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martes, 22 de octubre de 2019

Mi romance con un narcotraficante colombiano

Este artículo apareció originalmente en VICE Estados Unidos.

Los gángsters no son conocidos por sus actitudes progresistas. Esto es especialmente cierto cuando se trata de sexualidad; varias organizaciones criminales diferentes, desde la mafia italiana hasta la MS13, asesinan rutinariamente a cualquiera de sus miembros si sospechan que es parte de la comunidad LGBTQ.

Por eso, me sorprendió enterarme a través de un contacto colombiano mío, quien estuvo en una cárcel del Reino Unido por tráfico de drogas, que en su país de origen había conocido a una joven trans que tenía un romance muy abierto con un narcotraficante colombiano. Según la joven, él estaba profundamente enamorado de ella y era una relación muy aceptada por la mayoría de los miembros de su organización.

Fue una relación que surgió en parte debido a la severa dificultad de ella de crecer como una persona trans en un hogar conservador. Cuando era adolescente, Gabriela se vio obligada a abandonar su hogar debido al abuso que sufría a manos de su padre, un cristiano fundamentalista, y terminó en las calles. Dijo que un encuentro casual con un narcotraficante local cambió su vida, aun cuando el peligro y la violencia del narcotráfico siempre estuvieron presentes. Esto es lo que me contó.


Durante mis primeros años, nunca imaginé que me involucraría con narcotraficantes y que estaría en las calles. Mi papá era abogado y me pagó una escuela privada. Tuve una crianza cómoda desde el punto de vista económico, y mi vida habría sido relativamente fácil de no haber sido transgénero.

Supe que era una niña atrapada en un cuerpo masculino desde muy joven, y en secreto solía vestirme como niña en la casa de un amigo gay. Anhelaba poder hacer lo mismo frente a mi familia, y finalmente un día decidí que ya era hora de dejar de vivir una mentira y decirle a mi papá que era transgénero.

Decir que no lo tomó muy bien es un gran eufemismo. Es muy religioso y estaba furioso. Me golpeó despiadadamente y me llevó a su iglesia al día siguiente, donde trató de obligarme a aceptar un exorcismo para que expulsaran la homosexualidad de mi ser. Pensé que era algo ridículo y me negué, lo cual lo enfureció aún más. La situación se volvió tan insostenible que finalmente me fui de casa para vivir en las calles.

La primera noche no tenía dónde quedarme; dormí en un parque local, en el que me encontró una amiga transgénero al día siguiente y me llevó a conocer a una proxeneta que dijo que podría ayudarme a ganar algo de dinero. Se trataba de una mujer trans mayor que quería que vendiera mi cuerpo. Me negué rotundamente, así que me dio un cuchillo y un poco de gas pimienta y me dijo que en lugar de eso podía cuidar a las prostitutas y asegurarme de que nadie más, aparte de los clientes, llegara a las calles en que ellas operaban. También era responsable de robar a punta de cuchillo a los borrachos que por error pasaran por esas calles. Mi estilo era muy gótico en ese momento, así que solo Dios sabe lo que la gente debió haber pensado de esta pequeña chica adolescente que patrullaba las calles con un cuchillo. Seguramente mi aspecto era perturbador.

Después de un tiempo, pasé del robo en las calles al robo de tiendas a punta de pistola. Lamentablemente, las cosas que tuve que hacer para sobrevivir eran comunes para las personas en ciertas áreas de Colombia. Las calles en las que pasaba la mayor parte de mi tiempo eran extremadamente peligrosas, y la policía solía perseguirme cuando estaba con las prostitutas para golpearnos. Fue un período muy tenso e incierto de mi vida.

Afortunadamente, después de pasar meses en las calles, cuando tenía diecisiete años, mi suerte finalmente cambió. Un día, una SUV llegó a la calle donde operaban las trabajadoras sexuales, un chico descendió y le preguntó a la proxeneta si tenía alguna mujer trans disponible. Me vio y dijo que no podía resistir quedarse a fumar un cigarrillo conmigo. Me dijo que estaba muy solo y que necesitaba a alguien con quién pasar el rato. Hablamos y me dijo que se llamaba Carlos* y me llevó a comer algo. Luego me reveló que era una pieza importante en el mundo de las drogas.

