Artículo publicado por VICE Argentina
Hace tiempo que la cerveza artesanal dejó de ser una práctica de pocos y se convirtió en un gusto adquirido por muchos. Sin embargo, fue un proceso que se fue moliendo y macerando en las últimas décadas hasta llegar a esta etapa de fermentación y maduración. Desde la inauguración de la planta de Blest en Bariloche a comienzos de los 90, y la apertura del primer local de Antares en Mar del Plata seis años después, pasando por todos los puntos cardinales del Gran Buenos Aires hasta llegar a Capital Federal. Un camino motivado por el sentido de pertenencia y la inquietud emprendedora de sus elaboradores que terminó configurando un mercado en expansión que no parece quedarse quieto.
Buller fue una de las primeras cervecerías artesanales de la ciudad de Buenos Aires. Corría 1999 y el aroma de la crisis económica que estallaría dos años más tarde ya se percibía en el aire. En ese contexto, el Banco Río pasó a ser el actual Santander y muchos empleados debieron desvincularse. Así fue que algunos decidieron asociarse y utilizar sus indemnizaciones y ahorros para apostar a un negocio que estaba de moda en Estados Unidos y algunos rincones de Europa: el brewpub, un tipo de cervecería que produce la bebida en sus propias instalaciones y a la vista de todo el mundo.
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Primero fueron a recorrer los países donde estaba en boga para entender cómo traer la idea a Buenos Aires. “Ninguno de los fundadores venía del ámbito gastronómico y al principio hubo varias dificultades económicas. A pesar de que el lugar siempre estaba lleno, no había muchos controles internos. Con el paso del tiempo, cada uno se fue instruyendo en un sector particular hasta que nos estabilizamos”, cuenta Ignacio Merino, integrante de la segunda generación de aquellos socios originarios. A 20 años de la inauguración del primer local en Recoleta, no se muestra sorprendido por la forma en que terminaron saliendo las cosas: “nos imaginábamos esto porque se dio algo similar a lo que pasó con el vino, que hace años era sólo tinto, blanco o rosado y después empezó a especializarse en cabernet, merlot y otras variedades. Lo mismo pasó con la cerveza: acá antes era rubia, colorada o negra y ahora el paladar argentino ya sabe diferenciar Ipas, Lager y muchos otros estilos diferentes”, destacó.
Actualmente, Buller tiene otra sede en Villa Crespo y su fábrica ya no está dentro del local, sino en Tristán Suárez. Una buena manera de conocer el menú es pidiendo un Sampler, una especie de picada de birras que incluye medias pintas de Golden Ale, Hefeweizen, Honey, Amber Ale, India Pale Ale y Stout.
Dulce, salado, amargo, frutales, añejados en madera o destilados, casi se podría afirmar que hay un gusto de birra para cada momento. Sin embargo, todavía es difícil encontrar productos embotellados en las góndolas de los supermercados para llevar a tu casa, como sí pasa con las propuestas industrializadas. Ésta es una situación que, según Aftyka, va a cambiar en el mediano plazo: “cuando escucho que esto es una moda digo que sólo basta con ver lo que pasó en otros países. Por ejemplo, algunos años atrás en Estados Unidos mucha gente entró al mercado por moda. Por supuesto, algunos entraron y otros salieron, pero eso no impidió que continuaran abriendo nuevas fábricas y se ampliaran las que ya estaban”. Para dejar aún más en clara su apreciación, afirmó que la cerveza artesanal en Argentina tiene “entre el dos y el tres por ciento del mercado de la industria cervecera total, mientras que en Estados Unidos ya alcanzó el veinte”. Como si todo esto fuera poco, dobla la apuesta y augura que “dentro de poco tiempo, el panorama de la cerveza artesanal en el país va a ser seis veces más grande del que vemos actualmente”. ¡Salud!
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