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lunes, 7 de octubre de 2019

Alguna vez los humanos contribuimos a enriquecer la selva amazónica. ¿Podremos lograrlo otra vez?

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

Tras una intensa época de incendios provocados por el hombre, miles de hectáreas de selva amazónica han quedado calcinadas y el humo generado ha oscurecido el cielo de Sao Paulo. La catástrofe es de tal magnitud que ha causado preocupación a nivel internacional respecto al destino de la región más biodiversa del planeta.

Este verano ha habido decenas de miles de incendios provocados en distintos puntos de la Amazonia, hecho que convierte la destrucción de la jungla en un fenómeno puramente antropogénico promovido por el régimen de extrema derecha del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro. Habrá gente que piense que la ruina de la selva amazónica se debe a la presencia humana en la Amazonia, pero esta visión pasa por alto que a lo largo de la historia esta frondosa región siempre ha sido habitada por humanos. Para restaurar la Amazonia en el futuro, será necesario mirar al pasado y al papel que ha desempeñado la humanidad en esto.

En los últimos años, la comunidad científica ha acumulado abundantes pruebas que demuestran que la Amazonia ha sido moldeada por la mano del ser humano mucho antes de que los colonizadores europeos pusieran el pie en ella. Los pueblos indígenas, que llegaron a la selva hace al menos 10.000 años, alteraron el paisaje ecológico del bioma de un modo que, en general, ha pasado desapercibido, convirtiéndola en un importante purificador de aire para la atmósfera terrestre.

“Desde hace tiempo, la Amazonia se entiende como un espacio ‘natural’ ocupado principalmente por selva virgen”, dice Helena Pinto Lima, investigadora y comisaria de Arqueología del Museu Paraense Emílio Goeldi, en Belém, Brasil. “El mito de la selva prístina es tan poderoso que ha cegado a muchos respecto a una realidad cada vez más patente: que la región en realidad es un paisaje cultural”.

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Imágenes por satélite de los incendios el 20 de agosto de 2019. Foto: NASA

A diferencia de la devastación actual a la que se ve sometida la selva, los antiguos pueblos de la Amazonia contribuyeron a aumentar la diversidad y la fertilidad de la región a lo largo de innumerables generaciones. Los arqueólogos no han hecho más que empezar a desentrañar los misterios de esta compleja civilización precolombina, pero pruebas recientes sugieren que en la Amazonia habitaban varios millones de personas antes de la llegada de los europeos.

El genocidio y las enfermedades que llegaron con los colonizadores europeos diezmaron la población indígena de la Amazonia y durante los siglos siguientes se produjeron terribles episodios de violencia. Varios pueblos habían empezado a recuperarse desde hace unas décadas y en la actualidad viven cerca de un millón de indígenas en la parte brasileña de la región. Algunos grupos, como los guayayaras o los ticunas, cuentan con miles de individuos, pero hay comunidades compuestas por menos de 100 miembros, según el Instituto Socioambiental, un centro de investigación y de defensa de los derechos de los indígenas establecido en São Paulo.

Algunas tribus han permanecido aisladas en la selva, sin haber establecido jamás contacto con el resto del mundo. Incluso aquellas que han desarrollado fuertes vínculos sociales con comunidades no indígenas muchas veces siguen llevando a cabo las prácticas tradicionales de sus antepasados. Obviamente, la selva ya existía antes de que llegaran los primeros pueblos indígenas, pero gran parte de su abundantísima fauna y su capacidad restauradora del medio ambiente son el resultado directo de esas tradiciones, que consistían, entre otras, en la domesticación de las plantas, las quemas controladas y el enriquecimiento del suelo.

“Lo que está pasando en la Amazonia no es tanto un asunto de ‘la cultura contra la naturaleza’, sino una disputa entre dos modelos distintos de ocupación humana”, señala Gabriel Soares, estudiante de doctorado en Antropología en el Museo Nacional de Brasil, en Río de Janeiro.

