Artículo publicado por VICE México.
Detesto manejar. Cuando iba en la universidad pasaba aproximadamente 16 horas por semana al interior de un vehículo. Al mes eran 64 y al año 768. Mi carrera duró cerca de 8 semestres, o sea que, en total, podríamos calcular mi licenciatura en un trayecto de 3072 horas de estrés, contaminación, enojos y encierro: 128 días al interior de un vehículo. Cuando terminé de estudiar prometí no volver a los vehículos motorizados y me hice de una bicicleta que hasta la fecha me lleva por todos lados, sin enojos o estrés, salvo cuando cae una tormenta, se revienta una llanta o sucede una imprudencia.
A pesar de esto, la licencia para conducir tiene muchas ventajas en la CDMX, entre ellas que es un documento oficial. Esto quiere decir que está a la par de la credencial para votar expedida por el Instituto Nacional Electoral, tu cédula profesional y el pasaporte. Pero, ¿por qué es tan fácil renovarla? ¿Quién ha tenido problemas para realizar el trámite? Incluso antes había menos filas.
Basta con llevar una identificación vigente, comprobante de domicilio, 800 pesos mexicanos y 4 horas de tiempo. Para estas alturas tenía todo, lo que no quería era tropezarme con la burocracia y destinar tanto tiempo al trámite, así que, buscando alternativas y posibles distractores, llegué a una que me pareció atípica, inofensiva y extravagante: usar una peluca y quitarme de encima dos años capilares. Se preguntarán, ¿de dónde demonios sacas una peluca de pelo corto? Pues la tienda donde la compré ya está cerrada, pero hay varios lugares donde puedes comprarlas.
Llevo usando el pelo largo desde el último año de prepa y esta peluca viene desde ahí, pues las políticas arcaicas de mi bachillerato prohibían asistir a tomar clases con pelo largo —o pantalones rotos, aretes o cualquier cosa de “revoltoso”—, así que mi último año, cuando te sacan más fotos y mierdas por el estilo, lo pasé usando esta hermosa peluca con la única intención de no ceder ante las normas pendejas de mi colegio.
Fue así que el día de ayer, desde muy temprano, me arreglé el peinado y me monté la peluca, me desplacé a uno de los módulos de la tesorería cerca del metro Chabacano y saqué un turno para que me atendieran. Todo esto con la peluquita de Playmobil. Nunca pensé que nadie —o por lo menos la gente de ahí— notaría mi travesura, pero así fue, pasaron las horas, estaba harto, recordando lo horrible que es la burocracia y los trámites, hasta que después de mucho tiempo me hicieron pasar a un mostrador.
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Luis Carreño http://bit.ly/2ThbAaE
Muchas gracias por las excelentes ideas que nos muestran, ahora tengo una nueva idea de negocio; por otro lado les recomiendo el Blog automoción, para poder aprender mucho más.
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