Artículo publicado originalmente por VICE Reino Unido.
Los amantes del deporte quizá recuerden que, en 2011, el futbolista británico Wayne Rooney, que por entonces tenía 25 años, anunció en Twitter que se había sometido a un trasplante capilar.
“Solo quería confirmar que me hice un trasplante capilar”, dijo. “Me estaba quedando calvo a los 25, por qué no. Estoy encantado con el resultado… Me lo hice en la clínica de la calle Harley, en Londres. Gracias a todo el personal que cuidó de mí”.
En general, la actitud de Rooney fue muy aplaudida por atreverse a hablar abiertamente de un tema que, hasta ese momento, era tabú.
Avanzamos a 2019 y vemos que hoy día es muy común que los hombres hablen de operaciones estéticas. Según una encuesta de 2017 elaborada por la International Society of Hair Restoration Surgery (ISHRS), los injertos capilares aumentaron en el mundo un 60 por ciento entre 2014 y 2016. En este último año se registraron más de 635.189 intervenciones.
Este tipo de intervenciones consiste en insertar folículos capilares de zonas del cuero cabelludo en las que el pelo crece en abundancia en las partes en las que este escasea. En su momento, se rumoreaba que a Rooney la operación le costó unos 33.600 euros, pero hoy día se pueden encontrar clínicas que lo hacen hasta por poco más de 1.000 euros.
Inevitablemente, con el aumento de la demanda empezaron a surgir cada vez más clínicas no certificadas que trabajan sin supervisión y muchas veces con resultados fallidos que acaban de minar la ya dañada autoestima y el bolsillo de sus víctimas. El año pasado, la clínica de Glasgow KSL Hair, de la que habían sido clientes el cantante de Westlife Brian McFadden y el futbolista del Celtic, Anthony Stokes, cerró después de que sus responsables fueran acusados de mala praxis y de no tener la formación adecuada.
Hay muchas otras clínicas que operan en todo el mundo de forma ilegal, como puede atestiguar Paul*, que fue a un centro de Londres recomendado por un amigo. “Es mucho más barato de lo normal”, le dijo. Pero las cosas no fueron como Paul esperaba.“Me pasé meses con costras y sangre en el cuero cabelludo y aguantando las bromas de la gente. Un compañero incluso pensó que tenía sífilis”, me cuenta Paul. “A mi novia le daba, y todavía le da, mucha vergüenza salir conmigo”.
Tony*, también de Londres, tuvo una experiencia similar tras tratarse en una clínica no certificada. “Me destrozaron el pelo”, asegura. “Tengo que llevar gorra siempre. Suerte que soy chef y llevo gorro en el trabajo. Mis amigos me preguntan qué me pasó en la cabeza cuando me ven. Es muy duro y me siento fatal”.
Estas clínicas no están registradas en la Care Quality Commission (CQC), una entidad reguladora del sistema de salud británico que se encarga de velar porque se cumplan los estándares médicos. El doctor Roshan Vara, director gerente de la clínica certificada de trasplante capilar The Treatment Rooms, en Londres, asegura que “esto no implica necesariamente que estos centros operen en el mercado negro, sino que, según las normas que rigen en el Reino Unido, son ilegales”. Y añade: “Suelen trabajar con un agente que les deriva pacientes, una práctica muy mal vista por el Consejo Médico General, ya que el paciente tiene un contacto mínimo o nulo con el cirujano”.
Como ocurre con cualquier actividad que se desarrolle en el mercado negro, el marketing y el voz a voz son cruciales para el éxito de estas clínicas.
“Muchas clínicas ilegales tienen sitios web muy sofisticados y con anuncios pagados de Google aparecen en los primeros puestos de búsqueda. De esta forma, atraen a los consumidores a unos centros en apariencia muy profesionales”, señala Ricardo Mejía, presidente del Comité del ISHRS. “Lo cierto, en cambio, es que el paciente se pone en manos de alguien que no tiene ningún tipo de formación médica”.
Paul asegura que acudió a una consulta y pagó directamente por el trasplante capilar, que comenzó en cuanto entregó el dinero. Esta forma de proceder debería suscitar sospechas en cuanto al cuidado del paciente se refiere.
John*, otra víctima de una clínica ilegal, conoció al médico que lo iba a tratar “tomando unas copas”. “Me invitó a ir a su clínica a hacerme el trasplante”, explica. “Dos días después, decidí ir. Fue todo muy precipitado y ni siquiera me dieron instrucciones para el postoperatorio”.
La experiencia de Tony también fue desconcertante. “No sabía quién me estaba operando, porque el cirujano que se me presentó al principio no apareció en el quirófano”, recuerda. “Yo solo quería volver a tener pelo en la cabeza. Mucha gente se estaba haciendo estos trasplantes, así que me animé yo también”.
La moda de los trasplantes ha llegado al punto de que cada vez más europeos occidentales viajan a Letonia, Polonia y Rumania para someterse a un tratamiento, aunque la palma seguramente se la lleve Turquía, cuyo Gobierno incluso ofrece descuentos a los pacientes que viajen con Turkish Airlines para hacerse el trasplante. En estos países la legislación que regula la prácticas médicas es mucho más laxa, lo cual supone un riesgo mayor para los pacientes.
“Un paciente vino a verme con una herida en la cabeza”, dice Vara de un hombre que se sometió a un trasplante en una clínica ilegal. “La ‘herida’ era una zona de piel necrosada [muerta] que se le había cicatrizado y en la que era imposible que le volviera a crecer pelo”.
Por si la necrosis de la piel no sonara lo suficientemente horrible, Vara señala que un tratamiento mal hecho puede producir “infecciones de la piel y el pelo” y, en algunos casos, directamente “la muerte”. Pero ya no se trata solo de los efectos físicos.
“Me cobraron 2015 euros por el tratamiento, pero te aseguro que preferiría volver a estar calvo”, dice John. “Tengo que ir siempre con gorro y me quedó una cicatriz enorme en la cabeza con la que no se puede hacer nada. Fui a esa clínica para que me ayudaran y salí peor que como entré. Estoy destrozado”.
Como hombre calvo que empezó a perder el pelo a los dieciséis, siempre me he preguntado cómo sería mi vida si tuviera una espesa cabellera, como la de Antonio Banderas en Desperado. A lo mejor me habrían dado un papel en alguna serie famosa o estaría casado con una elegante modelo. Quizá hubiera compuesto un single que sonara en todas las navidades. El cabello puede ser un rasgo muy poderoso para el hombre. Hace tiempo que asumí mi calvicie y que no voy a salir en ninguna serie (AUNQUE ESTOY ABIERTO A CUALQUIER OFERTA), pero puedo entender la desesperación con la que algunos hombres se aferran a su cabellera, uno de los barómetros más patentes de la juventud.
*Los nombres fueron cambiados para guardar el anonimato de los aludidos.
Tom Usher https://ift.tt/eA8V8J
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