pedí un taxi y llegué a mi casa a dormir con los tenis puestos.
Miércoles - Día 3
Despertar ya me costó un poco de trabajo, como si la cama me estuviera jalando hacia ella. La estela de los efectos del cannabis todavía estaban presentes: la boca seca, risa y mis sentidos todavía en alerta. Además sentí el cuerpo, los ojos y mi existencia un poco pesados, como más nublado. Me tomé un vaso de agua y me sentí mejor. Así se siente despertar marihuano.
A partir de este día inauguré lo que se convertiría en mi desayuno cannábico oficial: manzana, papaya y plátano, bañados con una cucharada (o dos) de miel de abeja cannábica, para obtener un desayuno con 20 a 30 mg de cannabis. Me pareció la manera más efectiva de incluir marihuana en mis desayunos sin quemar todos mis cartuchos neuronales desde la primera comida del día.
Para comer, Amor del Verde me preparó un refractario con algunas de las cosas que cenamos el día anterior —ensalada y verduras— además del ratatouille que no probamos. Yo también pensé en rata chef de la película, pero este platillo estaba hecho con papa, calabacita, berenjena, jitomate y marihuana. Sumado a la ensalada con vinagreta cannábica y a las verduras, este platillo contenía cerca de 350 mg de cannabis.
Pasé el resto de la tarde inmerso por completo en cualquier actividad que ocupara mi mente. Era como estar muy fumado pero con una concentración absoluta; además todo se sentía más suave, como si estuviera atardeciendo en la playa. También el tiempo parecía tener menos importancia. Sin embargo, cuando regresé a mi casa, como a las 8 o 9 de la noche, mi cuerpo y mi mente estaban tan cansados como si fuera de madrugada. Así que me dormí.
Jueves - Día 4
El jueves inició la segunda mitad del experimento y decidí tomar un descanso, dentro de las reglas.
Desayuné fruta con miel de abeja cannábica y para la comida me preparé un sándwich doble (con tres panes) de jamón y queso, untado de hummus cannábico. Me dieron medio refractario, con alrededor de 150 mg de cannabis. Unté la mitad en el sándwich, alrededor de 70 mg de cannabis, y guardé el resto para después.
Por la tarde visité el cultivo de un amigo. Fumamos y el llamado fue escuchado: a los pocos minutos el monstruo del monchis se volvió a manifestar. De regreso a mi casa se me antojaron más que nunca unos tacos de suadero. Pensé que nadie me veía, y que en realidad no habría ningún cambio significativo por comerme un taco sin verduras. Pero no cedí. Se me hizo triste la idea de hacer trampa en mi propio experimento; sólo eran unos días. Llegué a mi casa, tosté un pan y le puse miel. Me tomé un vaso de agua y me dormí.
Viernes - Día 5
Como el jueves sólo cené un pan con miel, desperté más sobrio de lo que había estado los días anteriores, así que me tomé un café y me fui a trabajar sin desayunar para extender un rato mi lucidez.
Para la comida, el equipo de expertos cannabicos me hizo llegar una sopa de cebolla con 150 mg de cannabis y pasta con berenjena, crema, ajo y romero, infusionada con 200 mg de cannabis.
Dividí ambos platillos para la comida y la cena, y pasé el resto de la tarde viendo documentales de marihuana para descansar y estar listo para el último desafío: la noche de la cena cannábica gourmet.
Sábado - La prueba final
Desperté a las 11 de la mañana más descansado que el resto de la semana. Por la noche se llevaría a cabo la cena gourmet organizada por Amor del Verde, por lo que decidí sólo comer las cosas que tenía en mi casa. Desayuné fruta con miel y tomé un café. Para estas alturas, el desayuno cannábico era algo que podía manejar sin problemas, así que pasé el día haciendo mis habituales actividades: escuchar música, regar mis plantas, jugar videojuegos y leer. A media tarde me preparé un sándwich de queso con el resto del hummus cannábico.
La convocatoria fue un lugar que no puedo revelar, pero una vez adentro había un patio con varias mesas dispuestas para los comenzales, una barra de dabs con diferentes extractos, una barra de bebidas, un par de stands con flores y parafernalia cannábica, y un escenario donde a lo largo de la noche hubo presentaciones musicales en vivo. Sin embargo, esa noche, la estrella era la comida.
