Artículo publicado originalmente por VICE Estados Unidos.
Siempre he sido buena organizando. Saco las cosas que ya no me sirven y clasifico todo, me sumerjo en los detalles de la organización hasta el punto de ser obsesiva. Mis libros están ordenados alfabéticamente por tema, uso todas mis muestras de maquillaje gratuitas y, si nombras un solo artículo en mi casa, puedo decirte dónde está. De niña anhelaba una máquina de etiquetas–un regalo que mis padres sabiamente no me dejaron tener– y pasaba horas pidiéndole prestada la suya a mi tía cada vez que la visitábamos. Si existe alguien ordenado, esa soy yo.
Lo más importante es que encontré una manera de sacarle provecho. En 2016, después de meses de estar desempleada, decidí convertirme en una especie de Marie Kondo. Me di de alta en Nextdoor –una red social privada para estar al tanto de lo que pasa en tu vecindario– y me describí sin pretensiones, mencioné que "fui a la universidad" e hice una broma sobre el amor refiriéndome a éste como el "Tetris de la vida real". Establecí mi tarifa en 13 dólares por hora, que es aproximadamente lo que cobran por hacer la limpieza en California. Pero no me pareció suficiente y decidí aumentar mi tarifa a lo que parecía una suma ridícula, 25 dólares por hora, y agregué "consultora" a mis empleos anteriores. Dentro de dos días, ya tenía una lista interminable de solicitudes.
En última instancia, se aconseja a cada miembro de un hogar que arregle sus propios artículos personales, en lugar de que la mujer sea quien ordene las pertenencias de todos, antes de dividir la organización de categorías específicas. Como resultado, el programa demuestra repetidamente el poder de un “orden” comunal al revelar el trabajo emocional subestimado de las mujeres. Sin embargo, el resultado parece ser bueno. Kondo no ofrece ningún trasfondo intencional a la división del trabajo doméstico, más allá de recordarle a las madres que los niños pueden ser desordenados y que la perfección absoluta es más o menos imposible. Ni siquiera ella logra la perfección.
Esto tampoco significa necesariamente que los hombres recojan la carga mental después del proceso de limpieza. Rachel y Kevin Friend, una ama de casa y su esposo que trabaja como gerente de ventas, buscaron los métodos de Kondo para ordenar su hogar como una forma de ayudar a aliviar la tensión en su relación y resolver sus peleas relacionadas con la limpieza. Kevin reprende a Rachel por pagarle a una ama de llaves para que lave la ropa cuando "somos perfectamente capaces de hacer esas cosas". El programa muestra a los niños gritando caóticamente, mientras Rachel explica los desafíos de alimentarlos y vestirlos. Más tarde Kevin se enoja porque "hay siete almohadas en esta cama".
Incluso después de la intervención de Kondo, Rachel continúa usando el lenguaje del juicio propio para describir su hogar: "No me permito ser floja, quiero hacerlo porque quiero mantener este sentimiento". Esto implica que ella todavía está a cargo de que se cumplan estas tareas. Y luego está el episodio en el que un esposo, Aaron, reprende a su esposa, Sehnita, por aferrarse a unos chales que nunca usa, ella le explica a la cámara que estos chales representan una conexión con su cultura pakistaní porque la ciudad en la que vive carece de una fuerte comunidad pakistaní. Como todo en su clóset, Kondo la alienta a que los guarde si le producen alegría.
Por lo que se ve en la serie, Marie Kondo parecía mucho más flexible de lo que había previsto. Se muestra dispuesta a adaptarse a los deseos de su cliente, como el episodio donde una mujer afligida quería revisar el clóset de su difunto esposo (artículos sentimentales) antes que cualquier otra cosa. La forma en que Kondo dobla las camisas– que ha sido criticada exhaustivamente– no es la mejor del mundo, solo útil. Nunca obliga a nadie a tirar sus libros. Después de verla en acción, evaluar los objetos por la "alegría" que te provocan, no se siente como algo severo y estricto sino una manera más fácil para clasificar tus cosas. Se trata de poder identificar lo que quieres y lo que no.
En algún momento de mi breve profesión como consultora de limpieza, se hizo evidente que mi clienta más frecuente me estaba utilizando más para tener compañía que por mis habilidades de organización. Después de trabajar en las tres sesiones, ya habíamos acabado de ordenar, y estaba a punto de decirle que eso era todo y de repente decidió que iba rápido a comprar algunas cosas, y que iba a dejar al bebé ahí conmigo, "aquí a tu lado en la manta".
"No me siento cómoda con eso", le dije. "No sé nada de cuidados para bebés, no sé RCP. Estoy aquí para ayudarte a organizar. "Pero ella ya se había ido".
En algún momento, el bebé se acercó a mi mano, con curiosidad, agarrando mi dedo índice con una fuerza sorprendente. Esperé a que apareciera algún tipo de instinto biológico y maternal. En cambio, me sentí abrumada por la pena y el miedo. Me di cuenta de que nunca querría hacer ese trabajo sin remuneración, tal vez nunca. No, a menos que tuviera a alguien que lo hiciera junto conmigo por igual.
Cuando me envió un mensaje de texto a la mañana siguiente para preguntarme cuándo podría volver, le dije que ya no estaba disponible.
Correcciones 01/12: en una versión anterior de este artículo se escribió mal el nombre de Sehnita como Sehmita. Los saris fueron cambiados por chales. Se realizó una edición para aclarar que la pareja "gay" era masculina.
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