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martes, 15 de enero de 2019

Los tatuajes que salvaron a estas mujeres de la esclavitud sexual en la Segunda Guerra Mundial

Artículo publicado originalmente por VICE Asia.

Mariana Hoar recuerda el miedo de vivir bajo la ocupación japonesa—y el dolor.

"Cuando los japoneses llegaron, ya nos habíamos tatuado para que ellos asumieran que teníamos esposos", me dijo, señalando a las líneas desvanecidas, pero todavía ornamentadas que yacen debajo de su piel arrugada por el sol. "Esto significa que estamos casadas. Era para que nos dejaran en paz... Teníamos miedo".

Mariana golpeó su piel con las puntas de sus dedos, imitando el movimiento de una aguja para tatuajes tradicional. "Pinchazo, pinchazo, pinchazo. Sangre".

"¿Dolió?" Pregunté.

"Dolió muchísimo", dijo Mariana.

Estábamos en la aldea Umatoos, una comunidad modesta donde las casas con techos viejos de paja se alzan junto a edificios modernos en el distrito de Malaka Occidental en la parte indonesia de la Isla Timor. En un país lleno de lugares remotos, Malaka es lo más remoto que hay. El distrito rural bordea la diminuta nación de Timor Oriental, un país de 1,25 millones de habitantes que una vez fue parte de Indonesia. Malaka es más cercano a Australia que la capital indonesia, Yakarta, y habíamos cruzado desde Batugade, en Timor Oriental, para conocer a las mujeres de la aldea de Mariana.

Las mujeres de Malaka ocupan un lugar especial en la historia indonesia que hoy en día se encuentra prácticamente olvidado. Durante la Segunda Guerra Mundial cuando Indonesia —y gran parte del Sudeste Asiático— estaba bajo la ocupación japonesa, mujeres como Mariana fueron capaces de resistir las duras realidades de la vida bajo la ocupación con una tradición conyugal completamente local. Las mujeres en la cultura de Malaka solían tatuarse a sí mismas cuando se casaban, llenando con tinta redes de intrincados diseños bajo su piel para marcarse a sí mismas como "tomadas".

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Maria Theresia Hoar. Todas las fotos por los autores

Pero existe otra razón, posiblemente más grande, por la que los tatuajes están desapareciendo en Malaka hoy en día—el dolor. Maria Theresia Hoar me dijo que los tatuajes eran algo que las mujeres tenían que aguantar, no disfrutar, con el objetivo de respetar las tradiciones de la aldea.

"Dolía", me dijo. "Ni siquiera lo preguntes. Dolía demasiado, pero quería casarme, entonces tenía que aguantar".

"Nos amábamos", agregó su amiga Maria Bita. "Queríamos casarnos. Así que dábamos nuestras piernas para que fueran tatuadas".

Es una idea que discutimos mucho aquí en las oficinas de VICE Indonesia—el concepto de que la tradición es algo que debe ser preservado y también algo que conlleva un gran costo. El mismo equipo con el que estuve en Malaka ha explorado, en años recientes, cómo una tradición de precios elevados está manteniendo a las mujeres solteras, y por más tiempo en Sumba, cómo las ceremonias de bodas extravagantes están llevando a los pueblos indígenas a buscar trabajo afuera de sus comunidades en Toraja, y cómo incluso los festivales de circuncisión pueden poner una carga financiera excesiva para una familia.

Una y otra vez, nos enfrentamos con la realidad de los tipos de sacrificio que se requieren para mantener una tradición que, en la mayoría de los casos, parece estar escapándose ¿Vale la pena preservar todas las tradiciones? Honestamente no lo sé. Pero después de pasar tiempo con las mujeres de Malaka, no puedo evitar sino reconocer cómo la presión y el peso de mantener la tradición usualmente recae sobre los hombros de las mujeres.

Hoy, las mujeres de Malaka ya no se tatúan. Pero tampoco están en peligro de ser secuestradas y obligadas a trabajar en un burdel. Mientras nos preparábamos para dejar la aldea, las palabras de Dominga Kehi, una joven que decidió no tatuarse, se quedaron en mi cabeza.

"Ellas eran tan fuertes, soportando el dolor mientras tatuaban sus cuerpos enteros", me dijo Dominga. "Sangraban mucho. En ese entonces, nuestras abuelas entendían que los tatuajes eran una forma de resistir a los japoneses. Pero hoy, las personas encontraron formas menos dolorosas de mostrar que están tomadas".

¿Existe una mejor yuxtaposición que esa? Comencé esta historia con los recuerdos del dolor de Mariana porque era algo que sobresalía en muchas de las mentes de las mujeres. Eso porque en ese entonces, en los tiempos antiguos, en los tiempos probablemente más oscuros, mujeres como Mariana estaban ensilladas con una tradición, y con una realidad cotidiana que dolía.

Y hoy, en un país sin ejércitos invasores ni burdeles militares, un país con democracia y teléfonos inteligentes, ese tipo de dolor ya no es algo que las mujeres tienen que simplemente aceptar. No es como si actualmente viviéramos en un mundo sin dolor, pero sí vivimos en un país donde, al menos para la mayoría de nosotros, lo que causa más dolor no saca sangre.

Kathleen Malay http://bit.ly/2QSDuYm

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