Los asistentes podíamos elegir entre tres menús: uno con atún, otro con res y uno vegetariano. Elegí el de res, y el primer plato consistía de una entrada de jamón serrano y pera, con 95 mg de cannabis. Estaba delicioso, aunque el cannabis era imperceptible. El segundo plato era una sopa de cebolla, que yo había probado en una degustación durante la semana pero que este día fue infusionada con 120 mg de cannabis. Después llegó el plato fuerte: un medallón de res en salsa de frambuesa, acompañado de puré de papa, con 180 mg de cannabis. Finalmente llegó el postre: strudel de manzana con helado de vainilla, con 105 mg de cannabis.
Ninguno de los platillos tenía un sabor a cannabis particularmente marcado. Aún así, no me tomó mucho tiempo darme cuenta de que en verdad estaban infusionados. Los colores de nuevo empezaron a parecer más brillantes y una euforia se generaba en mi pecho para recorrer mis extremidades, como si algo estuviera a punto de ocurrir en mi cuerpo. La música en vivo comenzó a ocupar el aire: primero música gitana, hip hop y finalmente sets electrónicos que hicieron que los comenzales, una vez terminada la cena, movieran las mesas para bailar en el patio.
Permanecí unas horas en la cena, sin probar un solo toque de marihuana por lo pacheco que me sentía en ese momento. Sin dudas puedo decir que fue el momento más intenso de la semana, y que es difícil llegar a ese punto fumando. Aún así todo fluyó. Me llené de comida, me reí mucho, me clavé en la música y me cansé. Finalmente, cuando mis ojos se cerraban del cansancio, después de una semana de comer todo con marihuana, pedí un taxi para llegar a mi casa y concluir el experimento.
Conclusión
Primero que nada, es importante hacer énfasis en lo que me dijo el doctor Gady Zabicky: cada persona tiene una reacción diferente a la marihuana, por lo que no se debe generalizar ningún resultado. Lo que aplica para una persona puede no aplicar para otra, por lo que al hablar de la marihuana, y en especial la marihuana medicinal, cada caso debe tratarse de manera individual.
Dicho eso, para mí fue posible pasar una semana comiendo exclusivamente alimentos cannábicos sin problemas. De hecho, al cuidar todos los platillos que ingerí esta semana me alimenté mejor que otras semanas, en las que compro comida en la calle y embolsada. En general me sentí bastante relajado, con menos prisa, y más al tanto de lo que ocurría con mi cuerpo y con mi mente. Por otro lado, conforme pasaban los días sí pude sentir un cansancio, sobre todo al final del día, después de dos o tres comidas cannábicas; o también al despertar, cuando las cenas del día anterior contenían una dosis alta de cannabis. El cansancio se iba cuando dormía más tiempo y tomaba agua.
En ocasiones anteriores se han hecho experimentos de la misma naturaleza. Además de los ya referidos documentales de Super High Me y Super Fat Me, un par de redactores de VICE pasaron una semana con estrictas dietas; una basada en alcohol y otra basada en garnachas. En el caso del redactor que pasó una semana con una dieta de puro alcohol, terminó por ocasionarse un desmayo y migraña. El redactor que comió garnachas durante una semana terminó con vómito, ojeras y ansiedad. En mi caso, lo peor fue el cansancio matutino y las ganas de comer cosas sin marihuana, pero nada más.
Y aquí es donde todo pierde sentido. Si tenemos permitido hacernos daño con garnachas y con alcohol, ¿por qué debería estar prohibida la comida con marihuana, que además no ha demostrado tener efectos adversos más allá de un malviaje? De nuevo, se trata de compartir la información correcta, conocer las dosis y decidir la mejor manera de relacionarte con tu comida, tus plantas y tu cuerpo. La prohibición sólo hace que todo sea más oscuro y confuso, y en el caso de la salud y los derechos humanos, creo que es momento de considerar a quienes están en el centro del debate: los usuarios.
José Luis Martínez Limón http://bit.ly/2SeUuN5
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