Recuerdo bien 2013. Diría que fue uno de los años fundamentales para que la industria alrededor del festival reventara en México y Latinoamérica. Acá, el Corona Capital, Machaca, Hell and Heaven, Pa'l Norte y Marvin recién comenzaban. Ceremonia y Nrmal —en su versión capitalina— estaban por llegar. De EDC, Mutek, Bahidorá, Coordenada, Hipnosis y el resto de festivales ahora bien cimentados, ni sus luces. La oferta era básica e inestable. Era raro que un evento sucediera más de una o dos veces. El consumidor promedio de música en vivo era recurrentemente quejoso. Los blogs se llenaban de entradas tipo "¿Por qué los festivales en México son tan malos?". En pocas palabras: estábamos parados un segundo antes del big bang.
"Sónar estará también en Tokio, Ciudad del Cabo, Reikiavik y Ciudad de México el próximo año". El festival de avanzada musical y digital por excelencia en Hispanoamérica anunciaba que visitaría México en 2013. El efecto inmediato fue de emoción absoluta, especialmente porque, viendo el cartel de su versión original —en el que figuraban actos como Kraftwerk, Pet Shop Boys, Justice, Diplo o Two Door Cinema Club, por mencionar algunos—, encontrar una oferta símil en el país era particularmente difícil. Meses después se anunció que el evento se postergaría y, a la postre, se canceló.
Seis años después, por fin sucedió. Un venue casi desconocido al norte de la ciudad. Un cartel con oportunidades de una vez en la vida. Tres escenarios cubiertos para mantener todo en lo obscurito. Y una masa reducida de gente que, de acuerdo a encuentros y conversaciones, se comprometía más con el nicho y la curiosidad que con las ganas de pagar dinero serio por ver al tipo que con un disco de grime le quitó el Mercury a Bowie y Radiohead —especialmente en una coyuntura de oferta opuesta a la narrada al inicio de este texto—, o el b2b de dos de las productoras más relevantes de la electrónica brasileña, o la instalación visual que Richie Hawtin está presentando solo en escenarios selectos del mundo.
Estar ahí, presente frente a la oferta que Sónar nos puso en la mesa, tuvo sentido bajo la marca que por un cuarto de siglo se han esmerado en construir desde España. Un lugar donde house, techno, hip hop, trap y r&b conviven por igual. Donde el talento local —en este caso, nombres como LAO, Machino, André VII o Noa Sainz— partieron su pedacito del pastel. Y también donde se importan actos de la península que han generado su propio valor —como Kidd Keo o Alizzz— dentro del mercado nacional. Aunque podría estar totalmente de acuerdo en que aún hay pasitos más arriesgados que pueden terminar por darle forma redonda a su identidad, especialmente en un continente donde eso de "música y tecnología" está en un Everest.
Y tras dieciséis horas de una experiencia sencilla y sin peros especiales, queda claro que Sónar México apareció como necesaria mirada en el retrovisor. Para echar los ojos en el camino pasado y darse cuenta de que, después de esos seis años de espera, cada vez hay más y mejor y podemos pedir todavía más y mejor. Nos vemos en 2020, Sónar.
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Juan Carlos Rios https://ift.tt/2Mve1DY
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