Carlos y yo comenzamos a salir y me pagaba un apartamento. De hecho, era muy romántico y me llevó por todo el país con él. Íbamos en moto a las montañas y mirábamos juntos las estrellas por la noche. Tenía un jacuzzi en su casa, y solíamos relajarnos ahí juntos, escuchando jazz y deep house. Me gustaba mucho el house en ese tiempo, y también iba a raves con él, flanqueados siempre por su equipo de seguridad. Tal vez no lo creas, pero Colombia tiene una muy buena escena rave.

Rara vez vi el lado más oscuro de él, aunque hubo una ocasión en la que pude verlo muy de cerca. Él ofreció una fiesta en su casa y una mujer que había bebido demasiado y consumido muchas drogas comenzó a gritar y vociferar toda clase de cosas. Carlos y sus amigos se empezaron a preocupar de que ella revelara actos que pudieran incriminarlos, por lo que uno de ellos me escoltó fuera de la habitación para que no viera lo que le sucedería.

Nunca volví a ver a la mujer. Había rumores de que Carlos había matado a muchas personas y organizado importantes operaciones de contrabando de drogas que implicaban llevar cocaína al extranjero en avión, por lo que supongo que sea lo que sea que le haya sucedido a esa mujer, no fue agradable.

Sin embargo, él era muy amable conmigo y nunca intentó ocultar nuestra relación. Me presentó a todos sus socios, quienes me aceptaron bien una vez llegaron a conocerme. El hecho de que yo fuera transgénero pronto se convirtió en un detalle incidental. Aunque todavía hay muchas personas en el bajo mundo local que tienen puntos de vista negativos sobre las personas transgénero, me gustaría pensar que el hecho de que yo saliera con Carlos derribó algunas barreras y disminuyó el estigma asociado con salir con mujeres trans. Obviamente, algunas personas aún nos desprecian, pero el cambio es un proceso gradual.

Tres años después, en 2013, nuestra relación llegó a su fin cuando me mudé a Nueva York para vivir con mi madre. Ella se enteró de que yo había estado viviendo en las calles y estaba muy preocupada por mí. Me pidió que volara a Estados Unidos y me quedara con ella, y acepté porque quería mejorar mi inglés. También me gustó la idea de un cambio de escenario; nunca antes había estado en Estados Unidos y me emocionaba la idea de pasar tiempo ahí.

Cuando le dije a Carlos que me iba del país, se volvió loco y comenzó a disparar contra su casa. Fue aterrador, pero sabía que no me haría daño. Supongo que cada persona tiene una forma distinta de manejar las rupturas, y esa fue simplemente su forma de lidiar con ello.

Disfruté vivir con mi madre, pero después de un tiempo ella volvió a Colombia y me dejó a mi suerte nuevamente. Durante ese tiempo, utilicé las habilidades criminales que había perfeccionado en las calles de Colombia y comencé a vender benzodiacepinas y anfetaminas para mantenerme. Pronto me di cuenta de que el mundo de las drogas era mucho menos feroz en los Estados Unidos que en mi país natal. Fue relativamente sencillo en comparación, y terminé ganando más de 1.000 dólares por semana.

A principios de este año utilicé el dinero que gané vendiendo droga para financiar una visita a Colombia y ver a mis amigos y familiares, y a las pocas semanas de regresar, noté varias señales de que Carlos había mandado gente a seguirme.

Noté que por donde yo estaba pasaban las mismas tres SUV todo el tiempo y a unos personajes de aspecto dudoso que me miraban cuando estaba en los raves. Supuse que tenía que ver con mi ex, así que lo llamé y me dijo que había enviado a sus guardaespaldas para cuidarme y que me extrañaba y que quería que nos viéramos. Estuve de acuerdo, y él me recogió en su carro.

Carlos empezó a llorar en el momento en que la puerta del carro se cerró y me rogó que volviera con él. Dijo que estaba saliendo con alguien horrible y que quería terminar la relación y volver conmigo. Yo tenía novio en Nueva York, así que le dije que sería mejor que siguiéramos siendo amigos. Rompí con ese novio poco después, lo cual significó no volver a Estados Unidos, pues ya no tenía motivo para volver, pero tampoco reanudé mi relación con Carlos. Dicen que nunca hay que volver con un ex, y creo que es un buen consejo.

Sin embargo, todavía lo respeto mucho porque siempre me trató bien y me ayudó cuando estaba en una situación desesperada. A pesar de la actividad a la que se dedica, aún tiene muchas cosas buenas y nunca lo olvidaré. Ahora que tengo veinticinco años recuerdo mi tiempo con él como una etapa divertida de mi vida, llena de glamour pero también con un ligero toque de peligro. Ciertamente fue una gran experiencia y me alegra haberla tenido.

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