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jueves, 17 de octubre de 2019

Cómo tener sexo ético con extraños en vacaciones

Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.

“Si en 2017 me hubieran dicho que pasaría los siguientes dos años visitando una serie de destinos para adultos en los que andar vestido es opcional, seguramente no me lo hubiera creído”, dice Simone Paget, redactora del Toronto Sun de treinta y tantos años. “Yo soy de esa clase de personas a las que no les gusta ni cambiarse en el vestidor del gimnasio”.

Sin embargo, después de sentirse fuera de lugar buscando encuentros sexuales con otras mujeres en su ciudad, Paget descubrió la experiencia “liberadora” de los viajes sexuales planeados. Según nos cuenta, en su comunidad “hay mucha bifobia; la gente cree que estoy ‘experimentando’”. Seis meses después de salir del clóset, Paget hizo su primer viaje sola al Temptation Cancun Resort, un hotel exclusivo para adultos con zonas en las que se puede hacer topless. En estos viajes, Paget pudo experimentar libremente con su sexualidad. “Conocí a otras mujeres como yo, que no sienten la necesidad de definir sus deseos de una forma determinada”, dice. “Un día podía tener sexo con un hombre y al día siguiente con una mujer, y a nadie le importaba. Para mí fue revelador”.

Viajar en busca de sexo siempre ha sido cosa de hombres blancos, ricos y de moral dudosa que quieren vivir una aventura con extranjeras “exóticas” o bien de mujeres de mediana edad recién divorciadas. Sin embargo, últimamente son cada vez más las mujeres que viajan al extranjero por este motivo. El modelo de turista en busca de sexo es más joven y queer que nunca, no siempre es de piel blanca y prefiere viajar solo.

En su búsqueda de liberación sexual, estos turistas han dado un enfoque más ético a una práctica tradicionalmente colonialista, racista y clasista, y que no implica contratar los servicios de trabajadores sexuales de Asia, África y el Caribe, donde el turismo sexual alimenta la economía local. Raquel Rosario Sánchez, escritora feminista y doctoranda del Centro para la Investigación del Género y la Violencia de la Universidad de Bristol, señala que el turismo sexual suele estar alimentado por el fetichismo y el imperialismo. “Seleccionas un destino concreto con la intención de pagar a los locales por tener relaciones sexuales con ellos y satisfacer un fetiche”, aclara. “Eso añade a la mezcla un montón de dinámicas que agravan una relación ya de por sí desigual”.



El turismo internacional, sexual o de otra índole, también puede ser éticamente cuestionable cuando conlleva un coste medioambiental y de infraestructuras elevado para muchas zonas del hemisferio Sur. Esto no quiere decir que el turismo sexual considerado y respetuoso sea imposible. Según Sánchez, “la forma ética de hacerlo en el caso de una persona blanca es practicando sexo solo con individuos que se sientan sexualmente atraídos por ella, sin que medie una coacción monetaria”. El turismo sexual ético también implica abordar la fetichización de forma crítica. Antes de tener un encuentro sexual con alguien en un país extranjero, Sánchez aconseja que nos cuestionemos posibles ideas preconcebidas que pudiéramos tener y analicemos los motivos que nos llevan a buscar sexo afuera: “¿Qué te aporta sexualmente una mujer dominicana que no puedas obtener de una pareja sexual de Finladia?”.

Algunos de los destinos turísticos en los que se organizan encuentros sexuales establecen normas estrictas en lo que se refiere al consentimiento sexual y las interacciones entre los clientes y el personal, a fin de reducir posibles coacciones o conductas inapropiadas. “Es imprescindible crear un entorno seguro”, asegura Patric Loeser, gerente general de Temptation Cancun Resort, y eso se extiende a cómo tratan los clientes a los empleados. Loeser dice que todos los empleados han recibido una formación exhaustiva e instrucciones de rechazar cualquier propuesta sexual de los clientes del resort e incluso tienen contratadas a personas solo para vigilar que no haya problemas en ese sentido con los empleados. “Nuestros ‘árbitros’ siempre están alerta, listos para interceptar a clientes que se comporten de manera inapropiada”, señala.