“Uno de los modelos ha producido, a lo largo de miles de años, un bioma extremadamente diverso y que ha contribuido en gran medida y de formas muy distintas a la habitabilidad del planeta”, añade. “El otro, causante de los incendios que estamos viendo, puede tener un impacto negativo tremendo sobre todo el planeta”.

Los científicos han logrado reconstruir parte de la historia antropogénica de la selva mediante el estudio de especies de plantas autóctonas en miles de yacimientos arqueológicos. Un estudio de 2017 publicado en la revista Science reveló que las plantas domesticadas por los pueblos indígenas —como la nuez amazónica, la variedad de palmera Attalea maripa y el árbol del cacao— son cinco veces más abundantes cerca de estos yacimientos.

“Cuanto más cerca estés de un yacimiento arqueológico, mayor es la probabilidad de que una porción de terreno presente una gran abundancia y riqueza de árboles frutales y palmeras domesticados”, afirma Charles Clement, biólogo del Instituto Nacional de Investigación de la Amazonia en Manaus.

Muchos de los cultivos propiciados por los pueblos indígenas son especialmente efectivos en la absorción de carbono de la atmósfera. En un estudio se estimaba que el árbol de la nuez amazónica, que puede alcanzar los 50 metros de altura y vivir mil años, contiene el 1,3 por ciento del carbono de la selva amazónica.

Las implicaciones de este proceso de domesticación han trascendido las vidas humanas y han perdurado miles de años, creando un bioma esencial para mitigar la crisis medioambiental. Las nueces amazónicas, las palmeras y otros cultivos también han propiciado la biodiversidad sin precedentes de la cuenca del Amazonas, ya que estos frutos abrían nuevos nichos a especies silvestres autóctonas.

“La selva amazónica puede considerarse un patrimonio natural y cultural de importancia mundial porque contiene el legado de la interacción con el ser humano y con muchas otras especies”, señala Carolina Levis, ecologista de la Universidad Federal de Santa Catarina en Florianópolis, Brasil.

Un ejemplo significativo del impacto de la actividad de los indígenas en la Amazonia es la llamada terra preta (tierra negra), un tipo de suelo producto de milenios de ocupación humana y de la carbonización de biomasa. Depositada junto con el compost, el abono, la cerámica y la biomateria muerta generada por los antiguos asentamientos, esta mezcla calcinada enriquecía con nutrientes el suelo de la Amazonia.

Levis recalca que existe una gran diferencia entre las técnicas modernas de tala y quema que están destruyendo la selva y las quemas que llevaban a cabo los pueblos indígenas para gestionar el entorno y producir terra preta.

Hay que diferenciar entre la quema ilegal dirigida a crear un espacio para el negocio agrícola y otras prácticas agrícolas locales”, explica. “Tenemos mucho que aprender de las sociedades indígenas que han desarrollado esas quemas controladas tan sofisticadas sin provocar una deforestación masiva”.

Los métodos de los indígenas suelen consistir en crear pequeños fuegos a partir de biomasa vegetal cubierta de tierra o paja en una rotación por parcelas de tierra distintas en cada estación. Este método no solo reduce el riesgo de que se produzcan incendios no controlados, sino que permite que la mitad del carbono emitido por la biomasa se quede en el suelo, evitando así la emisión de gases de efecto invernadero. Un estudio de 2006 sugería que hasta el 12 por ciento de las emisiones de carbono causadas por el ser humano podrían contrarrestarse pasando de la tala y quema a la tala y carbonización.

Además de ser beneficiosa para el medio ambiente, la terra preta se considera uno de los suelos con más nutrientes de la Tierra.

"Hoy día se busca este suelo para la agricultura”, dice Eduardo Góes Neves, arqueólogo de la Universidad de São Paulo. “Es un suelo muy productivo y tiene una propiedad muy interesante para las latitudes tropicales: que es muy estable. No sufre lixiviación (pérdida de nutrientes)”.

