Artículo publicado por VICE Argentina
En 1987, la realidad y el panorama del mundo aeronáutico era otro. Para emitir un ticket aéreo había que ir a una agencia de viajes o llamar directamente a la aerolínea, donde telefonistas —mujeres, claro— atendían amablemente en varios idiomas. Luego, había que desembolsar una significativa suma de dinero en efectivo por depósito bancario o mediante tarjetas de crédito (que no abundaban). La valijas debían ser grandes, no sea cosa de no encontrar “esas gotas” en otro país. Y al volar, había que ir con todos los moños, por el estúpido y falaz mito de que “si viajás elegante hay posibilidad de pasar a la primera clase ”.
“Una vez, estábamos en el Sofitel de París, donde se alojaba la tripulación de Aerolíneas, y lo veo a [el tenista, Guillermo] Vilas, que había caído por nosequé torneo, fui y lo saludé. De pronto se acerca un gringo, también tenista, que me empezó a charlar, a invitarme a cenar, y a invitarme a que me fuera con él a Estados Unidos después del torneo. El tipo era Steve Denton, un tenista muy importante. Decí que yo estaba comprometida, sino hoy sería millonaria.” recuerda nostálgica Lucía.
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