Muchos de estos destinos para adultos acogen a invitados de cualquier orientación sexual y crean espacios seguros en los que las mujeres queer pueden descubrir su sexualidad. Gabrielle Noelle es de Nueva York, tiene 27 años, es escritora y fundadora del Bi Girls Club. El verano pasado visitó un resort jamaicano, Hedonism II, que con frecuencia recibe grupos LGTBQ y alberga fiestas de intercambio de parejas y festivales. “Todo el mundo era muy amable y hospitalario; era como si estuviéramos en otro mundo”, recuerda Noelle. “No me sentí tan avergonzada ni víctima de mis prejuicios”. Noelle también visitó la “sala de juegos” del hotel, una zona especial en la que parejas, mujeres solteras y hombres con invitación pueden practicar sexo, una experiencia que no se sentía con libertad de disfrutar en su ciudad.

Pese a todo, había momentos en los que Noelle se sentía objetivada como mujer bisexual entre las numerosas parejas heterosexuales con las que tuvo encuentros. “Cada vez que la novia de alguien intentaba convencerme de hacer un trío, me molestaba mucho”, recuerda Noelle. “Había muchas mujeres bisexuales, pero era sin duda una cultura de 'unicornios'”.

Patrice J. Williams es una escritora afro de 30 años de Nueva York a la que le encantan este tipo de viajes porque se siente con libertad para llevar —o quitarse— lo que le apetezca. “En mi barrio puedo salir del gimnasio con mallas, pero los hombres me acosan. Me sentí extremadamente cómoda sabiendo que podía estar totalmente desnuda sin que ello supusiera una invitación al sexo”, explica respecto a su visita a Hedonism II. Ella también pasó ratos en la sala de juegos, aunque prefirió limitarse a observar. Aquello le sirvió para sus posteriores encuentros en general: “La experiencia me animó a expresar más abiertamente mi curiosidad y a interesarme por el estilo de vida de otras personas”.

Williams observó que algunos de estos espacios para adultos pueden llegar a ser eminentemente blancos. Incluso entre turistas desnudos, Williams temía llamar la atención de personas no deseadas por ser una de las pocas mujeres negras del lugar. “En general, la experiencia fue genial, pero a veces era superconsciente de que me miraban y de que estaba desnuda frente a personas que seguramente no habían visto un cuerpo negro desnudo en su vida”, dice.

“Es algo a lo que te acostumbras como mujer negra”, afirma Bianca Lambert, escritora y actriz de 33 años de Los Ángeles, que también ha estado en Hedonism II. “He estado con hombres blancos que me han dicho que nunca habían salido con una negra, como si el hecho de que se animaran a probar fuera un halago”, dice. “A veces tampoco hacen falta las palabras. Lo notas en la forma en que te miran, sobre todo el culo y el pelo”, añade. “Yo les echo una mirada como diciendo: Te estoy viendo. No digas ninguna tontería. Si tuviera que tomarme la molestia de dirigirme a cada uno acabaría agotada, y siendo negra ya estoy bastante cansada”. Lambert opina que las experiencias específicas de las mujeres negras, en concreto, y las personas LGTBQ y de color en general, siguen siendo puntos flacos del sector turístico.

“Los destinos turísticos podrían ofrecer un entorno más acogedor para las personas queer creando programas centrados en el colectivo LGTBQ, enseñando a sus trabajadores a utilizar un lenguaje inclusivo y evitando actividades enmarcadas en un contexto de género binario”, añade Noelle.

Noelle anima a otros jóvenes viajeros, especialmente si no son heteros y blancos, a que busquen actividades programadas para personas queer en sus lugares de destino. “En general, me lo pasé muy bien. Habría sido increíble si hubiera habido más gente joven, de color y bisexual”, concluye.

Al margen de dónde y con quién practiques turismo sexual, Sánchez recuerda que lo más importante es tratar a las posibles parejas con respeto y no como a una novedad o una mercancía. “Es tentador ir a un sitio con ideas preconcebidas sobre su gente y luego buscar pruebas que las corroboren”, dice Sánchez. “Se puede ser más ético a la hora de hacer turismo, tanto sexual como en general, si se tiene la voluntad de cuestionar esas ideas y de reconocer siempre el aspecto humano de la otra persona”.

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