Este es un gran ejemplo de cómo una tradición local puede generar beneficios globales. Por desgracia, muchos de los yacimientos que muestran señales de intensa influencia indígena están concentrados en la zona sur de la Amazonia, que actualmente está sufriendo una transformación antropogénica muy distinta: una deforestación acelerada y graves incendios.

“Los incendios que se están propagando libremente por el sur de la Amazonia se han producido precisamente en zonas de selva que se estiman altamente antropogénicas”, señala Clement.

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Mapa de incendios forestales, del 15 al 22 de agosto de 2019. Imagen: Joshua Stevens / NASA

La mayoría de ellos se inició para hacer espacio para granjas, ranchos y otras formas de extracción de recursos. Aunque este proceso se repite cada año en la Amazonia, el de 2019 ha sido especialmente intenso porque Bolsonaro se niega a hacer cumplir la legislación y las medidas de protección del medio ambiente. Como consecuencia de ello, la deforestación se aceleró y ha dado lugar a los catastróficos incendios de este año.

“Durante la campaña de Bolsonaro y los primeros siete meses de legislatura, ya dejó claro que este tipo de actividad ilegal es aceptable en la Amazonia”, dice Clement.

Lo más lamentable es que la devastación representa una amenaza a la propia existencia de las culturas indígenas cuyas prácticas tradicionales han contribuido a enriquecer la selva.

Esos riesgos no son inesperados, teniendo en cuenta que Bolsonaro llevó a cabo una campaña abiertamente hostil contra los derechos de las tribus y las comunidades que habitan la selva.

“Bolsonaro tiene una malísima reputación en todo el mundo y se la merece, porque es una persona horrible”, afirma Neves. “Si algo bueno se puede sacar de esto es la constatación de que cuando estos tipos asumen el poder, este es el mundo que nos espera. No hay ni atisbo de consideración por el futuro, ni espíritu constructivo ni compasión. Solo destrucción”.

El rechazo a Bolsonaro, tanto en Brasil como a nivel internacional, supone una presión añadida sobre su administración. Bolsonaro se ha indignado tanto por la respuesta internacional que difundió la información no contrastada de que las ONG están detrás de estos incendios tan intensos.

Esto alimenta las teorías de la conspiración que distorsionan los motivos de las asociaciones entre organizaciones conservacionistas y grupos indígenas. Los esfuerzos del presidente por enturbiar el asunto desinformando al público quedaron en evidencia tras la filtración de una presentación del gobierno en la que se defendía la construcción inmediata de mega proyectos, como autopistas y puentes, para frenar la labor internacional de protección de la Amazonia.

Muchos pueblos indígenas y los grupos que los apoyan esperan que, al ponerse el foco internacional en los incendios de la Amazonia, se redoblen los esfuerzos para proteger los territorios indígenas demarcados. La preservación de la selva depende también del cumplimiento riguroso de la legislación medioambiental y de la implementación de un sistema de gestión territorial y forestal indígena a mayor escala.

“Decimos no a la minería en nuestra tierra, no a la deforestación”, dijo O-É Kaiapo Paiakan, miembro del grupo indígena Xinguan, en un video reciente publicado por el Instituo Socioambiental. "No más invasiones y falta de respeto. No más pesticidas en nuestros ríos y alimentos, no más incendios delictivos en la selva. Estamos con ustedes en la defensa de la Amazonia”.

Neves acaba de volver de la selva y vio de cerca los desoladores efectos de la deforestación y los incendios. Pese a ello, se siente alentado por el efecto galvanizador que la catástrofe ha tenido en la población de Brasil.

“Veo mucha destrucción e incendios, sobre todo en el suroeste de la Amazonia, pero también veo a mucha gente hacer labores maravillosas, como la agrosilvicultura o el fortalecimiento político de los pueblos indígenas”, señala Neves.

“Son los indígenas los que nos pueden enseñar cómo recuperar esta selva maravillosa”, dice. "Creo que todavía hay esperanza”.

Becky Ferreira https://ift.tt/2ZKfksp

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