Este artículo forma parte de la serie Vivo de los muertos, cocreada con cerveza Indio, en la que exploramos historias de gente que se gana la vida gracias a la muerte.
Las plañideras lloran por otros. Por muertos que quizá ni siquiera conocieron. El oficio de las mujeres que ponen sus lágrimas al servicio de quien pague es uno de los más viejos del mundo.
En el antiguo Egipto, donde estaba prohibido mostrar el dolor en público, la presencia de las plañideras era símbolo de abundancia: sólo los muertos importantes contaban con la presencia de estas mujeres.
También existen pruebas de que el oficio existió durante la época prehispánica en México. Fray Diego Durán escribió que durante los funerales del rey azteca Ahuízotl, se emplearon a numerosas mujeres y hombres que lloraron durante cuatro días, como era la costumbre.
Aunque en Jalisco, Querétaro, Hidalgo y en la misma Ciudad de México existieron varios grupos de plañideras en los últimos siglos, hoy es un oficio casi extinto. Sin embargo, hay algunas mujeres que se han encargado de mantener viva esta tradición en el siglo XXI, y se reúnen anualmente en el Concurso Nacional de Plañideras, en San Juan del Río, Querétaro. Hablamos con tres plañideras modernas sobre el arte de llorar por encargo.
Laura Leticia, el poder del Vaporub y los recuerdos
No es fácil meterse en el papel de la ‘llorona’. Laura Leticia, una plañidera de San Juan del Río, cuenta que para provocarse el llanto, prefiere el Vicks Vaporub; la desventaja es que te ciega por un momento. La cebolla, dice, es un truco muy agresivo, oloroso.
Laura Leticia está vestida de negro, con un chal que le cubre el cráneo y cara de congoja.
“Creo que todas, en el momento de llorar, traemos algo a nuestra vida que nos ha causado dolor. Y es cuando fluyen las lágrimas”, dice con conmiseración en cada gesto. “Plañir es llorar algo que no te pertenece”.
Ha participado tres veces el Concurso Nacional de Plañideras. Nunca ha ganado. Este año no piensa usar trucos. No los necesita: su madre falleció hace poco.
Durante la competencia, las plañideras se plantan sobre un escenario frente a un féretro vacío y comienzan a llorar, a maldecir, agradecer e incluso hacer bromas sobre el difunto del medio artístico o político que el jurado les asigne. Laura Leticia, por ejemplo, ha ‘llorado’ a Juan Gabriel, Pedro Infante y a El Chavo del Ocho. La plañidera no sólo es elegida por su llanto, sino también por su capacidad de hacer reír al público.
Laura dice que en los tres años que ha participado, ha visto los mismos rostros familiares de las otras concursantes. Aunque hay mucha publicidad, es poca la gente que se anima a participar en este homenaje al oficio moribundo de plañir.
Ella lo hace como un pasatiempo: “No tengo ningún beneficio, más que hacer lo que más me gusta”, dice la mujer de 52 años de edad. En realidad, es técnica profesional en informática.
Algunas personas se burlan de lo que hace Laura Leticia. Otros se asombran. Cada vez son más quienes la reconocen en las calles o plazas. Cuenta con su propia porra para el Concurso Nacional de Plañideras: un grupo de amigas incondicionales. Su familia la cuestiona más. Laura Leticia espera contar con su apoyo, pero si no, ni modo. Allá, al concurso, va mucha gente.
Ofelia, el drama en el nombre
“Lloro porque me desahogo, y saco todos los sentimientos encontrados que tengo”, dice Ofelia sobre su gusto por plañir, afuera del Museo de la muerte, en San Juan del Río. Ha participado en cada edición del Concurso Nacional de Plañideras. Fue la primera campeona, hace 12 años.
Según un artículo de la BBC, llorar puede servirnos para generar compasión. "Es un tema que no ha sido muy investigado. No se sabe por qué lloramos en respuesta al dolor físico o a un trauma emocional o incluso en momentos de felicidad. Pero ya que somos seres sociales, puede ser una forma de manifestarle a los demás nuestro estado mental y buscar consuelo", explica Adam Rutherford, investigador de la unidad de ciencia de la BBC.
Hay hermosos surcos en la piel morena de Ofelia. Parece escapada de un cuento de Rulfo, un ser atemporal. Ofelia ha ganado el primer lugar del concurso en cuatro ocasiones; dos veces el segundo; y sólo una el tercero.
A pesar de esto, Ofelia dice que no sabe llorar en los funerales de sus familiares. Confiesa que tampoco le gusta ir al panteón. Ahí no hay vida. Le parece que la vida es para disfrutar.
"El oficio de las plañideras, desgraciadamente desapareció porque hay diferentes culturas ahora”, dice. “Ojalá que la gente todavía se dedicara a eso".
Aunque Ofelia nunca ha llorado en un funeral ajeno, dice que no le molestaría cobrar por hacerlo.
Isidra o las lágrimas que afloran
La única vez que Isidra participó en el Concurso Nacional de Plañideras, en 2018, ganó el primer lugar. Decidió participar por la curiosidad de probarse. Isidra es artista; escribe poemas y le gusta cantar.
Su actuación con la que ganó el concurso fue en honor a José Alfredo Jiménez. Actuó como si fuera una borracha de banqueta, como una indigente que entonaba una letra que dice: “Tengo dinero en el mundo, dinero maldito que nada vale.”
Isidra dice que el oficio de las plañideras es un arte, “porque tienes que aprender a llorar. Tienes que aprender a hacer reír a la gente. Tienes que aprender a subirte a un escenario. Tienes que realizar tu atuendo. Dónde lo vas a conseguir. Tienes que gastar tu dinero en las velas, en las flores. Algo tienes que hacer y llevar”.
En las ciudades, ha visto funerales en los que solo está el deudo. En los pueblos, en cambio, la gente se perdona todo con la muerte, reflexiona Isidra.
"Nunca se van a terminar las plañideras, porque muchos le exageramos a la lloradera en los entierros. Aquí en San Juan del Río, tampoco creo que vayan a desaparecer, porque son muy tradicionalistas”, dice.
“El llanto es un sentimiento que aflora. Que no puedes a veces gritarlo. A veces las lágrimas las lloramos, a veces nos las ahogamos”, concluye.
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