/Ayo/ el río
/Aia/ el agua
/Yoima/ saliva
/Cagua juame/ tráigame un chontaduro
Una lengua muere con su último hablante más o menos cada dos semanas, llevándose con su muerte la historia acumulada y la relación recíproca entre cultura y territorio.
En 1770 el padre Christoval Romero le entregó al Capitán Sebastián Lanchas de Estrada lo que sería el único registro escrito de la lengua yurumanguí. Las más o menos 200 líneas de la lengua quedaron guardadas en los diarios de Lanchas de Estrada sobre la búsqueda de los indios yurumanguíes por los ríos San Vicente, Cajambre, Naya y Yurumanguí, en lo que es hoy el pacífico colombiano. Al parecer, la lengua murió con el último yurumanguí, pero gracias al diccionario sabemos que decir plátano, yuca y tráigame un chontaduro es igual de importante que decir amor y muerte.
Lengua, biodiversidad y desarrollo
El río Yurumanguí hace parte del Chocó biogeográfico, una de las regiones más diversas del planeta, con 9.000 especies de plantas y un alto nivel de endemismo: aproximadamente el 25% de estas especies sólo se encuentran en la zona. Como la diversidad biológica, la diversidad lingüística incrementa entre más cerca estamos al ecuador. Las zonas con mayor número de lenguajes son aquellas con mayor número de plantas que dan frutos, y en América Latina, la región con los tres países más mega biodiversos del mundo, hay al menos 420 lenguas distintas. Somos el continente con mayor diversidad lingüística del mundo y esa pluralidad nos permite explorar nuestra diversidad biológica y cosmogónica a través del conocimiento codificado. Nombrar para entender.
Desafortunadamente, al igual que está ocurriendo con la pérdida de biodiversidad, el índice de extinción de lenguas está en alza. El lingüista Maurice Crader explica el problema de manera sencilla: la pérdida de especies de peces, pájaros y otras formas de vida, con sus nombres y el conocimiento asociado de su hábitat y comportamientos, representa una pérdida enorme justamente cuando más necesitamos ese conocimiento para aprender a vivir de manera más respetuosa con el medio ambiente.
La lingüista finlandesa Tove Skutnabb-Kangas va más allá: propone que hay una causalidad entre la disminución de diversidad lingüística y la disminución de la biodiversidad. Por ejemplo, aunque los aborígenes australianos conocían alrededor de 40.000 plantas comestibles, muy pocas se conocen hoy. El inglés, idioma dominante en Australia postcolonización, no tiene los términos para identificarlas, lo cual ha llevado a su desaparición por falta de uso y cultivo y/o a que las eliminen por pensar que son maleza. Las palabras relacionadas con la comida abundan en los diccionarios de lenguas perdidas; la forma en que nos alimentamos es una variable determinante en cada cultura y su transmisión cumple una función básica: la supervivencia. Dos de las seis palabras que aún existen de la lengua panche, que se habló hasta el siglo XIX en la cuenca del Magdalena, lo que hoy es el Tolima en Colombia, designan alimentos: panche, quiere decir bagre y patalo, pez de boca grande.
¿Y eso por qué importa?
El río Yurumanguí puede ser una de las últimas cuencas conservadas del Pacífico. El 98% de las 65 mil hectáreas de la cuenca están cubiertas de bosque y mangle. Sin embargo, tanto los proyectos de vida de comunidades negras e indígenas que habitan este territorio como la diversidad biológica del mismo son amenazados por la minería ilegal, los monocultivos agrícolas, el narcotráfico, la exclusión social y la falta de reconocimiento de la cultura de sus pobladores. Conscientes de estos riesgos, los pueblos asentados en la cuenca del río resisten activamente y buscan alternativas de desarrollo que permitan la conservación de la selva y la defensa de su propia vida a través de una exploración profunda de la biodiversidad y el vínculo con el territorio.
Frente a este panorama, la pregunta por el lenguaje se convierte en una pregunta por las alternativas del desarrollo: ¿Qué sería de nosotros con el conocimiento de los yurumanguíes hoy? ¿Cuál es el magnolio comestible que tiene olor a canela y sabor a pimienta? ¿A qué sabe un sancocho de tabaco tierno? ¿Y por qué comerse la hoja de yuca y no la raíz? Asuntos como estos los deja sin respuesta Lanchas de Estrada en sus diarios. Las pistas del lenguaje extinto y sus observaciones nos revelan incluso que los yurumanguíes no comían casi carne, ni siquiera tatabro salvaje. Lo que sí criaban eran gusanos blancos “gruesos y largos, como de tres pulgadas alargados” como sustituto de casi toda proteína animal. ¿Cuáles eran los gusanos? ¿Qué podría significar ese gusano para la pregunta por la sostenibilidad y la entomofagia (comer insectos para salvar el mundo)?
Un mundo distinto
Según la científica cognitiva Lena Borotsky en el mundo existen hoy alrededor de 7.000 lenguas, cada una de ellas con diferentes sonidos y estructuras que dan forma a la manera en que pensamos y percibimos el mundo. Nuestra percepción del color, la dirección, el tiempo y el espacio depende de nuestro idioma, que orienta así miles de las decisiones que tomamos cada día.
La diversidad lingüística revela la flexibilidad de la mente humana, que ha inventado 7.000 formas de percibir y transmitir el universo. Aprender otra lengua no solo es adentrarse en un vasto catálogo de conocimiento, sino algo así como encontrarse un archivo de la imaginación y el espíritu humano.
Los lenguajes son sistemas vivos, evolucionan según nos relacionarnos con el otro. Mucho de lo que sabemos hoy ha sido construido a través de las lenguas dominantes de la academia, en vez de a través del diálogo con el otro. ¿Qué aprenderíamos de nuestra propia historia a través de una lengua nativa? ¿Será posible entender qué significa yurumanguí? ¿Tiene algo que ver con yuruma, la palabra usada por los indígenas warao para designar la médula de palma con la que hacen pan? Aunque amenazados por el SIDA y la minería, los warao sobreviven en el delta del Orinoco en Venezuela. Hay tiempo de preguntar.
Juliana Zárate https://ift.tt/eA8V8J
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